domingo, 16 de abril de 2017

Entre la refundación y la refundición

Parece ser que no solo la muerte tiene una crónica anunciada. Hoy parece cumplirse una predicción hecha por mí desde estas mismas páginas cuando se celebró el congreso de Podemos.
Era inevitable que las maneras de líder absoluto que se gasta Pablo Iglesias llevaran a Iñigo Errejón a una salida de la estructura “oficial” del partido, y que esa salida no fuera pactada ni aceptable para el perdedor. Supongo que Pablo Iglesias tenía la necesidad de que se visualizara sin ningún género de dudas lo que le espera a cualquier disidente que ose enfrentarse a su liderazgo.
Y ya está aquí el nuevo partido, Los Comunes, un partido que parece agrupar a todos aquellos que desde una izquierda moderna, todo lo moderna que puede ser cualquier ideología que se base en las vivencias del siglo XIX, aspira a sentirse cómoda entre los votantes y respaldada por ellos. Todas la figuras marginales de Podemos, incluidas las alcaldesas de las dos principales ciudades del país, son figuras representativas del nuevo partido y tienden una mano, con manzana envenenada, es verdad, a Podemos que no tendrá más remedio que rechazarla y quedar así como el malo, que posiblemente lo sea, de la película.
Como en física, en política, todo espacio vacío tiende a llenarse, y la radicalización, aún más, de Podemos tras su último congreso y las dudas que los socialistas están dejando con sus primarias en la opinión pública habían provocado un socavón en el espectro político que había que cubrir, y, como dice el refrán, el que da primero da dos veces, y Los Comunes, parecen haber dado primero.
Posiblemente está maniobra tenga dos damnificados principales, aunque a lo mejor no lo son de forma inmediata.
El primer damnificado es el Podemos de Iglesias que no puede, no sería creíble, tender puentes hacia los que acaba de intentar aislar levantándoles un muro. La imposibilidad de captar electores del gran caladero no alineado de votantes y su propia atomización llevara a Podemos a convertirse en la nueva IU.
Pero con ser el más claro Podemos, seguramente el mayor perjudicado de esta nueva opción sea el PSOE. Un PSOE enzarzado en una guerra fratricida, en una guerra cruenta y despiadada en la que no solo vale ganar, hay que aplastar. En una guerra basada en la descalificación y el insulto. En una guerra que no va a permitir cicatrizar las heridas sea cual sea el resultado.
Si gana Pedro Sánchez el ala más moderada, más reconocible hasta ahora del PSOE, y los votantes independientes menos socialistas, no tendrán cabida en las siglas y tendrán que fundar su propio partido o acercarse a Ciudadanos. Si la que gana es Susana Díaz posiblemente se encuentre que tendrá más respaldo de los votantes que de los militantes y que la parte de estos que le han jurado odio eterno, que ya es tiempo para odiar, y la han cubierto de improperios por todos los medios a su alcance, seguramente emprenderán un éxodo inevitable hacia Los Comunes, principalmente, y hacia Podemos. ¿Y si gana Patxi López? Pues si gana Patxi López ganará la inestabilidad, el conflicto no resuelto, el aplazamiento del desenlace.
Así que, antes o después, la izquierda ocupará tres huecos, salvo que alguien sea capaz de refundarla, o refundirla, que lo mismo me da, como a principios de la transición. Entre tanto esta reinterpretación de la izquierda solo podrá acceder al gobierno pactando de dos en dos, que tampoco es mala cosa para los ciudadanos.

Tal vez en las próximas elecciones sea precipitado, pero más pronto que tarde España se puede encontrar con un gobierno de izquierdas formado por socialdemócratas y Comunes, que falta le haría. O sea lo que había, pero pactado y con caras nuevas.

