viernes, 13 de diciembre de 2019

Gobernar de espaldas


¿Si bailar pegados es bailar, podemos concluir que gobernar de espaldas es gobernar? La pregunta, de primeras, puede dejar perplejo a más de un lector. De primeras. ¿Qué tiene que ver una canción romántica con la acción política? ¿Qué tiene que ver bailar con gobernar? Nada, absolutamente nada, pero, convengamos, dada la absoluta falta de rigor consigo mismo que manifiesta sistemáticamente el, ya, ahora sí, candidato ¿No tenemos los demás al menos el mismo derecho a ser igual de dispersos, o inconsecuentes?
He hablado de gobernar de espaldas, lo cual, inicialmente, puede significar gobernar ignorando a los gobernados, y digo inicialmente porque, aunque este significado pueda ser válido, me temo que no refleja la verdadera situación. En la situación actual gobernar de espaldas es gobernar contra el criterio de la mayoría de los gobernados.
Gobernar de espaldas, llevado ya al último término, es gobernar contra todo lo ofrecido a los votantes cuando se les solicitaba el voto, y por tanto, y es lo más grave que se me ocurre, es gobernar habiendo engañado a la mayoría de los que lo votaron, es gobernar, incluso, contra parte de los suyos. ¿Y se puede gobernar así? Si la pregunta se refiere a una cuestión ética es evidente que no, si la pregunta es puramente técnica es evidente que sí.
Personalmente considero que todo lo que está sucediendo, la sistemática renuncia del pretendido presidente a los principios invocados en campaña, la sistemática necesidad personal que demuestra de llegar al poder, invalida de forma definitiva y total, y hablamos solo del plano ético, todo el espectáculo de engaño tolerante y tolerado, al que la opinión pública está siendo sometida.
El problema, el gravísimo problema, es que su falta de ética nos convierte a todos en rehenes por cuatro años de sus tejemanejes. Rehenes unos y cómplices los que, llevados por su posicionamiento político, están dispuestos a asumir todas las mentiras, e incluso a aplaudirlas, los más entusiastas y entregados, cuyo único fin es enmascarar dialécticamente lo que no tiene enmascaramiento posible con el objetivo final de alcanzar el poder
Cuatro años en los que todo lo que se haga va estar bajo sospecha, bajo la tristeza de poder contemplar daños irreparables, bajo la angustia de comprobar cómo se producen movimientos contrarios al criterio de la mayoría apoyados por una minoría de incondicionales y con el único fin, constatable, de servir al superior ego de un, lo ha demostrado en repetidas ocasiones, ególatra consumado.
Apenas habían pasado unas horas desde el recuento definitivo cuando los conmilitones, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, escenificaban mediante un abrazo lo que era el inicio de la puesta en escena de la frase aquella: “Donde dije digo, digo Diego”. O Pablo, o Quim, u Oriol. Donde dije lo que dije en realidad daba lo mismo decir otra cosa, pero lo que dije daba más votos.
Yéndonos al mundo de la copla: “¿de lo dicho qué?, de lo dicho ná, ¿Pero no decían qué?, decían pero ná”. Y es que no hay nada nuevo bajo el manto celestial. Ni el descaro, ni la mentira, ni la absoluta falta de ética, ni la adoración personal e intransferible de un narciso del poder.
Pedro Y pablo se abrazaron para escenificar una versión cutre de la esperanza, pero se dieron cuenta de que el abrazo no cerraba su deseo y decidieron  pagarse una ronda de barra libre para todo el que quisiera participar en el gesto, a cuenta de todos los votantes, la mayoría, que no estaban dispuestos a participar en el engañoso gesto.
Un gesto necesario para formar el gobierno que necesita la estabilidad del país. ¿En serio? ¿Nos dicen en serio que la estabilidad del país está garantizada por las fuerzas que expresan a diario, por activa y por pasiva, que sus principales objetivos son desmembrar el país y romper su sistema?
Por fin un gobierno de progreso. ¿En serio? ¿Con qué programa? Ah¡, es verdad que aún no nos lo han dicho. Que es posible que ni siquiera ellos lo sepan. De todas formas ¿un gobierno erigido sobre la mentira a los electores, un gobierno edificado sobre un fiasco ético, puede ser un gobierno de progreso? Y si es que sí ¿Qué tipo de progreso? ¿Progreso respecto a qué o a quienes? Desde luego, para mí, y hablo personalmente, el progreso exige una ética impecable, salvo que hablemos de esa suerte de progreso que se mide por los logros individuales de alguien que se considera referente.
El gran problema, el más terrible problema, es que ese gobierno de estabilidad solo va a generar un frentismo feroz, un frentismo reivindicativo, un frentismo rencoroso que alimentará, para mayor satisfacción de los que no ven más allá de la cuarta que su ideología les permite, los peores rincones de las ideologías contrarias, y que podemos acabar pagándolo todos, incluso ellos.
Pues sí, técnicamente, gobernar de espaldas es gobernar, aunque sea para inferir un daño irreparable a los gobernados, aunque sea con el aplauso ciego de los suyos, aunque sea con el rencor ciego de los contrarios, aunque sea con la frustración y horror de la mayoría.
Bailar pegados es bailar, sin duda. Bailad, bailad pues malditos, bien juntos, bien pegados, hasta confundiros, y confundirnos, y hasta que todos, confundidos o confusos, seamos de nuevo convocados al siguiente capítulo del engaño que no cesa.

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