En toda guerra hay víctimas, y no
solo entre los combatientes, no, también, y me parecen las más dolorosas, esas
víctimas de retaguardia, están esas víctimas no combatientes, que caen sin que
en ningún momento se sintieran directamente combatientes. Y todos estaremos de
acuerdo, si no basta con oír alguna rueda de prensa, en que estamos en una
guerra. Una guerra declarada, la de la sociedad contra el coronavirus, otra
guerra de inteligencia, la guerra comercial que posiblemente esté detrás de
todo esto, y una tercera guerra, ni declarada ni reconocida, que algunos han
decidido iniciar aprovechando la situación, la guerra del modelo económico.
La primera guerra tiene víctimas
combatientes, los enfermos y los virus, y víctimas colaterales, los sanitarios
y fuerzas de apoyo que acaban siendo enfermos.
Los combatientes de la, posible,
segunda guerra son siglas y grandes corporaciones, tiburones ávidos de aumentar
su hegemonía y que no reparan en medios ni en víctimas directas. La víctima
colateral de esta guerra, en la que este episodio sería solamente una batalla
más, será nuestro futuro, nuestros derechos y libertades.
La tercera es una guerra sucia,
una guerra no declarada, una guerra por un modelo económico, la guerra de
clases, la guerra que gane quien gane siempre tendrá la misma víctima
colateral, la clase media de la clase media.
Las víctimas económicas de esta
crisis, son todos esos pequeños
empresarios autónomos por la gracia de la ley, sin grandes recursos de
supervivencia que no son empresarios para las organizaciones empresariales ni
son trabajadores por los sindicatos, pero que componen la mayor parte del
entramado económico español, y son la mayor fuente de empleo de nuestro país.
No tieneN quién les represente,
no tienen estructura que les permita representarse, si se arruinan no perjudican a las grandes
empresas, ni van a cobrar el paro si se quedan sin trabajo porque a pesar de
pagar un auténtico atraco en forma de cuota no tienen derecho a desempleo, ni,
en vacas flacas van a recibir apoyo de los bancos, que además, como en otras
crisis, solo tendrán que alargar un poco su brazo para recoger los frutos de
las hipotecas y préstamos concedidos, incluso con apoyo de dinero público, que
impedirán toda posible salvación de esos ninis, ni empresarios ni trabajadores.
Los sindicatos, que representan a
una minoría de trabajadores de este país, serán escuchados, pero jamás tomarán
una iniciativa que no suponga favorecerse a sí mismos. Las organizaciones
empresariales, que representan a una minoría de los empresarios de este país,
serán escuchados, pero jamás tomarán ninguna iniciativa que no sirva para
favorecer a las grandes empresas, suficientemente favorecidas ya.
Esa clase media media, de la que
decía Mazarino a Colbert, con un cinismo que nadie ha desmentido en los siglos
transcurridos desde que lo dijera: “Entre los ricos y los pobres hay una gran
cantidad de gente, tipos que trabajan soñando con llegar algún día a
enriquecerse y temiendo volver a ser pobres. Es a esos a los que debemos de gravar
con más impuestos, cada vez más, siempre más, porque cuanto más les robemos más
trabajarán para compensar lo que les quitamos. ¡Una reserva inagotable!”
Efectivamente, a pesar de todos
los obstáculos, esa clase que no parece pertenecer a nadie, que no tiene voz ni
unión para que su voto los haga fuertes, esa clase que se arruinó con la crisis
del 92, con la del 2008 y que ahora volverá a arruinarse, volverá a levantarse
sin la ayuda de nadie, pero en medio, si nadie lo remedia, que no lo va a
remediar, arrastrará en su caída un desempleo feroz, por cada uno dos, tres o
más desempleados. Los pequeños bares, las tiendas de barrio, las casas rurales,
los restaurantes, los feriantes, todo ese pequeño tejido empresarial a espaldas
de los que se legisla, se toman acuerdos o se hace política, se va a derrumbar
y arrastrará con ellos al país a una crisis feroz. A una crisis que no afectará
a los realmente poderosos porque tienen recursos de sobra y no afectará a
aquellos normalmente más desfavorecidos rescatados por un empeño social más
interesado en la foto que en el fondo.
En eso consiste la derecha, en
eso consiste el populismo de izquierda y en eso consisten seguramente los
intereses del poder, que va más allá de la carnaza ideológica con la que nos
distraen.
La miseria humana, cuando
hablamos de tiempos de crisis, es propiedad siempre de aquellos que por no
pertenecer a ningún grupo de presión reciben toda la presión del ninguneo
económico, a los auténticos parias de las políticas de poder que siguen al pié de la letra las
enseñanzas de Mazarino, de Maquiavelo y de tantos brillantes estadistas sin
moral.
Y cuando vuelvan a levantarse,
porque siempre se levantan, una vez más serán los contribuyentes, los paganinis
del dislate, los ricos para los que buscan a los pobres y los pobres para los
que protegen a los ricos, los eternos aspirantes a la zanahoria en el extremo
de la vara.
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