viernes, 14 de abril de 2017

Una cuestión metafísica

Verás papá, en estos días que estamos pasando más horas juntos da tiempo, contemplándote, a pensar en muchas cosas. En tantas que a veces entiendo que la principal secuela de esta enfermedad es  que genera un pensamiento enfermizo, errático, obsesivo, en las personas, en los pacientes, que atienden al enfermo.
Contemplándote dormir con ese sueño profundo, continuo, malsano que parece más un entrenamiento para un destino inevitable que una actividad reparadora, que parece más una desconexión cada vez más prolongada y evasiva que una necesidad fisiológica, que parece más un ensayo de tránsito que un tiempo de descanso, es inevitable que las ideas vayan y vengan en una danza de tiempos y temáticas variados.
Cada vez más, cuando me preguntan cómo estás, respondo que tu cuerpo está perfectamente y que del resto de ti solo podemos constatar una ignorancia absoluta de tu paradero.
Esa presencia física a la que ya es difícil entenderle nada de lo que dice salvo los insultos a las personas que lo asean, que rara vez muestra un chispazo de coherencia que resulta aún más lacerante que la inconsciencia habitual, casi permanente, ya no es reconocible como el que fue mi padre salvo en ciertos rasgos de su fisonomía.
Si papá, tu cara aún recuerda tu cara, pero es lo único que queda del que fuiste, del que yo recuerdo. A veces tu risa, a veces un silbido, parecen abrirse camino de reconocimiento, de contacto, con los que estamos a tu lado. Eso, una brisa, un chispazo, un eco salido de una profundidad malsana e insondable.
Esta tarde, mirándote, viendo ese gesto que me atormenta de llevarte las manos a la cabeza como si los dedos pudieran encontrar y restaurar las conexiones perdidas de tu cerebro, me hice una pregunta nueva, una pregunta entre metafísica y desesperanzada: si los seres humanos tenemos alma ¿Dónde está la de los demenciados? Si el alma de los vivos reside en su cuerpo unidos por el hilo de plata y la de los muertos transita hacia estados superiores de consciencia ¿en qué recóndito estadio intermedio, en qué divino pebetero, aguarda el alma de los que han perdido su propia consciencia, el tránsito que la libere del cuerpo?
No, papá, no es una pregunta religiosa, es una pregunta metafísica, es una necesidad de entender  ¿por qué? ,ó , para ser más exactos, ¿Dónde?
¿Dónde estás, papá, si es que estás, que no te alcanzamos? ¿Qué extraño lugar es ese que se rige por la falta de comunicación de los muertos y la actividad física de los vivos? ¿Estás ya muerto y tu cuerpo aún no lo sabe? ¿Estás aún vivo y no consigues que lo sepamos? No hay nadie que pueda contarlo, explicarlo, aunque pretendan hacerlo.

Es lo malo de la metafísica, papá, la facilidad que tiene para que nos planteemos las preguntas, la absoluta incapacidad de que adolece para llegar a las certezas.

jueves, 13 de abril de 2017

la cultura incivilizada

Hay actitudes por las que uno deja de creer en el ser humano, en el ser humano civilizado y consciente por lo menos.
Visitar los grandes logros de la humanidad, las construcciones esplendorosas, los poblados y restos de nuestros antepasados, las obras de arte que en el tiempo nos han legado para nuestro disfrute, es uno de los grandes beneficios que ese monstruo de mil cabezas, no todas buenas, llamado turismo nos ha permitido.
Asombrarse ante la grandiosidad de las catedrales, de los monasterios y palacios, arrobarse ante la belleza emotiva de ciertas obras de arte, inspirarse en las vivencias y reflexiones de los grandes hombres, quedarse embelesado con el esfuerzo y el ingenio de nuestros primitivos y valorar en lo que valen sus avances y sus afanes, son experiencias que engrandecen nuestra alma y permiten que nuestro intelecto se reconforte y nutra.
Pero, y desgraciadamente, todo este panegírico sobre las bondades que el turismo cultural, que se llama, nos puede deparar se troca, con la experiencia de la cruda realidad, en una indignación sorda y visceral.
Así que por mor de esta terca e infausta realidad una vivencia lúdica y que debería de haber sido enriquecedora y placentera te deja un poso de amargura, de desesperanza, de sospecha sobre lo que se puede esperar de los seres humanos actuales y su educación.
Si coges una visita guiada tu enfado empieza en los comentarios sobre el patrimonio perdido durante la desamortización, durante los saqueos perpetrados al comienzo de la segunda república  o los latrocinios de coleccionistas privados que con impunidad, y muchas veces con complicidades clericales, se han llevado a cabo. A veces uno piensa que alrededor hay personas que no están muy lejos de los talibanes que destrozaron los budas o de los desmanes del  tristemente famoso ISIS y su sistemático derribo de todo aquello que no concuerde con sus creencias o sus ideologías.
Pero con ser eso triste, con ser lamentable y ya inevitable, lo que acaba de derrumbarte, de amargarte el día, es la absoluta falta de respeto de muchos visitantes hacia el lugar que visitan, de su falta de educación y de sentido histórico y, sobre todo, de su dejación hacia esos conceptos respecto a los menores a su cargo, cuando los hay.
He visto en la Alcazaba de Almería a gente que se subía o manoseaba piezas y elementos arquitectónicos que específicamente ponían “no tocar”, a niños cogiendo piedras de cualquier sitio que se les ocurriera sin que nadie les llamara la atención, es más, los vigilantes se giraban y miraban para otro lado evitando darse por enterados. “Es que si les llamamos la atención luego nos expedientan a nosotros”, me confesó uno. Incluso una familia, bastante numerosa, retiró una cinta de prohibido el paso para aposentarse en una escalinata y acomodarse en ella para almorzar, bolsas, neveras, manteles, latas, botellas, como si del campo o la playa se tratara.
He asistido en una visita de un grupo cultural a los toros de Guisando donde padres e hijos se subían a las esculturas para sacarse fotos y hacer las gracias correspondientes. En el poblado de Los Millares coincidí con un colegio cuyas profesoras estaban absolutamente sobrepasadas por las ocurrencias que los alumnos más “graciosos” llevaban a cabo en el interior de las cabañas mientas otros vigilaban que no se acercara nadie.
Porque parece ser que la permisividad, que el concepto de que la propiedad particular de cada cual está implícito en la propiedad pública, que la falta de perspectiva histórica inculcada en la formación, y el descrédito de la disciplina evitan que tengamos el más mínimo respeto por lo que el pasado pone a nuestro alcance y por la obligación de preservarlo y legarlo a nuestros descendientes en las mejores condiciones posibles.
El otro día estuve visitando el Monasterio de Uclés, ahora convertido en campamento y residencia de infantes. Me pareció tremendo ver a un montón de críos encaramados al brocal del pozo, sentados sobre la plancha que cubre su boca jugando a las cartas, escalándolo utilizando las figuras que lo adornan como puntos de apoyo para su ascensión sin que los monitores, uno de los cuales, al menos, estaba allí presente, hiciera el más mínimo además de llamarles la atención. Es más ante mi intención de hacer una foto un chaval un poco más mayor que los otros, no el monitor, les ordenó que se bajaran para que pudiéramos sacar la imagen sin habitantes, cosa que todos aceptaron sin ningún tipo de protesta. Pasada la foto todos volvieron a sus actividades de juego y escalada.

