miércoles, 28 de septiembre de 2016

Que venga el motorista

Lo he añorado muchas veces y en este momento lo añoro una vez más. Aquel motorista franquista dibujado por Forges que, armado del sobre de ceses, se personaba en los grandes sillones de los grandes cargos para comunicar el fin del machito.
Yo creo que a estas alturas el Sr. Sánchez ya se ha ganado un lugar en la historia. Tal vez como uno de los personajes más dañinos y soberbios del panorama político de estos tiempos. Tal vez como uno de los personajes que más daño han hecho a este maltratado país, a este silenciado y perplejo pueblo.
Hoy por hoy, ayer también pero menos, el Sr. Sánchez se ha convertido en el enemigo público número uno de los votantes españoles. Su falta de sintonía con la calle, su desesperado, e interesado, entreguismo a las bases militantes de su partido, su absoluto desprecio por la realidad y el país, pueden conducir a una debacle socialista que no por ya anunciada va a ser menor y que arrastrará en su caída al partido entero. Y eso, señores, es lo peor que nos puede pasar a todos. Tener que presentarnos en un colegio electoral y no tener otra alternativa que el partido de derechas, un partido radical, un partido que solo tiene sentido como bisagra, y por tanto sin sentido, o la abstención.
Yo estoy convencido de que a día de hoy, si las listas abiertas existieran, el Sr. Sánchez no sacaría más votos que los de sus incondicionales. Recuerdo que en cierto pueblo español cierto candidato no sacó más que un voto, y los amigos, al menos por ello se tenían, lo esperaron con unos vinos y unos grandes carteles que ponían: “Pepe, no te ha votado ni tu mujer”. A Pedro Sánchez tal vez habría que prepararle unos carteles parecidos.
Es verdad, sí, posiblemente ninguno de los líderes actuales de ninguno de los partidos saldría muy bien parado de la prueba, pero ninguno tiene ahora mismo tan de espaldas al electorado como el Sr. Sánchez. Habrá quien piense, sobre todo esos que jalean sin rubor al personaje, que son apreciaciones mías. Es posible, pero lo que dicen las urnas elección tras elección se parece mucho a lo que yo apunto.
A España le hace falta un PSOE fuerte y capaz de plantear una alternativa o de asumir el gobierno. A España la hace falta un PP capaz de gobernar o liderar una oposición. A España le hace falta un partido capaz de complementar una minoría mayoritaria de cualquier signo para evitar derivas militantes como la que ahora sufre el PSOE. A España tal vez no le haga falta, pero yo creo que le viene bien, que pueda haber más partidos y más opciones, pero ahí están y tienen sus votantes.
Pero lo que no le viene bien a España es ser rehén de dos partidos y los personajes que los militantes coloquen al frente de ellos, porque suelen elegirse no por su sentido de estado si no por su capacidad de decir lo que sus bases quieren oír. No importa la coherencia, la oportunidad, la conveniencia o el sinsentido de sus planteamientos. Líderes de discurso fácil y corto recorrido político, de Gran Política al menos.

Queridos Reyes Magos: Este país, que no se ha portado tan mal como para merecerse lo que le está pasando, te pide un motorista con un zurrón lleno de ceses y dimisiones. Para empezar la del Señor Sánchez, al que ya no le votaría ni su mujer.

