sábado, 4 de abril de 2020

Llegó el comandante y mandó a parar


Siempre me ha hecho cierta gracia un cartelito de esos habituales en los bares sobre la voluntad de fiar y algunas otras reflexiones populares. Me refiero al muy visto de: “hoy hace un día estupendo verás cómo viene alguno y lo…”.
Pues siguiendo el cartelito de marras el gobierno ha decidido que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que el bichito justifica cualquier iniciativa que se tome, y si alguien osara protestar es relativamente fácil echarle a la opinión pública, metida en pánico, encima, es el momento de mezclar churras y merinas y colarnos unas medidas ideológicamente inadmisibles.
Hasta el sábado mismo yo he defendido que a pesar de las sombras y de las luces, a pesar de los aciertos y de los errores, tocaba estar al lado del gobierno, y antes o después llegaría el momento de revisar u exigir responsabilidades. He defendido que ante un enemigo común era imprescindible un frente común y así estaba actuando la sociedad.
Hasta el sábado mismo, en realidad hasta el viernes. Porque el viernes se entreabre la vía política, el sábado se confirma la vía y el domingo la ministro de trabajo da el primer mitin ideológico desde que empezó la crisis, mitin que, curiosamente, no tiene ningún reflejo inmediato en la prensa.
El gobierno parece haber claudicado ante los miembros más radicales y populistas de su entorno. Parece haber claudicado, pero tampoco tengo claro que no sea una jugada envenenada en la que se permite a otros tomar decisiones especialmente cargadas ideológicamente para llegado el momento señalarlos como responsables de la misma y recoger los réditos de las medidas imprescindibles. Parece que las navajas están desenfundadas en el entorno gubernamental.
El problema es que a los de siempre nos ha pillado en medio, y si las consecuencias sanitarias son terribles, las económicas empiezan a adivinarse no menos terribles, y largas, y penosas. La recuperación del mito decimonónico del empresario con monóculo, barriga, puro y cuello de piel en el abrigo, que la izquierda radical, de ideario tan decimonónico como el mito del empresario, usa para señalar a quién tiene que pagar la crisis, quién es el enemigo, está de nuevo en la calle. Ya tenemos paganini, y posiblemente chivo expiatorio.
Prohibido despedir, prohibido trabajar, prohibido discrepar, vacaciones extraordinarias  para todos a cuenta de la empresa, que luego se devolverán, o no, más adelante. Pero ¿puede aguantar esto la empresa española? ¿Quién es la empresa española?
Pues la empresa española, si se lo preguntas a la izquierda o a la derecha, los unos para intentar esquilmarla y los otros para intentar favorecerla, son Amancio Ortega, El Corte Inglés, Construcciones y Contratas, Telefónica, los bancos, y unos cuantos empresarios más de calado económico similar que manejan unas cuantas empresas élite de residencia fiscal nacional. Pero si vas al registro de empresas, entonces comprobarás que en el tejido empresarial español esas empresas ocupan una esquinita insignificante en el paño global. Un poco más grande será el área que ocupan empresas consolidadas de tipo medio y la inmensa mayoría de esa superficie estará ocupada por pequeños empresarios, muchos de ellos empresarios trabajadores, autónomos, cuyas figuras difícilmente se acomodan al estereotipo que manejan los radicales.
Si analizamos con un mínimo rigor, y con criterio de posición de mercado al durante la crisis, este entramado empresarial podremos distinguir entre tres tipos de comportamiento de sus mercados:
1-      Grandes y medianas empresas. Parar un mes, o dos si fuera preciso, no le afecta más que a su cuenta de resultados a final de año y a la cantidad a repartir entre los socios. No tienen problemas en asumir despidos improcedentes. Tienen exenciones fiscales especiales y unos departamentos legales y financieros que hasta podrán sacar beneficio de esta crisis. Las vacaciones recuperables ni les quitan ni les aportan nada.
2-      Empresas de clientes cautivos. Empresas cuyos clientes pueden aplazar el requerimiento de su trabajo pero no prescindir de él, por lo que pasada la crisis recibirán todo el trabajo aplazado y el que se generará nuevo. En estas circunstancias las medidas acordadas inicialmente, los ERTES y los ICO, les pueden permitir capear el temporal y enfrentarse con garantías a un paro que tampoco exceda los tres o cuatro meses. Las vacaciones recuperables pueden suponerles un alivio financiero a la horade la acumulación de trabajo que puede provocar la necesidad de horas extraordinarias.
3-      Empresas de negocio diario. Empresas cuyo negocio depende de su facturación diaria y que no pueden acumular negocio. Dos ejemplos de estas empresas diferentemente tratadas por la crisis, pueden ser la industria turística y el comercio alimenticio. Los hoteles no pueden recuperar su facturación del paro, ni les aporta nada que sus empleados recuperen el tiempo de unas vacaciones no pactadas, ya que su trabajo no es aplazable. Las pequeñas empresas hoteleras familiares, el comercio de proximidad no alimenticio y algunas otras pequeñas empresas, y muchos autónomos, serán las víctimas de estas medidas populistas. En este caso, en estas circunstancias, hay una inmensa cantidad de pequeños empresarios autónomos a cuya supervivencia la deriva política de la crisis les va a costar su empresa, y, en consecuencia, el empleo de todos los trabajadores que de ellas dependen, y que no son pocos. Luego bastará con tacharlos de insolidarios, de depredadores económicos o de cualquier otra lindeza de panfleto y redes sociales, para afianzar un mensaje que solo la inconsciencia fanática de un núcleo ideológicamente duro, o de una ignorancia comprable, podrá sostener.