¿Cuantas actitudes de este tipo puede tolerar nuestro patrimonio sin resultar dañado? ¿Cuantos graciosos pueden soportar los monumentos haciendo su gracia de pintar, encaramarse o llevarse un recuerdo sin deteriorarlos? ¿Cuánta cultura incivilizada podemos permitirnos? ¿Valen para algo la autoridades, en este tema, aparte de para asegurarse su cargo y cobrarlo? Y prefiero no seguirme preguntando.

sábado, 8 de abril de 2017

El hoy imperecedero

Hola papá: hace muchos días. La rutina siempre tiende a enmascarar cualquier viso de creatividad y llevamos una temporada, afortunadamente, en la que no pasa nada de particular. No pasamos de que hoy estés un poco más agresivo, un poco más dormido o un poco más  lúcido. Nos hemos instalado en que día a día hay que asearte, darte de comer, un paseo, volverte a asear y a dormir. Bueno, a pasar la noche, porque dormir duermes casi todo el día. Ya, sumidos en ese devenir plano, donde pensar es un lujo que tú no vas a compartir, todo sucede porque sucedió ayer y seguramente, dios lo quiera, sucederá mañana. Estamos programados y nos movemos de una forma casi mecánica. Ya los intentos de comunicación son una curiosa imposibilidad, curiosa por escasa e imposible porque no tenemos acceso a tu mente ni siquiera a través de ese lenguaje ininteligible con el que esporádicamente nos demandas algo inconcreto y muchas veces inexistente.
Hablo de la rutina como si me quejara de ella, en realidad quejándome de ella, pero es verdad que es el único flotador que nos permite estar contigo sin caer permanentemente en la angustia de ver cómo vas decayendo, cómo te vas yendo jornada tras jornada, sin presente, sin futuro, sin horizonte conocido o previsible. Todo lo que habrá de ser será, pero mientras tanto lo que es tiene una suerte de inmutabilidad que se mueve entre la desesperanza del no retorno y el bálsamo de lo rutinario.
Ya no hay recuerdos, ni historias trastocadas. Ya no hay añoranzas de celebraciones ni frustración por las historia perdidas. Ya no hay otra cosa que un mirar hacia el hoy sin concebir un mañana ni recurrir a un ayer. No existe ni siquiera un ahora que signifique otra cosa que lo inmediato. El tiempo pasa pero no parece irse, mañana será una fotografía, un calco de hoy, que lo ha sido de ayer.
Y si es desesperante no avanzar, no moverse, moverse es el peor de los castigos porque mañana, para ti, solo puede ser peor que hoy.

