Yo no sé si tendré razón o no, ni
siquiera sé si mis razones son razonables o no, pero ya estoy preparando la
muda para ir a votar en el mes de marzo. Porque sobre a quién votar o no votar
no albergo duda alguna. No voy a votar a nadie que haya faltado a la verdad, ni
tan siquiera una vez, a nadie que haya cambiado de criterio en cuestiones
fundamentales, a nadie cuyo programa me resulte extremista o populista. Si,
exactamente, lo ha adivinado usted, voy a votar al rosario de la aurora.
El escenario actual mueve a
elecciones, a nada que la cordura impere, a nada que la lógica se aplique
mínimamente, a nada que los intereses de la nación se pongan por encima de los
ideológicos o personales, a nada que se pretenda hacer política de estado.
Los actores del sainete no tienen
otra credibilidad, a nivel de la calle, que la de los forofos militantes de sus
partidos; no tienen más argumentos que sus palabras sin trasfondo ni sustancia;
no tienen otro escenario posible que una huida hacia delante de consecuencias
impredecibles en la cuantía, pero evidentes en la sustancia catastrófica.
Como los magos malos, a los que
el atrezo les queda a la vista y tiene que evitar que el público repare en ello,
los partidos protagonistas de la bufonada hablan y no paran de un pacto de
investidura. ¿Y después qué? Porque se supone que la necesidad del país es un
gobierno estable durante cuatro años. ¿Más concesiones cada vez que haya que
sacar unos presupuestos? ¿Más negociaciones a la baja cada vez que haya que
aprobar una ley? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
Decía Mújica, el ex presidente
uruguayo, recientemente, que a él no le apetecía hablar en las agrupaciones
locales de su partido porque ahí estaban los que le iban a aplaudir dijera lo
que dijera, y a él lo que le interesaba era convencer a los que pensaban
diferente. Tal vez esto marca la diferencia entre un político de altura y un
proyecto de líder que necesita de los baños de masas para creer en sí mismo.
Tal vez lo más preocupante,
dentro de lo muy preocupante de la situación, sea la última imagen que ha
dejado ERC ofreciéndose como rompehielos del bloqueo institucional que el mismo
PSOE ha propiciado. Lo sugerente de la imagen de un rompehielos destrozando
todo lo que encuentra por delante con el único objetivo de seguir su camino y
sin reparar, o sin querer reparar, en el caos que deja detrás puede ser
reveladora. Podría ser una buena imagen de lo que nos espera si finalmente se
llega a un acuerdo con una fuerza política cuyo principal objetivo, declarado y
confirmado, es romper el país para el que dice prestarse a desbloquear una situación que le favorece.
Pero analicemos uno a uno a los
actores de la bufonada, porque cada uno tiene su interés y sus ansias, que nada
tienen que ver con las necesidades de los habitantes de este país, ni con las
ideologías que se invocan, cual muleta o engaño, para justificar lo
injustificable.
Viene el PSOE de unas elecciones
en las que ha perdido apoyo y ha medido mal los tiempos y las consecuencias. Se
vio heredero del desastre de Ciudadanos y se ha encontrado con que casi todos
los votantes de centro se le han ido al PP e incluso más a la derecha como
rechazo a su falta de credibilidad, a su ausencia de compromiso con unas ideas
concretas, a su petulancia, la de su líder y fans adyacentes, y su permanente
invocación de las culpas ajenas ante las consecuencias de sus propias
decisiones y actos. Y en esta situación no hay nada mejor que compartir la isla
con otro náufrago y buscar cobijo mutuo. Pedro Sánchez necesita, personalmente,
egoístamente, históricamente, llegar a ser presidente electo, presidente por
mor de unas elecciones. Considera que se lo deben el país y la historia y que
tiene derecho a hacer cualquier cosa que esté en su mano para reivindicar ese
derecho, por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo criminal. El
problema son las consecuencias que su soberbia y su irresponsabilidad pueden
suponer para el futuro del país y sus habitantes en los capítulos económico,
fiscal, territorial y laboral. Una tremenda hipoteca que tal vez ya no estemos
en situación de poder pagar. Pero no le quedaba otra, no tenía más vía que
pactar con PODEMOS y echarse en manos de los independentistas para poder
sacarlo adelante. Ni se ha planteado otro escenario. No le valdría otro
escenario si quiere ser el protagonista de la historia, por eso ni llamó, ni
escuchó, ni tuvo en ningún momento en cuenta a otras fuerzas
constitucionalistas. Solo falta ver cual
de los dos escenarios posibles van a ver nuestros ojos: ceder y forzar la ley,
o irnos a marzo.
