martes, 22 de agosto de 2017

La transferencia

Hola, papá:

Han sido días duros, han sido muchos días intentando hacerte la vida lo más cómoda posible sin saber si acierto o no en las decisiones que tomo. Y tú no te pronuncias. Te quejas, te dueles, mejoras o empeoras a tu propio ritmo sin que pueda saber, salvo pasado algún tiempo, en que te afecta lo que haya hecho.
Es el problema de no tener voluntad, papá, el problema de la incomunicación y el abandono de tu cuerpo. El problema es que los demás lo convertimos en una suerte de muñeco sobre el que hacemos transferencia de nosotros mismos, de nuestras cuitas, de nuestros miedos, de nuestras obsesiones, y, en el colmo, papá, a veces hasta de nuestros dolores y malestares.
Ha sido duro tomar ciertas decisiones sabiendo que te ibas a quejar, que ibas a mostrar malestar, miedo, oposición, sin poderte explicar los motivos por los que las creía conveniente, y aunque haya sido gratificante ver ciertas mejoras físicas la oposición, en algunos casos feroz, de mamá a que se haga nada que ella no considere aceptable, hace todo mucho más difícil.
Tengo claro que ella proyecta sobre ti sus miedos. Su rechazo a las residencias, su miedo a los médicos, su negativa a que nadie tome decisiones por ella, con ella, pero en esa lucha contra la vida y contra el tiempo te arrastra, espero que inconscientemente, a un déficit considerable en tu calidad de vida y, lo que es aún más triste, en la suya.
Si tu enfermedad nos machaca a todos el que un miembro de la familia se cierre sistemáticamente a la realidad de la situación y a cualquier tipo de medida que pueda mejorarla, hace que todo sea aún más duro, más áspero, mas sórdido.
Claro que llegados a este punto, llegados al punto en el que el diálogo es imposible, en que razonar es solo un verbo y anticiparse a los problemas una entelequia, tampoco puedo estar seguro de que algunas de mis decisiones, de mis convicciones, no sean también una transferencia de mi propia personalidad sobre tu situación.
Al final, papá, eres, te convertimos, en esa especie de guiñol que el marionetista de turno maneja con la convicción de darle vida temporal al muñeco, pero que no siempre lo consigue.
Esta, la nuestra, es una enfermedad colectiva, te lo he dicho más veces papá, en la que tú eres el enfermo, pero los demás somos los pacientes. Pacientes de un deterioro de convivencia, de una desesperanza cansada y sin futuro en la que nos vamos sumiendo más a cada día que pasa.
En fin, papá, te pido perdón desde aquí, me pido perdón a mí incluso, si algo de lo que hago llega a perjudicarte. Me queda al menos el consuelo de hacerlo con la absoluta certeza de que no es lo más fácil y en la convicción de que para ti es lo mejor que soy capaz de proporcionarte. Un beso.