martes, 27 de septiembre de 2016

El día del Alzheimer

Hola papá:
Hace unas fechas fue el día mundial del Alzheimer y todos los actos y zarabandas se centraron en esa terrible enfermedad. En esa enfermedad que yo llamaría colectiva porque aunque el que sufre la enfermedad, el enfermo, es uno, los que la padecen, los pacientes, son tantos como personas allegadas lo atienden. Claro, que qué te voy a contar que no estemos viviendo.
Tal vez esta carta debería, podría, haber sido escrita en fecha tan significativa en vez de esperar este tiempo, pero no ha sido así. Y no ha sido así a propósito, con toda la intención del mundo, como protesta consciente y sentida.
Parece ser, así se desprende de ciertas convocatorias y actitudes, que el Alzheimer es una enfermedad de grado superior, una especie de élite de las enfermedades neurológicas, y que el resto de demencias, las que no tienen nombre específico porque no las ha estudiado un doctor con nombre y renombre, son de rango inferior, o, simplemente, no se las nombra.
Así que, papá, te has extraviado por el camino equivocado. Algo así como si te hubieras extraviado dos veces. Si no fuera tan patético, tan lastimoso, tan cruel, te pediría que volvieras para extraviarte por el camino correcto.
Aunque a estas alturas que te vengan a ti con esas historias. A ti, que llevas ya un tiempo más allá de pompas y nombres, más allá de cuitas y pesares que no sean los inherentes y diarios de no permitirte languidecer en paz, sin el sufrimiento pertinaz que los episodios de limpieza y alimentación te producen y que son los únicos nexos que te obligan a conectarte con un mundo, con unas costumbres, que hace tiempo ya que abandonaste.
En fin, papá, que no te preocupes. Que nosotros, tus pacientes asociados, te vamos a cuidar, vamos a velar por tu limitada vida hasta donde las fuerzas nos acompañen y la voluntad nos guíe, o incluso más allá. Sin importarnos el nombre o la importancia social que este pueda deparar. Sin importarnos un ardite que tu enfermedad sea de primera o segunda categoría, porque tú eres, para nosotros, EL ENFERMO. Si, así, en mayúsculas.

Un beso, papá, volátil, efímero, cariñoso, con la esperanza de que consiga abrirse camino hasta donde tú puedas percibirlo.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Perdiendo a diestro y siniestro

España tiene un problema. Esto se llama ser preclaro. Como decía el chiste: “me joden los profetas”.
Efectivamente para saber que España tiene un problema, y decirlo, no hay que ser profeta, clarividente o, ni siquiera, hace falta ser español. Con darse una vuelta por la prensa, o por la calle, la inmensa mayoría de los comentarios giran en torno al tema.
Pero lo que a mí me preocupa es que el problema que yo veo no coincide con la visión general que percibo en los comentarios. Es posible que sea yo el equivocado, pero si no lo soy el problema de España es en realidad un problemón.
Se percibe con curiosidad, con ilusión en algunos círculos, la ascensión de Podemos como la consolidación de una nueva mayoría de izquierdas, algo así como la irrupción de la izquierda del futuro. Yo no lo veo así. Yo no percibo que Podemos adelante al PSOE, lo que percibo es que el PSOE se retrasa respecto a Podemos. Y no es lo mismo.
Parto, y sigo sopesando la posibilidad de estar equivocado, de que Podemos es un partido cuyo techo está cerca, si no ha sido alcanzado ya, de sus resultados actuales, y hablo a nivel estatal.
Podemos es un partido radical y disperso, tal vez no en su programa o planteamientos, que también, si no en las iniciativas personales que sus cuadros imponen cuando alcanzan puestos de responsabilidad y que no son compartidas por la mayoría de los votantes. Esto hace que Podemos solo pueda  captar votos a la izquierda del PSOE pero no del caladero neutral, algunos le llaman de centro pero no lo es, del caladero de no alineados que permite ganar las generales.
Si esto es verdad, y creo que lo es, el problema es que el PSOE en su nerviosismo por cubrir su izquierda ha olvidado a sus votantes habituales y los ha entregado con armas y bagajes al centro derecha. Y ni consigue parar su sangría con Podemos porque, salvo una determinada cantidad, el votante del PSOE y el de Podemos no son intercambiables, ni consigue hacer llegar a sus votantes del espectro más moderado un mensaje que estos puedan tener en cuenta a la hora de emitir su voto.
Por tanto el PSOE pierde por ambos lados y se hunde sin remedio porque no tiene los líderes que lo eviten ni es capaz de emitir mensajes más que para sus militantes, olvidando a sus votantes que les devuelven el olvido. No sube Podemos, baja el PSOE. No crece Podemos, se hunde el PSOE y entrega sus votos a diestro y siniestro.

