martes, 26 de junio de 2018

Nosotros, vosotros y ellos


Hay episodios, como el de la inmigración, que desempolvan los viejos fantasmas arrinconados en el fondo del armario de la conciencia, pero nunca que nunca han sido superados ni olvidados. La habitual, y deleznable, corrección política va logrando que nadie se exprese libremente por temor a ser calificado como apestado social. Y curiosamente esto se hace en muchos casos en nombre de una libertad que solo entienden los que se consideran con derecho a dar certificados de libertad o corrección de pensamiento a los demás.
Pero no trataban mis palabras de hablar sobre la libertad, concepto escurridizo y excesivamente interpretable según el gusto de quién lo menciona, que también. Mi interés era hablar sobre los fantasmas que saca a la luz un episodio como el del barco llegado a Valencia con su, carga me parece deleznable, pasaje de personas en necesidad.
Partamos de que tan loable es la actitud del gobierno español como inhumana es la del italiano. Así, de entrada. Pero de entrada el cambio de luz entre el exterior y el interior suele producir una necesidad de adaptación para apreciar las formas correctamente. A veces eso sucede también con los hechos. Necesitan de análisis y perspectiva para apreciar todos los matices.
Eso no significa que justifique el comportamiento de los italianos, pero tampoco que aplauda ciegamente el español. El gobierno italiano tiró del populismo más rancio y deleznable para denunciar una situación por la que se ve superado. El gobierno español tiró, en unas circunstancias en la que su decisión le era popularmente favorable, del populismo más buenista para ofrecer una solución a pesar de que la presión inmigratoria, en muchos casos orquestada con fines políticos por nuestros vecinos, puede ser tan insoportable como la que soportan otros países limítrofes.
Pero una vez comentada la posición política, la calle comenta, se posiciona y quiere hacerse oír. Y quieren hacerse oír la parte de la calle que encuentra solo problemas y aquella otra parte a la que todo le parece bien. Y, como siempre sucede, ninguna de ambas partes es capaz de detentar la razón absoluta, y ambas partes tienen su cachito de razón. Nada nuevo.
Todas las posiciones tienen su parte de verdad y su parte de irracionalidad. Todas, excepto las que parten de un odio irracional, o de un irracional estado nirvánico, deben de ser tenidas en cuenta, escuchadas, contestadas y, en la medida de lo posible, satisfechas. Tal vez, como casi siempre, es la desinformación a la que se somete a la población la mayor causante de este prejuicio. Contra la mentira información veraz y contrastable.
Argumentario negativo: No hay dinero para acoger a tanta gente, quitan el trabajo y los recursos a los nacionales, son delincuentes, forman guetos, no se integran, intentan cambiar las costumbres e imponer las suyas, pueden ser terroristas, se les dan unos privilegios superiores a los que obtienen los nacionales.
Argumentario idílico: El mundo sería mejor sin fronteras, son personas que huyen del hambre y de la guerra, rechazarlos es una actitud xenófoba y todo lo que se diga en su contra es racismo, los países más ricos tienen la obligación absoluta de acogerlos.
Puede que me olvide alguna, en ambos grupos, aunque creo que están los principales argumentos. Pero empecemos a analizar.
No hay dinero para acoger a tanta gente. Es cierto. España es un país con una economía limitada, con una capacidad de generar trabajo poco flexible debido a su enfoque económico y a las leyes tremendamente lesivas con la iniciativa privada, sobre todo con la pequeña iniciativa privada. Pero siendo cierto también lo es que la mayoría de los inmigrantes solo están de paso, que la mayoría o son devueltos a sus países o buscan las economías más fuertes en el centro de Europa. Cierto, algunos se quedan, algunos reciben subvenciones y ayudas. También es verdad que esas subvenciones y ayudas son más visibles cuando son puestas en cuestión, pero, a falta de información veraz, creo que es injusto confundir visibilidad con privilegio.
