Siempre me ha hecho cierta gracia
un cartelito de esos habituales en los bares sobre la voluntad de fiar y
algunas otras reflexiones populares. Me refiero al muy visto de: “hoy hace un
día estupendo verás cómo viene alguno y lo…”.
Pues siguiendo el cartelito de
marras el gobierno ha decidido que, aprovechando que el Pisuerga pasa por
Valladolid y que el bichito justifica cualquier iniciativa que se tome, y si
alguien osara protestar es relativamente fácil echarle a la opinión pública,
metida en pánico, encima, es el momento de mezclar churras y merinas y colarnos
unas medidas ideológicamente inadmisibles.
Hasta el sábado mismo yo he
defendido que a pesar de las sombras y de las luces, a pesar de los aciertos y
de los errores, tocaba estar al lado del gobierno, y antes o después llegaría
el momento de revisar u exigir responsabilidades. He defendido que ante un
enemigo común era imprescindible un frente común y así estaba actuando la
sociedad.
Hasta el sábado mismo, en
realidad hasta el viernes. Porque el viernes se entreabre la vía política, el
sábado se confirma la vía y el domingo la ministro de trabajo da el primer
mitin ideológico desde que empezó la crisis, mitin que, curiosamente, no tiene
ningún reflejo inmediato en la prensa.
El gobierno parece haber
claudicado ante los miembros más radicales y populistas de su entorno. Parece
haber claudicado, pero tampoco tengo claro que no sea una jugada envenenada en
la que se permite a otros tomar decisiones especialmente cargadas
ideológicamente para llegado el momento señalarlos como responsables de la
misma y recoger los réditos de las medidas imprescindibles. Parece que las
navajas están desenfundadas en el entorno gubernamental.
El problema es que a los de
siempre nos ha pillado en medio, y si las consecuencias sanitarias son
terribles, las económicas empiezan a adivinarse no menos terribles, y largas, y
penosas. La recuperación del mito decimonónico del empresario con monóculo,
barriga, puro y cuello de piel en el abrigo, que la izquierda radical, de ideario
tan decimonónico como el mito del empresario, usa para señalar a quién tiene
que pagar la crisis, quién es el enemigo, está de nuevo en la calle. Ya tenemos
paganini, y posiblemente chivo expiatorio.
Prohibido despedir, prohibido
trabajar, prohibido discrepar, vacaciones extraordinarias para todos a cuenta de la empresa, que luego
se devolverán, o no, más adelante. Pero ¿puede aguantar esto la empresa
española? ¿Quién es la empresa española?
Pues la empresa española, si se
lo preguntas a la izquierda o a la derecha, los unos para intentar esquilmarla
y los otros para intentar favorecerla, son Amancio Ortega, El Corte Inglés,
Construcciones y Contratas, Telefónica, los bancos, y unos cuantos empresarios
más de calado económico similar que manejan unas cuantas empresas élite de
residencia fiscal nacional. Pero si vas al registro de empresas, entonces
comprobarás que en el tejido empresarial español esas empresas ocupan una
esquinita insignificante en el paño global. Un poco más grande será el área que
ocupan empresas consolidadas de tipo medio y la inmensa mayoría de esa
superficie estará ocupada por pequeños empresarios, muchos de ellos empresarios
trabajadores, autónomos, cuyas figuras difícilmente se acomodan al estereotipo
que manejan los radicales.
Si analizamos con un mínimo
rigor, y con criterio de posición de mercado al durante la crisis, este
entramado empresarial podremos distinguir entre tres tipos de comportamiento de
sus mercados:
1-
Grandes y medianas empresas. Parar un mes, o dos
si fuera preciso, no le afecta más que a su cuenta de resultados a final de año
y a la cantidad a repartir entre los socios. No tienen problemas en asumir
despidos improcedentes. Tienen exenciones fiscales especiales y unos
departamentos legales y financieros que hasta podrán sacar beneficio de esta
crisis. Las vacaciones recuperables ni les quitan ni les aportan nada.