Si yo tengo razón, y eso me temo, esta catarsis pendiente del PSOE llegará tarde, tan tarde que España se puede encontrar con la insana situación de que no exista una oposición real al gobierno, no solo en el parlamento, en las urnas. Y si ya tenemos una partidocracia sin visos de mejorar si llegamos al partido único de facto España va a tener, efectivamente, un problemón, por no hablar de los españoles.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Si yo fuera Sanchez

Si yo fuera Sánchez, dubidubidubidubidubidubidu (se recomienda leer con el sonsonete del violinista en el tejado). Y que conste que no lo soy, ni Sánchez, Don pedro, ni el violinista en el tejado.
Pero, a lo que íbamos, si yo fuera Sánchez, y ya sin musiquilla, empezaría a pensar más en los españoles y menos en los socialistas. O dicho de otra forma, empezaría a pensar más en el estado y algo menos en el partido.
Oigo a los pretendidos defensores del  actual líder del partido socialista y me pregunto si teniendo esos partidarios don Pedro necesita para algo enemigos. Leo, oigo, insisto, con asombro, como todos aquellos que dicen apoyarlo hacen todo lo posible, socialistamente hablando, para que estando al borde del abismo de un paso al frente, como en el chiste pero sin risas.
Si yo fuera Sánchez, retomando el  argumento y metiéndome en harina, maniobraría, tirando de inteligencia y de sentido de estado, para disponerme a gobernar desde la oposición. Claro que a lo mejor, para eso, estoy invocando unas cualidades de las que carece.  Al menos hasta el momento no las ha demostrado.
¿Y cómo se puede hacer lo que propongo? Con inteligencia, con osadía y con astucia. Veamos.
Las tres hacen falta para, apartándose de los  caminos seguidos hasta el momento y que solo son apreciados por una parte de la militancia socialista que lo está llevando a posiciones socialmente residuales, utilizar la misma fuerza que le permite bloquear la situación para desbloquearla y ejercer el gobierno sin detentarlo. Actualmente, aunque sea en la sombra, una gran parte de su partido no lo apoya y cada vez menos gente fuera de él cree en sus mensajes. Yo, incluso, a veces me pregunto si él mismo cree en lo que dice. Actualmente, sin importar lo que él o su entorno crean, es, a nivel popular, el único culpable la sinrazón política que padecemos.
Si yo fuera Sánchez, mañana mismo, comunicaría a la prensa un listado de medidas de tipo, social, educativo, autonómico, electoral y constitucional que conecten con el  sentimiento real de la calle y al día siguiente se las plantearía al PP como base de negociación para una posible abstención. Y lo dejaría gobernar, una legislatura corta, un par de años, en el que poder demostrar mi buen hacer y mi compromiso con los verdaderos mandatos de los votantes. No diciéndoles lo que deber de pensar, sino pensando en lo que realmente quieren decir. Y al acabar esa breve legislatura recogería en las urnas los frutos de un trabajo hecho con inteligencia y sin urgencias personales.
Si yo fuera Sánchez, en definitiva, le daría una oportunidad al país y me daría una oportunidad a mí mismo. Ahora, por mucho que no lo vea él y no lo vean los que le rodean, solo hay oportunidades para que el PP siga creciendo y Sánchez lleve a su partido hasta el límite de su descenso, porque aún puede descender más, y si no al tiempo, al tiempo de las terceras y de las posibles cuartas.

Si yo fuera Sánchez, y no lo soy ni falta que me hace, haría un curso acelerado de Gran Política, renovaría a los palmeros que me rodean y me lanzaría a consumar un plan de gobierno en dos años. Y todos saldríamos ganado, sobre todo España.

