viernes, 31 de mayo de 2019

El gobierno de Pandora

Normalmente se le echa la culpa a Pandora, que la pobre ¿Qué culpa tenía? Y lleva con la maldita caja a cuestas desde que los griegos dominaban el mundo conocido. Y no porque haya transcurrido tanto tiempo deja de haber seguidores de la ínclita que dale que dale a la caja acaban destapando los truenos que lleva dentro.
Durante años, eran principios de la informatización de las empresas, uno de los grandes objetivos de las empresas, de los empresarios, era implantar un sistema de fichaje que pudiera controlar la presencia de sus empleados. Y mentar esto era mentar la bicha, era el control de los explotadores, sindicatos dixit, para exprimir más a los trabajadores.
Los ánimos se encrespaban y los responsables de informatizar teníamos que dar verdaderas charlas para explicar que no era un sistema para controlar el rendimiento del trabajo, si no su productividad, que estaría primada. Claro que por supuesto no éramos creídos, en ocasiones con razón, otras no, y las protestas y a veces más  seguían su curso hasta que la práctica ponía cada cosa en su lugar.
Y en estas breves palabras ya figuran cuatro de los cinco conceptos por los que Pandora puede haber vuelto a abrir la cajita de marras. Lo que nadie ha explicado, tal vez ni siquiera al gobierno dada su nula experiencia empresarial, es que todo control tiene una doble vertiente que lo hace al mismo tiempo deseable y peligroso.
Hay cinco conceptos en este tema: presencia, absentismo, empleo, rendimiento y productividad. Los cinco se pueden agrupar en dos categorías según el grado de control. Un grupo lo componen presencia y absentismo, el grupo que analiza si el trabajador está o no en su puesto de trabajo y constituyen el control de presencia. Las otras tres (empleo, rendimiento y productividad) analizan la cantidad y efectividad del trabajo realizado y conforman el control de producción.
El control de producción solo es viable si la empresa es capaz de sistematizar el trabajo encargado al trabajador y el tiempo de realización de dicho trabajo, de tal forma que empleo es el número de horas de trabajo asignadas a un trabajador, rendimiento sería el cociente de dividir las horas reales usadas frente a las asignadas, y se expresa como un porcentaje, y la productividad es el cociente resultante de dividir el empleo y el rendimiento y su valor máximo es 1, que es cuando el tiempo asignado y el empleado en la realización del trabajo son iguales.
El control de producción, salvo excepciones, es solo utilizable en fábricas y talleres que tienen tareas perfectamente definidas y baremadas. Puede haber excepciones, pero su análisis tiene complicaciones que no lo hacen interesante. En todo caso si soy empresario y me obligan a tener un control de presencia aprovecharé los datos iniciales para buscar un análisis más profundo de la calidad de mis trabajadores, y seguro que eso ya no gusta tanto.
Pero para buscar la mano de Pandora en la decisión del Gobierno de obligar a todas las empresas a llevar un control de presencia, que ya es obligar por obligar sin tener en cuenta las características peculiares de empresas y trabajadores, no necesito ir al control de producción, con poner un control de presencia riguroso ya puedo encontrarme con datos insospechados.
El primer trueno que puedo haber destapado, sobre todo si hablamos del empleo público es el absentismo, todos esos funcionarios y trabajadores que viven una baja sistemática y que hasta este momento podían negar por la falta de datos o por la dudosa solidaridad de los compañeros fichadores.
Y el absentismo, además, puede ser presencial. Todos conocemos el caso del trabajador que circulan por las dependencias de la empresa con unas carpetas o papeles en la mano y no le queda mesa por visitar. Está, nadie puede dudarlo, pero ¿hace algo?, habitualmente poco. Con lo que yo impondría un control de presencia en el puesto de trabajo, codificando los tiempos de abandono del puesto en necesarios, innecesarios y evitables, es decir aquellos que podrían haberse realizado sin hacer un desplazamiento. Para ello establecería control de paso en todos los accesos de la oficina: baños, dependencias, e incluso en el mismo puesto de trabajo. Y puestos, ya que me han obligado, puedo empezar a conseguir algunos ratios que serían sorprendentes. Tiempos muertos por horas trabajadas. Horas por trámite realizado. Horas por   contrato conseguido. Y así hasta un sinfín de análisis de semi productividad que hasta ahora eran soslayables pero que puestos a controlar apenas suponen un esfuerzo adicional sobre lo exigido. ¿Y si las horas extras se dan por una baja productividad de los trabajadores? ¿Qué medida adoptará el gobierno?
Eso, habrá que preguntarse si el gobierno va a aceptar las medidas empresariales contra esos trabajadores que existen en todas las empresas, maestros del escaqueo y del  disimulo, cuando intenten presentarse como motivos de despido justificado.
A lo peor resulta que el beneficio social, como la esperanza, queda en el fondo de la caja de Pandora de la que han salido a borbotones el absentismo puro, el presencial y los puestos de trabajo que en vez de crearse se muestran prescindibles.
No puedo evitar el pensar que a lo mejor, puestos a gobernar un país los políticos harían un poco mejor en leer alfo más de mitología y algo menos de autores de la lucha de clases. Que harían mejor en conocer de primera mano la realidad de las empresas y fiarse un poco menos de “actores sociales” que solo conocen de empresas que en España son excepcionales, pero que intentan aplicar los mismos baremos y maneras a las grandes corporaciones y al negocio familiar.
Eso sí, molón queda un ratos. ¡Camarero! Barra libre de control de presencia para todos, que el gobierno invita, pero no paga.
¡Ay Pandora, Pandora! Siempre a vueltas con la cajita.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Pedro Sánchez y la mujer del César


