Cuando hablamos de dramas
humanos, hablamos de sufrimiento y, normalmente, de muerte. Por eso, en estos
tiempos que estamos viviendo, en estos tiempos de reclusión y pandemia,
controvertida en su declaración pero evidentemente sufrida, los dramas humanos
están a la orden del día, al cabo de la calle, al volver la esquina.
Expresiones todas ellas que expresan una cercanía que en sí misma podría
considerarse un drama humano.
Porque aunque la idea, rara vez
la consciencia, de que la muerte es lo único cierto de la vida no hay nada que
haga sufrir al ser humano que el lograr atisbar en la cercanía, o lejanía, de
la muerte, y no digamos ya nada si se supone una inmediatez, más o menos
dilatada.
No hay mayor castigo, no hay
mayor tortura, al menos hablando psicológicamente, que ponerle plazo a la vida.
Como no hay mayor pena que la condena a la soledad forzada, a la ausencia de un
ser que nos acompañe en los momentos de sufrimiento.
Por eso, y no solo por eso, lo
que está sucediendo con el coronavirus está provocando miles de dramas humanos,
miles de situaciones de muerte y soledad que pueden ser identificados como
tales, y como tales nos conmueven y nos dejan sumidos en una tristeza
equiparable a la soledad de nuestras calles, a la mirada lánguida con la que
miramos por la ventana cuando el sol parece invitarnos a compartir sus rayos
con una luz que hace muchos años que no veíamos.
Drama humano es el de los
enfermos que llegan a los hospitales y se encuentran con la imposibilidad de
acceso a los medios imprescindibles para salvarles la vida y ven partir a los
suyos sin posibilidad de despedirse y sin saber si será la última vez, pero
temiéndolo.
Drama humano es el de los
familiares que abandonan a sus seres queridos con la sensación, luego confirmada
desgraciadamente en muchos casos, de que no volverán a verlos con vida y el
inmenso dolor de no poder acompañarlos en sus últimos momentos y no poder
constatar que hayan muerto sin sufrimiento, en paz.
Drama humano es el de las
familias usando las habitaciones del propio hogar para crear compartimentos que
aíslen a unos miembros de la familia de otros, sin poder atenderlos como el
cariño demanda, sin poder demostrárselo para mantener el ánimo de ambos.
Drama humano es el de los
profesionales que se juegan su salud, su vida, para intentar salvar las ajenas,
o para facilitar unos servicios imprescindibles para la comunidad, y pasan
miedo mientras llevan a cabo su labor sin los medios más elementales y
necesarios.
Dramas todos ellos que a pesar de
tener diferentes protagonistas, diferentes entornos, tiene los elementos
comunes de la presencia de la muerte y la ausencia de la cotidianeidad.
Pero sin duda, para mí, en el
entorno global de un drama humano general, hay ciertos dramas humanos que me
conmueven por encima de los demás, que me atribulan el alma, me hacen bola en
la garganta y logran que los ojos se cubran de una humedad a punto de
derramarse. Lo que ha sucedido en nuestras residencias, con nuestros mayores
más desvalidos, sobrepasa todo lo tolerable, todo lo justificable, todo lo
asumible.
Han muerto solos, abandonados, en
muchos casos sin que sus familiares estuvieran al tanto de lo que estaba
sucediendo, sin que el personal que los cuidaban tuviera los conocimientos, ni
los medios, para paliar su situación o para intentar salvarles la vida. Han
muerto enter la impotencia de los que estaban con ellos y la prepotencia de los
que les negaron el auxilio en una parodia burocrática de competencias y
pertinencias. Y si su drama fue morir
por la puerta de atrás de la vida, no es menor el de unos familiares
ausentes, confiados, que se encuentran tratados como extraños en unos momentos
en los que la cercanía es mucho más necesaria para el vivo que para el muerto.
Me parece indignante, vergonzosa,
la culpabilización de esas instituciones, o empresas, de sus trabajadores, que
no son sanitarios, que no son médicos, que no son otra cosa que trabajadores
que día a día se ocupan de aquellas personas que no pueden recibir los cuidados
imprescindibles por parte de sus familias, porque no las tienen, o porque la
vida moderna no permite una calidad adecuada de vida para ellos en el entorno
en el que viven sus familiares. Me parece repugnante que además se haga
sabiendo, como se sabe, que los más dependientes, muchos de ellos, ni siquiera
desarrollan los síntomas ni son capaces de comunicar que los sienten.
Tal vez sea hora de que alguien
les de voz más allá del tiempo entrecortado de dos minutos que no tiene cara,
ni relato, ni capacidad de comprender la dimensión exacta del drama, drama inversamente proporcional, en muchos casos, a
la capacidad económica del centro del que se hable, porque aunque los ricos
también lloran, también mueren, lo hacen en un entorno menos dramático,
suponiendo que la muerte en circunstancias tan excepcionales, admita diferentes
grados de dramatismo.
A lo mejor si ponemos caras, nombres,
circunstancias, a las historias, ciertos depredadores de la basura en redes,
ciertos políticos domadores del chivo expiatorio, ciertos sinvergüenzas de
tecla fácil y conciencia embalada, tengan la posibilidad de recapacitar sobre
la basura que difunden. A lo mejor, tal vez, aunque yo no lo creo.
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