miércoles, 22 de agosto de 2012

La Palabrocracia (04-08-2011)


Empiezo a pensar que vivo en una palabrocracia. Me gobiernan palabras y expresiones que no siempre quieren decir lo que significan. Al parecer como ciudadano tengo unos derechos reconocidos por la ley que la propia ley se preocupa de desmentir.

Hace unos meses recibí un certificado que contenía una sanción de aparcamiento en  una calle de Madrid por un estacionamiento de mi vehículo sin distintivo en una fecha y hora en la que mi coche se encontraba aparcado en su plaza porque aquel día yo no salí de casa en ningún momento. Recurrí con la absoluta seguridad de que no podrían demostrar algo que era imposible porque no había sucedido. Esto es lo que la ley reconoce como presunción de inocencia. Inocente el que lo lea.

Meses más tarde recibí, certificada, la confirmación de la denuncia por coincidencia de los datos del vehículo y ratificación del sancionador. Asombrado recurrí volviendo a argumentar no solo la imposibilidad de la denuncia si no la falta de entidad jurídica de quien me había impuesto la denuncia que no tiene más entidad que una denuncia particular.

La maquina administrativa respondió ratificando la sanción y dando por finalizada la via administrativa e invitándome –yo juraría que había un pliegue que parecía una sonrisa en el papel- a pagar o seguir por la vía contencioso-administrativa, vía inalcanzable económicamente y que no garantiza que me den la razón. Y no es la primera, y no será la última, y no seré el único.

Hoy me han embargado la cuenta del banco por una infracción que no cometí y además me han cobrado los intereses. La máquina administrativa recaudatoria y rodillo de los derechos del ciudadano –crisol que convierte al ex-ciudadano en continuo contribuyente- está perfectamente engrasada y aplasta cualquier oposición que encuentre a su paso.

Yo jamás podré demostrar que estaba en mi casa y al menos dos funcionarios, uno de ellos con presunción de veracidad, han ratificado un hecho que nunca pudo ocurrir sin aportar ninguna prueba, y en este caso, y casi en cualquiera que me enfrente a la administración, un banco o cualquier ente de recursos ilimitados, mi presunción de inocencia no vale nada, perdón, para ser exactos, vale una mierda.

A esta situación se la conoce como indefensión  y a la sensación moral impotencia. Y a los que lo han permitido y promovido sinvergüenzas, perdón, políticos.

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