domingo, 17 de noviembre de 2019

Frankenstein o Fronkonstin


La moda en este momento es analizar las catastróficas consecuencias económicas y laborales que puede producir el pacto de gobierno PSOE-PODEMOS en el futuro inmediato, y más allá, del país. Realmente el pacto es preocupante, no por  las siglas que lo firman, o por su ideología, sino por la incapacidad de gestión de los recursos y la incapacidad de asunción de la realidad inmediata que tiene ambas formaciones, o, por ser más exactos, sus líderes. Hablar de subida de impuestos con una recesión asomándose, o de una ampliación de los beneficios sociales sin antes desempantanar el problema, es la típica apuesta populista que solo cuenta para hacer sus apuestas con el dinero ajeno, ese que, según alguno de sus militantes, no es de nadie.
Una reforma fiscal como la que se pretende acometer solo empieza a dar sus frutos en dos o tres años, que a ver si los aguanta la legislatura, pero que además pueden ser francamente amargos si la recesión se lleva por delante toda la cacareada batería de medidas contra “los ricos”, que acaban siendo en realidad la clase media. Ya la han arruinado una vez, y sería complicado volver a levantar la cabeza con tan poco tiempo de recuperación.
Pero con ser la política económica tremendamente preocupante, por el momento y por los actores, tal vez no sea ese el caballo de batalla que sele puede encabritar a semejante gobierno. Un gobierno dicotómico, un gobierno esquizofrénico en los temas territoriales, un gobierno sin otra ligazón que la personal necesidad de sus líderes de tocar poder, un gobierno cuya parte populista está arrastrando a la que debería de poner el poso de fuerza de estado.
Cuantos más días pasan, cuantas más declaraciones se escuchan, cuantos más discursos se apoderan de las portadas de los diarios de opinión, más negro se vuelve el futuro, peores consecuencias se adivinan en el horizonte.
Pero aunque la moda sea opinar sobre esta cuestión, tal vez, es mi opinión, no sea la que mayor riesgo produce en un futuro inmediato. Pero vamos a intentar explicarlo con números electorales y vemos que dicen esos números.
Alianza ideológica para el gobierno (PSOE + Podemos)                                9.850.168 votos
Otros aliados ideológicos (Más país)                                                                 554.066
Oposición constitucionalista (PP, Ciudadnos y VOX)                                  10.297.472
Otros aliados ideológicos (Navarra suma)                                                           98.448
Ni fu/ni fa (otros partidos, en blanco y nulos)                                                1.403.852
Abstenciones                                                                                                 10.506.203
Independentistas de izquierdas              (BNG+Bildu+CUP+ERC)               1.510.804
Independentistas de derechas (PNV+JXCAT)                                                   904.798
Pasaban por ahí (resto de partidos con escaño)                                                 310.705