¡Pues sí que empezamos bien! Como si fueran una estación de ferrocarril, las elecciones han abierto vías, y las han cerrado. El resultado global obtenido por los partidos, y la complicación de otras inmediatas, han hecho que la composición del parlamento sea explosiva. Pero si la composición es explosiva, los actos a los que asistimos últimamente la hacen altamente inestable, como un cartucho de nitroglicerina sudado y agitado.
No hay nada que agite más los fantasmas de partidos y electores que unas elecciones. Bueno, sí, dos elecciones casi seguidas, como es el caso. Así que nadie ha podido dar descanso a las sombras de sospecha que se han agitado durante la campaña electoral, casi siempre de forma interesada y mayoritariamente de forma torticera.
Por eso, precisamente por eso, en un tiempo post electoral normal, los líderes estarían en este momento en fase de templar ánimos y configurando estrategias de cara a cuatro años de legislatura que quedan por delante. Pero no es así. No es el caso con otras elecciones apenas un mes después de las primeras. Los fantasmas se siguen agitando y ofreciendo susto o muerte a todos aquellos que les hacen hueco en su imaginario, flotando sus sábanas henchidas de miedos y mentiras ante todos aquellos que les dan pábulo y les prestan atención.
Se podría pensar que en tiempos tan revueltos todos aquellos que tienen muertos, y fantasmas, en el armario pondrían especial atención en mantenerlos encerrados, pero resulta que no es así. Haberlos haylos que no solo no los mantienen encerrados, si no que gustan de sacarlos a pasear o, simplemente, se olvidan de que existen y dejan que las puertas de su armario se muevan y los dejen a la vista de todos.
En esto parecen especialistas un par de electos a los que parece no afectarles para nada la opinión pública, o que consideran que sus actos son tan puros, o desinteresados, que nada de lo que hagan les puede ser reprochado.
Y si hay especialistas en la creación de fantasmas ajenos, que los hay, y en todos los partidos, también hay auténticos magos de la creación de fantasmas propios, no sé, no lo tengo claro, si por propia iniciativa, también cabría falta de criterio, o por necesidades de un guión que nadie más entiende.
Últimamente el bocachancla mayor del reino, en tanto en cuanto no se vote la república, es el señor Echenique. Cada vez que lo veo acercarse a un micrófono me pregunto qué nueva boutade va a soltar para mayor escarnio de su pensamiento y beneficio de… , él sabrá de quién. Es difícil encontrar un portavoz más antipático a una sociedad harta de sus ocurrencias, que acaban por pasar por ocurrencias de su partido. Al portavoz, tal vez porta abruptos, de Podemos no le queda títere con cabeza. Empezó por Errejón y ha acabado por Amancio Ortega.
Que se pueda criticar una donación hecha con todos los beneplácitos de la legalidad vigente, argumentando sobre una ideal, diferente e inexistente legalidad es populista, es demagógico y es, sobre todo, vergonzoso. Que para ello se agite, se intente agitar, el tópico del empresario canalla, porque para algunos son sinónimos, para beneficiarse aquellos que están más pendientes de lo que consiguen los demás y ver como arrebatárselo, que de conseguir ellos algo, me parece, sobre todo, vergonzoso.
