He leido tus palabras Fania desde la identidad, desde la
conformidad que la pertenencia al mismo bando proporciona. “Muerto el perro se
acabó la rabia”, que duda cabe que expresa perfectamente, que sirve a la
perfección de válvula de escape de esa rabia que se nos instaló el 11 S y nos
anegó los ojos una mañana de un 11 de marzo en Madrid.
Y sin duda yo también me alegré, al menos comedidamente pero
con rabia, cuando oí que habían acabado con ese ser capaz de planear, de
planificar y saborear la muerte de tantas personas que además eran mis
allegados física y culturalmente.
Pero luego, aplacada la rabia fermentada durante años en mi
interior, he paladeado el refrán y me ha dejado un regusto muy amargo. Odio la
muerte, odio la muerte absolutamente porque es lo único irreversible, al menos
de momento, en el hombre. No concibo que nadie pueda tener derecho a matar, sin
excusas. NO MATARÄS. Sin condicionantes, sin excepciones, sin coartadas
Muerto el perro… recordé entonces que también me alegré,
moderadamente, cuando harto de carreras y palos e imbuido de un espíritu
revolucionario me enteré de la muerte de Carrero Blanco, no porque a mi me
hiciera nada personalmente si no porque era el símbolo del poder que me
oprimía. Después de 40 años resulta que no se ha acabado la rabia y que quienes
mataron al perro son aún más perros y tienen una variedad de rabia más
contagiosa y destructiva.
Muerto el perro, Fania, solo hay más perros y más rabia,
incluso más perros dispuestos a contraer la rabia voluntariamente para extenderla
por el mundo, porque la rabia solo se elimina con vacunas y la única vacuna
conocida para la rabia humana es la formación y los valores humanos, eso que el
poder se preocupa de que sea difícil de adquirir o que administra en producto
placebo en sus farmacias –escuelas- para que seamos más maleables, más
refraneros, y llegado el momento más perros e irremediablemente más rabiosos.
¿Y que hacemos con los que ya tienen la rabia? Habría que
estudiar cada caso, pero seguramente, ya habiendo fracasado con la vacuna,
matarlos, Fania, matarlos y lamentarnos por la perdida de unos posibles
hermanos y por aquellos que han sucumbido a su contagio. Y hablo por supuesto
de nosotros –porque en este tema no existe el ellos- capaces de alegrarnos, de
justificar una muerte porque va a acabar con la rabia, con la ajena.
Desde la rabia, entre las brumas de la post-vacuna…
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