Así que en una interpretación simplista de lo que vemos que está sucediendo, que a lo mejor no tiene nada que ver con lo que realmente está sucediendo, pero no nos cuentan, vamos a limitarnos a leer los números, sin ninguna interpretación, y a eso le podremos aplicar todos los barnices éticos que nos convengan, barnices que en muchos casos, en la mayoría, no serán otra cosa que tintes ideológicos.
Según los números, en realidad los que dicen representar a esos números después de filtrados, deformados y distribuidos según criterios muy dudosos, 9.850.168 españoles se consideran con derecho, apoyados por otros 554.066, que suman 10.404.234, a gobernar a todos los demás, aproximadamente el doble que ellos, y no solo a gobernarlos, si no a imponerles unos criterios contrarios a su parecer, es decir, a gobernar contra ellos.
Bien, como esos números son insuficientes, incluso una vez retorcidos por la distribución territorial y la ley esa famosa, deciden que hay que sumar más apoyos, para que el disparate pueda consumarse en ¿representantes?, por lo cual suman a otros grupos cuyo interés es justo el contrario al invocado.
Veamos el disparate. Para poder salir triunfantes llaman a unirse a un gobierno de progreso, o sea de izquierdas, a 1.510.804 independentistas del mismo signo, o sea de izquierdas, incluso a 244.754 anti sistemas confesos como son los de la CUP, es decir a personas cuyo objetivo declarado es subvertir el sistema legal del estado para el que están apoyando un gobierno. Me cuesta no incluir ninguna valoración, pero aún queda mucho disparate.
Como siguen sin ser suficientes incorporan también a unos cuantos de los que pasaban por ahí y no tienen otro interés, ni finalidad, que preguntar que qué hay de lo suyo, en un auténtico alarde de sentido de estado, de unos y de otros.
Pero aún no es suficiente, aún no hay suficiente metralla, así que de repente, en una insospechada y circense pingareta, se invita a un gobierno de izquierdas a 904.498 votantes independentistas de derechas, para ser aún más exhaustivos, a 377.423 independentistas de derechas (PNV) y a 527.375 independentistas de extrema derecha (JXCAT), que por mor de la necesidad de llegar al poder se trocan en progresistas de toda la vida. O que por suerte para el pretendido gobierno su mayor interés de sacar tajada independentista les hace alinearse con quién parezca dispuesto a ceder más, sin importar otra ideología que la de debilitar al estado.
10.506.203 personas no se molestaron en acudir a un lugar donde no pueden hacer oír su voz, y lo que es peor, donde su voz es irreconocible. 249.499 votaron con cabreo de tal forma que su voz no sea aprovechable. 216.515 explicaron de la única forma posible que una vez personados no hay nadie capaz de representarlos, ni un sistema que los acoja. Un verdadero disparate.
Pero lo peor, lo más preocupante, es que 3.640.063 españoles votaron con las tripas, con la indignación, con el cabreo absoluto y creciente que ese Fronkonstin electoral y sus consecuencias a medio y largo plazo pueden tener para un país en el que se sienten a gusto, y en el que si no fuera por componendas, leyes electorales y mentiras contrastables, podrían seguir estando a gusto. Y no hablamos de lo económico, no solo, sino de lo que la calle ya aborrece, lo territorial, las moralinas ideológicas de todo tipo, el garantismo llevado al esperpento, el trato discriminatorio en ciertas materias, el trato vejatorio del que pretende denunciar la situación, y un largo etcétera que es caldo de cultivo para populistas y extremistas de todo signo.
El mayor problema para todos es que el supuesto gobierno con sus actitudes elitistas y prepotentes, puede acabar logrando que el cabreo de tantos como ellos se eche a la calle por su incapacidad para controlar un país enardecido con sus tejemanejes. Y el peligro, el gran peligro, es que ahora ese cabreo tiene a quién es capaz de llevar sus reivindicaciones a ese terreno. La calle ya no es patrimonio de la izquierda, y VOX puede moverse en ese entorno con la misma comodidad que la izquierda de su misma tesitura. Y luego estamos los que no le importamos a ninguno, ni a unos ni a otros, la mayoría de los españoles que una vez más sufriremos las consecuencias de unos ambiciosos inoperantes y sin criterio ni moral para ejercer las funciones a las que aspiran.
Urge una nueva ley electoral que permita a los votantes elegir a las personas que desean que los representen más allá de sus ideologías o pertenencias. Listas abiertas que obliguen a quien es votado y hagan responsable al votante. Una ley que tenga una circunscripción única que descargue de veleidades territoriales la elecciones para el estado, contando los votos totales, se produzcan donde se produzcan, y que todos tengan el mismo valor. No puede ser que 1.637.540 ciudadanos tengan menos representantes que 869.934 porque están en distinta circunscripción. En un estado todos los votantes deben de tener el mismo valor, y todos los ciudadanos que ejercen el voto están en la misma circunscripción. Pero ya, no próximamente, no en un futuro cercano, no dejarlo correr a ver si nos olvidamos.
Solo aclarar un último concepto. He utilizado el nombre de Fronkonstin, en vez del de Frankenstein, para referirme a esa suerte de retales que pretenden avalar un gobierno con absoluta intención. Frankenstein, incluso en la ficción, era un creador de vida, Fronkonstin, protagonista del Jovencito Frankenstein, no era más que una parodia del original y un engaño burlesco que pretendía ocultar sus famas.

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