Estoy totalmente de acuerdo en la inmoralidad del sistema vigente. Estoy absolutamente en contra de la acaparación, del lujo y de un sistema de reparto de riqueza que se inclina de una forma soez e indigna hacia el que más tiene, pero ello no hace que cuestione a aquellos que con su inteligencia  y esfuerzo obtienen más con las reglas de juego que se encuentran. Mi admiración a los que, como el señor Ortega, renuncian a parte de lo obtenido y, claro que con beneficios fiscales, lo ofrecen para intentar paliar necesidades puntuales de la sociedad. Otros con las mismas posibilidades no lo hacen. Otros, incluso, se lucran con las necesidades ajenas, y muchos son políticos.
Pero una cosa es mi desacuerdo con el sistema y otra muy distinta es que no me parezca inmoral que un señor sancionado por contratación irregular de un trabajador, que un señor cuya única aportación conocida a la sociedad es ponerse delante de un micrófono a decir barbaridades de otros, se permita poner en cuestión la ética, sea social, o fiscal, o ambas, de otro que proporciona a este país el 2,6% de su P.I.B. y más de dos mil millones de euros en impuestos. Y puestos de trabajo, y riqueza, y además generosidad. ¿Interesada? Y si fuera así ¿qué?
Pensar que un partido que ampara tales ideas pueda entrar en un gobierno hace flotar y ulular mis más pavorosos fantasmas: el oportunismo, el populismo y la sinrazón.
Por si fuera poco este problema, el señor Sánchez, probablemente  el próximo presidente del gobierno con el apoyo de los del señor Echenique, se permite decir en público, con luz, con taquígrafos, con fotógrafos, con cámaras de televisión, con micrófonos de alta sensibilidad y revoloteo de fantasmas, a un político preso por un intento de golpe de estado un “no te preocupes” como respuesta a un “tenemos que hablar” del primero. Una suerte de versión de la famosa “tranquil, Jordi, tranquil” que ya pasó a la historia entre los fantasmas de otro intento de golpe de estado.
Posiblemente el señor Junqueras no tenga que preocuparse, he aquí el fantasma, o posiblemente sí y la frase de Pedro Sánchez no tenga más carga que la de una frase casual como respuesta a un requerimiento no formal. Posiblemente, pero los fantasmas se han agolpado en la puerta del armario del PSOE y ululan por boca de sus rivales políticos con toda la fuerza de sus ilimitados pulmones.
Tampoco la aceptación de fórmulas complejas hasta el ridículo para el juramento tranquilizan mucho a nadie. Eso de acatar sin acatar, jurar sin intención o prometer por obligación me sugieren la imagen del tramposo que jura, promete o acata escondiendo los dedos cruzados en un bolsillo o a su espalda mientras se ríe de los que lo aceptan. Y el hecho de defenderlo, a sabiendas de que los dedos están cruzados, y aceptando el desprecio hacia todo y hacia todos que ello implica, da vuelos a fantasmas que bien haríamos en ir espantando.
Tal vez todo esto, al fin y a la postre, no sean otra cosa que eso, fantasmas, fantasmas que, agitados, con sus sábanas flotando y sus aullidos, nos impiden ver la realidad y oír la verdad. Pero en esto como en tantas otras cosas, como tantas otras veces, tal vez habría que recordarle a ciertos personajes, elegidos por otros para representarlos, que no son libres de hacer lo que les parezca y que, llegado el momento, han de aplicar aquella máxima tan antigua de que “la mujer del César no solo tiene que ser honrada, tiene que parecerlo”.

