domingo, 30 de diciembre de 2018

Adiós papá


Adiós papá, aunque seguramente esta no sea la última carta si lo es de una etapa, tu vida física, que ya ha acabado. La última de una enfermedad que nos ha dejado a todos lacerados y de la que tú ya, afortunadamente, descansas.
Adiós papá, hemos mandado tu cuerpo a reunirse con tu alma ya hace tanto tiempo ausente. Espero que se encuentren y que encuentren todo aquello que el mundo les había negado. Hoy el día ha amanecido claro, luminoso, no hay sombras que entorpezcan el reencuentro.
Desde la convicción más profunda de que una vez salvada la barrera, esa tan impenetrable que no deja ni hurtar una mirada, o se encuentra todo o no queda nada que encontrar, mi deseo es que vuelvas a tener todas las edades en las que fuiste feliz y la compensación a aquellas en las que no lo fuiste.
Decía Heriberto que ya estarías paseando por la Area Grande, donde te encontrarías con mamá, con la tía Natalia, con la tía Ketty, con Fidel, con el mudo, con José Luís Román plantando la primera sombrilla del día. Es verdad papá que estarás con todas las personas que son parte y memoria de esa playa tan entrañable para nosotros que trasciende el mero hecho de la arena, del mar, de su ubicación física o de la mera enumeración de las personas que le dieron alma a su evocación y que la hicieron referencia de nuestra generación, que la hicieron suya cuando aún no era de casi nadie más.
Pero también, solo la muerte o la imaginación lo permiten, estarás jugando con tus hermanos y tus amigos en Puente Sobreira, en ese Puente Sobreira de tu infancia que tanto anhelabas, que tanto lloraste mientras nos lo enseñabas la última vez que estuvimos allí y sospechando tú ya que tus recuerdo te estaban abandonando.
Y en las cabalgatas del Corpus con tu pandilla del Orense de los años 40, Marcial Feijoo, Alberto “Cus”, Paco Aranda, y en los que varios años ganasteis el concurso de carrozas representando al Liceo. Y charlando con todos aquellos que sin ser tan íntimos tanto mencionabas: Manaicas, los Barreiros, los Manzano, los Vilanova, los Quesada. Y en las fiestas, cercanas y no tanto, y en el Paseo y en todos esos lugares  en los que fuiste feliz con esa felicidad que la falta de responsabilidades hace inolvidable. Incluso en el colegio, rememorando aquella mítica galopada en el patio en la que recorriste el campo con el balón y cuando fuiste a chutar se te dobló la suela y te caíste sin poder culminar la jugada.
Esa jugada que, a toro pasado, parecería una suerte de constante en tu vida. En tu vida adulta marcada por el paso por el comercio en el que se te dobló la suela, o te hicieron falta, y enterraste tantas ilusiones, tantas esperanzas, tantos proyectos, y tantas posibilidades.
Pero también fuiste feliz en Madrid. Es fácil recordar aquellas reuniones en casa, las celebraciones con el tío Ramón y la tía Kety y todo aquel Orense de extrarradio,  aquel Orense madrileño o viajero de los años 50 y 60 con tantas personas conocidas entrando y saliendo de casa, compartiendo momentos felices, compartiendo mesa y mantel, compartiendo sobremesa y café. Siempre con el tío Julio como protagonista invitado permanente en nuestras vidas, como una suerte de segundo padre, de tutor transeúnte con mando en plaza.  
También hubo años duros. Nunca hay cielo sin infierno. Pero esos ya los sabemos los que los sabemos, no hay por qué recordarlos, no hoy, no ahora que es el momento en el que lo único que importa es que ya descansas, que ya descansamos. Todos.
Si papá, quiero pensar, y así lo expreso, que, rememorando a los antiguos egipcios que no podían alcanzar la otra vida sin que su cuerpo estuviera convenientemente preparado y puesto a salvo, al fin tu cuerpo ha seguido el rastro de tu alma y ya puedes viajar placenteramente hacia otros estados de la consciencia. De una consciencia que te había abandonado en un viaje a plazos.
No puedo escribir esto sin un nudo en la garganta. Tal vez porque a pesar de todas las ideas, de todas las palabras, esto es una despedida y todas las despedidas tienen lágrimas. Tal vez, papá. O tal vez porque además, y siguiendo el curso de la vida, despedirme de ti me obliga a empezar a pensar en mi Puente Sobreira, en mi Area Grande. Me obliga a empezar a pensar que también mis recuerdos son efímeros y que la última barrera entre mi vida y la muerte, la última etapa antes de mi etapa me acaba de dejar y soy consciente.
Aún recuerdo el primer poema que me regalaste, que pusiste en una carpetilla trasparente y colgaste en la cabecera de mi mesa de estudio, el “If” de Rudyard Kipling, que tanto he leído, que ha guido mi vida y que yo he traspasado a mis hijos.
“Si puedes llenar con tus actos los sesenta segundos del minuto que es tu vida, todo lo que hay en la tierra será tuyo, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío”
Tú has llenado tus sesenta segundos, papá, aunque los últimos estén llenos de una luz nebulosa y extraña que asemeja el vacío. Tú, reitero papá, has rellenado los tuyos y yo empiezo a descontar los míos postreros. Adiós papá, adiós. Hasta nunca. Hasta siempre. Hasta pronto.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

La pena máxima


El tema es realmente peliagudo. Tiene tantas aristas que uno acaba preguntándose si tiene alguna cara, alguna superficie suficiente para reposar la mirada y profundizar en ella, y si es así no lo es por cuestiones técnicas o éticas, sino por la aplicación colectiva de algo que debería de tener consideración individual. La profundidad del abismo que separa a la legalidad de la justicia se hace insuperable desde el mismo momento en que la ley se olvida del individuo y establece unas normas encaminadas a una igualdad inexistente, imposible. Es mentira que todos seamos iguales ante la ley porque es imposible, incluso injusto, que la ley sea igual para todos, o al menos su aplicación.
He sostenido en algún cuento que la oportunidad de equiparar ley y justicia se perdió con la ira de Moisés al romper las tablas recibidas, porque las leyes fueron reproducidas de nuevo, pero no su forma de ser aplicadas de forma justa. Ahí, en ese preciso momento, esa historia, sea real o ficticia, sea histórica o no, el hombre reconoce que nunca será capaz de aplicar la ley, la parte técnica y coercitiva, de forma justa, la parte ética y reparadora.
Hay tantas leyes, tantas, y tantas interpretaciones que es terriblemente improbable que un juez, ajeno a la historia y sus protagonistas como garantía de neutralidad, sea capaz de abarcar los matices individuales de los protagonistas, las características circunstanciales del hecho, y encontrar la justa aplicación de la ley precisa en su interpretación adecuada.
Para que la ley fuera justa precisaría obligatoriamente de unos elementos que son ficticios: unos hechos incuestionables, unos protagonistas éticamente, o anti éticamente, impecables,  un juez rigurosamente imparcial y unas leyes de imposible interpretación, absolutas. Ninguno de estos elementos se da en la vida real, ninguno  siquiera es previsible que exista.
Pero es que además, y no nos llamemos a engaño, la ley no es justa, para empezar, porque aquellos que la promulgan lo hacen desde una posición moral o intelectual en la que intentan imponer sus criterios a la sociedad, lo que ya de por sí la incapacita para ser justa para todos aquellos que no comparten las reglas del legislador. Cada día más la política interfiere en la legislación y lo hace intentando imponer a la sociedad unas normas de comportamiento y un pensamiento tan volátiles como su propio paso por la capacidad legislativa, creando un juego, y no me apeo del término, que sume al ciudadano en la indefensión, cuando no lo convierte en delincuente, sin que haya una quiebra ética de ningún tipo.
Leyes recaudatorias, leyes discriminatorias, leyes de igualdad desigual, leyes de comportamiento moral, leyes de predominio económico, leyes que regulan leyes, leyes civiles, leyes penales, leyes administrativas, leyes económicas, leyes de leyes, y todo abarcado por una afirmación que sanciona  a todas las leyes, “la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento”, que hace de todos y cada uno de nosotros unos delincuentes en potencia o, por ser más exactos, unos delincuentes inevitables.
Nadie puede conocer todas las leyes, sus interpretaciones, las sentencias que sientan jurisprudencia, ni vivir de forma consecuente sin infringir, en ocasiones directamente de forma consciente y a veces con rabia, tantas leyes existentes para alimentar egos, arcas o sueños de sociedades parciales. Porque una gran parte de estas leyes que nos rigen no son justas, ni puede serlo ninguna de sus interpretaciones, porque muchas de estas leyes que nos amenazan no son otra cosa que una visión personal del legislador. Entiéndase el término  personal como representativo de un colectivo preponderante en un momento determinado.
Tal vez, yo estoy seguro, el principal problema es que se pretende lograr con la ley lo que no se intenta con la educación, porque es más fácil prohibir que convencer, reprimir que formar. Más fácil y habitualmente más lucrativo.
Y si la ley es injusta, si la legalidad es de por sí un apaño humano, y por tanto imperfecto, de unas reglas de convivencia, la forma de aplicarlas y sancionarlas acaba por lograr un entramado económico, ético, político, administrativo, penal de difícil encaje en ningún acercamiento a una utopía social. Por agravio en unos casos, por  ineficacia en otros, por incapacidad en los más, pero sobre todo por la imposibilidad de cuadrar las técnicas penales con las realidades individuales en las circunstancias actuales.
La pena de privación de libertad, por muy confortable que sea el lugar en el que se produzca, es sin duda la más terrible, la de mayor violencia punitiva respecto al individuo. No hay nada más tremendo e irrecuperable que el tiempo en el que no puedes disponer de tu vida libremente. Tal vez los que hemos hecho el servicio militar conozcamos, levemente, la sensación de frustración y pérdida que esas situaciones producen.
Llevamos un tiempo a vueltas con la prisión permanente revisable, con su constitucionalidad, con su pertinencia, con su aplicación, con su encaje en los derechos humanos, con su conveniencia en definitiva. Es, seguramente, la mayor de las penas que se puede imponer. Que se puede imponer legalmente, porque sin duda la mayor pena es la muerte. Y no, que esos que ya se han llevado las manos a la cabeza las bajen, no estoy reclamando, jamás lo haría, la pena de muerte, pero tampoco puedo olvidar que hay individuos que se arrogan esa potestad sin que nadie se la haya otorgado.
No hay nada más definitivo que la muerte, incluso para los que crean en otras vidas, y es por ello que aquellos que matan por perversión, por inclinación, por casualidad, por vocación o por cualquier otro móvil que se nos pueda ocurrir, han infligido a otro la pena máxima e irreversible. La capacidad punitiva de la ley tiene dos finalidades que han de balancearse a la hora de aplicarse, la prevención de la repetición del delito y la re educación del delincuente como método para evitar esa repetición.
Pero esa re educación debe llevar aparejadas la capacidad de arrepentimiento, la asunción de la culpa y la inequívoca voluntad de no repetirla. Si en un individuo no se dan estas premisas, si un individuo se muestra impermeable al horror perpetrado, si muestra una, aunque sea leve, tendencia a la repetición de su crimen, ningún tiempo que transcurra privado de libertad garantizará que no vuelva a cometer la misma acción una vez devuelto a la sociedad, que no estará preparada, ni tendrá defensa contra su decisión. El tiempo es un castigo, no un bálsamo ni una solución a un problema.
La muerte, por única e irreversible, es excepcional, y yo estoy convencido que aquellos que matan deben de estar sujetos a una pena excepcional. Excepcional en su dureza y excepcional en la justeza y magnanimidad con la que debe de ser tratado su término “revisable”, que siempre deberá imponerse al de “permanente”.  Matar por accidente lleva implícita la culpa de lo acaecido y su pena está implícita en su recuerdo, pero aquellos que matan por inclinación, por deformación o por voluntad deben de ser apartados de la sociedad hasta que demuestren una capacidad de superar los motivos que los llevaron a privar definitivamente de la libertad de vivir a otros.
No a la venganza, sí a la justicia y sí, sobre todo, a la defensa de las posibles víctimas. Ningún discurso ético, ninguna posición moral o discurso político puede devolver la vida a quién se haya visto privado de ella, y la ley debe de proteger primero a la víctima potencial, y después, solo después, al verdugo si tiene recuperación social posible. No es justo, como de hecho ha sucedido, mirar para otro lado decidiendo la falta de idoneidad preventiva de una solución penal no aplicada a un verdugo como pirueta ética para justificar una posición respecto a esa solución penal. No es justo, no es ético, es innecesariamente cruel con el entorno afectivo de la víctima y por tanto reprobable para los que lo han usado tan inconvenientemente y con bastante falta de respeto. En un sentido y en otro.
Yo no soy Laura, ni soy Sandra, ni soy tantas víctimas de asesinos que en nuestra sociedad se producen. Pero tampoco soy un vengador, un iluminado, ni ninguna suerte de justiciero. Solo pretendo ser alguien que reflexiona y que tras hacerlo opina, con todos los peros y todos los pros sobre la mesa, sobre algo que la sociedad demanda, o condena.
En este caso sobre la pena de prisión revisable permanente. En este caso, y mientras haya asesinos no re insertables, por los motivos que sean y que no importan tanto como la vida de la posibles víctimas, sin frentismos ideológicos ni revanchismos emociónales a favor de su aplicación excepcional y magnánima cuando así la evolución del reo lo aconseje.