viernes, 18 de agosto de 2017

Todos somos Barcelona. Una casilla más en una partida macabra

Ha vuelto a correr la sangre. Ha vuelto a dilapidarse el único patrimonio no recuperable que el hombre posee. Ha vuelto a triunfar la irreversible muerte. Ayer Barcelona, antes París, Niza, Berlín, Londres, Estocolmo, Madrid, El Mediterraneo, Israel, Palestina, Egipto, La India o cualquier país que la muerte reclame en este infame juego  en el que la mayoría, casi todos los que mueren, somos peones.
Inmersos en el dolor de la muerte masiva e inesperada, de la muerte sin sentido ni finalidad aparente, las lágrimas que anegan nuestros ojos nublan también nuestro entendimiento el tiempo suficiente para llorar breve pero generosamente a los que se han ido, para odiar breve pero intensamente a los que han matado y a todo lo que representan, para rememorar breve pero intensamente todos los acontecimientos anteriores del mismo cariz. Y olvidarnos en un espacio de tiempo breve e insuficiente de que habrá más muertes, más lazos negros, editoriales grandilocuentes, diseños de anagramas que poner en las redes sociales y en las solapas. Más todos somos y casi nada de todos pensamos y construimos.
Alguien se dará cuenta de que meto en un mismo saco muertos que nada tiene que ver con Barcelona, pero solo existe una muerte, una por persona, una única consecuencia, un único hecho irreversible, no importa la causa, el lugar o las circunstancias. Alguien pensará que de todas formas hoy toca hablar de Barcelona, sin reflexionar en que Barcelona es solo una casilla más en un juego feroz, despiadado, que lleva dándose durante siglos y en el que siempre mueren los peones, esas piezas prescindibles y más  numerosas cuya desaparición no determina el resultado de la partida.
Unas veces se sacrifican por el poder que el rey y la reina representan, otras por la fe que los alfiles defienden, o por los ideales que los caballos hacen suyos, o por el poder territorial y económico que las torres detentan. En realidad da lo mismo. Acabada una partida las piezas se recolocan, el tablero se limpia de sangre, de escombros, de cadáveres y se comienza una nueva. La estrategia determinará porque pieza habrán de sacrificarse los peones, los mismos, pero diferentes, otros pero del mismo pueblo, de la misma aldea, con la misma cantidad de sangre, con el mismo cruel destino.
Y mientras los peones lloran a los peones, mientras las piezas mayores se deshacen en condolencias, pésames y grandilocuencias, todos nos olvidaremos de los jugadores. Todos olvidamos que hay manos que nos mueven, mentes que evalúan el valor de la pérdida de nuestras vidas en un fin último de ganar la partida. Todos olvidaremos que somos esclavos de un juego del que ni siquiera conocemos las reglas. Que da lo mismo ser un peón víctima, un peón inmigrante o, con toda mi repulsa equiparo y digo, un peón terrorista. A unos les pagan las torres, a otros nos lavan el cerebro los alfiles, otros entregamos nuestra vida a los caballos y todos defendemos a la reina y al rey porque ellos marcan la victoria.
Pero hoy lloramos Barcelona. Hoy lloramos sin consuelo y por dos días de luto oficial la irreparable muerte que ayer alcanzó a trece ciudadanos y el dolor que otros cien sufren sin que sepan con claridad por qué motivo. Hoy, mañana y hasta que los medios de comunicación consideren que ya no es noticia, lloramos con las familias de las víctimas. Ayer con las víctimas del IRA, de ETA, de Sudáfrica, de Pinochet o de Videla, anteayer con las de Franco, las de Stalin, las de Hitler o las de Pol Pot. Hace apenas unos minutos, históricamente hablando, llorábamos las de otras ciudades, las vidas de los refugiados de barbaridades bélicas, religiosas, económicas o políticas que huyen para preservar sus vidas, vidas de peones, vidas prescindibles, reemplazables, estadísticamente enumerables pero de valor insignificante.

Ayer todos fuimos París, Londres, Madrid... Mañana…, mañana me gustaría un mundo en el que todos fuéramos personas y no hubiera jugadores. Pero hoy, hoy todos somos Barcelona.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Informadores, opinadores y forofos