El gobierno, al menos su ala más radical con la aquiescencia del resto, ha decidido introducir una deriva ideológica en su gestión de la crisis. El viernes la apuntó, el sábado la refrendó y el domingo la expuso, mediante el discurso mitinero de la ministra de trabajo, con toda su crudeza, explicando que para ellos solo existe el bien general y no el individual, hasta tres veces repetido y enfatizado, por si alguien no había oído bien. No conozco ningún bien general que no incluya el bien individual, porque no puede existir el uno sin el otro salvo que alguien vaya a decidir por todos cual es el bien general. Y por si había dudas la declaración de Pablo iglesias sobre la riqueza común, es decir del gobierno, como un concepto sobre el que las acciones de gobierno pueden decidir, aporta un sesgo radical, populista y totalitario que nadie ha votado y que nos están implantando aprovechando una crisis que nada tiene que ver con la política y mucho menos con las ideologías.
Tampoco nadie nos ha contado el punto del decreto en el que se autoriza el control por geolocalización de todos los ciudadanos, se supone que para evitar los desplazamientos ilegales, pero que en realidad es un punto que nos acerca más a un Gran Hermano que a una medida de control democráticamente conseguida. Es más, dudo que sea constitucionalmente aceptable.
En todo momento he apostado por una actitud constructiva y de acatamiento de las órdenes del ejecutivo hasta que la crisis se pudiera superar, pero bajo ningún concepto estoy dispuesto a asistir impasible y callado a una deriva ideológica y a un desastre económico. Si llega el comandante y manda a parar, tal vez es el momento de que los ciudadanos digamos basta a estas actitudes que nada tienen que ver con el entorno sanitario. Desde la disciplina que la situación demanda, desde la consciencia ciudadana del bien común construido desde los bienes individuales, desde la posición irrenunciable de copropietario de nuestro país, desde este momento y desde este medio denuncio la inadmisible deriva ideológica del manejo de la crisis e insto al presidente a derogar las medidas improcedentes y populistas que pueden destrozar nuestra economía. Yo había dicho antes o después, el gobierno ha elegido ahora. Pues ahora.

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