martes, 21 de agosto de 2012

Tal Vez (21-08-2012)


Esta mañana, recién despierto, al levantar la persiana del dormitorio, el horizonte en forma de ola gigantesca ha amenazado con anegar de mar mi estancia. El rumor de las olas batiendo en las rocas, que durante la noche ha sido la canción de cuna de mi sueño, ha puesto un toque de sal en mi boca  y al lavarme la cara me ha mojado el rocío de las olas plegándose sobre si mismas contra las aristas cuajadas de vida –mejillones, lapas, cangrejos, percebes, erizos, estrellas…- que la orilla opone a su ciego embate.

Me he vuelto a asomar más tarde y he visto volar por debajo de mi mirada a unas gaviotas que parecían perfilar las nubes, las sinuosas y envolventes nubes de niebla que fieles a su horario de mañana iban entrando desde el mar, difuminando primero y remozando más tarde las fachadas de las casas de inexistencia temporal. Esas nubes que finalmente enroscándose en el aire que abarcan, escalándose a si mismas, han llegado a mi altura y han penetrado a mi hogar intentado buscar un lugar por el que continuar su camino. Más tarde, a su hora, el sol ha llegado empujando con firmeza la niebla hasta que se ha hecho desaparecer a si misma. Conseguido el objetivo ha perfilado con trazo seguro todas y cada una de las formas del paisaje, las ha coloreado y, satisfecho, las ha bañado de una luz cálida que resalta los contrastes.

Tal vez si no bajo de esta plácida atalaya, si me aferro con suficiente fuerza al sol, a la niebla, a las gaviotas o al mar consiga que ellos regeneren el mundo, el esperpéntico y desquiciado mundo que recuerdo haber dejado ayer a mi espalda al cerrar la puerta de mi casa, al desconectar del ruido mediático mis oídos, al cerrar los ojos para dejar atrás desesperadamente las frustraciones y los miedos del día a día, los horrores de un presentido mañana. Tal vez.

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