domingo, 20 de octubre de 2019

¿Existe el problema catalán?


Supongo que no queda nada por decir sobre Cataluña, salvo la última palabra, esa que todos invocan pero nadie pronuncia. En este sentido se puede creer que es casi un problema místico, el conocimiento está en esa palabra que abre el universo, pero que no está al alcance de los humanos
Tal vez el que estuvo más cerca de la verdad sobre la relación de Cataluña con el resto de España fuera Ortega cuando dijo aquello de que el problema catalán no tiene más solución que la de aprender a sobrellevarlo.
Hay quién piensa que el problema tiene una solución político-ídeológica, de dialogo, yo creo que no. Yo creo simplemente que el problema no tiene ninguna solución definitiva, porque hay una parte que no la quiere, ni siquiera la invocada independencia.
Aunque sea la izquierda, esa izquierda tan estética y tan poco izquierda que nos gastamos por estos lares, la que de alguna manera intenta acaparar y justificar el movimiento catalán, aunque sea su tibieza provocada por sus propias contradicciones la que lo alimenta más, y eso que la derecha lo alimenta mucho, este es un movimiento de derechas, de derecha radical, un movimiento de raíz económica generado por una oligarquía que siempre ha pretendido sacar partido de su manejo de los que desprecia, el pueblo llano y los inmigrantes.
Mucha gente ignora la historia, ya se preocupa el sistema educativo de que así sea, y por tanto ignora que la deslealtad  y el desapego de Cataluña hacia España son, no solo proverbiales, históricos.
Empezamos por desconocer el origen y evolución de los símbolos básicos de la identidad catalana y acabamos por desconocer y tergiversar todo lo referente a Cataluña.  Y de ese desconocimiento, de esa huida de la historia para sumirse en la leyenda y sus deformaciones convenientes, ya se encarga una enseñanza deformada y maniquea de la historia con la absoluta permisividad del estado.
¿Cuántos catalanes desconocen que el nombre de su bandera, senyera, proviene de “El senyal real del Rei d'Aragón”? Y hablamos de Aragón, porque existieron los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, paro nunca el de Cataluña, salvo por un breve periodo que tuvo un rey francés y que acabó con una vuelta de Cataluña a España del mismo pelaje que había sido la ida a Francia, por el caminito de la traición.
A Francia la aventura catalana le costó prácticamente sus sueños de expansión en el Mediterraneo, y a España, entre otras cosas, El Rosellón y La Cerdaña, y un terrible debilitamiento en su posición en Portugal y en los Paises Bajos.
Tal vez si Pau Clarís pudiera leer la historia y las consecuencias de lo que hizo, tal vez digo sin mucha convicción, se hubiera pensado sus actos, porque las consecuencias económicas y políticas para Cataluña fueron evidentes, y el desgaste para las dos potencias que se la disputaban aún mayor, incluso nefasta.
Esa es una constante. Cataluña pierde y pierde España, pero el problema persiste porque la ambición de los que lo utilizan es desmesurada, infinita.
Nada importa, porque no importa nada, que en el XIX con el romanticismo y el nacimiento de los nacionalismos, que tantos millones de muertos le han costado a Europa, el movimiento catalán adopte unas señas acordes con su entorno, ni que en el XX se revista de unos tintes ideológicos que para nada son su fundamento, lo único que importa es que la oligarquía dominante en el territorio alcance nuevos objetivos, y que sean los demás, de una forma u otra, con un señuelo u otro, los que aporten la acción, la sangre si es necesaria.
Y así llegamos hasta aquí. Hablando de un problema ficticio, de unas  posibilidades ficticias, con unos argumentos ficticios y por tanto intentando unas soluciones ficticias. El problema catalán no  es la independencia, el problema catalán no es la historia, el problema catalán no es España, el problema catalán es la ambición desmesurada de su oligarquía, y esa no tiene otra solución que, como bien apuntaba Ortega, sobrellevarla. Que trabajar en tiempos de paz para no permitir la recluta de inocentes, que trabajar en tiempos de enfrentamiento por no caer en el engaño, que empezar a trabajar cuando acaba un episodio preparando el siguiente, que llegará. Se haga lo que se haga.
Lo que es difícil de digerir en este momento, son las actitudes soberbias del gobierno en funciones, y las beligerantes de la oposición. ¿Dónde está el pacto de estado? ¿Dónde está la defensa de los ciudadanos que se ven atrapados y secuestrados por los activistas? ¿Dónde están los límites de la integridad y la resistencia de los funcionarios de los distintos cuerpos de seguridad? ¿Dónde están los despachos de los ministros que dirigen por teléfono sin pasar el miedo y el trabajo de los que están a pié de calle? ¿Dónde está el límite de lo tolerable? ¿Dónde el límite del dontancredismo?
¿Dónde están los oligarcas catalanes, esas familias de 16 apellidos catalanes, que alientan, planifican y dan soporte a este disparate?  Estén donde estén su ambición es la razón última de esta sinrazón, y ellos son el verdadero problema, y los últimos culpables.