Quitan el trabajo y los recursos a los nacionales. Si, esto es cierto, pero con matices. Ocupan puestos de trabajo. ¿Pero que sería de nuestros mayores y de nuestros hijos si no tuviéramos inmigrantes que desempeñaran esas labores que ya pocos españoles quieren desempeñar, y que los pocos que quieren ofertan a unos precios inasequibles? ¿De dónde obtendríamos esa mano de obra no cualificada que demanda nuestra sociedad llena de licenciados, doctorados y masters, reales o ficticios, que olvida las necesidades básicas? ¿Cuántos puestos de responsabilidad, cuantas empresas, chinos aparte, son de inmigrantes? De inmigrantes de necesidad, se entiende. Por no hablar de nuestro campo despoblado, de nuestra agricultura y nuestra ganadería ya casi inexistentes, de esa España rural que busca habitantes con desesperación e incentivos para no desaparecer. Y, ya puestos ¿Quién va a contribuir con el estado para que podamos cobrar nuestras pensiones en el futuro? ¿Los ya casi inexistentes nativos o los inmigrantes y sus hijos integrados en una sociedad  tan decadente que no se preocupa de su futuro?
Son delincuentes. Si, e ingenieros y literatos y padres de familia que se niegan a ver morir a sus hijos de hambre, reclutados por el señor de la guerra local o simplemente reos de faltas de oportunidad por nacer en un rincón del mundo despojado de sus bienes y derechos. Entre tanta gente, entre tantos hombres, mujeres y niños, ¿la proporción de delincuentes y personas normales es diferente a la de otros grupos humanos? No, otra cosa diferente es que muchos de ellos acaben delinquiendo por falta de integración, de oportunidades o por la presión del ambiente cerrado en el que acaban moviéndose. Desgraciadamente los inmigrantes delincuentes, al menos los más peligrosos, los más letales, no vienen en patera, vienen en avión y pertenecen a mafias internacionales. Pero a esos no los cuestionamos. A esos no les llamamos inmigrantes ni nos oponemos a que se queden con las grandes y lujosas casas de nuestras costas y ciudades o encarezcan y perviertan todo lo que está en su entorno.
Forman guetos. Claro. Como todos aquellos que llegan a un lugar en el que son extraños. Buscan a los iguales para que su vida sea un poco menos dura. Y más si los que los reciben tampoco están muy por la labor de integrarlos porque desconfían de sus intenciones, de sus motivos y de su presencia. Yo también lo haría. Yo también lo he hecho.
No se integran. Y este sí es un problema, porque los hay que no logran integrarse y otros que tienen a gala no intentarlo. La integración es difícil. Aceptar costumbres ajenas, idioma desconocido, leyes que son extrañas. Solemos ser poco tolerantes con lo que no son como nosotros. Solemos ser, incluso, agresivos, poco permisivos. Pero también es verdad que deberíamos ser inflexibles respecto a aquellos que llegan intentando imponer lo suyo sobre lo que ya existe. El equilibrio entre la tolerancia y la defensa de lo existente es uno de los frentes en los que más daño se hace. A veces, interesadamente, hay personajes públicos, cargos públicos, que utilizan la tolerancia hacia lo ajeno como argumento a sus personales cruzadas contra lo existente. Normalmente estas actitudes lo único que consiguen es un rechazo que acaba siendo utilizado por los populistas de signo contrario para promover la xenofobia entre personas que lo único que quieren es preservar lo que siempre han, hemos, vivido. El conflicto de promover conductas anti católicas con el argumento del estado laico, cayendo en posturas laicistas es bastante habitual entre una izquierda desnortada y que exaspera a una mayoría de la población.
Intentan cambiar las costumbres e imponer las suyas. Creo que en el punto anterior se podría integrar este. El problema, el daño, es comprobar que esta presión, partiendo de algunos inmigrantes, que son minoría, anclados en posiciones intolerantes respecto a las costumbres en sus países de acogida son utilizados, sin escrúpulo alguno, por políticos para sus propios y, no confesados, fines, provocando, sin reparar o sin importarles un ardite, un rechazo que promueve el racismo en personas hasta ese momento ajenas a tal sentimiento. Tal vez en estos casos, en una sociedad que funcionara correctamente, debería de invitarse al recalcitrante a volver a su país de origen y al sinvergüenza que lo utiliza al ostracismo político.