lunes, 17 de diciembre de 2018

A propósito de la Navidad


Llegan las fiestas navideñas, y del mismo modo llega la polémica en algunos lugares donde las acciones públicas llaman a eliminar los símbolos que la identifican, a convertir una fiesta muy arraigada en el ideario popular en otro tipo de fiesta que desencanta y causa reacciones contrarias a las pretendidas.
Paseaba el otro día por el mercadillo de la Plaza Mayor de Madrid, que tradicionalmente en estas fechas es navideño, lleno de figuras para montar belenes, adornos, luces y útiles para árboles, puertas, ventanas y cualquier otro lugar del hogar que se nos ocurra iluminar o decorar, todo ello trufado con los típicos y tópicos artículos de broma para usar el 28 de este mes de diciembre, los Santos Inocentes, cuando me encontré con un grupo de unas veinte musulmanas ataviadas de su forma habitual acompañadas de una nube de niños. Paseaban, insisto, al igual que yo por el mercadillo y lo hacían interesándose por el contenido de los puestos y comentando entre ellas. No puedo decir, porque mi conocimiento del idioma que hablaban es nulo, de que cariz eran los comentarios, pero por sus gestos y tonos de voz no parecían distintos de los de las demás personas circundantes. No pude evitarlo, la idea vino sola a mi cabeza: espero que alguna de estas no sea de las que después van al colegio de sus hijos y protestan porque hayan colocado un belén o algún otro símbolo propio de estas fiestas.
No, la actitud, el comportamiento de aquellas mujeres y niños no daba para que determinados anti navideños públicos, de esos que usan sus cargos para liberar sus frustraciones, los usasen como excusa de agresión cultural para prohibir lo que ellos siempre habían deseado prohibir y no sabían cómo lograrlo. Yo les llamaría los Grinch públicos, pero mi aversión a la utilización de tradiciones foráneas me impide hacerlo. Les llamaré simplemente tontos públicos pretendidamente útiles.
Y es que en estas fiestas todo el mundo se posiciona. Están, como ya hemos comentado antes, los anti navideños, que odian todo lo que suponga un reconocimiento de la fiesta, sea una actitud, un adorno o una canción. También existen los indiferentes, los que no aprecian ni desprecian, los que no festejan ni les importa que los demás sí lo hagan. Y finalmente estamos los que disfrutamos de la navidad. Aquellos a los que la navidad nos mueve algo en el interior.
Hay personas que son muy de Nochebuena, muy muy de la cena, y la consiguiente comida del día siguiente, en familia, de villancico, zambomba y pandereta. Muy de menú tradicional, ardor de estómago nocturno y jolgorio casero. Pero también los hay muy de Nochevieja, muy de cena desacostumbradamente temprana y abundante para luego tomar las uvas y la fiesta correspondiente, en la calle, en un teatro  o una discoteca, o en casas particulares entre amigos.
Y luego estamos los que somos muy de Reyes Magos, los que somos de la ilusión del día siguiente, de encontrarse los regalos, de abrirlos y celebrarlo, aunque en algunos casos sea con mala cara o con cierto desencanto, y estrenar si corresponde, y jugar si toca. En todo caso de sentir internamente la emoción de querer y ser querido y saber que en algún punto del lejano oriente, allí por donde sale la luz, alguien se acuerda de nosotros aunque sea una vez al año, bueno, dos porque también se acuerdan el día que reciben nuestra carta.
Y ¿Qué es lo que me hace sentir que la fiesta de los Reyes es la que más me gusta? Habrá quien piense que los regalos, y algo tiene de razón, a nadie le amarga un dulce, pero aun reconociendo que los regalos gustan hay algo que hace de los reyes una fiesta especial, distinta a las demás fiestas con regalos, cumpleaños, onomásticas, aniversarios, algo que hace que el entorno vibre de otra forma: la ilusión, el sentido mágico que acompaña al hecho de delegar el regalo en esos seres que una vez al año trabajan con denuedo para hacer nuestras vidas un poc más humanas, un poco más tiernas, un poco más inocentes y felices.
Recuerdo el día que mi hijo, después de varios comentarios predicitivos me comunicó que él ya sabía quiénes eran Sus Majestades. Mi reacción fue instintiva, no premeditada:
-          Espero que lo tengas muy claro, porque tus padres nunca te van a hacer un regalo en estas fechas.
Mi mensaje debió de ser claro, no hubo más comentarios. Mi hijo ya con veintinueve años,  y el resto de la familia, seguimos a día de hoy escribiendo nuestra carta a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente en las que plasmamos aquello que queremos, que necesitamos, cada vez menos, o que nos haría ilusión. Es verdad que los tiempos han cambiado, que hemos pasado de los buzones de correo a los correos electrónicos o, ya, a incluir a sus majestades en grupos de WhastsApp. Pero con independencia del medio, ¡!he ahí la magia¡¡ las reglas generales son las mismas, el día 6 por la mañana y en el lugar conveniente los regalos están prestos a que la familia los abra y los celebre. Todo debe de ser una sorpresa compartida y celebrada.
Bueno, hasta hace unos años, hasta que llegó Gallardón a la alcaldía de Madrid y se la cargó, también era muy de la cabalgata, y de las luces y de algunas otras cosas que en Madrid han dejado de tener ningún encanto. Antes, hace unos años. Ahora me tengo que conformar con ver en las noticias y en las películas como existen lugares en el mundo, casi todos, que sin complejos celebran estas fiestas como siempre. O eso o viajar a esos lugares para poder disfrutar de un genuino espíritu navideño callejero y expansivo.
No sería justo, olvidar en esta fiesta a algunos otros personajes locales que complementan la labor de los Reyes: El Olentzero, el Apalpador, el Caga Tío o el Anguleru. Y tampoco debo olvidar, por más que venga de lejos y su labor se algo intrusista, a Papá Noel. Todos ellos trabajan por la ilusión. Por la de los niños, añaden algunos, ja, y por la de los adultos.
En fin, que no quiero acabar esta pequeña reflexión sin cumplir con otra tradición propia de estas fechas, desear felices fiestas y próspero año nuevo a todos los hombres de buena voluntad, si, a las mujeres incluidas, por supuesto, tal como nos enseña el idioma.
Hasta aquí la parte fácil. Pero con ánimo claro, y con aviesas intenciones, me permito desearles lo mismo a los de mala voluntad y ánimo torvo, que se joroben.
Felices fiestas, magia y fantasía para todos, todos y todos.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Las dominancias