Se supone, y cada vez estoy más convencido de que no pasa de supositorio, que la profesión periodística tiene una función que entronca con el interés común: la información. Y digo que se supone por cada vez es más evidente la absoluta escasez, la patética inexistencia, del periodismo, y los periodistas, que se dediquen a la información, exclusivamente a la información.
Y si la proliferación de la opinión, las más de las veces sesgada y agradecida, es uno de los grandes males que aquejan a la sociedad en general y al colectivo de periodistas en particular, lo de los periodistas deportivos raya en el forofismo más acérrimo y deformante para aquellos que tienen la desgracia de sufrirlo.
No puedo entender que una cadena de cobertura nacional ponga en una retransmisión de un partido de competición con carácter nacional a un grupo de periodistas absolutamente incapaces de dar una opinión con un mínimo de intención de ecuanimidad. La absoluta parcialidad de los locutores que se dedicaron a poner a los pies de los caballos a un árbitro tan absolutamente incompetente y perdido que no consiguió dar una a derechas fue de juzgado de guardia.
No pitó un penalti evidente, pitó otro que solo el actor profesional que se cayó y Keylor Navas sabrán si hubo contacto o no lo hubo. Y sembró la discordia y los cimientos de todo lo que aconteció a continuación.
Poner al frente de un partido como el Barcelona-Madrid del pasado fin de semana en el que se sabe que hay maestros del fingimiento por ambas partes, Luis Suarez y Busquets por el Barça y Cristiano Ronaldo por el Madrid, a una persona incapaz de hacer cumplir las normas, que intenta contemporizar y que, posiblemente, luego tiene afán de compensación  son ganas de desviar el protagonismo del espectáculo.
Sergio Ramos le da una patada clara a Luís Suarez en el área, lo derriba y el árbitro no se entera o no se quiere enterar. Luís Suarez le tira una patada a Sergio Ramos que nadie ve y por tanto nadie sanciona. Luís Suarez, siempre sospechoso de teatro en sus acciones, cae ante una entrada un tanto desorbitada de Keylor y por más tomas y repeticiones yo aún no tengo claro si se tira o lo derriban, pero esta vez el árbitro se arranca y pita penalti. Y en pleno recital del trencilla sale el rey del espectáculo, el tipo más ensoberbecido y pagado se sí mismo que pisa los campos de fútbol, dispuesto a reclamar, como habitualmente, toda la gloria para su persona. Al fin y al cabo pocos pueden ser los que aún no se han enterado de que si existe el fútbol, el espectáculo derivado del pretendido deporte y sus dineros, de que si existen el  Real Madrid y su grandeza histórica es gracias a este tipo de nula capacidad ética. Cuando él juega sobra el campo, sobran sus compañeros de equipo y sobra cualquiera que no sea capaz de rendirle abnegada pleitesía.
El más guapo, el más rico, el más listo, a mí me parece un capullo integral, un soberbio impresentable, una cucharada de mal gusto y carente de ética que gracias a los pretendidos periodistas, en realidad forofos, le hacemos tragar a nuestros menores día tras día en los mal llamados medios de comunicación.
Su desplante torso al aire, grito tribal, escorzo hortera, de pretendido macho alfa, como persona omega, muestra su compulsiva, enfermiza, necesidad de ser el número uno al precio que sea. Aunque ello suponga el sistemático ninguneo de todo y todos lo que le rodean. Sería tal vez necesario un estudio sociológico que cuantifique el daño que su mal ejemplo supone para nuestra sociedad y sus individuos carentes de formación o en periodo de adquirirla.
He de reconocer que cuando se quitó la camiseta lo que deseé de inmediato es que hiciera alguna otra estupidez que le llevara a arrepentirse de su soberbia exhibida. A veces el duende de los deseo te escucha. A veces basta con la estulticia ajena. Lo único por lo que me queda lamentarme es que por culpa del forofismo nadie le indique a este personaje lo inapropiado y condenable de su actitud.
En su dislate de capacidad informativa, en su voluntaria renuncia a ella, los, iba a decir periodistas pero no me ha salido, forofos retransmitidores deformaron lo acontecido relatándolo de una forma que marcaba el hilo por el que habían de mostrarse los agravios respecto al pobre colegiado que con las amarillas de tipo este tuvo los dos únicos aciertos de todo el partido.
Se muestra tarjeta amarilla a un jugador, entre otras causas, por simular una falta o intentar engañar al árbitro. ¿Lo hace Cristiano Ronaldo? Sí. Posiblemente su caída es real, claramente el rival no tiene nada que ver con ella en el aspecto punitivo, pero en el momento en el que se revuelve en el suelo y, con sonrisa de incontenible soberbia, reclama un penalti inexistente intenta engañar al árbitro y es tarjeta amarilla. Es lo que hay. Es lo que dice el reglamento y él lo debe de saber. Es verda de que si el partido fuera contra otro equipo más humilde posiblemente el árbitro no se hubiera dado por enterado, o sí, pero se dio por enterado y el elemento otorgó la oportunidad para que se diera. En todo caso hay un único culpable y yo me alegro de que esta vez, y no como en tantas otras en las que ha agredido a rivales sin balón siempre en el punto ciego de los trencillas, no se haya ido sin castigo. Me alegro por mí, me alegro por los forofos que le ríen las gracias, por los que las comentan y me alegro, sobre todo, por todos esos menores que gracias a su ejemplo creen que el fútbol es no solo jugar bien, si no principalmente engañar, menospreciar, desafiar y ganar mucho dinero sin tener los valores éticos más elementales para que sirva para bien. Por todos esos menores que gracias a los personajes que como este pululan por los ámbitos de la prensa sin moral y no son capaces de distinguir el bien del mal.