sábado, 19 de octubre de 2019

Un mundo franquista


Dice Amenabar que la España actual es la que ideó Franco. Yo no tenía suficiente confianza con el dictador para saber qué es lo que ideó para España, pero Amenabar, el celebrado director, tampoco.
Dicen algunos historiadores que su película adolece de bastantes inexactitudes, me temo que su discurso tampoco se ajusta excesivamente a la realidad. Eso sí, le garantiza el aplauso de un colectivo que, al menos parcialmente, considera que el ser populares, y estar ligados al mundo del arte, les permite opinar sobre cualquier tema, especialmente el político, con una fundamentación intelectual que no siempre se acomoda a la realidad. Saber actuar, o dirigir, o escribir, o pintar o cualquier otra actividad artística no permite suponer una espacial habilidad para interpretar la historia, ni da carta blanca para analizar una sociedad instalado en una verdad última.
Como bien decía al principio, yo no sé qué idea tenía Franco sobre la España que pretendía dejar “atada y bien atada” para el futuro, ni siquiera sé si su frase no era algo más que una frase para la posteridad. No sé si lo sabrán sus descendientes, dada su fama de hermético, pero lo que si tengo claro es que no creo que Amenabar disponga de información privilegiada sobre el tema.
Así que hay que suponer que lo que deslizó en su comentario no es otra cosa que un análisis personal, tal vez entornal (de entorno), sobre la situación política actual del país. Y si es así, que casi seguro que lo es, me voy a permitir discrepar de la forma de expresarlo y, fundamentalmente, del fondo interpretable de su declaración.
Establezcamos las bases de la discrepancia: el origen de la información. Yo viví el franquismo, a él se lo han contado. Yo conviví con sus hechos, sus maneras y sus consecuencias durante 22 años, a él se lo han contado. Yo viví las cargas bestiales de los “grises” en la universidad, a él se las han contado. Yo comenté, como tantos otros, que los obreros y los estudiantes volaban, ya que cualquier disparo al aire acababa con un muerto por arma de fuego, a él se lo han contado. Así que cuando hablo del franquismo, sin ninguna autoridad conocida ni pretendida sobre el tema, hablo de lo que he vivido, a él se lo han contado.
Y una vez establecida la base de la discrepancia ya estoy en condiciones de decir que dudo mucho que la España actual fuera la que Franco había soñado, ideado, diseñado. Dudo que Franco, en realidad en mi interior se agita una soberbia seguridad, preparara una España en la que hubiera elecciones, separatismo consentido, comunismo, socialismo y tantas otras cosas a las que él era refractario. Dudo que él ideara una monarquía parlamentaria con un parlamento con diferentes ideologías. Dudo, con una duda profunda y sentida, que Franco viera con ningún tipo de agrado o complicidad la España que hoy vivimos. Es más, estoy convencido de que fusilaría sin esperar al amanecer a todos los miembros de las cortes que permitieron la transición.
Otra cosa diferente es que se sonriera, lo de reír, al menos en público, parece que le era ajeno, viendo la trampa político-oligárquica en la que nos hemos metido, en este maremágnum de mediocres ideológicos, de justicia incapaz, de libertad formal, de partidocracia castrante, de garantismo lesivo, de sueños, al fin y la postre, rotos.
Porque si tengo claro que esta no puede ser la España que ideó Franco, también tengo muy claro, más claro aún que lo anterior, que esta no es la España que soñamos durante la transición, la España que alborozados saludamos con las primeras elecciones, la que abrazamos convencidos cuando votamos la Constitución.
Desgraciadamente, de alguna manera que no soy capaz de discernir ahora mismo, nosotros mismos hemos sido cómplices de nuestra propia frustración. De alguna manera vimos como escalaban los mediocres valiéndose de unas escalas ideológicas que no sustentaban ninguna base de compromiso, de afán de servir, de interés que no fuera personal, y los hemos legitimado.
También hemos asistido, unos de una forma distante, otros de una forma interesada, a la utilización sistemática y pertinaz de los fantasmas del pasado para intereses presentes. Hasta la saciedad, hasta el vómito, hasta la insensibilidad.
Supongo que lo que quería decir Amenabar, aunque no tengo más base para pensarlo que la que él tiene para opinar sobre lo que quería Franco, es que la España actual está muy distante de lo que muchos españoles quisiéramos, de lo que muchos españoles habíamos esperado, y que el fantasma del dictador se pasea de un lado para otro, según conveniencia, con una sonrisa soto bigote que diría: “¿No queríais caldo? Pues ahí tenéis dos tazas”.
Y es que Franco ya vale para todo, y franquista acaba pareciendo todo. Tanto que estoy convencido de que, aunque aún no lo han dicho, Trump, Salvini, Bolsonaro y Boris Jhonson, entre otros,  son franquistas, de la Europa y el Mundo que ideó Franco, franquistas de toda la vida.