martes, 20 de septiembre de 2016

Otra comedia nacional, la gastronomia

La dilapidación  del patrimonio cultural de nuestro país, en ciertas áreas, está rozando el límite de lo irrecuperable y, en breves años, será patéticamente irreversible.
La absoluta dejación de los poderes públicos, el desinterés general de lo popular y los intereses espúreos de empresas del sector está abocando a la gastronomía popular española, posiblemente la más rica, variada e imaginativa del mundo, a su desmantelamiento por olvido, por dejación, por imposición del interés de otros países menos afortunados que nos llevan a su ignorancia y, posiblemente, su posterior apropiación.
Hemos entregado los canales de distribución, lo que se llama la comercialización, a empresas de países fronterizos empeñadas en imponer sus productos, muchas veces de menor calidad, en nuestros canales de comercialización y llevarse los nuestros a otros lugares donde son más apreciados y sin duda más valorados.
Por eso, y no por otro motivo,  comemos tomates de madera, naranjas insulsas, quesos de masilla, ¿miel? China y pescado africano. Por eso, y por algún otro motivo, nuestras angulas, nuestro atún y nuestras mejores frutas y hortalizas debemos de ir a buscarlas, a comerlas,  a Japón, a Francia o a la Conchinchina.
Y ¿la gente que  hace? Pues comer lo malo y quejarse, resignadamente, de lo malo y lo caro que está todo. Y ¿Lo público que hace? Favorecer a los amigos mediante normas y leyes que penalizan al pequeño productor, al artesano, que intenta salir de la mediocridad general y buscar canales alternativos, imaginativos, directos al consumidor. Y, supongo, llegado el momento compartir los beneficios de las medidas tomadas por “el bien y la salud” de aquellos en cuyo nombre gobiernan y por cuyo interés  deberían de velar.
Como resultas de todo ello España se está convirtiendo en el paraíso de la comida basura industrial, sintética, insana.
La miel española se almacena sin comercialización posible mientras  se importan barcos y barcos de un producto meloso procedente del país  asiático que se etiqueta como miel pero que dudo que pasase los controles mínimos de identidad. Los quesos asturianos, cántabros gallegos, manchegos, andaluces, castellanos, son suplantados en las tiendas por masillas industriales de sabor indefinido mientras se promocionan, también debido a la estupidez nacional, quesos franceses, holandeses, suizos  o italianos que tienen mucho que envidiar a los nuestros. Eso sí, si uno quiere tener un cierto prestigio “gastronomil” tiene que saber muchos nombres en francés y manejar una billetera de un cierto calibre para asegurar su presencia en los locales que los pagados críticos gastronómicos de prestigio recomiendan.
Por eso nuestros jóvenes llenan sus noches de licores de hierbas alemanes, industriales, llenos de química, mientras a los pequeños artesanos gallegos productores de aguardientes de calidad, de tradición, absolutamente naturales, el estado los destroza con multas impagables y que deberían considerarse vergonzosas, injustas, abusivas, malintencionadas.
Por eso, seguramente, y por muchas  cosas más de carácter innombrable, ya no nos acordamos de cuál era el sabor de la España de nuestros abuelos, a que sabe un queso auténtico, que aspecto tiene un  pescado fresco, o cual es la época de consumo de ningún producto, porque, oh maravilla¡, los productos del campo, del mar, los frescos, los de  verdad, tienen una época óptima de consumo, unos tiempos óptimos de maduración o engorde, una ventana concreta para alcanzar su momento idóneo para el consumo.  