Por cierto, el partido flojo, con un solo equipo en el campo. Y esta noche a las 23.00 horas y por el mismo medio supongo que tendremos otra sesión de exaltación de lo que no debe de ser el periodismo. Abstenerse puros de corazón.

sábado, 12 de agosto de 2017

El turismo y la clase obrera autóctona

Los radicales han encontrado un nuevo juguete, un tema más en el que enfrentar a la sociedad para explicarnos lo malos, los indignos, lo inmorales que somos. Los radicales han encontrado un motivo más con el que demostrarse a sí mismos lo superiores que son moralmente al resto de las personas de su entorno, y de su extorno. A partir de este momento ya pueden llamarnos fachas por ir de vacaciones.
Se suceden en lugares, noticiarios y periódicos, los relatos sobre nuevas actuaciones intimidatorias contra elementos, servicios o entidades afines al turismo de ciudades. Parece ser que la idea general es que el turismo atenta contra la dignidad o los derechos de la clase obrera autóctona. Curioso concepto de nuevo cuño que pone en duda en que fuentes ideológicas beben los cabecitas, debería decir cabecillas pero en realidad estoy aludiendo a su capacidad intelectual, de estos movimientos.
Si un concepto tenía claro, universalmente claro, hasta este momento la clase obrera, y mira que me molesta hablar en estos términos de clases, era su internacionalidad. La clase trabajadora era una en su lucha y reivindicaciones, y van estos radicales de nuevo cuño, y le ponen puertas al campo para hacer su finca particular; ahora la clase trabajadora es autóctona, es decir que un trabajador de un lugar concreto tiene unas aspiraciones, unos derechos, unos objetivos diferentes al que vive apenas a quinientos metros, porque yo supongo, y con cierto criterio, que la clase obrera de un pueblo, barrio o sector comercial, se considerará autóctono respecto a todos los demás, y a freír gárgaras la tan cantada e invocada internacionalidad.
Realmente el turismo, en muchas de las facetas actuales, es un monstruo devorador de lugares, de calidades y de valores de aquellos lugares que se ponen de moda. La permisividad oficial con cierto tipo de actividades, y actitudes, para atraer a turistas, bordean, bastante por fuera, los límites de lo intolerable.
Es cierto que el turismo de costa ha arrasado zonas antes idílicas y las ha convertido en paredes de hormigón frente al mar. Es verdad que la nula preparación de algunos visitantes en muchos aspectos del país a visitar empobrece la calidad de lo que existe y da lugar a la proliferación de tópicos y de aprovechados que ofrecen los tótems de una imagen deleznable del país. Es verdad, qué duda cabe, que cierto turismo adolescente, que se ha fomentado de forma irresponsable en los últimos tiempos, deja, aparte de un escaso beneficio, unas imágenes, unas actitudes, un resabor amargo, que la población “agraciada” con su presencia difícilmente debe de tolerar.
Pero curiosamente no es contra estos tipos nocivos de turismo contra los que los radicales se movilizan, no. Es contra el turismo en general, contra el turismo que afecta a la clase obrera autóctona, je. Uno de los efectos claros del turismo que aporta riqueza y, por tanto, eleva el nivel de vida de la zona afectada. Es claro que esta subida del nivel de vida afecta inevitablemente a aquellos cuyo poder adquisitivo es más bajo y no tienen un beneficio directo de esa actividad. Es, efectivamente, un efecto perverso que, como todos los efectos negativos, deben de ser solucionados por la propia sociedad, y no por un grupito de escasa representatividad real que se arrogue la voz de la mayoría, de la conciencia ciudadana, y de la verdad absoluta.
De todas formas, y por si me cupiera alguna duda, una vez visto el adalid al que invocan en su lucha, el superhéroe de sus anhelos, yo prefiero seguir viviendo las aristas negativas del turismo que las purgas sanguinarias del camarada Stalin.
Me pregunto, una vez más, si la ley de memoria histórica solo mira hacia un lado, si los que con tanta inquina y fervor la invocan para el franquismo propio se olvidan de los asesinos de masas por el simple hecho de que mataron fuera de esta país, o simplemente los consideran menos asesinos porque mataron, torturaron y exterminaron en loor de una lucha obrera que les sirvió para medrar personalmente. Se diría que algunos tienen una memoria histórica selectiva, una lobotomía ideológica respecto a la historia, una doble moral que aplicar a los asesinos.
Al final, como todo lo radical, lo que acaba aflorando en cuanto se hace un análisis riguroso de las propuestas, si es que realmente hay alguna detrás del ruido y las acciones coercitivas, es una inconsistencia, cuando no contradicción, palmaria.
Hay que fomentar la presencia de refugiados, que son extranjeros, pero hay que rechazar a los turistas, porque son extranjeros. Hay que defender a la clase obrera, eso sí, autóctona, pero solo si pertenece al tipo de clase obrera que ellos consideran como tal, abstenerse personal de empresas turísticas y de industrias auxiliares del turismo, que se quedarían sin trabajo ni recursos. Hay que prohibirles a los demás que vengan a nuestro país levantando fronteras impenetrables, pero hay que luchar para que las fronteras no existan en los casos que ellos defiendan. Y, por supuesto, esa fronteras no deben de existir cuando ellos decidan coger su mochila y hacer turismo fuera del ámbito de su clase obrera autóctona.