sábado, 12 de octubre de 2019

La bipolaridad del centro


Hay momentos en los que hacer un análisis es buscarse una depresión, by de face, que dicen los modernos. Entre otros motivos, porque los análisis tienen un cierto cariz de momento en una trayectoria, mientras que si lo que hacemos es un balance da la impresión de que se está cerrando un ciclo y estamos recogiendo lo acontecido, aunque vaya a haber un ciclo posterior.
A mí, al ponerme a pensar en las próximas elecciones, me cuadra más la palabra balance que la de análisis. Algo en el ambiente me quiere decir que nada va a ser exactamente igual después de celebradas, que los votantes, hartos ya de estar hartos, van a tomar algunas decisiones dolorosas para las necesidades del país, y otras que simplemente anticipan cambios hace unos meses impensables.
Hay sones de música funeraria en el ambiente. Mientras algunos líderes se frotan las manos y afilan los cuchillos para dar los últimos tajos a la competencia no deseada en su espectro político, otros empiezan a vislumbrar la necesidad de buscar un lugar de retiro. Posiblemente de esta contienda perfectamente buscada, orquestada y preparada con antelación, salgan un par de dolientes terminales directos, y, por supuesto, como siempre, la democracia de nuestro país seriamente lastimada.
El bipartidismo, esa lacra de la transición que arrastramos y que lastra nuestras ansias democráticas va ser la gran triunfadora de las elecciones. Era difícil equivocarse tanto y lo han logrado los llamados a regenerar la vida pública española. Era difícil mostrar la incapacidad para sustraerse a la atracción del poder y anteponer las ansias personales sobre las necesidades estratégicas del país.
Se equivocó, y no solo una vez, Pablo Iglesias y sus ansias de sentirse parte del sistema que denuncia. Eso sí, parte poderosa y dirigente. Se equivocó porque estaba tan ciego intentando conseguir lo que quería que no tuvo ni ojos, ni reflejos, para ver la trampa que le estaban tendiendo y cayó en ella sin pestañear. Y no una, dos veces.
El partido de Pedro Sánchez, ese que usa las siglas del PSOE, lo fue llevando por el camino de unas negociaciones en las que le iba mostrado una zanahoria de plástico, y ni siquiera necesitó que el cebo fuera realmente creíble. La consecuencia final es que Pablo Iglesias y su formación son los pardillos perfectos para justificar unas nuevas elecciones y ser mostrados como los villanos necesarios que lo han hecho inevitable. Ahora basta con agitar el fantasma de la abstención y el fantasma del voto útil, y tenemos la mesa del Sr. Sánchez perfectamente abastecida con parte de los votantes de Podemos entregados a la situación retratada.
Y encima, por si fueran pocos, parió la abuela, que dice el dicho, y le sale la competencia directa de su espacio, de su ya escaso espacio, con la irrupción de Errejón que viene con la lección aprendida en cabeza ajena, y una disposición a servir que, mientras no sea servil, le aportará votos y apoyos. El tiempo nos hablará de su recorrido, el mismo tiempo que en su transcurso nos hablará de la perdurabilidad del proyecto Podemos o de su pervivencia como fuerza residual.
