El problema de la estadística es
que usada de forma irregular puede decir cualquier cosa que el interesado
desee. La estadística es al análisis lo que los silogismos son a la lógica, mal
llevados conducen al absurdo más patético.
Recuerdo entrañablemente una
historia “basada en hechos reales”, como tantos telefilmes, que me contaba un
tío mío sobre un personaje que medraba por el Orense de los años cuarenta,
asiduo asistente a tertulias y saraos literarios, conocido en los ambientes
como “El Clásico”. Cuentan de este hombre que su apodo provenía de un
silogismo, entrañable pero ridículo, que sobre su obra compartía con cierta
frecuencia a quién la quisiera oír, e incluso a quién no quisiera. “Verá usted
Julio – compartía con mi tío, o cualquier otro que no se hubiera zafado a
tiempo- yo leo a los clásicos, y me placen, y luego leo lo que yo escribo y me
place en la misma medida, luego yo escribo como un clásico”. No hay constancia
de que la obra de “El Clásico” haya pasado a la historia de la literatura entre
los autores de la Gracia antigua, ni entre los latinos. Tampoco consta que
figure entre nuestros autores del siglo de oro o cualquier otra corriente o
escuela clásica de la literatura universal, nacional, o, ni siquiera, local,
por lo que podemos suponer que alguno de los elementos del silogismo en el que
el buen hombre basaba el análisis de su calidad literaria no era del todo
homologable.
Sucede lo mismo, con la
estadística. Basta con coger el famoso ejemplo del pollo, que establece que de
una estadística en la que existan el doble de personas que de pollos se puede
inferir que cada persona toca a medio pollo. Este disparate estadístico, este
chiste estadístico, siempre lo cuenta el que se come un pollo entero en
detrimento del que se queda sin comer pollo. Siempre hay una forma de manejar
los números para que digan lo que uno quiere, por eso es importante, para que
la estadística de un ratio plausible, buscar el sistema de referencia que
permita hacer plausible el dato, y, sobre todo explicar cuál es el objetivo del
estudio.
Y viene esta reflexión a
propósito de la multitud de estadísticas que nos asaltan a cada esquina, casi
todas tendenciosas, casi todas comparativas sin un sistema referencial que las
haga comparables. Casi todas llenas de números absolutos sin parámetros que
permitan situar esos números respecto a los otros. Casi todas cogidas de tal
forma que favorezcan a quién las usa. Viene a colación de ese falso puesto en
una trastocada estadística de la OCDE sobre el puesto en número de test realizados
a la población. Viene a propósito de la ingente cantidad de datos dispuestos en
comparativas que no comparan y aturden.
Se empeñan los medios de
comunicación, y el gobierno, en hablarnos del número de muertos, el número de
contagiados y los tiempo de duplicación, y en comparar estos números con los de
otros países para analizar la gestión del gobierno. Se empeñan en presentarnos
estos datos sobre un calendario único para analizar el tiempo de respuesta ante
la crisis.
Cuando queremos analizar la
incidencia de muertes en la crisis, sobre todo si es para analizar una
gestión, necesitamos tener un unificador
de magnitud, porque el número absoluto de muertos no es una cifra coherente
para un análisis de eficacia. Si esto fuera así, nos encontraríamos con que los
países más eficaces son Andorra, Mónaco, San Marino o Liechtenstein,
simplemente porque son los que menos habitantes tienen. No, si queremos
analizar la eficacia, tendremos que buscar el ratio homogéneo, que será el
ratio de muertos por número de habitantes.
El problema del tiempo es aún
peor, y lo es por la absoluta falta de datos fiables sobre el primer contagio,
o la noticia cierta de la expansión del virus. En ese caso podríamos establecer
el calendario comparativo sobre un parámetro como el primer muerto, pero lo que
no tiene sentido es hacerlo sobre un calendario de días naturales.
No, yo nunca buscaré la razón en
los silogismos, porque su construcción permite el absurdo, y nunca buscaré la
eficacia en la comparación no homogénea, es decir, comparar “churras con
meninas” para que sea más evidente la imposibilidad. Si a cuatro manzanas, nos
enseñaban los maestros, le quitas tres peras ¿Qué te queda? Un bodrio, te queda
un bodrio.
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