Parece ser, cada vez más, que una cosa es ser radical, otra decir que se es y otra, totalmente diferente, ser mínimamente coherente. Digo yo.

martes, 8 de agosto de 2017

De la lógica y el sentido común

Uno de los grandes debates que mantengo con mi mujer es sobre la unicidad de la lógica. Pero este debate parte de una falsedad patente. Lo que ella llama lógica es lo que popularmente se conoce como sentido común que no es más que un atajo en el que las certezas se sustituyen por evidencias.
Como experto en lógica informática, asignatura que enseñé durante muchos años, tengo muy claro que la lógica no solo no es única, si no que existen tantas lógicas como personas y posiblemente, aunque esta es una aseveración que precisaría un estudio exhaustivo, existen una lógica masculina y una lógica femenina que tienen un objetivo común pero que se estructuran de diferente forma.
Dirigí durante algunos años, bastantes, equipos de programadores cuya labor era el desarrollo y mantenimiento de programas a medida, allá cuando los lenguajes no eran estructurados y las bases de datos eran lo que nosotros programáramos. Una de las primeras cosas que aprendí es que ante ciertos problemas debes de escoger a una mujer o a un hombre y jamás indistintamente. Me explico, si necesito seguir la secuencia lógica de un problema para descubrir los pasos de un proceso, casi con toda seguridad, necesito a una mujer. No sé si es paciencia, intuición o capacidad mental pero los pasos que sigue una ordenación lógica les son más evidentes que a los hombres. Si lo que necesito es un proceso de depuración de una rutina para logra una mayor versatilidad o velocidad, me inclinaré por un hombre que pondrá en el empeño soluciones originales. No es un problema de capacidades, tanto unos como otras están sobradamente capacitados para resolver cualquier tipo de tarea, es una cuestión de eficacia. Tiempo y rendimiento.
Pero no nos desviemos del tema y pongamos un ejemplo. Cuando empezaba el curso siempre ponía un ejercicio que en la mayor parte de los casos duraba todo el año lectivo: diséñame un organigrama para calcular una raíz cuadrada. Puedo asegurar que ningún alumno completó con éxito total el ejercicio, porque aunque los más brillantes lograban resolver el problema principal ninguno dejaba de caer en los saltos que el sentido común dicta. Todos obviaban el principio del problema dando por sentadas ciertas convenciones que la lógica no permite.
Pongamos un ejemplo ilustrativo aunque en diferente ámbito. Los hombres, hablo de los seres humanos,  trabajamos con la legalidad que se basa en la evidencia, porque nos es inaccesible la justicia que solo puede trabajar con la inalcanzable verdad. ¿Y cuál es la diferencia entre la evidencia y la verdad? La veracidad, porque si intentamos un acercamiento a la veracidad necesitaremos hacer un juicio paralelo de cada uno de los testigos, de cada una de las pruebas, de cada circunstancia anterior y posterior al hecho juzgado. La legalidad es lenta, la justicia eterna.
Había un programa en los años 77 y 78 en TVE, esa que era de todos, que se llamaba “El Monstruo de Sanchezstein” en el que Luis Ricardo, el monstruo en cuestión, tenía que ser dirigido por los niños mediante instrucciones simples y precisas desde su lugar de reposo hasta la zona de regalos y coger uno. Sencillo, ¿no? No. Todos los niños tendían a dar instrucciones inmediatas que Luis Ricardo no entendía.
·         Luis Ricardo, vete hasta donde está la muñeca y cógela. – Luis Ricardo emitía un ruido característico de incomprensión y no se movía- Luis Ricardo avanza veinte pasos- decía entonces la concursante, sin medir exactamente la longitud de la zancada que podía llevar al desastre de llevarse por delante el mostrador de premios y la consiguiente eliminación.
Luis Ricardo era especialmente picajoso en los ángulos de los giros, en las distancias y en los movimientos de cercanía.
·         Luís Ricardo gira a la derecha – Y Luís Ricardo se mareaba girando hacia la derecha como un trompo- Luís Ricardo gira un poco a la izquierda – Y Luís Ricardo se quedaba bloqueado decidiendo que era un poco.
·         Luís Ricardo coge el camión – ya cuando estaba cerca y no entendía que era eso de coger el camión y hacía su ruidito de no entiendo nada- Sube el brazo hasta que yo te diga, abre la mano, estira el brazo hasta tocar el regalo y cógelo. – bueno, eso sí era ejecutable siempre y cuando el regalo fuese de un tamaño razonable para una sola mano, porque si era grande podía suceder que al intentar cogerlo solo con una, lo tirase y el concursante se fuera a casa sin premio-