Son terroristas. Es difícil argumentar contra esta afirmación. Es complicado desmontar un argumento que no tiene ningún sustento aparente. Se refiere a inmigrantes musulmanes integristas, que los habrá, no digo que no, pero que viendo las cifras de atentados en Europa, el número de participantes en ellos, y comparada esa cifra con la de inmigrantes que entran en un día en uno de los países europeos ¿Dónde está el argumento? Viendo esas caras de esperanza de niños, de hombres y de mujeres ¿Dónde está el odio fanático necesario para matar? De los terroristas identificados ¿Cuántos eran inmigrantes directos y cuantos eran segunda o tercera generación? Efectivamente, los terroristas se forman en nuestros países, aprenden a odiarnos viviendo entre nosotros, abandonados a una educación en la que los estados se inhiben más interesados en la falsa tolerancia que en el futuro e integración real de esos ya ciudadanos, cuando no utilizados como amenaza que permite ciertas actitudes de control y recorte de derechos, que de todo hay. En todo caso es trabajo de los sistemas de seguridad llegado el momento separar la paja del heno, y precisamente por ello es mucho más conveniente rescatar y acoger, que permitir el acceso incontrolado.
Privilegios. Tal vez en este tema es donde más se eche en falta la absoluta falta de transparencia y la absoluta falta de credibilidad de nuestros políticos. ¿A que tiene derecho un inmigrante ilegal? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuál es su destino final? ¿Cuántos eluden los controles? ¿Cuántos acaban trabajando ilegalmente por falta de oportunidades de regularización? Todo se difumina tras una postura que según la ideología del informante engaña en un sentido o en otro. Yo estoy convencido de que la mayoría de los casos se ajustan a límites razonables. Tan seguro como seguro estoy que hay abusos, aunque suponga que son menos. Este argumento, tan dañino, tan difundido, tan utilizado, solo puede desmontarse con números reales, con números al margen de ideologías.
En definitiva, a alguien que ha sido inmigrante, como es mi caso, aunque haya sido interior, le cuesta reconocer los argumentos xenófobos que, sin quitarles la parte de razón que puedan tener, se llevan a unos límites donde la injusticia y la sinrazón son evidentes. En este mundo en general, y en este país en particular, casi todos somos, directamente o por descendencia, de un lugar diferente al que inicialmente nos habría correspondido. Parece que olvidamos con cierta facilidad los barcos rebosantes camino de Sudamérica, los trenes de la vendimia hacia Francia o los de contratados hacia Alemania. El goteo incesante de familias hacia las grandes ciudades. Yo recuerdo aquella Galicia en la que los peones camineros eran mujeres, el campo lo trabajaban las mujeres y la industria más tradicional era empleo de mujeres porque los hombres estaban buscando el sustento en otros lugares. Yo también recuerdo vivir en un gueto cultural entre originarios de la misma zona. Yo también recuerdo ser recibido con mofa y tópicos por proceder de una región diferente. Yo también, y la mayoría de los que me leen, soy inmigrante.
Analicemos ahora los argumentos de signo y sentimiento contrarios. Los de aquellos a los que todo les vale con tal de demostrar su superioridad moral y su buenismo contumaz.
El mundo sería mejor sin fronteras. Claro, por supuesto, pero el problema es que existen y que obedecen a una realidad legal que hemos aceptado. Cambiemos las leyes y deroguemos esas líneas imaginarias, cuando no recalcadas por un muro o una alambrada, y permitamos la libre circulación de bienes y personas. Pero teniendo claro cuáles son las consecuencias, cual es el precio de un mundo idílico que no ha preparado a sus habitantes para disfrutarlo y sí para pelear por su dominio. No solo podrían entrar libremente las personas de bien, sería imposible la seguridad colectiva, sería complicada la cobertura social porque los estados, las naciones, las regiones se desvanecerían por falta de límites en los que aplicar su influencia, y por tanto volverían el predominio del que fuera capaz de ejercer más fuerza en detrimento de la sustentación de derechos por falta de garantes. A veces hablar es hablar por hablar.
Son personas que huyen del hambre y de la guerra. La mayoría, la inmensa mayoría, pero entre ellos habrá personas que buscan mejores lugares donde ejercer sus habilidades delicuenciales, incluso habrá personas que hayan venido con su mejor voluntad y a las que la falta de oportunidades para progresar, o su menor habilidad para integrarse, o la misma presión de su entorno y su necesidad acaben por empujarlos hacia la parte más oscura de la inmigración frustrante, a la marginación, a la necesidad y a la delincuencia. La falta de respuesta firme por parte de la sociedad, la incapacidad flagrante de reaccionar de forma rápida y contundente para erradicar el problema, la percepción por parte de algunos  de que ser inmigrante es una situación equivalente a estar dispensado de obligaciones y convertirse en una suerte de mártires sociales, lleva al resto de la sociedad a rearmarse contra ellos y a que se generen actitudes de rechazo.
