domingo, 31 de julio de 2016

De radical a fascista en un santiamén

El problema, o no, de las redes sociales es la repercusión de todo lo que se dice en ellas y que una vez dicho es complicado que se olvide e incluso rectificar lo dicho. Baste como ejemplo el de Kuala Lumpur y Leticia Sabater.
Pero si muchas cosas han quedado al descubierto en estos medios la que más me preocupa es la radicalidad, la irracional y peligrosa radicalidad, de ciertas posiciones. Supongo que el amparo de decir cosas sin tener a nadie enfrente que se las rebata con una cierta seriedad y el tirón de tener no sé cuántos “seguidores”, siempre prestos a la alabanza, los más esforzados, o al simple y fácil acto de pulsar el me gusta, a veces de forma “mecánica” una vez identificado el remitente, logra sacar del interior de algunas personas su más execrable versión, su más recóndito enconamiento que deja traslucir una vileza ética y moral como para echarse a temblar.
A mí, personalmente, las ideologías me producen una insatisfacción desazonante. Esa parte de las ideologías en las que uno se encuentra indefectiblemente obligado a estar de acuerdo con toda una serie de postulados para alcanzar el pedigrí y reconocimiento de todos los que comparten, teóricamente al menos, convicciones, me impide poder compartir espacios. Todas las ideologías tienen cosas compartibles y cosas inasumibles.
El problema, el gran problema, es cuando la ideología se convierte en dogma, cuando la ideología se radicaliza y entra en el terreno de la intransigencia, de la intolerancia, del totalitarismo violento y soez. Y ese radicalismo, esa violencia, de momento verbal a falta de oportunidades, incontenible que ciertas posiciones practican, es uno de los grandes problemas que a día de hoy tienen la sociedad y las posiciones ideológicas que los acogen.
Es práctica común entre este tipo de personas reclamar “su” derecho a la libre expresión, siempre y cuando solo sea suyo, “su” derecho a manifestarse libremente, la absoluta incuestionabilidad de “sus” argumentos, la imperiosa obligatoriedad de comulgar con “sus” ideas para poder recibir el placet de persona democrática y mentalmente sana. Si alguien no cumple estos mínimos exigidos es inmediata y ferozmente atacado por el “círculo” mediante insultos y amenazas, descalificaciones de todo tipo en los que se incluyen de forma automática a la familia y a cualquiera que pudiera salir en su defensa. Uno de los calificativos, descalificativos, favorito es el de facha.
“Dime de que presumes y te diré de que careces”, dice el refranero español, tan extenso y sabio él, tanto que tiene refranes para todo y para todo lo contrario, que es el único signo de sabiduría reconocible. Pues resulta que, habitualmente, esa personas, esas que califican de fachas a los demás, suelen incurrir en actitudes indudablemente fascistas.
El fascismo no es tanto, hoy en día, una ideología como una actitud. La de la intolerancia, la de anteponer los derechos propios al respeto ajeno, la de justificar todo lo propio sin importar a quién se daña, la de intentar imponer un pensamiento único fuera del cual solo existen la condena, el insulto y el ostracismo. Los totalitarismos en general, incluido el fascismo, hayan sido políticos, religiosos o de cualquier otro tipo, son los responsables del derramamiento de la mayor parte de la sangre que la historia recoge. Y parece ser que a algunos no les ha bastado.
Toda reivindicación que promueve la defensa de un colectivo oprimido para su integración plena en la sociedad es necesaria, y debe de ser apoyada. La igualdad de todos los seres humanos es un fin sin el que la humanidad no podrá considerarse madura. La libertad de todos los seres humanos en todos los ámbitos tampoco es renunciable. Pero ni la igualdad pasa porque unos sean más iguales que otros, o porque unos puedan imponer a otros su concepto de igualdad, ni la libertad pasa por la imposición de ideas y actitudes de unos colectivos sobre otros. Cuando los movimientos reivindicativos se radicalizan y reclaman la verdad absoluta y rayan en la preponderancia de su posición, en la prepotencia, pierden su razón de ser. Pierden la razón. La igualdad no es uniformidad y la libertad no admite imposición.
Lo valores a defender son claros, para todos. Tal vez el problema está en decidir en qué orden se ponen esos valores, y los de convivencia -respeto, tolerancia y fraternidad- deberían de estar por delante de la libertad de expresión o los derechos individuales en cualquier sistema maduro de convivencia. No por renuncia, nunca, por fraternidad.
No me gusta “tirar la piedra y esconder la mano”, otro refrán, así que no quiero cerrar esta reflexión sin identificar claramente a tres colectivos cuya radicalización y vehemencia en sus posiciones han sobrepasado todo lo tolerable: el feminismo, el anti catolicismo y el animalismo.
Estoy convencido, y por tanto lo digo con todas las dudas que mi razón me proporciona, de que cierta posición política debería de empezar a pensar que difícilmente podrá optar a mayores cuotas de electorado si cada vez que sus elegidos tienen responsabilidades se dedican a promover acciones en contra del sentir mayoritario de los españoles. A los españoles en general las posturas radicales, de radical enfrentamiento, no les gustan, y motivos, y recientes, tienen. Ahí tendrían que empezar a buscar los votos perdidos.
La mayoría de los españoles está contra el mal trato gratuito a los animales, incluso muchos en contra de la fiesta de los toros, pero no están porque se prohíban las corridas, ni los encierros populares, ni las fiestas de los pueblos,  ni por firmar manifiestos en contra del consumo de la carne de perro en China. Como no lo estarían con que los indios firmaran un manifiesto contra el consumo de la carne de vaca en España.
Muchos españoles, tal vez una mayoría, han abandonado la práctica de la religión católica, pero sus referencias morales, sus celebraciones tradicionales y sus vivencias diarias están imbricadas con esa religión, sin serlo. La semana santa ya no es solamente una celebración religiosa, si no el sentir de una gran cantidad de ciudadanos que disfrutan de su estética y de una semanita de vacaciones. La fiesta de los Reyes Magos, estos sí con mayúsculas, no es una celebración religiosa, a nadie se le pide confesar, comulgar o rezar un padrenuestro para acudir a la cabalgata, o para pedir y recibir regalos. Solo se les pide ilusión y limpieza de corazón. La charlotadas alternativas promovidas en ciertas ciudades no solo han sido bufas, han sido patéticas  y disuasorias para el sentir de muchos.
Muchos españoles, yo diría que casi todos, creen en la igualdad de la mujer, en la de verdad, en la del día a día, hombro con hombro, pero son terriblemente contrarios a actitudes radicales y a espectáculos como los del colectivo femen, por poner algún ejemplo.
Y como no hay dos sin tres, y no hablo de elecciones, “niño refranero, niño puñetero”. Pues me lo apunto, y a mucha honra. Me pongo la espera de los insultos correspondientes. Empezando por el de facha y siguiendo por el de puto viejo, insulto de honda raíz fascista

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