A veces es difícil expresar lo que se siente, la perplejidad, el dolor, un cierto toque de ansiedad que emanan de una mirada a lo que te rodea. Rabia, ira, odio. Al fin y al cabo son sentimientos humanos, reacciones complejas que nos son propias aunque seguramente pertenecen al lado más oscuro de nosotros mismos.
Nadie puede declararse inocente, creo que nadie, de haber sentido en algún momento esas terribles sensaciones, de sentirse inmerso en una marea que te arrastra y te deja incapacitado para la razón, para el diálogo, para cualquier sentimiento o voluntad constructivos.
La tragedia, siéndolo el simple hecho de sentirlos, es cuando explorando el origen y las posibles motivaciones uno encuentra en ellos manipulación, falta absoluta de rigor, intereses no confesados que sirven a terceros o, muy a menudo, simplemente soberbia, envidia, miedo o ambición, sea esta de bienes o de acaparar a otros en la relación.
Parece ser muy fácil, y es terrible, para cierto tipo de personas, de forma estudiada en unos casos y de forma intuitiva en otros, crear sentimientos de rencor hacia otras en busca de un beneficio propio, simplemente, o en busca de un perjuicio ajeno. Parece ser muy fácil, y es ignominioso, el uso de esa capacidad para crear dolor a su alrededor sin que nadie los señale directamente. Sin que, en muchos de los casos, ni siquiera ellos mismos sean capaces de señalarse
Lo vemos a diario en la política. Los nacionalismos, la xenofobia, las ideologías frentistas, las fracciones de la sociedad en segmentos, en clases, en buenos y malos, en amigos y enemigos, donde solo debería haber internacionalismo, búsqueda de una mejor sociedad, rivales o discrepantes que no olvidan al otro mientras buscan lo propio, son claros ejemplos.
Pero, desgraciadamente, también lo vemos en cualquier otro ámbito humano. En la empresa, en la familia, en los grupos de “amigos”, o en cualquier otro entorno asociativo que los hombres ponen en marcha.
Los casos de acoso, esos casos que tanto tiempo fueron ignorados, así como los casos de adoctrinamiento y, o, sectarismo no son más que la punta del iceberg de situaciones cotidianas que infectan la sociedad en cualquiera de sus facetas. No todos los casos se ajustan a los patrones o son evidentes, no todos los casos implican una violencia física o psicológica obvias, no todos los casos son flagrantes. No, no todos, y en esos menos evidentes muchas veces las personas de alrededor son tan culpables como quienes generan la situación. Por falta de observación unas veces. Por disculpa simpática otras. Por falta de interés real la mayoría.
En muchos casos el acoso del que hablo es una labor lenta, de goteo, casi imperceptible que va aislando a las víctimas del entorno en el que el “victimador”, perdóneseme el palabro pero creo que es descriptivo y favorable, puede sentirse más inseguro, o más desplazado, o menos valorado, o cualquier otra situación que le provoque la necesidad de crear un ambiente que lo aísle del entorno que no puede manejar, o que desea destruir en los casos más extremos.
Un gran inconveniente es llamarle acoso, que es una palabra que evoca violencia, o agresividad, o unos comportamientos predeterminados que no se ajustan a la realidad. Yo le llamaría dominancia. Esa capacidad de imponerse sobre otra persona débil, débil en la relación que no necesariamente en los demás ámbitos de su vida, que hace que en la mayoría de las situaciones ni el dominado ni su entorno sean capaces de darse cuenta de lo que sucede, lleva a esos sentimientos de odio, de rencor, de ira, de intolerancia y de incapacidad de diálogo con las otras personas, con el entorno al que se desea aislar.
Hay leyes contra el acoso. Hay leyes contra la dominancia impuesta de forma evidente o violenta, pero no hay ninguna ley que nos proteja, ni a los dominados ni a los que lo sufren como terceros, contra la dominancia más cotidiana y menos evidente.
Los nacionalismos de cualquier tipo son dominancias evidentes, son conflictos que crean rencor en base a unas razones que de forma perfectamente meditada buscan el enfrentamiento entre dos partes de una sociedad. También lo suelen ser los llamamientos ideológicos que buscan argumentos que permitan dividir a la sociedad entre los “míos” y los demás.
Pero también suelen ser dominancias aquellos conflictos familiares en los que la ruptura se produce más por una labor soterrada por parte de la persona ajena a la familia, entiéndase ajena como no consanguínea, que hace que las diferencias se agranden y se hagan insalvables en vez de hacer esa labor sorda y beneficiosa que consigue que se salven las barreras que las relaciones familiares a veces levantan.
He dado dos ejemplos. Podría dar más. Podría dar nombres, fechas, situaciones. Cualquiera podría mirando su entorno o su propia experiencia, pero no se trata de eso, no. No se trata de eso. Se trata de denunciar, se trata de comprender, se trata de que en muchos de esos casos ayudar es más complicado, pero mucho más humanitario. Se trata de no mirar para otro lado y pensar: ese es su problema, yo en eso no me meto, o cualquiera de esos otros mantras que nos permiten mirar para otro lado, que tantas oportunidades dan al mal y al dolor. Busquemos situaciones de rabia, de odio, de frentismo a nuestro alrededor y busquemos la dominancia que hay, casi indefectiblemente, en su origen. La ambición, la soberbia, la envidia o el miedo que hay al final de la búsqueda.  Si conseguimos, aunque sea de forma casi casual, leve, que esa dominancia se suavice, o desaparezca, habremos ayudado a una persona infeliz, a un dominado, pero, y aunque pueda parecer increíble, posiblemente también habremos ayudado, en los casos de actitud inconsciente, al dominador.
No hay ningún conflicto humano, ninguno, que no pueda resolverse de forma amigable, amistosa. Tal vez cordial sería una exageración. Pero siempre será imposible si existe alguna dominancia, algún dominador que las enrede. Las guerras, las luchas fratricidas, los conflictos laborales, los enfrentamientos sociales o cualquier otro tipo de conflicto que busque preponderancia, poder o razón absoluta solo son dominancias ocultas.

Por un mundo sin dominancias, por un mundo en fraternidad.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Perdón papá, perdón, perdón, perdón, perdón.


Perdón, papá, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón.  Tal vez las veces que te lo pida sean suficientes, tal vez,  para ti, con una fuera bastante, pero me temo que el que va a tener problemas para perdonarse soy yo mismo. Es posible que tenga la culpa tan profundamente clavada que no consigo encontrar la penitencia para poder aliviar el pesar que me invade.
Alguien tuvo la brillante ocurrencia de inventar la frase de: “una vez viejo, dos veces niño”. Merece un castigo acorde con la futilidad y perversidad de su afirmación. Ayer, mientras te cambiábamos en un estado lamentable, pensaba en cuál era la diferencia entre lo que estaba haciendo contigo y la misma tarea que había realizado el día anterior con tu biznieta. No, la tarea no tenía nada que ver. El problema no era de peso, de facilidad de manejo, o de otras apreciaciones de tipo escatológico. No, el problema era de dignidad. El problema es que la dignidad de un viejo no es el doble que la ausencia de dignidad, la inocencia, de un bebé. Tú jamás hubieras permitido ciertas cosas que ahora te son cotidianas.
Así que lo único que me queda es pedirte perdón, muchas veces, insuficientes veces, convertir el deseo de perdón en un mantra que me permita mirarme al espejo sin despreciarme en mi imagen como hijo.
Perdón, papá, por mi debilidad, por haber cedido cuando tu enfermedad apenas empezaba a manifestarse y permitir que me convencieran de que estabas perfectamente y que era solo mi exageración la que veía un problema donde no lo había. Si no hubiera cedido, si no me hubiera conformado y hubiera intervenido tal vez las cosas hubieran discurrido de diferente forma.
Perdón, papá, por mi cobardía. Cuando la enfermedad ya era manifiesta fui incapaz de enfrentarme para conseguir medidas preventivas que demoraran y aliviaran tu mal. Por mi cobardía hasta hace unos días intentando evitar un enfrentamiento a cambio de no actuar como yo creo que deberíamos para darte los cuidados que yo creo que necesitas.
Perdón, papá, por no preservar tu dignidad, por permitir que sucedan cosas que tú no habrías permitido jamás, por permitir que, a veces, seas una especie de muñeco en manos ajenas. Me sonrojo, me avergüenzo cada vez que lo pienso.
Perdón, papá, por no haberte escuchado con la atención que tus historias merecían y que hoy añoro y me gustaría recordar. Cuantas veces las contabas, en los últimos tiempos casi como si intentaras desesperadamente que nos impregnaran, y siempre estábamos ocupados con otras cosas.
Perdón, papá, por cada minuto de tú no vida actual en la que veo con dolor e ineficacia como tu calidad de vida es absolutamente insuficiente. Por tolerar que tu falta de comunicación se entienda como una falta de sufrimiento.
Perdón papá, por no ser capaz de transmitir a los demás tu situación real y permitir que compren una fantasía amable emanada de una incapacidad de asumir tú estado actual.
Seguiría desgranando mis culpas, mis cuitas, mis necesidades de perdón, pero eso significaría ya meterme en historias con personajes y detalles y, de momento, creo que no toca. No ahora, no por este medio. No.
Es hora de dejar esta carta, de abandonar la auto flagelación, de sustituir las palabras por los hechos. Es hora de darte la cena, la medicación y esperar a las chicas que vienen a cambiarte tres veces al día, como si las necesidades de un cuerpo sin voluntad respetaran turnos. Es hora de asistir a esa rutina que me destroza y me llaga el alma. Es hora, un día más, otra vez, de asistir a mi propia humillación sentida a través de tu cuerpo. Afortunadamente, espero, que en algún lugar indefinible tu espíritu liberado de todos estos sentimientos y frustraciones terrenales entienda lo que digo y me perdone. O tal vez tenga que esperar yo a alcanzar ese estado para perdonarme, al fin y al cabo la culpa, para los que somos capaces de sentirla, reside en el interior de cada uno.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Va de pulpos