Hola papá, buenos días. Hola papá, hoy tampoco será otro día.

martes, 4 de abril de 2017

El deporte base

Hay temas que es mejor tratar en frío. Coger algo de distancia porque implican pasión y, por tanto, falta de ecuanimidad en el momento que intentan abordarse.
Y si hay temas ya de por si apasionados si los juntamos de dos en dos las alertas deben de atronar. Y eso es lo que pasa con el fútbol de base. Fútbol e hijos, fútbol y educación. Una mezcla que debería de resultar formativa pero que resulta explosiva.
Y resulta explosiva porque explosivo es el tratamiento que la sociedad hace de ambos temas, el tratamiento o la dejación podríamos plantear como alternativa.
Y se de lo que hablo porque recorrí con mi hijo campos y equipos, colegios y aficiones durante su etapa entre los seis y los catorce años. Se supone que los equipos deportivos de menores que patrocinan los colegios, los barrios, los pueblos, deben de servir para una educación complementaria en valores de los chavales. Para formarlos en el espíritu deportivo, en el espíritu colectivo que representa el equipo por encima de la individualidad del jugador, en el arte de saber perder y de saber ganar, en la limpieza de espíritu frente a la competición. Se supone, porque la realidad, la práctica, nos dice cuan diferente es esa ideal teoría de la cruda realidad.
Son muchos los ejemplos de chavales, de árbitros, de padres y, que casi no se dice, de madres. Son muchos los chavales que he visto maleados por padres y entrenadores que tampoco comprenden cual debería de ser el espíritu de esas competiciones, cuáles deberían de ser los valores predominantes en esas prácticas deportivas. Aunque tampoco es de extrañar viendo el patético ejemplo que les transmite el deporte profesional y su entorno.
Egoísmo, soberbia, narcisismo, mentiras, corruptelas, fingimientos, rencor… Esos son los valores que el deporte por antonomasia en este país, yo en realidad diría el espectáculo porque de deporte solo queda la parte física, transmite a los chavales que lo practican y, parece ser, que calan en la actitud de los padres.
Me decía un entrenador que mi hijo tuvo en un equipo de un barrio humilde de Madrid, un hombre bueno que con generosidad entregaba parte de su tiempo libre a entrenar a uno de los equipos de categorías inferiores, que su mayor problema no eran los chavales, eran los padres. Los padres que cuando sus hijos no jugaban se dedicaban a mostrar su insatisfacción y que, en algunos casos, llegaban al insulto. Pero más incluso que a los padres, me decía con su risa franca, temo a las madres, que crean en los niños un estado de insatisfacción que acaba derrumbando al equipo. Decía más, pero tampoco viene al caso.
Efectivamente, a cada familia que lleva a sus hijos a practicar el deporte de base, puedo hablar fundamentalmente de fútbol y de baloncesto, le corresponde una figura mundial en ciernes que todos deben de contemplar con arrobo. Todos consideran que su hijo es el futuro Maradona con el que recorrerán el mundo en avión privado y alojándose en los mejores hoteles. Y ¡ay del entrenador que no lo entienda así¡
Porque el deporte es lo de menos. ¿Los valores? Los de cotización en el mercado de figuras. ¿El equipo? Un lastre que impide que la futura figura luzca todo su potencial ¿El entrenador? Un tarado que no lo pone todo lo que debe, o que no lo pone en su sitio, o que no tiene, directamente, ni idea de fútbol. ¿Los compañeros? Los pobres nunca llegaran a nada, a lo mejor fulanito o zutanito, que son muy amigos, apuntan maneras. ¿Y si el niño es portero? Entonces es peor. Solo puede quedar uno y todo vale.
Así que tampoco es raro que los padres, y muchos hijos, hagan de cada partido una reválida que no puede desperdiciarse porque el futuro hay que alcanzarlo cuanto antes. Y esto supone tensión y muchas veces una carga emocional que no todo el mundo sabe gestionar.
Desgraciadamente las federaciones tampoco es que se preocupen mucho por la situación y contribuyen, y no poco, a caldear la ya caliente caldera. ¿Cómo? Enviando árbitros que en muchas ocasiones no conocen o no saben aplicar las reglas, cosa que aparentemente también les sucede a los profesionales, o que se acobardan con un ambiente hostil, y que, sobre todo, no tiene la preparación pedagógica imprescindible para saber cómo manejar a los niños, que opinen lo que opinen los padres, las federaciones o los árbitros, no son profesionales.
Porque, ¡gracias a dios¡, los niños no son profesionales. Fingen como ellos porque es lo que ven en la tele que hacen sus ídolos. Algunos abroncan y desprecian a sus compañeros porque es lo que ven que hacen sus ídolos. Tiene la presión de ganar y ser los mejores de su equipo porque es lo que dicen los periódicos que leen sus padres y lo que sus padres esperan de ellos. Pero con todos los vicios despreciables que sus ídolos practican varias veces por semana en los televisores y que a diario son jaleados por la prensa del sector, los niños aun no son profesionales
Y muchos de ellos, la inmensa mayoría, no lo llegarán a ser nunca, pero si habrán perdido, les habrán hecho perder, una oportunidad única de aprender unos valores que en algún momento de su vida echaran en falta.

A todos los padres de los futuros Maradonas, a todas las madres, dejad que los niños lo sean todo el tiempo posible. Enseñadles a ser hombres de bien, el ejercicio de formar macarras debe de corresponder a otros ámbitos de su vida, aunque desgraciadamente no siempre sea así.