Pero con ser lo de Podemos la crónica de un declive anunciado, puede que no sea la defenestración más evidente, ni la más perjudicial para los votantes, ni la de mayor rango de estupidez por ensimismamiento. Lo de Rivera y los suyos es de libro de los records, de manual de como cargarse un proyecto a conciencia, de juzgado de guardia, vamos.
Desde que UCD fue defenestrado por el empuje del PSOE de Felipe González, España lleva buscando un proyecto de centro que pueda reflejar las inquietudes de todos esos votantes no militantes que buscan un equilibrio en el gobierno, en la forma de gobernar, de legislar y de entender la sociedad real, que los dos partidos predominantes olvidan con rigor, casi con rabia. Y todos ellos se han estrellado en lo mismo, en priorizar la consecución de unos números que le permitan formar un gobierno sobre la utilidad de usar los que tenga para intervenir de forma decisiva en la toma de decisiones de gobiernos ajenos.
En una sociedad polarizada en izquierda y derecha, con una historia reciente tan sangrienta y frentista, la moderación de una formación de centro capaz de ser al tiempo árbitro, filtro y equilibrio entre posiciones distantes es una labor que una gran cantidad de votantes no ideologizados, o simplemente en posición de simpatizantes no conversos, echa en falta.
Desgraciadamente los proyectos de centro se han dado de dos en dos y se han declarado mutuamente incompatibles desde el primer momento. Sucedió con el CDS de Adolfo Suarez y el PRD de Miquel Roca. Este último muerto en las urnas en la primera convocatoria a la que concurrió. Y también ha sucedido recientemente con el UPYD de Rosa Díez y Ciudadanos de Albert Rivera, con los resultados, los desgraciados resultados que todos conocemos.
Parece ser que la ambición de los dirigentes de Ciudadanos les ha hecho perder el norte, versión más difundida, o, y yo estoy convencido, son tan malos estrategas que siempre toman la postura correcta cuando ya no es válida.
La cerrazón política a pactar con el PSOE en una aparente estrategia de suplantar al PP ha llevado a muchos de los votantes de esa opción política, y a no pocos dirigentes, a abandonar ese barco y buscar nuevas opciones y a identificar a Ciudadanos como uno de los mayores responsables de la repetición de elecciones.
El mayor valor de un partido de centro debe de ser su capacidad de pactar con ambos espectros políticos sin renunciar a sus convicciones, es más, aprovechar esa capacidad y su necesaria participación para arañar logros. Y esa es su gran baza, esa debe de ser su gran aportación a la sociedad.
Ahora el señor Rivera llega a acuerdos con lo que queda de UPYD, unos años tarde, y se declara dispuesto a llegar a acuerdos con la lista más votada, una convocatoria tarde. Una convocatoria tarde porque puede que en estas elecciones la mayoría de sus votantes les de la espalda en busca de una solución a la inestabilidad política y no vea otra salida que la vuelta mayoritaria al bipartidismo.
Tal vez alguien debería haberle explicado, a los estrategas de Ciudadanos, que los “votantes de toda la vida” no cambian su voto ni aunque su país les vaya en ello. Cuestión de fidelidad ciega que nada tiene que ver con las razones.
Supongo que toca esperar, a partir del día siguiente a las elecciones, por los nuevos proyectos de centro. A poder ser dos y que no lleguen a ningún acuerdo.