Más despistada que un pulpo en un garaje. Así se encuentra la izquierda en estos momentos, y el problema no es que esté despistada es que está empecinada, es que pretende perseverar en el error de considerar a cualquiera culpable antes que a ellos mismos, en el error de dirigir a una sociedad en vez de liderarla, en el ridículo y soberbio error de decirle a los ciudadanos lo que tiene que pensar en vez de escuchar lo que piensan.
Porque esos son los grandes errores de una izquierda más interesada en sentirse moralmente superior, en imponer su criterio por los medios que sea, en ser más una anti derecha que una fuerza progresista, y la sociedad, los votantes, no se lo perdonan.
Hace no mucho hablaba de la ley del péndulo y sus consecuencias cuando pretende ignorarse. Cuanto mayor sea el desplazamiento hacia uno de los lados mayor será la violencia del retorno, y en eso estamos. La izquierda, en realidad cualquier fuerza política, acostumbra a confundir a los votantes con los afines. Acostumbran a confundir el ideario popular con su ideario ideológico. Acostumbran a confundir, para desgracia de todos, el ejercicio del gobierno con la detentación del poder. Y así nos va, y así les va.
No se puede decir en serio que hay que parar a la ultraderecha en Andalucía mientras uno se perpetúa en una posición de gobernante nacional obtenida con el apoyo de unas fuerzas nacionalistas que no tienen más apoyo en Europa que las fuerzas de extrema derecha ni más objetivo que la subversión del orden que el gobierno dice defender. No se puede y la gente, los ciudadanos de a pié, esos que no son militantes y no compran las mentiras por el simple hecho de que las dice quién las dice, se revuelven y van acumulando inquina que les brota por la ranura de una urna.
Pero nadie parece decírselo a ese proyecto inconcluso, o incapaz, no tengo claro cuál de los dos atributos le corresponde, o si le corresponden los dos, de líderes con maneras absolutistas que la izquierda ha puesto en juego.
No se puede hablar de los peligros de la extrema derecha y mirar hacia otro lado cuando se habla de la extrema izquierda que tiene los mismos objetivos y, prácticamente, iguales métodos. No se puede hablar de extrema derecha insinuando las camisas azules, o pardas, o negras, a la imaginación de la gente y no hablar de la extrema izquierda, enmascarándola como izquierda radical, olvidando sus episodios, tan sangrientos como los otros, aunque fueran llevados a cabo con camisa de otro color, o descoloridas. O todos tirios, o todos troyanos. O todos extremos, o todos radicales. Y sin miedo, sin miedos, sin aspavientos.
No se puede acusar a la derecha de la extrema derecha cuando esta florece por la continua afrenta que sufre en sus convicciones por el frentismo de esa izquierda más preocupada por pasear cadáveres, por subir los impuestos, por ignorar al ciudadano individual que tiene sus inquietudes e intentar difuminarlos en una masa sin cabeza. No la extrema derecha la provoca la izquierda del mismo modo que a la extrema izquierda la alimenta la derecha. Y cuanto más radicales sean izquierdas y derechas más extremas serán sus réplicas.
El ciudadano medio está indignado con la gestión de la inmigración, con la justicia de género, con la memoria histórica vista con un solo hemisferio, con las insinuaciones permanentes de subidas de impuestos, con varios meses de ineficacia, con la incapacidad de solucionar de una forma eficaz el problema de los nacionalismos, con una legalidad solo interesada en los pudientes, con…
Lo lamentable es que el pulpo de la izquierda es de la misma raza que el pulpo de la derecha y lo único que sucede es que de momento solo se puede activar un pulpo cada vez. De momento.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Los pros, los antis y los tontis


Muchas veces es más difícil desmontar una mentira evidente que refrendar una verdad palmaria. Y es que aunque el dicho diga que las mentiras tienen las patas cortas, o que se coge antes a un mentiroso que a un tonto, hay mentiras que duran siglos y mentirosos que, como la tortuga del cuento, son especialistas en carreras de relevos cortos y oponentes propicios.
De nada sirve la evidencia histórica, de nada sirve la lógica, si a quien tienes enfrente lo único que manejan es la verdad única e incontestable de un pensamiento impermeable a la razón y a los hechos. De nada sirve argumentar contra aquellos que pueden considerar un asesino en serie al primero que utilizó un útil para cazar o condenan a los Picapiedra por fomentar el mal trato animal por la escena de la costilla de brontosaurio en la entradilla de la serie.
La “postverdad”, esa mentira pacata y mojigata que permite a individuos, instituciones o grupos sociales o políticos, analizar cualquier hecho de la historia con los valores que a ellos les parecen los correctos, obviando los que imperaban en el tiempo analizado. Esa mentira mendaz y, habitualmente, puritana que sirve solo a los que tienen un pensamiento único y ni admiten ni toleran que pueda haber otro, otro matiz u otro concepto de una sociedad perfecta. Esa mentira mentirosa e ideológica que menciona a Orwell mientras lo pone en práctica con los hechos e ideas que no coinciden con su concepto de orden universal. Esa mentira fascista y antifascista que convierte en enemigo a todo el que discrepa, en discusión todo debate y en obsesión todo principio.
Porque, y pertenece al orden más elemental del universo, toda acción tiene una reacción, y eso no es solo aplicable a la física de móviles, y no hablo de teléfonos, si no que sucede en sociología, en arte y en política, sobre todo en política. No hay nada más fascista que un antifascista, y viceversa. Porque, y eso se conoce desde la más antigua antigüedad, el alfa y el omega coinciden, Ouroboros se muerde la cola y no tiene principio ni final, y viene a enseñarnos que los extremos se tocan hasta tal punto que sus objetivos, métodos y concepciones son tan intercambiables que apenas los separa un matiz difícil de explicar, de evaluar, de distinguir. Y además se necesitan, se retro alimentan, se justifican.
Todo nacionalismo es fascista, sostienen los antifascistas mientras promueven un anti nacionalismo absolutamente fascista. Todo anti nacionalismo es comunista, sostiene los fascistas amparados en un discurso de pensamiento único que habría firmado Lenin. Todos los fascistas y antifascistas, todos aquellos que promueven un ideario único y sin fisuras, todos los que pretenden educar a una sociedad a su imagen y semejanza, todos los violentos, tengan la justificación que crean tener, todos aquellos incapaces de pensar por sí mismos ni de dejar que los demás puedan hacerlo, son un peligro para la humanidad y su progreso.
Y toda esta reflexión compartida y no impuesta ni única que me sale hoy del alma se debe a… Se debe a un par de noticias apenas relevantes aparecidas en la prensa y a alguna conversación mantenida últimamente que son significativas de ese mundo intolerante, árido para el pensamiento fértil y mono neuronal en el que pretenden, bajo la excusa de una salvación o un progreso que solo ellos desean, imponernos los unos y los otros, los pros y los antis, los totalitaristas de todo cuño.
Han matado a Apu. Ese estereotipo de tendero indio que regentando “El Badulaque” nos hacía el mundo de los Simpson aún más rico, más diverso, más inteligente y más divertido. Han matado a Apu por ser un estereotipo los incapaces de entender los estereotipos, de entender el humor, de entender la inteligencia ni de, por supuesto, practicarla. Han matado a Apu unos tipos con la excusa de que ofendía al colectivo de indios. Y por el mismo motivo matemos a Peter Sellers en El Guateque, matemos al Manolito de Mafalda, matemos a Charlot y matemos a cualquiera que sea capaz de reírse con cualquier personaje de los Simpson, de los Picapiedra, con Manolo e Irene, con Pepe Gotera y Otilio o con el Botones Sacarino porque es un comic que ofende al colectivo de los botones. Hay que ser imbéciles, y me sale del alma.
Hace años leí una obra de Orson Scott Card, el del “Juego de Ender”, titulada “Observadores del Pasado: La Redención de Cristóbal Colón” en la que, en una pingareta histórica, se responsabilizaba a Cristóbal Colón del esclavismo en América y todo consistía, para evitarlo, en conseguir que fueran los portugueses los que descubrieran el continente. Y yo pensando que habían sido los portugueses, los ingleses y los holandeses, sin olvidar a ciertos árabes y norteafricanos en origen, los que se lucraron principalmente de tan execrable actividad.
Cuando el otro día leí que, a petición de un representante de una tribu norteamericana, uno de los siete u ocho que han dejado vivos los colonizadores ingleses, entre otros, en esa zona no colonizada por España, se retiraba la estatua de Colón como genocida, me pregunté, es una forma de hablar, en que está pensando el mundo. Que disparate tan… tan está recorriendo el mundo y obnubilando las mentes para que las víctimas busquen justificación a su situación, más bien a su falta de situación y casi de existencia, en alguien que lo único que hizo fue navegar y encontrar, posiblemente por casualidad, otras tierras en unas condiciones que seguramente el tal portavoz puede que hasta desconozca.
Curiosamente los auténticos verdugos de las prácticamente extintas tribus indias de Norteamérica, cuando no definitivamente extintas, siguen manteniendo sus estatuas, sus calles y su popularidad intactas. Claro que en ese caso hay toda una sociedad que no toleraría que le toquen a sus “héroes”, en tanto que en el caso de Colón hay media sociedad española dispuesta a apoyar su defenestración por el simple hecho de ser español y por no respetar los derechos humanos, esos que no existían entonces, no él, que nada tuvo que ver, si no aquellos colonizadores que a continuación fueron visitando el continente recién incorporado a las cartas de navegación y a los atlas de tierras conocidas.
Y es que no hay nada más falso, más mendaz, más irrespetuoso e intolerante que la postverdad, que la verdad interpretada fuera de ámbito y de tiempo. Y si además falsea hechos y consecuencias ya no solo es pos verdad, es mentira.
Charlaba el otro día sobre el tema con un argentino de apellido italiano, si pudiera hablar de estereotipos diría que seguramente psicólogo, que reclamaba a los españoles la devolución de las riquezas que se llevaron de su tierra. ¿?. “Su tierra”. Blanco, de origen italiano, y ¿me hablaba de su tierra refiriéndose a aquella en la que sus antepasados asentaron sus reales en tierras que antes eran de alguna tribu indígena? Bueno, ni intenté razonar esta parte de la historia, solo le comenté que ya había escrito a Change. org solicitando la devolución de las riquezas que se llevaron de la península los fenicios, los cartagineses, los griegos, los romanos, de los romanos sobre todo el oro de Las Médulas y del Miño, para poder hacer frente a la devolución del que nosotros nos trajimos de América. Podía haber ido un poco más allá y solicitar que todos los que tuvieran ascendencia celta, o íbera, o visigoda, o vetona o…  fueran expulsados de España, y que se enterraran todas las ruinas de pueblos colonizadores que llegaron y casi nunca pacíficamente ocuparon nuestro territorio para así eliminar de la memoria colectiva e histórica tan ignominiosos actos como los que cometieron: El exterminio de varias tribus luso galaicas, el genocidio de Numancia, y tantas más. Pero me he dado cuenta de que posiblemente yo también estaría entre los expulsados. En realidad yo y todos los habitantes actuales de la península.
Si no recuerdo mal, y creo que no, en un solo país de Sudamérica hay más indios que en todo Estados Unidos, sin mencionar las loas, estatuas y homenajes a auténticos exterminadores de indios americanos como el general Custer o el Gobernador Kieft. Más de trescientos setenta mil indios muertos en cuarenta años en territorio de los ahora Estados Unidos de Norteamérica. Pero esos no son españoles, y por tanto la postverdad no los revisa, ni a los amos de la postverdad les interesan.
Pues eso, que ha muerto Apu, que Colón, inventor de la esclavitud y promotor del genocidio americano, ha sido defenestrado y que si en España hemos sobrevivido a por lo perverso y retorcido de nuestra historia, es porque somos españoles. Los demás, santos. Perdón, perdón, ciudadanos defensores de los derechos humanos, sí, de aquellos que aún no existían. Mataban, saqueaban y exterminaban pensando en ellos, fijo.
Un saludo a todos los pros, a todos lo antis y a todos los tontis de este universo de personajes sin seso.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Las elecciones imposibles