Racismo y xenofobia. Estas palabras se han convertido en una especia de banderín de enganche, de latiguillo dialéctico, de muletilla argumental, para evitar entrar al fondo de los problemas que se denuncian. Si consideras que la inmigración crea problemas, que no puede acogerse ilimitadamente, que hay que ser tan inflexible en el cumplimiento de las leyes con los que vienen como con los que están, es que eres un racista, un xenófobo. Si consideras que antes de ayudar a los que vienen convendría asegurar un futuro a los que nacieron aquí es que eres un xenófobo. Si apuntas a que hay que ser intolerante con aquellos que aprovechan su acogimiento para difundir su intolerancia eres un xenófobo, o un facha. Si consideras que ciertos colectivos tienen un problema de comportamiento emanado de sus costumbres originales que es incompatible con la sociedad que los acoge, maras, integrismo, delincuencia organizada, mafias, y debe de ser prevenido y tratado con rigor y agilidad eres un racista. Si tienes cualquier discrepancia o postura crítica hacia cualquier comportamiento o actitud de los acogidos eres automáticamente tildado de racista, de xenófobo, de facha, por una parte instalada en la exquisitez moral, en la superioridad ética, en la por nadie otorgada potestad de otorgar títulos de lo que se puede, o no, decir, hacer o pensar. El gran problema es que son ellos los que hacen por la xenofobia, por el racismo, más que todos los inmigrantes de la historia. No hay nada que fortalezca más el racismo que la falta de rigor y de crítica. No hay nada más negativo que el exceso de positivismo.
Los países ricos tienen la obligación de acogerlos. Moralmente sí. Humanitariamente hablando, claro. Pero el gran problema es que todo continente tiene una capacidad máxima de contenido. Los recursos son limitados, las estructuras son limitadas, las capacidades son limitadas, y ante una respuesta limitada, no por la voluntad, sino por la realidad, la exigencia no puede ser ilimitada. En terminología popular existe la gota que hace rebosar el vaso, tal vez el gran problema sea despojar al problema de ideologías y tasar correctamente la capacidad real del vaso. Pero esta solución siempre será políticamente incorrecta mientras los inmigrantes sean, digan lo que digan, un arma arrojadiza que utilizar que utilizar ideológicamente sin tener en cuenta a los seres humanos que despojados de identidad por el fenómeno masivo al que pertenecen sufren y mueren cada día.
Me gustaría hacer ahora una reflexión que resumiera todo lo antedicho. No soy capaz.  Solo sé, con  tal firmeza que me produce rabia, que cada muerto es un muerto innecesario, una víctima del enriquecimiento inmoral de alguien, un reo de una partida mundial en la que los jugadores ignoran sistemáticamente las muertes que provocan, una excusa inexcusable para que los buenistas demuestren con descaro su inmoral superioridad moral.
Solo sé, y a veces me cuesta, que cada uno de ellos ha nacido, ha sufrido y, muchas veces, muere sin nada que me lo justifique. Que cada uno ha dado y recibido amor de su entorno, que cada uno de ellos tiene derecho a vivir dignamente. Cada uno de ellos, uno a uno, aunque sean tantos.

sábado, 16 de junio de 2018

El cáncer y las tiritas

Sucede muchas veces, tal vez demasiadas. Una idea, un concepto, una cuestión que es evidente en un enfoque diferente al original es imposible de percibir con claridad por las pasiones laterales que despierta y que impiden que el problema se trate adecuadamente en su contexto original. Si además interviene la política y su sistemática verborrea para confundir, desvirtuar y utilizar cualquier situación para su propio beneficio, estamos perdidos.
Hoy toca hablar de inmigrantes. De emigrantes que una vez abandonan su frontera se convierten en inmigrantes y que la nueva terminología, supongo que para ahorrarse tinta, tiempo de pensamiento y disgustos ha convertido en migrantes. Así nadie los podrá acusar de posicionarse en el problema.
Hay toca, como decía, hablar de inmigrantes, de los que llegan. Hoy, como ayer, como periódicamente, como demasiadas veces, todas las veces que pasan de cero son demasiadas veces para este tema, toca hablar de seres humanos despojados de su tierra, desgajados de su familia, desesperados, estafados maltratados y zarandeados. En cualquier frase bien pensante ahora tocaría mencionar, como causante último, al destino, pero yo me temo que el destino, en este caso, tiene nombre , apellidos, incluso siglas y cuenta de beneficios.