lunes, 20 de mayo de 2019

Guerra en el lejano oriente


Hay mañanas en las que escuchar las noticias se convierte en un ejercicio complicado de vuelta a la realidad, no porque lo escuchado no sea real, sino porque si los que las escuchan, y vistas sus reacciones, viven en el mismo ámbito geográfico que yo entonces yo vivo en la inopia y necesito volver a la cruda realidad.
Como en un combate de boxeo los golpes de disparates se van sucediendo, van atontando al oyente hasta que llega el definitivo que lo manda a la lona. Esta mañana el demoledor jab que nos deja tirados hasta más allá de la cuenta es la noticia sobre Google y Huawei.
Lo curioso es el degradé con el que se afronta. Se empieza a presentar como un desastre para en un intento vano de suavizar las terribles consecuencias del problema creado por Trump ir quitando hierro con comentarios consecutivos cada vez menos preocupantes. Lo que ya en sí mismo es terriblemente preocupante ya que la primera noticia no es más que un leve resplandor entre nubes al filo de un amanecer sin atmósfera, si alguien pretende decirme que aún quedan muchas horas hasta que el sol asome el miedo puede ser incontenible. El miedo o la absoluta inconsciencia.
No puedo evitar pensar en las similitudes, casi exactitudes, que la guerra comercial contra el resto del mundo emprendida por un presidente mejorable -¡que finisísimo he sido!- como persona y como político tiene con lo acontecido en el siglo XX entre los mismos EEUU y Japón.
¿Se resignará China a ser expulsada limpiamente del pastel tecnológico? Lo dudo. Ni por prestigio internacional, ni por interés económico China se va a quedar de brazos cruzados, no puede, no debe y no quiere.
Hablan algunos, no sé si piensan antes lo que dicen, de un nuevo sistema operativo de Huawei que reemplace al Android en sus terminales, pero lo importante, lo que hace popular un sistema operativo, no es el sistema en sí mismo sino la facilidad de acceder a servicios que se hacen masivos. Sin Google, sin Microsoft, significaría que los teléfonos móviles Huawei no tendrían acceso a las apps que hoy por hoy interconectan al mundo. Sin acceso a Gmail, sin acceso a Whatsapp, los usuarios de ese sistema operativo estarían desconectados de todas las redes sociales habituales.
Es más, y seguramente muchos lo desconocen, el sistema operativo Android nació como, y sigue siéndolo, un programa de código libre, esto es, accesible para cualquiera que quiera implantarlo en su teléfono, lo único que hizo Google fue darle su sello personal, desarrollar utilidades complementarias, tanto directamente como a través de desarrolladores interesados, que hicieran ese conglomerado de facilidades que han llevado a los móviles a la popularidad y tasa de utilización que tiene hoy en día.
Así que Huawei no tiene por qué renunciar al sistema operativo Android, pero si a todo esa galaxia de aplicaciones y facilidades que son su tienda de apps y a los programas desarrollados bajo el paraguas tecnológico de Google.
Recordemos que hace no mucho un gigante como Microsoft, con sus recursos, experiencia e implantación en el mercado, intentó competir con Android sacando terminales con su sistema operativo, Windows móvil, que fue un absoluto fracaso comercial. Hoy en día, en el mercado de los móviles, solo caben dos sistemas operativos, el Android adaptado por Google y el IOS de Apple, y caben porque colaboran y las herramientas populares las comparten, lo que significa que sus usuarios solo tiene que elegir entre dos tecnologías y dos formas de aprovecharlas que de cara al usuario, y sobre todo a su conexión con el resto de los usuarios, no supone ninguna traba o dificultad. Porque al final lo único que quiere el usuario es conectar su móvil y tener garantizada su interconexión con sus mundos, esos formados por sus relaciones con amigos, reales o virtuales, y su capacidad de acceso a una información, desinformación en muchos casos, masiva y compartible. Lo demás no importa, nada.
Ahora falta la respuesta China. No sé cuál será, pero si tengo claro quién va a ser la primera víctima de esta guerra, como todas, evitable. Sí, usted, y yo, todos los usuarios de telefonía móvil que dejamos de tener acceso a una tecnología de buena calidad y más barata. Los usuarios que han comprado de buena fe unos aparatos que más rápidamente de lo habitual, y ya era muy rápidamente, quedarán obsoletos.
Las implicaciones del inicio de esta guerra son tremendas y ni siquiera las empresas norteamericanas estarán libres de morir, o resultar dañadas, en la vorágine de una guerra en la que su inductor no parece haber medido las consecuencias, suponiendo, y ya es mucho suponer, que ese señor que parece empeñado en complicarnos la vida a todos tenga la capacidad suficiente para saber medir algo más que su propio ego y su afán de enriquecimiento.
Por lo de pronto, y en una marcha atrás que solo demuestra la falta de inteligencia política de un desgobierno populista y solo comprometido con sus propios intereses, que tampoco son los de su país, ya se ha acordado una suspensión de tres meses en las medidas contra Huawei por las caídas masivas en bolsa de empresas norteamericanas afectadas por la medida. Por lo de pronto.
Eso sí, en las próximas elecciones americanas será interesante ver la batalla entre los sistemas de propaganda rusos, que ya han demostrado su eficacia en algunas cuestiones de la Unión Europea y en las últimas elecciones americanas en las que jugaron a favor del  señor Trump, y los que los chinos necesitarán poner en juego para defender su posición en una guerra para la que tal vez aún no está totalmente preparados.
Y para los que creen que esto no les afecta, que comprueben que no están usando los prismáticos al revés, porque mirando por el lado equivocado todo se ve más pequeño, como si estuviera más lejos. Allá, en el lejano oriente.