Muchos de mis alumnos lograron una secuencia lógica que resolvía la raíz cuadrada de cualquier número. Tampoco es muy difícil. Todos consiguieron lo evidente, pero ninguno logro la verdad. Muchos se olvidaban de preguntar cuál era número del que queríamos calcular la raíz cuadrada. Muchos se olvidaban de comunicar el resultado una vez obtenido. Muchos parecían ignorar que existen los números periódicos puros y no incluían una salida a un bucle infinito. Pero lo que no hizo nunca ninguno fue verificar sobre qué base numérica se trabajaba. Y el resultado puede ser diferente.
A veces algo tan elemental marca la diferencia entra la evidencia y la verdad. Entre la lógica y el sentido común.
El sentido común nos dice que siempre trabajamos en base decimal, la lógica lo pregunta. El sentido común nos dice que cuando se obtiene un resultado el objetivo está cumplido, la lógica nos obliga a comunicarlo e, incluso, a verificar que la comunicación se ha efectuado. El sentido común nos hace suponer que cuando nos cansemos de sacar decimales nos pararemos, la lógica nos pregunta si ya queremos pararnos o en cuantos decimales, con que precisión, queremos obtener el cálculo. El sentido común nos dice que no se empieza a calcular hasta que no hay número sobre el que calcular, la lógica nos obliga a preguntarlo o empieza a trabajar sobre el 0.
La lógica trabaja sobre el sí y el no, sin matices que únicamente son consecuencia de una concatenación de preguntas y respuestas. El sentido común es la presunción del matiz preferido como respuesta única. La Lógica obliga a la presunción de inocencia, el sentido común invita a la presunción de culpabilidad. Y no es pequeño el matiz.

Por eso cuando discuto con mi mujer y ella me dice que algo es lógico y que solo existe una lógica yo sé que ya no existe ninguna posible discusión, es de sentido común.