Tener fronteras es un sentimiento natural, de naturaleza, que se justifica por la necesidad que tiene todo grupo organizado de preservar su capacidad de mantenimiento. Todo animal social marca su territorio de influencia y lo defiende de otros grupos que puedan disputar su derecho sobre él. Los humanos, en esa necesidad que tenemos de reglarlo todo, hemos perfeccionado, en realidad complicado, el concepto y hemos creado esas fronteras difusas del territorio natural en férreas barreras definidas que separan, sin duda, a lo buenos, los de dentro, de los malos, los de fuera. Luego les hemos puesto bandera, música, leyes... y nos hemos aplicado a fomentar el orgullo territorial exclusivo como forma de pervivencia de los que mandan en el machito.
Tener fronteras es natural, animalmente natural y compulsivo. Se supone que la humanidad evoluciona para superar esa pulsiones animales y crear eso que pomposamente llamamos civilización, una de cuyas características debería de ser el humanitarismo. Se supone porque si echamos mano de la historia, o de los periódicos actuales, veremos como la política fomenta esos sentimientos territoriales para despertar la parte más animal, más irracional, más insolidaria de nosotros mismos.
¿Qué estoy hablando del “Aquarius”? Hasta yo me había dado cuenta. Pero no, en realidad el barco de la miseria moral en el que se ha convertido, no es más que una excusa, un episodio más de esos que hay varios todos los días pero que, por el motivo que sea, porque conviene a unos, porque interesa a otros, porque favorece a los de más allá, alcanza una difusión que lo hace más visible, significativo. Significativo para los intolerantes de costumbre, significativo para los buenistas de costumbre.
Un episodio más de esos que se utilizan para que nadie reflexione sobre el problema de fondo que ocasiona tantas muertes, tantos sufrimientos, tanto odio, tanto amor de salón, tanto beneficio a unos cuantos. Porque si no hubiera beneficio tampoco habría problema. Ese terrible problema que no son los inmigrantes, o los emigrantes, o los migrantes, ese inmoral problema del que ellos solo son el sítnoma.
Vale, acogemos el “Aquarius”, o lo rechazamos, según la posición en la que nos queramos poner, porque para el análisis final del problema da lo mismo en qué lado te coloques. Da lo mismo si eres de los que cuelgan un trapo hortera en un edificio emblemático redactado en inglés, que aún no he entendido por qué a unos señores que hablan un idioma y llegan a otro lugar con otro idioma se les saluda en un tercer idioma que no es el suyo ni el nuestro, misterios del “marketing” ese, o si eres de los que pondrían muros de acero, electrificados y erizados de armas automáticas para blindar y aislar su territorios de esos delincuentes que vienen a robarles lo “suyo”.
Como iba diciendo, tomamos una decisión sobre el barco de la miseria y… ¿Y? Habremos salvado, o condenado, a setecientas personas hacinadas y sufrientes mientras no se cuantos miles más ya lhan pasado por ello y otros no se cuentos miles se preparan para pasar experiencias semejantes. O sea, que hemos tomado una decisión sobre setecientas vidas sin reparar en que nuestra decisión está provocando una serie de efectos colaterales que solo benefician a los que originan el problema.
Porque el problema real no es decidir sobre esas vidas, que evidentemente provocada la situación es lo inmediato, el problema real es por qué han llegado esas personas a esa situación. Por qué familias enteras se lanzan a un viaje que hipoteca económicamente, socialmente, familiarmente sus vidas, a un viaje de altísimo riesgo, en vez de prosperar en la tierra que los vio nacer y hacia la que, naturalmente, sentirán un apego indiscutible. Qué lleva a miles y miles de personas a emprender una huida dejando atrás lo suyo, dejando atrás a los suyos, dejando atrás incluso su dignidad y su seguridad.
Tal vez porque las multinacionales que operan por encima de gobiernos y leyes han arruinado esas tierras y los han convertido en semi esclavos, tal vez porque los grandes señores del armamento han considerado esos territorios como idóneos para probar y vender sus armas, tal vez porque determinados fanáticos religiosos consideran esos lugares como herencia divina y lugar sagrado en el que aposentar sus fanatismos, tal vez porque hay potentados que gustan de jugar el ajedrez del poder y la riqueza con territorios y seres humanos. Tal vez, independientemente de cual sea el causante primero de la situación, porque estamos tan ocupados en vivir confortablemente que como mucho les podemos dedicar el tiempo de un tele diario, o la actitud buenista pero ineficaz salvo en distancias cortas de multitud de colectivos que dedican sus vidas y sus esfuerzos a paliar los síntomas, pero sin capacidad para abordar y atajar la raíz del mal.