Hay muchas razones por las que no es conveniente un gobierno débil, y hay casi tantas por las que puede ser deseable. Pero las razones negativas se multiplican cuando la coyuntura es complicada, y cuando la debilidad más parece una anemia terminal que un episodio superable. Y en esas estamos.
En el momento actual el gobierno que preside Pedro Sánchez no sólo es débil e inadecuado para las circunstancias que vivimos, no, además es que su empeño de superar unas expectativas, hablo de las reales, de voto desastrosas lo hacen parecer aún más débil, rozando el esperpento con sus declaraciones que la mayoría de las veces son simples titulares populistas, cuando no inútiles para lo que dicen resolver. Y ahí está, atrapado entre lo imposible y lo que no puede ser. Preso entre la necesidad de gobernar para mejorar sus expectativas y la falta misma de expectativas que va cosechando con su inoperancia.
Pero si lo del gobierno en general es preocupante lo de la vicepresidenta portavoz seguramente es digno de espectáculo bufo y cartelera. Sus declaraciones pasan del chiste a la ocurrencia, de la ocurrencia al disparate y del disparate al “válgame dios” sin solución de continuidad.
La pirueta, o pingareta, declarativa realizada por la Vicepresidenta para justificar la flagrante contradicción respecto  a la calificación del proceso catalán como rebelión, es digna de la antología del descaro y la desvergüenza. Y encomiable por su cintura. A pocos se les habría ocurrido el argumento, pero nadie, salvo esta señora, se habría atrevido a utilizarlo.
El gobierno del señor Sánchez, como todo gobierno débil, este extremadamente débil, es reo de la búsqueda de apoyos para sacar adelante sus iniciativas, por lo que es reo, como consecuencia, de las concesiones que tiene que hacer para conseguir esos apoyos. Y esa circunstancia lo hace vivir en un permanente cuestión, porque cualquier iniciativa, por muy loable o ajustada que pueda parecer, que coincida con los planteamientos de sus posibles valedores, está sujeta a sospecha, crítica y descrédito.
Este problema se agrava cuando algunos de esos valedores tiene como objetivo prioritario, a veces parece que único, la ruptura del estado. Cualquier cambio de posición, cualquier iniciativa que pueda apuntar a su favor estará automáticamente bajo la lupa de la calle y redundará en el descrédito del presidente del gobierno.
Tampoco ayuda a fortalecer al gobierno su permanente exhibición de titulares sensacionalistas o populistas, y menos cuando con el devenir del tiempo se muestran como absolutamente inaplicables o carentes de contenido o, incluso, perjudiciales para aquellos a los que dicen querer favorecer.
Ejemplos tenemos muchos, demasiados, para considerarlos deslices o muestras entusiastas de objetivos inalcanzables. Desde la exhumación del cadáver de Franco, al que han dado una nueva preponderancia que ya no tenía, que amenaza con convertirse en una bufonada digna de las plumas de Jardiel o Tono, pasando por la permanente comunicación de subidas de impuestos que repercutirán en las costillas de los que ya las tienen laceradas, o la última ocurrencia de las hipotecas que han provocado la hilaridad de todos menos aquellos que por afinidad ideológica, y por contumacia adhesiva, consideran correcta cualquier iniciativa. O sea, esos que siempre llamo “los de toda la vida”. A nadie se le escapa, ni siquiera a estos, que el nuevo decreto ley ha abierto la vía para que ese impuesto se repercuta en los clientes y que por tanto las comisiones, que suelen funcionar por porcentajes, se incrementen. O sea un decreto ley cuya precipitación e irresponsabilidad va a suponer un encarecimiento inmediato de las hipotecas. Conseguido. Loa bancos salen indemnes y los que necesitan ayuda para lograr algo lo van a conseguir más caro. Merece aplauso. Un dos por uno.
Ya nadie cree al gobierno, salvo sus componente y sus afines incapaces de pensar por si mismos. Ya nadie cree al gobierno, ni siquiera, o tal vez menos que nadie, sus socios que solo lo soportan porque les es útil para conseguir objetivos imposibles de otra manera algunos, para conseguir su mayor desgaste en beneficio propio otros, o para evitar que en unas elecciones pueda salir un gobierno menos manejable la mayoría.
Este país necesita urgentemente unas elecciones, un gobierno fuerte y una política algo menos errática y populista. Este país merece y necesita unas elecciones para poder afrontar sus necesidades con perspectivas de estabilidad y sin sospechas de hipotecas difíciles de asumir. Este país necesita unas elecciones ya, y justo por eso no las va a tener.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Francisco I El Paseado

Me resulta difícil saber ante ciertas actitudes si se deben a una inteligencia que supera en mucho a la mía limitada o si son fruto de una estupidez soberana. También queda la opción cíclica, esa que sostiene que los extremos se confunden y que en este caso casi haría imposible discernir entre una jugada maestra y una contumaz majadería. Y el problema es que argumentos sobran para sostener ambas premisas, y ambas premisas se sostienen contemplando el bochornoso espectáculo al que nos encontramos expuestos sobre este tema.

Es difícil no pensar que la popularidad del dictador estaba tan en declive, que, salvo algunos nostálgicos de tiempos pretéritos muy entregados a la causa, muy pocos, muy de vez en cuando, nadie visitaba la tumba que en un lugar apartado de la sierra contiene los restos del personaje en cuestión. Tan en declive que seguramente era incómoda para aquellos que necesitan de muleta y engaño para hacer ver a los demás un posicionamiento político que son incapaces de desarrollar salvo con gestos que no tiene otra trascendencia que la de su exhibición pública. Ahora la semi olvidada tumba, y todo su entorno, ha reverdecido sus viejas glorias visitantes y recibe alborozada a leales de toda la vida y curiosos de la última hora que visitan por igual el enterramiento o el juzgado donde van a pasear al último popular encausado.

Mi duda, respecto a la jugada y su conveniencia, no es su eficacia para adictos a la ideología, sean de la promotora o de la contraria, ni siquiera su repercusión, previsible para los mismos, no, mis dudas están en la falta de previsión respecto al desarrollo de la historia, la falta de previsión o la eficaz planificación. Hace ya cinco meses largos que Pedro Sánchez y su gobierno tomaron las riendas, es una forma de hablar, del país. Hace ya cinco meses largos que hicieron de esta medida santo y seña de sus compromisos con “el pueblo”.

Y cinco meses más tarde aún no sabemos ni cuándo ni a donde irán a parar los restos del redivivo, al menos mediáticamente, dictador. Cinco meses más tarde lo único que han logrado es que no haya día en el que no haya algo distinto, nuevo me parece un exceso, que comentar sobre el tránsito, el pretendido tránsito, del nefasto personaje. Afortunadamente no tiene posibilidad de presentarse a las próximas elecciones, o sí, porque le estarían haciendo la campaña gratis. Removiendo sin curar, agitando sin parar, paseando sin lugar.

Malo sería que el dictador acabase en un lugar más emblemático y accesible para sus adictos, malo y casi inevitable ya que no sé cómo se podrá evitar que la familia decida hacer uso de su legítima propiedad.

Pero de lo que no cabe duda es de que mientras hablamos de la diaria y virtual, de momento, itinerancia de un cadáver de hace cuarenta años no nos preocupamos de tantos temas que nos son necesarios en la actualidad. Y eso sí que es bueno para un gobierno instalado en eludir sistemáticamente la realidad.

  • -          Nada sobre la reestructuración de la justicia.
  • -          Nada sobre una sanidad más eficaz.
  • -          Nada sobre la imprescindible reforma de la educación.
  • -     Nada sobre un reparto más justo de la riqueza salvo el consabido recurso de subir los impuestos y hacer más pobres a los más pobres
  • -          Nada sobre la reforma de la ley electoral que devuelva el control a los ciudadanos.
  • -      Nada sobre la solución a los problemas territoriales que ante la dejación gubernamental se enroca, se crece y se hace más fuerte.
  • -          Nada sobre unas elecciones que devuelvan un gobierno fuerte, eficaz y capaz.
  • -   Nada sobre la asunción inmediata de responsabilidades ante hechos que suponen el desprestigio y cuestionan la integridad de los miembros del gobierno, empezando por el propio presidente.
  • -          Nada de nada
  • -          Nada de nada de nada


Y ante esta nada tenemos una oposición ineficaz, un cadáver itinerante, unos socios de gobierno indeseados y una vicepresidenta del gobierno más digna del forofismo de un equipo de fútbol que de un equipo de gobierno.