sábado, 5 de agosto de 2017

Buscar con ahínco la muerte

Tal vez sea un problema de la prensa, tal vez. O tal vez sea problema de una errónea concienciación respecto a cierto tipo de cuestiones que afectan a minorías, tal vez. El caso es que ponerse a denunciar, a describir, a comunicar, cierto tipo de comportamientos desde una óptica diferente a la mayoritaria presupone que te van a caer desde todas partes.
Y eso es lo que sucede cuando se denuncia una actitud inadecuada de una minoría protegida respecto a una mayoría pretendidamente abusiva. No importa la verdad, no importa el fraude cometido por ese o esos integrantes de la minoría, automáticamente la maquinaria lincho mediática se pone en marcha para escarmentar, machacar, hundir en la miseria al osado cronista que se sale sin recato de la verdad sin paliativos.
Con esta introducción podría estar hablando de feminismo, de refugiados, del colectivo LGTB, de la violencia de género o de maltrato animal, y a todos ellos les cuadra la introducción porque en todos ellos se da el comportamiento de la defensa a ultranza del individuo que abusando de su condición minoritaria conculca las normas de convivencia con el absoluto desprecio que su pretendida impunidad le proporciona.
Pues, no, de ninguno de ellos. De ninguno de esos enumerados colectivos de comportamiento coercitivo estoy hablando.
Serían las 11 de la mañana, de esta mañana de sábado, cuando me ponía en camino entre A Guarda y Bayona, poblaciones ambas de Pontevedra. Veinticinco kilómetros de costa y paisaje espectacular con un trazado, sobre todo en sus últimos tramos, de curvas incómodas y rectas inexistentes. Un carril bici acompaña a la carretera, casi siempre en paralelo, durante todo este trayecto. Carril bici, curiosamente, solo utilizado por los peregrinos que eligen para llegar a Santiago la variante de la costa del camino portugués. Peregrinos y algún padre de familia en bicicleta con sus hijos en el mismo tipo de vehículo. ¿Y los ciclistas? Por la carretera. Por una carretera que prácticamente no tiene arcenes, con curvas, con cuestas, con un ancho justamente amplio para contener el carril de ida y el de vuelta y con escasos espacios para adelantar desde Cabo Silleiro hasta Bayona.
Esta práctica, que ya ha padecido varias víctimas sin que parezca que nadie quiera ponerle remedio, hace de esta carretera un lugar incómodo, lento y peligroso. Una carretera cuyo paisaje invita a una conducción relajada y de disfrute del entorno se convierte para el conductor de coche en una búsqueda desesperada del metro y medio necesario para sobrepasar a los ciclistas que absolutamente ajenos al problema que van creando se adelantan, circulan en paralelo, de dos, de tres y hasta de cuatro en fondo, con absoluto desprecio de su integridad y de los derechos de los conductores que por ella circulan que no son, al parecer de su comportamiento, más que estorbos al bello y lúdico deporte del pedal.
El colmo de la experiencia, el no va más del comportamiento incívico, se nos aparece en las proximidades de la entrada a la autopista. Un pelotón de entre cuarenta y cincuenta miembros circula agrupado impidiendo con su volumen y comportamiento ninguna posibilidad de adelantarlos. Los conductores que tienen la desgracia de coincidir con esta caravana de incívicos se encuentran resignados, si o si, a hacer los últimos kilómetros al mismo ritmo que el más lento del pelotón.
Pero lo peor aún está por llegar. Poco antes de entrar en Bayona la carretera repica levemente y el pelotón se estira, se fracciona, sin llegar a marcar una distancia mínima que permita maniobrar a los vehículos. La estrechez de la carretera, su sinuosidad, el tráfico en sentido contrario y la distancia entre ciclistas hace imposible el adelantamiento. El velocímetro de mi coche, que marca por exceso, indica veinte kilómetros por hora. Serán diecisiete o dieciocho. De repente algunos ciclistas que habíamos adelantado anteriormente empiezan a adelantarme por ambos lados, por un arcén prácticamente inexistente o sobrepasando la línea continua de mi izquierda. Sin respetar la distancia mínima que al parecer es necesaria para sobrepasarse. Delante de mí una grúa con un vehículo cargado toma una curva a la derecha y un ciclista me sobrepasa y se zambulle sin pausa en el lateral de la grúa. Imposible que quepa. Cabe y aparece por la izquierda del siguiente vehículo invadiendo el carril contrario y obligando a los que vienen a pegarse al límite al borde de la carretera. Para los ciclistas todo vale. Si algo sucede, si cuando me está sobrepasando yo me veo obligado a hacer una maniobra, o tengo un contratiempo mecánico, y lo golpeo yo seré el culpable, sin necesidad de juicio, sin posibilidad de veracidad o de defensa. Yo seré el individuo ese que golpeó a un ciclista.

No sé. No tengo claro si el comportamiento de estos individuos es una temeridad, una inconciencia o la búsqueda con ahínco de la muerte. Para mí en todo caso son tipejos que con su forma de actuar, con su desprecio por las normas, ponen en cuestión mis derechos y, si por desgracia se golpean contra mí, incluso mi libertad y la paz del resto de mi vida.