Y si todo lo anterior es ya, de por sí, desmoralizante, la degradación, el olvido, la dejación oficial sobre la protección del patrimonio gastronómico-cultural que nuestra historia nos ha legado, raya en lo delictivo.
¿Cómo es posible asistir a la ignominia de ver como cualquier local para guiris se apropia, pervierte y degrada los platos más emblemáticos de nuestra tradición? ¿Cómo podemos asistir impasibles al engaño sistemático y sistematizado que las cartas de la mayoría de locales de nuestra geografía sobre el origen, el nombre o la edad de lo que nos ofrecen? ¿De dónde salen todos los  corderos lechales que a diario se asan en nuestra geografía? ¿De qué extraña raza son  con casi un metro de alzada en algunos casos y fuera de época de parición? ¿Cuántos españoles, incluidos los valencianos, han logrado comer una paella valenciana? No, no arroz al horno, no arroz en paella, no esos pastiches precocinados con marca que ofrecen  en locales para turistas. No, auténtica paella valenciana. Pocos, muy pocos.
¿Qué extraño proceso psicológico han sufrido esos pescados expuestos en los establecimientos comercializadores con la etiqueta de frescos del día de la lonja de da igual donde, de ojos hundidos, agallas descoloridas y piel mortecina, cuando no sin cabeza  ni piel, que parecen deprimidos y me deprimen a mí  al contemplarlos?
¿Cuántos de los que están leyendo esto han comido chanquetes? No, eso que le han dicho que son chanquetes, no, los  de verdad, los que se compran a escondidas y hay que pagar con cheque porque no hay suelto suficiente. Eso que usted ha comido son unos insípidos peces asiáticos para incautos. El chanquete, el auténtico, está prohibido, y es prácticamente imposible de conseguir salvo que tengas algún amigo pescador o con un amigo pescador. Eso que le han ofrecido con maneras de mafioso de telefilm no es chanquete, es un bodrio engañabobos en este mercado en el que todo vale.
¿Hasta cuándo vamos a asistir impertérritos al cierre de tabernas, casas de comidas, pequeños negocios familiares de restauración, sustituidos, suplantados, ahogados, por franquicias de dudosa calidad, de dudosa  intención, de perversión sistemática del producto y de su elaboración?
¿Cuántos de los que esto leen saben, incluidos los gallegos, cual es la  diferencia entre el pulpo a’feira, que nos sirven, y el pulpo a la gallega que  nos ofrecen? Sí, hombre, si, son  distintos,  y no, hombre, no, la diferencia no son los cachelos, ni siquiera las patatas cocidas a las que los “listos” de rigor llaman cachelos sin saber de qué están hablando. La diferencia es que se preparan de diferente manera, con distinta técnica.
¿Para cuándo, estúpida pregunta, el mínimo interés necesario para promulgar una ley de etiquetado clara, convincente, que facilite una ley de protección de las gastronomía tradicional española y de sus consumidores? Y si fuera necesario, que no lo dudo, una suerte de cuerpo de inspección de su cumplimiento.
Sí, claro, yo también lo veo. Yo también estoy viendo los ojillos brillantes del técnico fiscal de turno. Pero yo no hablo de eso,  no estoy hablando de una ley recaudatoria y de una licencia más para el amiguismo y el mangoneo. Yo intentaba proponer una ley de preservación y pureza. Ahí es ná. Aunque sea imitando iniciativas parecidas que ya funcionan en Francia. Porque la imitación de los que quieren y  no tienen se nos da mejor que salvar lo  que tenemos y ellos quieren.