Pero esto es España. Forges ha muerto y nos hemos quedado sin motoristas. Y para colmo nuestro ancestral apego al toreo nos hace entrar a la muleta sin pararnos a pensar que nos están toreando. Es más, seguramente somos el único toro que aplaude y jalea al torero, y olé.

De todas formas no nos preocupemos, mientras Francisco I “El Paseado”, no encuentre acomodo definitivo para sus huesos tampoco nosotros encontraremos de nuevo nuestra preocupación por las medidas necesarias. ¿Quién necesita conciencia actual pudiendo hablar de memoria histórica?

¿Y cuándo encuentre acomodo? No, claro, después tampoco. Ya encontraremos otro cadáver que pasear.

Desesperos y desesperanzas

Es… en realidad no sé cómo es, papá, no entiendo que pueda acostumbrarme a la imagen de tu deterioro, ni entiendo, ni me entiendo, cuando te beso o te llamo papá como si nada hubiera cambiado. Todo ha cambiado, papá, y seguramente mi mente se esfuerza en seguir unas costumbres que me permitan navegar entre el dolor de la pérdida, el miedo al futuro, la necesidad de convivir con lo que fue tu cuerpo y el esfuerzo físico y psicológico de renunciar a parte de mi vida para entregarla a una labor que por más humanitaria que sea no evita que pueda reconocerla como desesperanzada e, incluso, carente de otro significado que una convención social.

Que duro resulta lo que he dicho, que terrible, que despiadado, y que cierto. Esta ignominiosa enfermedad, esta condena familiar que supone, te hace enfrentarte a lo mejor y a lo peor de ti mismo. Porque lo primero que te exige es la renuncia parcial a una persona querida, la renuncia a la esencia misma de la persona mientras cuidas de lo que fue su cuerpo.

Ves como la persona se va yendo ante tus ojos mientras su progresiva ausencia te somete a un desgaste vital desesperado, y desesperanzado.

¿Dónde está el alma de mi padre? ¿Dónde está aquella persona que acompañó toda mi infancia y mi juventud? ¿Qué queda aparte de sus rasgos y su envoltura decrépita y mortecina?

Busco en tus ojos, busco desesperadamente en tu mirada, en tus gestos, la persona perdida y no encuentro más que un pobre cuerpo quebrantado, sufriente, aunque afortunadamente no doliente, cuando hay que cambiarte, que moverte, que asearte. Nada queda del pudor, de la dignidad, de esos sentimientos que determinan la relación entre padres e hijos, nada salvo ese cariño residual y tiránico que nos lleva a buscar lo mejor, lo más confortable para ese cuerpo que en otros tiempos nos abrazó, nos quiso, nos dio la mano.

Es difícil enfrentarse a la realidad, a esta realidad enferma y enfermante, sin sentirte miserable, egoísta, insensible. Pero es que la enfermedad es miserable, miserable de cuerpo, miserable de mente. Pero es que esta enfermedad es egoísta porque hay una parte que solo recibe, que ni pretende ni puede pretender dar algo a cambio, salvo dolor y sacrificio. Pero es que esta enfermedad es insensible, insensibiliza neuronalmente al enfermo y emocionalmente a los pacientes, a los cuidadores, a los familiares.

No puedes enfrentarse a la muerte día a día durante meses, a una muerte personal e irrenunciable, sin protegerse del deterioro que tan terrible convivencia puede ocasionar en tu vida y en tu mente. Y nadie puede juzgar al que lo sufre, nadie salvo el que esté o haya estado en el mismo trance.

Parece ser que tu cuerpo ha descendido un escalón más en esa escala que se va hundiendo cada día más en una tumba de rutinas de supervivencia desesperada. La disfagia ya ha hecho acto de presencia, las funciones básicas empiezan a abandonar también al cuerpo. Todo se complica un poco más en un proceso que ya era complicado.

Y a los demás, a los que asistimos por presencia y por servicio, solo nos queda la reflexión con perspectiva, la navegación firme y un poco fatalista para no confundir los deseos con los sentimientos, la piedad con la crueldad, la duración de las constantes vitales con la vida.

Y si normalmente espero, papá, que estés donde estés puedas oír, o leer, mis palabras, hoy prefiero pensar que tu mundo y el mío son estancos y distantes. Hoy, papá, y ayer, y posiblemente mañana, incluso yo preferiría no oír mis propias palabras.

viernes, 26 de octubre de 2018

Madrid, no es ciudad para viejos


Desde que se hizo pública la nueva normativa de circulación del Ayuntamiento de Madrid tengo la incómoda sensación de que no me gusta. Son asumibles sus planteamientos en cuanto a la reducción de la contaminación ambiental, y en aras de ello las medidas a tomar. Pero no me gusta.
No me gusta la reducción de la velocidad a treinta kilómetros por hora porque me parece una velocidad caprichosa, una velocidad que no se justifica ni sobre el argumento de la seguridad, ni sobre el de la contaminación. Con lo cual finalmente parece más recaudatoria que necesaria.
No me gustan los privilegios de espacio y normas que se le otorgan a los vehículos alternativos. Y no me gustan desde la experiencia diaria de ver como muchos de los usuarios de este tipo de vehículos convierten ya de por sí las ventajas de su uso en prebendas que no solo ponen en riesgo su vida si no la tranquilidad de peatones y conductores que tienen  que hacer frente a unos comportamientos inesperados y a unas actitudes en muchos casos agresivas.
No me gusta la solución de ceder un carril a uso preferente de la bicicleta, y ahora de los patinetes, en calles con dos carriles y en cuesta, porque el perjuicio a la fluidez de tránsito en las horas de máxima circulación se convierte en un caos. Si quiere un ejemplo práctico basta con que se pase por el tramo de la calle de Alcalá entre Ventas y Manuel Becerra y comprobará como de los tres carriles de que dispone cada sentido uno es para transporte público, otro para bicicletas, que al ser cuesta arriba van con gran lentitud, y solo uno para coches, que se ven entorpecidos por los vehículos que desesperados intentan abandonar el carril tapado por un ciclista que no alcanza una velocidad mínima con su pedaleo en cuesta, por los taxis que no usan el carril reservado para ellos y los autobuses, y por la misma afluencia que la vía sufre en ciertas horas.
No me gusta como el ayuntamiento ha ido tejiendo una trampa para los vehículos con motor de explosión con diferentes actuaciones urbanísticas, como por ejemplo el ensanchamiento de aceras, que ahora cierra con el lazo de la nueva normativa. Calles que siempre fueron de una amplitud suficiente se han ido estrechando con distintas actuaciones hasta convertirlas en calles escasas para la circulación a motor, a motor de explosión.
No, no me gusta la nueva normativa de circulación del Ayuntamiento de Madrid, y no me gusta no por lo que dice, no, no me gusta por lo que no dice. No me gusta por lo que implica ni por los objetivos no declarados que parecen derivarse de su aplicación y que vienen a sumarse a tantos otros que se llevan tomando por este equipo de gobierno desde que tomaron posesión.
Acuñó Esperanza Aguirre, personaje no reivindicable por ser de derechas, el término “cochofobia” como una actitud de rechazo sistemático del equipo responsable hacia este tipo de vehículos. Más allá de las simpatías o antipatías que la señora Aguirre pueda despertar su análisis predictivo fue correcto. Si, el Ayuntamiento de Madrid sufre de “cochofobia”. No importa que perjudique a sectores amplios de la sociedad, a los comerciantes, a los taxistas, a la gente mayor en general, o a aquellos que sufran algún tipo de minusvalías. Porque no veo yo a personas de setenta años o más, ni a personas aquejada de algunas discapacidades,  desplazándose por Madrid en patinete, en bicicleta, en segway, en hoverboard o en cualquiera de esos vehículos alternativos  que exigen unas condiciones físicas impecables para su uso, de forma habitual. No veo yo a los peatones esquivando a  los que impunemente ya circulan en esos transportes, antaño considerados alternativos y hoy protagonistas, con absoluto descaro entre ellos a conveniencia. A veces por la acera, a veces en contra dirección, sin respetar los pasos de cebra o usándolos, sin respetar los semáforos, ni las velocidades… actitudes que basta con moverse un poco por la ciudad para observar.
Parece ser, me temo, que el Ayuntamiento de Madrid, muchas de sus iniciativas así parecen indicarlo, ha decidido convertir la ciudad en una ciudad para élites de edad e ideología, en una ciudad en la que en el escudo, como antes en la película, se lea el lema “No es ciudad para viejos”. Tal vez, es una posibilidad, hayan decidido modificar el dicho y que ahora sea: “De Madrid al cielo, cuanto antes”.
Si no me mereciera tanto respeto el término casi me atrevería a calificar la normativa, su consecuencia no declarada, de filo fascista. Ese mundo idílico y deseado en el que no quepan más que los puros de edad y de ideología, en el que no haya “putos viejos, ni “putos comerciantes explotadores”, ni “putos de cualquier otra clase”.
Madrid ya no es ciudad para viejos, ni para pequeños comerciantes, ni para taxistas, ni para reparadores, ni para discapacitados, ni para cualquiera que no se ajuste a lo que cierta ideología no contemple en sus planteamientos que pueda existir y pueda ser necesaria para el diario desenvolvimiento de la vida en comunidad.
No, definitivamente, y ya a un solo paso, Madrid no es ciudad para muchos madrileños, para aquellos que no comparten ciertos estilos de vida, ciertas ideologías, cierta mínima salud para pedalear o moverse en patinete.
No, definitivamente no me gusta nada la nueva normativa para la circulación del Ayuntamiento de Madrid, en tanto en cuanto me parece que solo es un paso más en un objetivo indeseable. Madrid para los que la gobiernan.