2-
Empresas de clientes cautivos. Empresas cuyos
clientes pueden aplazar el requerimiento de su trabajo pero no prescindir de
él, por lo que pasada la crisis recibirán todo el trabajo aplazado y el que se
generará nuevo. En estas circunstancias las medidas acordadas inicialmente, los
ERTES y los ICO, les pueden permitir capear el temporal y enfrentarse con
garantías a un paro que tampoco exceda los tres o cuatro meses. Las vacaciones
recuperables pueden suponerles un alivio financiero a la horade la acumulación
de trabajo que puede provocar la necesidad de horas extraordinarias.
3-
Empresas de negocio diario. Empresas cuyo
negocio depende de su facturación diaria y que no pueden acumular negocio. Dos
ejemplos de estas empresas diferentemente tratadas por la crisis, pueden ser la
industria turística y el comercio alimenticio. Los hoteles no pueden recuperar
su facturación del paro, ni les aporta nada que sus empleados recuperen el
tiempo de unas vacaciones no pactadas, ya que su trabajo no es aplazable. Las
pequeñas empresas hoteleras familiares, el comercio de proximidad no
alimenticio y algunas otras pequeñas empresas, y muchos autónomos, serán las
víctimas de estas medidas populistas. En este caso, en estas circunstancias,
hay una inmensa cantidad de pequeños empresarios autónomos a cuya supervivencia
la deriva política de la crisis les va a costar su empresa, y, en consecuencia,
el empleo de todos los trabajadores que de ellas dependen, y que no son pocos.
Luego bastará con tacharlos de insolidarios, de depredadores económicos o de
cualquier otra lindeza de panfleto y redes sociales, para afianzar un mensaje
que solo la inconsciencia fanática de un núcleo ideológicamente duro, o de una
ignorancia comprable, podrá sostener.
El gobierno, al menos su ala más
radical con la aquiescencia del resto, ha decidido introducir una deriva
ideológica en su gestión de la crisis. El viernes la apuntó, el sábado la
refrendó y el domingo la expuso, mediante el discurso mitinero de la ministra
de trabajo, con toda su crudeza, explicando que para ellos solo existe el bien
general y no el individual, hasta tres veces repetido y enfatizado, por si
alguien no había oído bien. No conozco ningún bien general que no incluya el
bien individual, porque no puede existir el uno sin el otro salvo que alguien
vaya a decidir por todos cual es el bien general. Y por si había dudas la
declaración de Pablo iglesias sobre la riqueza común, es decir del gobierno,
como un concepto sobre el que las acciones de gobierno pueden decidir, aporta
un sesgo radical, populista y totalitario que nadie ha votado y que nos están
implantando aprovechando una crisis que nada tiene que ver con la política y
mucho menos con las ideologías.
Tampoco nadie nos ha contado el
punto del decreto en el que se autoriza el control por geolocalización de todos
los ciudadanos, se supone que para evitar los desplazamientos ilegales, pero que
en realidad es un punto que nos acerca más a un Gran Hermano que a una medida
de control democráticamente conseguida. Es más, dudo que sea
constitucionalmente aceptable.
En todo momento he apostado por
una actitud constructiva y de acatamiento de las órdenes del ejecutivo hasta
que la crisis se pudiera superar, pero bajo ningún concepto estoy dispuesto a
asistir impasible y callado a una deriva ideológica y a un desastre económico.
Si llega el comandante y manda a parar, tal vez es el momento de que los
ciudadanos digamos basta a estas actitudes que nada tienen que ver con el
entorno sanitario. Desde la disciplina que la situación demanda, desde la
consciencia ciudadana del bien común construido desde los bienes individuales,
desde la posición irrenunciable de copropietario de nuestro país, desde este
momento y desde este medio denuncio la inadmisible deriva ideológica del manejo
de la crisis e insto al presidente a derogar las medidas improcedentes y
populistas que pueden destrozar nuestra economía. Yo había dicho antes o
después, el gobierno ha elegido ahora. Pues ahora.
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