Es posible que lo que estoy diciendo no quede muy claro, pero saquemos lo mismo a otro contexto. ¿Se puede curar el cáncer con tiritas? Pues el “Aquarius”, las pateras, los cayucos, las balsas, los muertos en el agua o en la playa, el sacrificio de tanta gente luchando por salvar vidas, por encontrar lugar a los que llegan, por acoger, incluso a esos que ponen un trapo pintado que pone:”welcome refugees” en un sitio por el que no pasan refugiados a los que se les pueda dar la bienvenida, y si pasaran ni hablarían inglés, ni siquiera español, no son más que tiritas. Mientras el cáncer sigue haciendo metástasis. Como diría cierto personaje : “¿Se me entiende ahora o explicito?”

Eso sí, por favor, en lo que alguien le pone solución al cáncer, no dejen de usar tiritas.



viernes, 1 de junio de 2018

El vaivén del chucu chucu

Como en la canción. “El vaivén del chucu chucu, chucu chucu te voy a dar”. Así se podría analizar hay la política española. En realidad así se podría analizar este baile de líderes que se ha producido hoy en el congreso ante la mirada entre incrédula e impotente de la ciudadanía de este país, o País S.A. que apostillaría el Forges – que gloriosas viñetas habrían salido de su mente y de sus manos en este momento-
Hoy la presidencia del gobierno por un acto administrativo legal ha pasado de las manos de un político que ha perdido la confianza de la calle a las manos de otro que nunca la ha tenido. El vaivén del chucu chucu.
Hoy, en una clara demostración de que si esto es una democracia no es representativa de sus votantes, se ha consumado un hecho que no cuenta con el beneplácito de la mayoría de los votantes del territorio nacional, y se ha consumado por la aberración de que la ley electoral respalda que el valor de los votos es diferente según donde se emitan.
Lo que hoy ha sucedido  es legal, es legítimo, pero no tiene nada que ver con lo que opinaría la calle si se les consultara. Y eso lo sabemos todos, incluso aquellos dispuestos a forzar esa voluntad con legítimos recursos.
Yo no soy muy partidario de Pedro Sánchez, y a lo mejor tengo que tragarme mis opiniones dentro de unos meses, o desgraciadamente no, pero en todo caso su apuesta por gobernar en vez de convocar unas elecciones en el más corto plazo posible me hace pensar que sabe perfectamente que las perdería más allá incluso de lo que las ha perdido en el pasado. Y me temo que las perderá en el futuro. Solo espero que su victoria no nos hipoteque a todos en la cuestión territorial y no nos avoque a un futuro lamentable.
Tampoco he sido nunca devoto de Mariano Rajoy, y si no lo he sido en el pasado hoy la verdad es que solo puedo hablar pestes de alguien incapaz de una actuación con un mínimo de dignidad y coherencia. Ha sido un buen presidente económico, aparte métodos y cuestiones sociales, y es uno de los mejores parlamentarios que se sientan en las bancadas, pero como gestor social y político ha sido entre mediocre en sus inicios a patético en sus finales.
No lamentaré la marcha de Don Mariano. No la lamentaré en la misma medida en que no me siento capaz de celebrar el advenimiento de Pedro Sánchez. Le veo al tema más de chucu chucu que de vaivén festivo. Y ya se sabe que el chucu chucu siempre estuvo lleno de carbonilla, de asientos atestados e incomodidades de tercera.
Tampoco me cabe la esperanza de que las gestiones de gobierno en ciernes vayan encaminadas a solucionar los temas de representatividad que los ciudadanos sufrimos pero ellos en breve disfrutarán. Nunca llueve a gusto de todos, pero ya es triste que nunca llueva a gusto de los ciudadanos que ya no solo se encuentran constreñidos a elegir entre guatemala y guatepeor, si no que ahora ni siquiera pueden hacer oír su voz en un momento en el que escucharnos sería crucial.
Pues eso, que al final hemos asistido como espectadores al vaivén del chucu chucu. Esperemos no asistir mudos y maniatados al chucu chucu que nos vayan a dar.