sábado, 13 de octubre de 2018

El va y el ven


No es la primera vez que lo digo, no es la primera vez que lo escribo, la ley del péndulo es inexorable, y estamos en el ven del vaivén, del va y del ven. Y no, no es el del chucu chucu, no, es el del político.
Dice el PSOE, entre tantas cosas como dice de un tiempo a esta parte en la que parece más preocupado por decir que por hacer, que la culpa de la repentina revitalización de la derecha radical, del resurgir de opciones como Vox, son culpa directa de las actitudes del PP. Sí y no.
No porque el más perjudicado por la afluencia de descontentos a esa formación es el PP de donde proceden la mayoría de sus posibles votantes. Sí porque llegan a esa actitud por un descontento con la supuesta tibieza del PP ante ciertas situaciones.
Pero lo que no dice el PSOE es que gracias al PP nuestra derecha radical es menos influyente que en el resto del mundo, Francia, Inglaterra, USA, Italia, Brasil, Alemania… y ha tardado más en salir a la luz, salvo que consideremos que el PP también tiene la culpa de Donald Trump, Bolsonaro, el Brexit…
No, yo creo que el PP no es el culpable. No más culpable, al menos, que una izquierda incapaz de sintonizar con la ciudadanía y más empeñada en educar e imponer que en escuchar, avanzar y consolidar, que sería lo que debería de hacer una verdadera fuerza progresista.
Una izquierda cada vez más radical en sus posiciones extremas, y más radicalizada en sus formaciones más moderadas. Una izquierda que ha querido, para su propio beneficio, explicarles a los ciudadanos que no hay verdad fuera de su verdad, que no hay progreso fuera de su progresismo de salón, ni razón fuera de sus razones, creando gente insatisfecha y provocando un frentismo social que más temprano que tarde tenía que dar la cara. Y el problema del frentismo es que genera damnificados y esos damnificados tarde o temprano se organizan creando un movimiento de signo contrario de mayor virulencia que el daño percibido, y el movimiento pendular en vez de atemperarse se acelera.

Al resplandor de una izquierda radical relevante le corresponde lo mismo de signo contrario, es decir el fortalecimiento de una derecha radical.
Con cuidado infinito he evitado hablar de extrema derecha. Con infinito cuidado he evitado hablar de extrema izquierda. Porque entre lo radical y lo extremo aún hay un trecho que me gustaría pensar que no vamos a recorrer. No otra vez.
El auge de Vox es preocupante en tanto en cuanto pone de manifiesto la cantidad y virulencia de un creciente descontento con las formas y los fondos democráticos de los partidos de este país. La pertinaz sordera política, la lesiva administración, la inalcanzable justicia, la bochornosa fiscalidad y una ley electoral que amordaza la voluntad del ciudadano no son más que las puntas del iceberg de una cada vez mayor percepción de una democracia fallida que a los nostálgicos de sistemas más populistas les permite exhibir argumentos.
Ni las izquierdas ni las derechas institucionales españolas, trufadas por separatismos, independentismos, populismos de salón y totalitarismos ideológicos, parece importarles la deriva, el vaivén, que la historia debería de poner ante sus ojos. Ni sus políticas, ni sus aspiraciones parecen ir más lejos de cómo ganar las próximas elecciones, o, incluso, si es necesario, de cómo lograr el poder aunque las pierdan. Al pueblo, ese que teóricamente componen los ciudadanos y que deberían de representar, ya le dirán lo que debe que pensar llegado el momento.
No, Vox no es el problema, Vox es el síntoma que permite comprobar que existe un problema e identificarlo. Y si no al tiempo.
El vaivén, el va y el ven,  pendular ha cambiado el sentido de su balanceo, lo que queda por ver es cuál es la virulencia de su vuelta y hasta donde llegará antes de volver a cambiarlo. Las políticas irresponsables, el elitismo ético y la desfachatez política han acelerado un movimiento que la transición intentó moderar. Ahora todo depende de cuánto sentido común, de cuanta memoria histórica de la de verdad, de la que escarmienta, quede en todos los ciudadanos ignorados por los partidos políticos. Esperemos que sea mucho, esperemos que sea pronto.

sábado, 6 de octubre de 2018

Lo que contó Cantó


Leía con cierto pasmo, hace unos días, las declaraciones de Toni Cantó en el congreso denunciando la desaparición del castellano en Galicia. He tenido que dejar pasar unos días para revisar con una cierta perspectiva y algo de ecuanimidad si los hechos denunciados tienen visos de ser ciertos según mi propia experiencia.
Complicado.
Complicado, pero sin duda hay una cierta verdad, una verdad paralela y real, que se asemeja mucho a lo proclamado por el señor Cantó. El castellano, el español, está en peligro en Galicia. Y eso es verdad, tan cierto como está en peligro en Madrid, Aragón o Castilla La Mancha. Tan cierto como el español está en peligro en España entera y no por culpa de los otros idiomas y dialectos que pueden hablarse en el territorio nacional, no, si el español está en peligro habría que mirar con mucha atención a los sistemáticos ataques que recibe desde colectivos como los políticos o los informadores.
Nadie inutiliza tanto el idioma como los políticos cuando lo retuercen, fuerzan y vacían de significado en su afán de no decir nada con el máximo de palabras posibles, con el invento interesado y vacuo del idioma inclusivo que va contra todas la leyes de la evolución idiomática y que no aporta otra ventaja que la de lograr iniciativas dañinas sin calado real. El famoso, el tristemente famoso, lenguaje inclusivo varias veces desautorizado por la Academia y su uso persistente como reivindicación permanente de algo diferente a lo que dice reivindicar es un ejemplo claro. Las respuestas habituales en cualquier rueda de prensa, que una vez analizadas ni contestan la cuestión planteada ni significan absolutamente nada, son otro. La variación de significado de muchos términos utilizados para lograr decir algo diferente a lo que se dice sin dejar de decir lo que no se quiere decir, es otra. Las mismas declaraciones del señor Cantó mezclando dos realidades y sacando una conclusión que nada tiene que ver con la realidad, otra más y no la menos corriente.
Y no nos olvidemos de los comunicadores, de los informadores y esa bárbara costumbre de llenar sus palabras de barbarismos procedentes de otros idiomas para dar un toque de “glamour”, de “caché”, a una redacción de calidad ínfima y a un manejo lamentable del idioma común. Pero esta casi merecería una reflexión aparte.
No sé lo que sucede en Cataluña, Asturias, Valencia o Euskadi. No tengo un conocimiento de sus idiomas lo suficientemente profundo para saberlo, aunque sí puedo constatar que, exceptuando cerriles radicales que hay en todas partes, la mayor parte de la gente pasa de su idioma local al español común sin esfuerzo y sin ningún tipo de renuencia. Tal vez se observa un empobrecimiento del manejo del español, algunos errores de construcción y alguna carencia de conocimiento gramatical, pero, insisto, nada que pueda parecer una ignorancia sistemática del idioma común. Pero nada de esto es nuevo.
Durante mis vivencias es Cataluña observé que había tres tipos de personas que no utilizaban nunca el español: los que no lo hablaban porque vivían en zonas donde no se usaba habitualmente, núcleos rurales aislados y tradicionalistas. Los que usaban el idioma para reivindicar una pertenencia que no era de nacimiento y los que te hablaban en catalán como forma de afrenta. Mientras en los primeros la lengua fluía de una forma natural y existía una voluntad de entendimiento, los segundos y terceros la usaban como una forma de agresión y confrontación con el que no la hablara. Cuidado, esto último también funciona en el sentido inverso. No hay nada menos comunicativo que dos personas que pretenden no comunicarse.
Así que efectivamente el español está desapareciendo en Galicia, al mismo ritmo que en el resto de España. Al mismo ritmo que colectivos enteros se sirven del idioma común para fines para los que no fue pensado. Claro que esto no fue lo que contó Cantó.
Tampoco contó Cantó, y no hubiera estado mal que lo contara, que lo que realmente ha desaparecido en Galicia es el gallego, a pesar de que cada vez más gente dice hablarlo, a pesar de que cada vez más gente dice escribirlo, porque para los que hemos leído algo en Gallego antiguo, culto, los que hemos leído algo de Risco, de Celso Emilio, de Blanco Amor o de cualquiera de los muchos literatos galleguistas de los últimos siglos, lo que se habla y escribe hoy en Galicia no es gallego “nin can que lle ladre”.
Ese idioma inventado por los políticos, con la complicidad de intelectuales, que se llama gallego normativo, que es lo que se usa, no pasa de ser un híbrido entre el castrapo, castellano galleguizado, y el portugués que nada tiene que ver con el verdadero y olvidado gallego. Ni sus palabras, ni su gramática, respetan el idioma de nuestros antepasados.
Tal vez, siendo un poco retorcido, nunca se habló tanto español en Galicia, eso sí, sustituyendo las “j” por “x”, metiendo terminaciones “che” donde hay terminaciones “te” incluso cuando no corresponde, y mucho “iño” para que suene a gallego, como en la actualidad.
Claro que no es eso, tampoco eso, lo que contó Cantó.

martes, 25 de septiembre de 2018

Señora puta:


Sea lo que sea en lo único en lo que seguro que hay acuerdo es en que es el más antiguo del mundo. No cabe duda de que es un oficio y como tal lo desempeñan miles de mujeres y hombres, que sí, que de verdad, que hombres también, en todo el mundo. Sobre que sea un delito o un pecado solo corresponde a posiciones éticas y morales que pretendo que no me incumban, sobre todo porque tengo las mías y me siento impelido a evitar que me colonicen con otras, pacatas, mojigatas, victorianas sean bajo la excusa de una moral dictada por unas alturas tan altas que no alcanzo, o por unas posiciones ideológicas que solo conciben un mundo con pensamiento y comportamiento uniformes.
Si tuviera alguna duda  al respecto de mi posición sobre el tema me bastaría con ver como es atacado, con argumentos diferentes, con motivaciones diferentes, desde la izquierda y desde la derecha con igual saña y, hasta el momento, con igual falta de éxito.
La prostitución existe, perdón Teruel, y existe desde que existe la memoria del hombre. La prostitución existe y en ciertos momentos históricos ha alcanzado tal prestigio social que las concubinas tenían un mayor peso en el devenir de los estados que las reinas o los ministros.
Solemos pensar en la prostitución como en un antro de explotación, de miseria, de corrupción puramente masculina. Es una visión un tanto certera en lo que respecta a una mayoría de situaciones, pero si la analizamos globalmente, con una cierta frialdad y con perspectiva, comprobaremos sin demasiado trabajo que es una visión interesada, una visión que sirve a los fines de ciertas personas, instituciones, ideologías, poderes, preocupados en la estigmatización de la prostitución para su mayor manejo y lucro, o simplemente porque no conciben que exista un mundo diferente al que ellos consideran idóneo.
No voy a defender la explotación de ciertos seres humanos por parte de las mafias, pero no la voy a defender ni en la prostitución, ni en la emigración, ni en la donación de órganos, ni en tantas otras cuestiones y recovecos como las mafias aprovechan, valiéndose de la miseria ajena, para sacar partido de las necesidades ajenas. Pero por lo mismo que no voy a pedir la ilegalización de las donaciones porque las mafias se lucran de ellas, sí voy a pedir la legalización y la normalización, de norma, no de uso, de la prostitución, y voy a saludar con alborozo e interés la creación de ese sindicato que tanto parece horrorizar a la izquierda mojigata como escandalizar a una derecha pacata y victoriana
Algo tendrá el agua cuando la bendicen, algo tenga la prostitución cuando tantos tienen tanto interés en perseguirla.
Yo, afortunado de mí, nunca he requerido de sus servicios, pero no por ello puedo considerarme mejor ni peor, tal vez, incluso, el considerarme afortunado no sea más que un prejuicio que aún no he conseguido superar. Tal vez, pudiera ser, porque aún no haya superado el recuerdo de cierto amigo de mi adolescencia que debido a sus malformaciones no consiguió que ninguna mujer atendiera a sus requerimientos amorosos salvo que fueran acompañados de una contraprestación económica. A veces el amor, a pesar de ser ciego, encuentra algún resquicio por el que mirar y solo considera la normalidad física para lanzar sus flechas.
Prohibir la prostitución, ocultarla, estigmatizarla, no va a hacerla desaparecer, pero lo que si lograría una regulación moderna, acorde con la sociedad en libertad que pretendemos, es evitar la proliferación de las mafias, que viven cómodas en la ilegalidad, es el halo de delincuencia que genera todo lo proscrito, son las inevitables secuelas sanitarias que la falta de rigor normativo puede llevar aparejadas.
Una sociedad antigua menos libre que la nuestra, tenía unos usos, en cuestiones sexuales, que si no eran justos, ni deseables, si eran mucho más diáfanos y consecuentes con sus normas. Desde la injusticia, desde la desigualdad, desde la gazmoñería, desde la hipocresía. Sí, pero integrando en un papel, aunque fuera marginal y social y pretendidamente ignorado, esta práctica como algo inherente a la sociedad y a la convivencia.
Podríamos tirar de historia, y sería larguísima. Podríamos tirar de argumentos, y serían muchísimos. Tiremos simplemente de sentido práctico. Mientras el amor no sea totalmente ciego, mientras haya hombres y mujeres que tengan necesidades sexuales no cubiertas en relaciones estables, o sin relaciones estables, la prostitución, sin género, sin explotaciones inadmisibles, sin cargas éticas o morales ajenas al practicante y al demandante, será una necesidad social que cuanto más normalizada, de norma no de uso, esté menos cobijo dará a indeseables de todo pelo que la usen para lucrase a costa de la explotación ajena. Estoy convencido.
Recordemos, como guión orientativo, cuando cierta eminencia del furor ideológico pretendió prohibir que los enanos -ya me jode aclararlo pero lo aclaro-, dicho sea lo de enano sin ningún otro afán que el de la simplicidad descriptiva, participaran en espectáculos en su calidad de tales, y estuvo a punto de mandar a la miseria a tantos que viven de actividades que los requieren por su aspecto físico.
En resumen, y por mi parte, bienvenidas señoras putas sindicadas, mi solidaridad, mi apoyo y mi absoluto respeto a su iniciativa. Solo espero que no lleguen en el fututo a estar tan integradas que algún ideólogo de excesivo tiempo libre me intente obligar a llamarles señoritas de compañía retribuida. Yo, con su permiso, les seguiré llamando putas, sin cargas y en la seguridad de que ustedes y yo nos entendemos, léxicamente hablando.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Con la Iglesia hemos topado

Hay una expresión de uso habitual que me viene al pelo: “con la iglesia hemos topado”, que viene a querer decir que nos hemos encontrado con un obstáculo insalvable. ¿Y cuándo las que topan son varias iglesias? Pues el estruendo suele ser tal que suele derivar en batalla, en guerra, a veces desarmada pero no por ello menos cruenta.

Pues con la iglesia han topado en embestida feroz ciertas posturas derivadas de ideologías que no le son excesivamente afectas y que aspiran a ser una iglesia más, la iglesia laicista que se ampara en el sentido laico del estado para su preponderancia. Y si la iglesia suele ser impenetrable ante los ataques exteriores estas ideologías son inasequibles al desaliento a la hora de confrontar a sus rivales, inasequibles al desaliento e incapaces de un filtro moral a la hora de escoger los medios para conseguir sus fines.

La aspiración de estas ideologías es desposeer a la iglesia, al parecer solo a la iglesia católica, de momento, de todo su patrimonio, o al menos a gravarlo impositivamente de una forma que sea inasumible su pago. La justificación parece ser devolver al pueblo, ese ente indeterminado y de fácil mención y apropiación, su patrimonio.

Si tiramos de historia las experiencias son aterradoras. La pérdida de patrimonio que ha supuesto cada una de ellas me parece inasumible. Ni el estado, ni los particulares, ni el pueblo, en su momento hicieron otra cosa que lucrarse o destruir en nombre propio o ajeno aquello que les pertenecía, al menos teóricamente, a todos. Eso sí, hay montones de coleccionistas privados y museos extranjeros encantados de las joyas españolas con las que han conseguido hacerse gracias a la famosa Desamortización, a los saqueos indiscriminados de ciertos periodos o al libre acceso a bienes no vigilados. Claro, que tampoco el clero es inocente de la disposición espúrea de tesoros que trataron como propios sin que realmente lo fueran.

Como en todo problema en el que las ideologías y los intereses superiores intervienen, ninguna parte tiene toda la razón y ninguna de ellas tiene la más mínima intención de razonar.

En España hay tal cantidad de patrimonio histórico y artístico que no hay fondos estatales suficientes para su conservación, solo hay que darse una vuelta por el país para encontrar ruinas que merecerían un mejor trato o para que te cuenten de lugares que no son accesibles por falta de medios para descubrirlos. Recuerdo, visitando el Monasterio de Piedra, a cierto individuo que arengaba a su grupo sobre la necesidad de que los bienes de la iglesia pasaran a manos del estado. Otro integrante del grupo le preguntó cómo se podría mantener esa propiedad, y el iluminado orador sentenció: con los impuestos, claro. Claro, y ahora vas y le cuentas a los contribuyentes cuanto más tienen que pagar al cabo del año para poder mantener lo que ahora no les cuesta casi nada.

Hay que reconocer, por más que a algunos les pique, que las iglesias y sus bienes fueron financiados por los seguidores de su culto, y que aún a día de hoy esas contribuciones son fundamentales para que su estado sea aún bastante aceptable, cosa que no se puede decir de muchos castillos o construcciones civiles. Pero una vez reconocida esa peculiar contribución, no todos los bienes de la iglesia son lugares de culto, y por tanto no todos pueden tener la misma consideración fiscal y patrimonial.

A mí me parece que el patrimonio cultural, artístico, histórico de un país debe de ser propiedad de ese país y no de ninguna institución, país extranjero o fortuna privada, pero siempre y cuando se pueda garantizar su mantenimiento, su conservación, su integridad. Y eso es complicado, muy complicado. Y caro, muy, muy, pero que muy caro.

El primer paso de una solución pasaría por hacer un inventario exhaustivo de los bienes de interés cultural e histórico sujetos a su control patrimonial por el estado, porque ni todos los templos son monumentales, ni todas las pinturas y esculturas obras de arte. Tal vez así evitaríamos que ciertas posiciones ideológicas pretendan privarnos de los Santiago Matamoros que pueblan nuestra geografía, del saqueo impune de los pequeños templos que sin protección de ningún tipo están diseminados por pueblos y campos de poco tránsito e incluso de adefesios restauradores sin criterio que ultimamente proliferan.

Tal vez la mejor solución pudiera ser que el estado detentara la propiedad efectiva de los bienes artísticos, tanto muebles como inmuebles, ya catalogados,  cediendo el usufructo de los lugares de culto, y sus elementos ornamentales, a las iglesias correspondientes a cambio de mantenimiento y conservación. Pero solo para los lugares de culto o práctica religiosa. Para los demás bienes el trato no tiene por qué ser diferente del de cualquier otro propietario ya que no lo es ni su uso ni su disfrute.

Claro que estoy hablando de todas las iglesias, no solo de la Católica, Apostólica y Romana. No olvidemos que hay mezquitas, iglesias ortodoxas y otros lugares de culto que pertenecen a capitales extranjeros, incluso a estados, y que no debieran tener un trato diferente.

Pensar con el filtro de la ideología suele llevar a posturas monocromáticas cuyas consecuencias posteriores a nadie parecen importarle ante la posibilidad inmediata de recolectar votantes, y a las iglesias, a sus seguidores, que le toquen el patrimonio les duele. Aunque he de reconocer que como  se dice en mi Galicia natal, los políticos que hagan lo que quieran “mientras no me toquen la vaquiña”. Y a la Iglesia Católica sin entrar en razones y sin encomendarse a la razón, se la están intentando tocar, la vaquiña, claro,aunque solo sea, al parecer y por parte de algunos, por el afán de tocarle otras cosas.