Yo he oído mencionar a ambos santos, San Cucufato y San Antonio, como
actores de las búsquedas desesperadas, pero mi abuela materna siempre invocaba
a San Cucufato con algo más que la plegaria apuntada. Tomaba un paño o una
cuerda, lo anudaba en un palo, barra o silla y mientras lo invocaba anudaba,
apretando con saña, como si fueran los mismísimos del santo, y allí se quedaba
anudado el paño o cuerda, el objeto físico y, por el bien del pobre santo,
espero que no el objeto del rito. Si alguien le preguntaba por el entusiasmo,
rigor, saña del acto siempre contestaba lo mismo: “hay que reclamar la tención
del santo y por la cuenta que le tiene a mi me va a hacer caso”. Sea usted
santo para pasarse la santidad con los huevos estrangulados. Yo preferiría el
infierno.
Sobre la magia, casualidad, de los
objetos perdidos contaba mi abuelo paterno, y aún hoy se refiere como cierto en
las reuniones familiares, que en su viaje de bodas a Ancora fueron mi abuela y
él hasta la playa. Cuando salieron de la misma la alianza de mi abuela ya no
estaba en su dedo. Volvieron y la buscaron, pero infructuosamente. Al año
siguiente volvieron l mismo sitio, a la misma playa y comentaron la perdida del
año anterior. Al parecer mi abuela comentó sobre la posibilidad de volver a
buscar el anillo y mi abuelo porfiaba en la imposibilidad de encontrarlo, eso si
no lo había encontrado ya alguien. De forma ilustrativa le dijo, cogiendo un
puñado de arena: “La única forma de encontrarlo es coger n puñado de arena y
que en él aparezca el anillo”. Y allí, en su mano, estaba la alianza perdida el
año anterior. Ël asegura, y algún familiar más, que sucedió exactamente así.
Pero el sentido mágico de la vida, ese
sentido en el que los sentimientos se erizan, las sensaciones se anudan, como
si te hubiera traspasado una onda invisible, como si hubieras traspasado una
barrera intangible que conectara con algún mundo de sensibilidad y felicidad
exquisita que está más allá de la cotidianeidad, exige que los sentidos
perciban como excepcional algo que seguramente es habitual. Un sabor que nos
estremece, un sonido que nos desempolva el alma, una mirada a algo que está a
nuestro lado todos los días y que solo en ese momento apreciamos, una escena
que nos traspasa y humedece nuestros ojos… La magia en realidad es el ambiente
normal en que nos movemos, lástima que nuestro afán de prosaica humanidad nos impida vivirla con toda la intensidad y
fruición que está a nuestro alcance.
Nunca he sentido el tirón mágico al
traspasar la puerta de un banco, al sentarme en mi puesto de trabajo ni al
votar contra el inútil de turno que intenta decirme como tiene que ser mi vida.
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