Acordémonos de  que llamamos consomés a los consumados, patés los ajos, los cocinados no los cultivados, y mayonesa a la  mahonesa, por poner solo algunos ejemplos. Bendito país. País S.A. Celtiberia Show en su máxima expresión.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Abstenerse o votar en defensa propia

Empiezo a pensar, y ya sé que en este país tal declaración está bastante mal vista, que el principal problema político español es que la falta de una democracia real durante tantos años, trufada con la mediocridad de los personajes que los partidos permiten llegar a sus puestos de responsabilidad, nos ha llevado a olvidar lo que realmente es una sistema democrático.
Solo desde este supuesto, sin olvidar un descomunal cultivo del ego de los personajes en cuestión, se puede entender la situación actual.
Es verdad que la aplicación de la norma practicada por ellos para justificar su actuación, la real, no la invocada, varía según el candidato, pero el fondo final es tan similar que podría considerarse único. No hay país fuera del partido. En todo caso si hay país, personas, ciudadanos, contribuyentes, tontos útiles, solo importan los míos, los que me votan, o, en último caso, los del partido.
Pero eso no es democracia. Eso no es la esencia de la democracia que consiste en convencer y ejercer la labor pública en favor de todos, o, al menos de la mayoría.
El censo electoral se divide en tres tipos de personajes: los militantes, los votantes y los abstencionistas. Es verdad, es una simplificación, pero inevitable para explicar a algunos partidos por qué no ganan, e, incluso, por qué pierden.
Todo partido, sea del signo que sea, existe y vive de sus militantes. Personas fieles a una ideología y dispuestas a renunciar a sus propios criterios morales para asumir los que el partido, en realidad el líder de turno, les marca como necesarios. Pero todo partido gobierna gracias a sus votantes, es decir, gracias a  sus militantes sumados a aquellas personas, simpatizantes o no, a las que haya conseguido convencer de sus ideas y proyectos.
Ningún partido, ni en España ni en ningún otro lugar del mundo, puede gobernar solo con sus bases, salvo los partidos únicos que, por su propia idiosincrasia, consiguen siempre la mayoría, cuando no la totalidad, de las papeletas depositadas.
Y ese es, a mi simple entender, el drama de la izquierda española. Dividida en dos partidos incapaces de convencer a los votantes, en dos partidos encerrados en sus propios recursos y con posiciones tan diferentes que solo la necesidad, la ambición o la desesperación, les pueden permitir un acercamiento a nivel estatal. Que solo el ansia de alcanzar el gobierno les puede cegar para llegar a acuerdos que únicamente pueden ser viables a nivel local, donde los problemas de enjundia, los problemas realmente trascendentes para la globalidad del país no tienen relevancia.
Y ese ansia, y la históricamente pretendida, y cuestionable, superioridad moral, es precisamente la que les está llevando a convertirse en partidos de militantes, con líderes y declaraciones cada vez más de espaldas a los votantes y más centrados en los suyos. El PSOE se escora para alcanzar lo supuestamente perdido con Podemos y Podemos demuestra, una y otra vez, más preocupación por las reivindicaciones particulares de sus electos que un posicionamiento claro y votable de cara a sus no militantes
El uno se desangra elección tras elección amenazando con convertirse en un partido incapaz de volver a ganarse la confianza de los electores y el otro, de momento, parece haber alcanzado el techo de personas dispuestas a votar sus dispares y radicales propuestas.
¿Y la abstención? Los que la practican por desinterés total, ahí seguirán. Son auténticos militantes de la abstención. Pero no olvidemos que muchos la practican por falta de propuestas asumibles, por hartazgo con las maneras de los partidos, porque perciben una incapacidad del sistema para representarlos realmente. Es decir, por falta de voz en su voto. Y esto, aunque suene duro, se llama carencia democrática.
Y si esto sigue así, si llegamos a las quintas, a las sextas elecciones, posiblemente el partido que gane sea el partido abstencionista, y se lo tendrán bien merecido.
Yo estoy convencido, con absoluta convicción, de que si esto no ha sucedido ya es por ese inveterado recurso nacional que nos lleva cuando no estamos a favor de nada concreto a estar ferozmente en contra. Y ahora, en este momento de la historia, los españoles no votamos a favor de lo que queremos si no en contra de lo que no queremos. O sea, en defensa propia.
Y por eso, por esa falta de mensaje comprable de los partidos de izquierdas para los no militantes, es por lo que un partido corrupto, un partido salpicado de problemas y con una trayectoria en los últimos años deleznable, gana y se afianza, porque la sensación general, la percepción de la calle es que más vale que nos tomen el pelo a que nos dejen sin país para cumplir una ambición personal, o a que jueguen con nuestro voto para arrebatarnos las tradiciones, o convertirnos en otros distintos a los que queremos, estamos acostumbrados a, ser.
Tal vez cuando esas izquierdas tan superiores moralmente que no se molestan en mirar si esa superioridad les es reconocida por el españolito de a pié, cuando empiecen a tener un proyecto de estado sin sorpresas personales no declaradas, puedan encontrar los votos perdidos en las últimas elecciones.

De momento, y para desgracia de todos, solo hay un partido capaz de atraer los votos no militantes y tener la representación mayoritaria de la calle. Sí, es verdad, sin convicción, con rabia, pero en defensa propia. O eso, o, con displicencia, con resignación o rabia, abstenerse de ser cómplice de un sistema electoral que solo se acuerda de los ciudadanos cada cuatro años, salvo repeticiones, y para engañarlos.