viernes, 10 de mayo de 2019

Reflexión educativa


Sin duda una de las grandes y poco valoradas, por habituales, tareas del hombre es la educación de sus hijos. Esa ingente tarea en la que se embarca en su juventud y no abandona hasta su muerte.
Curiosamente en los curriculum de las personas figuran sus estudios, sus trabajos, sus títulos y desempeños, pero ninguno recoge esas muestras de habilidades y logros, nunca he visto a nadie referenciar que sea padre, de cuantos hijos, ni los logros de ellos de los que debería de sentirse partícipe. Lo de los fracasos ya ni mentarlo.
Ser padre consciente, así, en género genérico, debería de ser uno de los mayores orgullos, uno de los logros más gratificadores de los que una persona debiera de presumir, moderadamente, porque también hay que reconocer que la suerte y el entorno tienen su influencia. Seguramente esta carencia parte del hecho de que hasta hace poco, relativamente poco, tener hijos era una circunstancia inherente a la vida misma. Educarse, casarse, procrear y transmitir la educación recibida no era planteable, la sociedad lo demandaba de esa forma sutil y absoluta con la que la sociedad nos empuja a sus propios objetivos.
Pero hoy en día en esta sociedad en plena evolución el paradigma ha cambiado y, cada vez más, tener hijos es una elección íntima, y la forma de educarlos una declaración de convicciones personales, a veces obsesiones personales, que habla mucho de los que lo hacen.  A favor, en unos casos, o en contra en otros, porque intentar educar en unos valores concretos, sean religiosos o ideológicos, es de alguna manera una forma de castrar la libertad del futuro. Tan malo es, y evidentemente es un punto de vista, fomentar una creencia como intentar impedirla por todos los medios. Tan negativo y castrante es permitir los juegos y juguetes sexistas como intentar prohibirlos radicalmente y crear una obsesión que sustituya a un planteamiento racional. Y existen varias posturas de este tipo: la bélica, la sexista, la religiosa, la ideológica, la electrónica.  No deberíamos de olvidar la frase de Plutarco que define maravillosamente la base de una educación eficaz: “la mente no es un vaso por llenar, sino un fuego por encender”
Prohibir, imponer, exigir, erradicar, son verbos absolutos que nada tienen en común con educar. Yo diría incluso que son justo el reverso del concepto. Claro que siempre hay que tener en cuenta que para ejercer de padre no hay un manual conocido, y, aunque internet se comba por el peso de tutoriales sobre el tema, aún nadie ha descubierto la fórmula universal, el sistema que valga para todas las peculiaridades. Pero mencionaba, así, como de pasada, en un párrafo anterior el concepto de padre consciente. Es decir, aquél que lo es más allá de una consecuencia fisiológica, de un arrebato pasional o de una circunstancia que no sabe o no quiere evitar sin un compromiso real con la situación. El padre consciente es aquel que lo es voluntariamente, que busca una educación y formación adecuadas para su hijo, que tiene un plan e intenta llevarlo adelante a pesar de las circunstancias.
Claro que así, puesto por escrito, teorizando, todo parece fácil. Las letras, las palabras, todo lo resisten, luego la vida es otra cosa.
A veces lo más sencillo suele ser lo más práctico, y la experiencia, esa que no se tiene cuando hace falta, sin ser la panacea universal, es la única que podría apuntar a un camino que ni tiene trazado ni nunca va por donde uno espera. Y aunque efectivamente los padres no disponen de esa experiencia nos quedan los abuelos, que habrían de servir como algo más que de meros suplentes de necesidades puntuales o torpes molestias de pasados insondables.
A estas alturas, ya abuelo, me preocuparía mucho de educar a un hijo que ya no voy a tener en unos valores básicos: pensar libremente, respetar siempre a los demás, aprender a pedir perdón, aprender a defender las convicciones con rigor y a usar la lógica más sencilla y descarnada en cualquier circunstancia de la vida.
Lo de las ciencias, las justicias, las ideologías, las religiones y otras cuestiones menores seguro que se van resolviendo por sí mismas.

