miércoles, 15 de agosto de 2012

De Refranes (12-05-2011)


Y es que los refranes, las frases populares, tienen muchas veces esa fama de sabiduría parda que examinada con un poco de rigor se transforma, se pervierte, en mediocridad popular, bien porque desde el principio no fue otra cosa o porque el paso del tiempo la limpia de una acumulación de ignorancias, impericias e impotencias. Ya lo comentábamos anteriormente a propósito de perros y de rabias.

Entresacando he encontrado refranes malévolos, maledicentes, bienintencionados, omnijustificativos –perdóneseme el palabro-, costumbristas … en realidad he encontrado varios refranes para cada adjetivo de nuestro idioma, calificativos, circunstanciales, … de todo tipo.

Pero entre todos he recordado uno que sintetiza el pensamiento político de alguna de las llamadas ideologías sociales –reemplácese ideología por siglas para una mayor comprensión- si no de todas. “Dame pan y dime tonto”

Mis paisanos gallegos lo convierten en un condicional  “… mientras no me toquen la vaquiña” que al final viene a decir lo mismo

Permitir que los poderes públicos hagan de su capa un sayo – otro- siempre que nos aseguren unos ingresos- obsérvese que hábilmente soslayo la palabra trabajo-, comida y techo nos lleva a un adocenamiento social que cuando llega el momento de plantarse, de decir basta y pedir cuentas, nos ha privado de iniciativa, de recursos e incluso de la formación necesaria para sentir la indignación justa, imprescindible, para poner coto a tanto desmán, a tanta falacia, a tanta mentira, a  tanta demagogia –falsedades evidentes, difamación, retorcimiento de los datos, insultos medidos- como preside nuestro día a día público que inevitablemente contagia al privado.

No me da la gana de que me llamen tonto, ni siquiera estoy dispuesto a resignarme a serlo –aunque geneticamente me corresponda- y no quiero su pan, quiero la libertad necesaria, la limpieza imprescindible, la nula intervención pública, para desarrollar mi iniciativa,  para conseguirlo por mis medios. Quiero, exijo, mis libertades –las individuales, no las equívocas colectivas-, quiero la verdad, quiero la solidaridad y por encima de todo la inteligencia individual que garantiza la convivencia no intervenida. No quiero que legislen mi moral, mi salud, mi capacidad para ser libre. No quiero ser contribuyente. Quiero ser ciudadano, del mundo, del universo, libre y comprometido.

“la tierra labrada, el esfuerzo y el sudor, unidos al agua clara y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de esos troncos retorcidos”.

No me deis pan, pero callaos de una vez.

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