Y es que los refranes, las frases populares, tienen muchas
veces esa fama de sabiduría parda que examinada con un poco de rigor se
transforma, se pervierte, en mediocridad popular, bien porque desde el
principio no fue otra cosa o porque el paso del tiempo la limpia de una
acumulación de ignorancias, impericias e impotencias. Ya lo comentábamos
anteriormente a propósito de perros y de rabias.
Entresacando he encontrado refranes malévolos, maledicentes,
bienintencionados, omnijustificativos –perdóneseme el palabro-, costumbristas …
en realidad he encontrado varios refranes para cada adjetivo de nuestro idioma,
calificativos, circunstanciales, … de todo tipo.
Pero entre todos he recordado uno que sintetiza el
pensamiento político de alguna de las llamadas ideologías sociales –reemplácese
ideología por siglas para una mayor comprensión- si no de todas. “Dame pan y
dime tonto”
Mis paisanos gallegos lo convierten en un condicional “… mientras no me toquen la vaquiña” que al
final viene a decir lo mismo
Permitir que los poderes públicos hagan de su capa un sayo –
otro- siempre que nos aseguren unos ingresos- obsérvese que hábilmente soslayo
la palabra trabajo-, comida y techo nos lleva a un adocenamiento social que
cuando llega el momento de plantarse, de decir basta y pedir cuentas, nos ha
privado de iniciativa, de recursos e incluso de la formación necesaria para
sentir la indignación justa, imprescindible, para poner coto a tanto desmán, a
tanta falacia, a tanta mentira, a tanta
demagogia –falsedades evidentes, difamación, retorcimiento de los datos,
insultos medidos- como preside nuestro día a día público que inevitablemente
contagia al privado.
No me da la gana de que me llamen tonto, ni siquiera estoy
dispuesto a resignarme a serlo –aunque geneticamente me corresponda- y no
quiero su pan, quiero la libertad necesaria, la limpieza imprescindible, la
nula intervención pública, para desarrollar mi iniciativa, para conseguirlo por mis medios. Quiero,
exijo, mis libertades –las individuales, no las equívocas colectivas-, quiero
la verdad, quiero la solidaridad y por encima de todo la inteligencia
individual que garantiza la convivencia no intervenida. No quiero que legislen
mi moral, mi salud, mi capacidad para ser libre. No quiero ser contribuyente.
Quiero ser ciudadano, del mundo, del universo, libre y comprometido.
“la tierra labrada, el esfuerzo y el sudor, unidos al agua
clara y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de esos troncos
retorcidos”.
No me deis pan, pero callaos de una vez.
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