PODEMOS, en plena decadencia,
bajando sus resultados, sus apoyos, elecciones tras elecciones, y con una
crisis interna solo encubierta por un líder que ralla lo mesiánico, ha jugado a
la lotería y le ha tocado. Su perfil decididamente populista no repara en
leyes, ni en cuál es su fuerza real en la sociedad, ni reconoce ninguna traba
de tipo constitucional que no esté dispuesto a retorcer, o incluso a incumplir,
a cambio de esta visita inesperada de la fortuna que le supone tocar poder
antes de caer definitivamente en el abismo de la irrelevancia, que le espera
antes o después a todas las formaciones radicales y/o populistas. Por su parte
barra libre de concesiones a los independentistas porque paga la mayoría del
pueblo español que, como bien saben casi todos sus militantes, es facha, o lo
parece.
ERC es el gran triunfador de la
feria. Pase lo que pase gana. Gana si hay acuerdo, gana si no hay acuerdo y
gana mientras se decide si lo hay o no lo hay. Mientras se negocia gana porque
cualquier concesión que haga el PSOE, se vista como se vista, incluso de no
concesión, es una victoria suya. Por eso
y porque no está dispuesta a ofrecer otra cosa que su abstención y por tanto su
diálogo no tiene otra contraprestación que la abstención misma, sin moverse ni
un ápice de sus planteamientos independentistas y rupturistas. Y este escenario
supone de facto la humillación consiguiente de las instituciones a las que se
supone que no se opone. No a las que presta su apoyo, no a las que acata, no a
las que reconoce, simplemente a las que consiente
en tolerar circunstancialmente mirando para otro lado. Si al final se abstiene
habrá ganado, no sé si llegaremos a saber qué y cuanto, pero es evidente que la
abstención no nos habrá salido gratis y el gobierno de Pedro Sánchez podrá
pasar a la historia como pasaron otros del siglo XIX que vendieron en aras de
su ambición al país mismo. Y si no hay acuerdo, pues también gana. No habrá
obtenido las concesiones que pretende, pero habrá tenido en jaque al país y
podrá vender en el entorno que le es afecto su compromiso ante los opresores. Y
eso entre el independentismo cotiza.
ERC, del que hemos oído decir que
es un partido progresista, es en realidad el partido de la contradicción. Basta
con analizar su nombre o su trayectoria. Si analizamos su trayectoria veremos
que durante la mayor parte del tiempo ha sido un partido más volcado en lo
territorial que en lo social, más implicado en posiciones de derechas
nacionalistas, que en una izquierda internacionalista y reivindicadora. Y si
hablamos de su nombre la contradicción es palmaria. Izquierda Republicana.
Términos en principio, y hasta mediados del siglo XX, bastante entitéticos. La
república, la res pública, es una concepción de estado liberal rescatada del
mundo antiguo, el moderno sueño enciclopedista, una visión alternativa a la
lucha de clases en la que la izquierda sueña su mundo deseable. Eso sin
pararnos a pensar que el socio habitual de ERC es el partido más de extrema
derecha que hay actualmente en España, y con el que no parece incomodarle
coincidir, pactar e ir de la mano.
Al final, desgraciadamente, El
PSOE de Pedro Sánchez, porque parece ser que hay otro acallado, o acomplejado,
o inoperante, se ha acostumbrado a aplicar la doctrina marxista, de Groucho, de
cambiar los principios a conveniencia de la situación, de intentar retorcer las
palabras hasta que da lo mismo lo que diga porque nunca tiene nada que ver con
lo que hará, y a que sus forofos, sus palmeros, sus militantes entregados, esos
que a Mújica no le interesarían, los “de toda la vida”, lo aclamen en cualquier
circunstancia, sin el espíritu crítico que se supone que preside una izquierda
real.
Aunque, tal vez, por ponerme a
pensar, el origen de toda esta historia es la desideologización de la política
actual en la que la invocación de una posición determinada en el espectro es
más una declaración de oposición a la posición contraria que un conocimiento
político de lo que significa ser de la posición que se invoca.
El momento político es
lamentable, y la calidad humana y política los personajes que pueblan los partidos, las
listas electorales y las cámaras de representación, no augura buenos tiempos,
ni para la lírica, ni para la ética.
Espero que la imagen del
rompehielos solo sea una pesadilla, una ocurrencia onírico estética y no una
realidad aberrante como son los CDR o el Tsunami Democrático. Nos va el país, y
el futuro, en ello.
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