Supongo que no queda nada por
decir sobre Cataluña, salvo la última palabra, esa que todos invocan pero nadie
pronuncia. En este sentido se puede creer que es casi un problema místico, el
conocimiento está en esa palabra que abre el universo, pero que no está al
alcance de los humanos
Tal vez el que estuvo más cerca
de la verdad sobre la relación de Cataluña con el resto de España fuera Ortega
cuando dijo aquello de que el problema catalán no tiene más solución que la de
aprender a sobrellevarlo.
Hay quién piensa que el problema
tiene una solución político-ídeológica, de dialogo, yo creo que no. Yo creo
simplemente que el problema no tiene ninguna solución definitiva, porque hay
una parte que no la quiere, ni siquiera la invocada independencia.
Aunque sea la izquierda, esa
izquierda tan estética y tan poco izquierda que nos gastamos por estos lares,
la que de alguna manera intenta acaparar y justificar el movimiento catalán,
aunque sea su tibieza provocada por sus propias contradicciones la que lo
alimenta más, y eso que la derecha lo alimenta mucho, este es un movimiento de
derechas, de derecha radical, un movimiento de raíz económica generado por una
oligarquía que siempre ha pretendido sacar partido de su manejo de los que
desprecia, el pueblo llano y los inmigrantes.
Mucha gente ignora la historia,
ya se preocupa el sistema educativo de que así sea, y por tanto ignora que la
deslealtad y el desapego de Cataluña
hacia España son, no solo proverbiales, históricos.
Empezamos por desconocer el
origen y evolución de los símbolos básicos de la identidad catalana y acabamos
por desconocer y tergiversar todo lo referente a Cataluña. Y de ese desconocimiento, de esa huida de la
historia para sumirse en la leyenda y sus deformaciones convenientes, ya se
encarga una enseñanza deformada y maniquea de la historia con la absoluta
permisividad del estado.
¿Cuántos catalanes desconocen que
el nombre de su bandera, senyera, proviene de “El senyal real del Rei d'Aragón”?
Y hablamos de Aragón, porque existieron los reinos de Aragón, Valencia y
Mallorca, paro nunca el de Cataluña, salvo por un breve periodo que tuvo un rey
francés y que acabó con una vuelta de Cataluña a España del mismo pelaje que
había sido la ida a Francia, por el caminito de la traición.
A Francia la aventura catalana le
costó prácticamente sus sueños de expansión en el Mediterraneo, y a España,
entre otras cosas, El Rosellón y La Cerdaña, y un terrible debilitamiento en su
posición en Portugal y en los Paises Bajos.
Tal vez si Pau Clarís pudiera
leer la historia y las consecuencias de lo que hizo, tal vez digo sin mucha
convicción, se hubiera pensado sus actos, porque las consecuencias económicas y
políticas para Cataluña fueron evidentes, y el desgaste para las dos potencias
que se la disputaban aún mayor, incluso nefasta.
Esa es una constante. Cataluña
pierde y pierde España, pero el problema persiste porque la ambición de los que
lo utilizan es desmesurada, infinita.
Nada importa, porque no importa
nada, que en el XIX con el romanticismo y el nacimiento de los nacionalismos,
que tantos millones de muertos le han costado a Europa, el movimiento catalán
adopte unas señas acordes con su entorno, ni que en el XX se revista de unos
tintes ideológicos que para nada son su fundamento, lo único que importa es que
la oligarquía dominante en el territorio alcance nuevos objetivos, y que sean
los demás, de una forma u otra, con un señuelo u otro, los que aporten la
acción, la sangre si es necesaria.
Y así llegamos hasta aquí.
Hablando de un problema ficticio, de unas
posibilidades ficticias, con unos argumentos ficticios y por tanto
intentando unas soluciones ficticias. El problema catalán no es la independencia, el problema catalán no
es la historia, el problema catalán no es España, el problema catalán es la
ambición desmesurada de su oligarquía, y esa no tiene otra solución que, como
bien apuntaba Ortega, sobrellevarla. Que trabajar en tiempos de paz para no
permitir la recluta de inocentes, que trabajar en tiempos de enfrentamiento por
no caer en el engaño, que empezar a trabajar cuando acaba un episodio
preparando el siguiente, que llegará. Se haga lo que se haga.
Lo que es difícil de digerir en
este momento, son las actitudes soberbias del gobierno en funciones, y las beligerantes
de la oposición. ¿Dónde está el pacto de estado? ¿Dónde está la defensa de los
ciudadanos que se ven atrapados y secuestrados por los activistas? ¿Dónde están
los límites de la integridad y la resistencia de los funcionarios de los
distintos cuerpos de seguridad? ¿Dónde están los despachos de los ministros que
dirigen por teléfono sin pasar el miedo y el trabajo de los que están a pié de
calle? ¿Dónde está el límite de lo tolerable? ¿Dónde el límite del
dontancredismo?
¿Dónde están los oligarcas
catalanes, esas familias de 16 apellidos catalanes, que alientan, planifican y
dan soporte a este disparate? Estén
donde estén su ambición es la razón última de esta sinrazón, y ellos son el
verdadero problema, y los últimos culpables.