Hola, papá:
Han sido días duros, han sido
muchos días intentando hacerte la vida lo más cómoda posible sin saber si
acierto o no en las decisiones que tomo. Y tú no te pronuncias. Te quejas, te
dueles, mejoras o empeoras a tu propio ritmo sin que pueda saber, salvo
pasado algún tiempo, en que te afecta lo que haya hecho.
Es el problema de no tener
voluntad, papá, el problema de la incomunicación y el abandono de tu cuerpo. El
problema es que los demás lo convertimos en una suerte de muñeco sobre el que
hacemos transferencia de nosotros mismos, de nuestras cuitas, de nuestros
miedos, de nuestras obsesiones, y, en el colmo, papá, a veces hasta de nuestros
dolores y malestares.
Ha sido duro tomar ciertas
decisiones sabiendo que te ibas a quejar, que ibas a mostrar malestar, miedo,
oposición, sin poderte explicar los motivos por los que las creía conveniente,
y aunque haya sido gratificante ver ciertas mejoras físicas la oposición, en
algunos casos feroz, de mamá a que se haga nada que ella no considere
aceptable, hace todo mucho más difícil.
Tengo claro que ella proyecta
sobre ti sus miedos. Su rechazo a las residencias, su miedo a los médicos, su negativa
a que nadie tome decisiones por ella, con ella, pero en esa lucha contra la vida y contra
el tiempo te arrastra, espero que inconscientemente, a un déficit considerable
en tu calidad de vida y, lo que es aún más triste, en la suya.
Si tu enfermedad nos machaca a
todos el que un miembro de la familia se cierre sistemáticamente a la realidad
de la situación y a cualquier tipo de medida que pueda mejorarla, hace que todo
sea aún más duro, más áspero, mas sórdido.
Claro que llegados a este punto,
llegados al punto en el que el diálogo es imposible, en que razonar es solo un
verbo y anticiparse a los problemas una entelequia, tampoco puedo estar seguro
de que algunas de mis decisiones, de mis convicciones, no sean también una
transferencia de mi propia personalidad sobre tu situación.
Al final, papá, eres, te convertimos,
en esa especie de guiñol que el marionetista de turno maneja con la convicción
de darle vida temporal al muñeco, pero que no siempre lo consigue.
Esta, la nuestra, es una
enfermedad colectiva, te lo he dicho más veces papá, en la que tú eres el enfermo,
pero los demás somos los pacientes. Pacientes de un deterioro de convivencia, de
una desesperanza cansada y sin futuro en la que nos vamos sumiendo más a cada
día que pasa.
En fin, papá, te pido perdón
desde aquí, me pido perdón a mí incluso, si algo de lo que hago llega a
perjudicarte. Me queda al menos el consuelo de hacerlo con la absoluta certeza
de que no es lo más fácil y en la convicción de que para ti es lo mejor que soy
capaz de proporcionarte. Un beso.