viernes, 3 de mayo de 2019

Una historia de naufragios


Me contó, alguien, no recuerdo quién, una historia sobre un tripulante del Titanic que me impactó sobre manera. A veces estas viejas historias de catástrofes y seres humanos encierran enseñanzas que no llegan a moralejas, porque no siempre el comportamiento del ser humano resulta ejemplar, aunque si sea ilustrativo.
Parece ser, según me contaron, que en plena confusión después del choque, cuando ya se vio que el catastrófico desenlace era inevitable, hubo un tripulante que destacó por su labor repartiendo salvavidas generosamente entre pasajeros y otros tripulantes. Para todos tenía, además del salvavidas correspondiente, una palabra de ánimo, y a todos repetía: “No se preocupe, en un rato nos veremos después de que nos hayan rescatado”.
En los últimos momentos antes de zozobrar, y sin más salvavidas que repartir, este hombre se tiró al agua con el ánimo de conseguir llegar hasta algún resto que le permitiera mantenerse a flote a la espera del rescate, que no dudaba que se produciría en cualquier momento.
Lo que inicialmente era una confianza ciega y una generosidad sin límites se fue trocando, con el paso del tiempo y el avance del frío que le entumecía los huesos, primero en una sensación de desesperanza y finalmente en una desesperación ciega por vivir. El instinto de supervivencia hizo que, viendo en peligro su vida, intentara por todos los medios hacerse con alguno de los salvavidas que antes repartiera generosamente , ocupados,  y que flotaban a su alrededor, ocupados, sin reparar en la condición de quién lo ocupaba o en qué desamparo dejaba a aquel al que pretendía desalojar.
Tan encomiable había sido su actuación anterior, como profundamente egoísta y rastrera era la final en la que estaba dispuesto a sacrificar a quién fuera con tal de procurarse la salvación.
Parece ser que finalmente no pudo hacerse con ninguno de los salvavidas que tan frenéticamente pretendía y  nadie recuerda cual fue su final, posiblemente ahogarse como tanta otra gente que no pudo resistir el frío, la soledad  y el tiempo hasta que el rescate llegó.
Esta historia demuestra cómo algunos seres humanos solo son generosos en tanto en cuanto no se creen en peligro, incluso, yo diría que hasta posiblemente aquel tripulante aspirara a una recompensa a su actitud una vez pasado el peligro, pero no supo medir ni las circunstancias ni sus propias fuerzas y trocó de héroe en villano en menos que se hunde un barco.
Y a todo esto no sé a qué ha venido contaros esta historia más falsa que la falsa moneda aquella y que me acabo de inventar. Yo me había sentado para escribir un artículo sobre los resultados electorales de Podemos y su oferta de gobierno al PSOE.
Nunca llegaré a entender esta cabeza mía.