Otra cosa diferente es el
victimismo. Esa actitud carente de dignidad que pretende confundir el dolor con
la razón y que lleva a la víctima a convertirse en su propio verdugo y azote de
la paciencia de aquellos que la rodean. Es conveniente para cualquier víctima
de este mundo tener muy clara la frontera entre el dolor, la indignación, la
reclamación de la justicia y la reivindicación permanente de una razón sin
razones, de una razón incapaz de sostenerse más allá, sin otra base, que la
piedad ajena.
Hay que reivindicar el dolor, sin
aspavientos. Hay que reivindicar la justicia, sin exigencia y sin súplica, como
si realmente no existiera. Hay que reivindicar la dignidad de mantener la
propia postura sin exigir a cambio nada más que el respeto a los actos
serenamente enfocados y a las acciones conscientemente tomadas.
No se puede hacer de la situación
de víctima una moneda de cambio para la obtención de prebendas. No se puede
usar el dolor para forzar la mano a los demás en cuanto no estén de acuerdo, ni
aflojar cuando la firmeza los confunda. No se puede demandar una piedad que
conduce a la venta de la dignidad y de la integridad que son los valores que
separan a la víctima del victimismo.
Reivindique cada víctima aquello
que considere justo y busque la justicia consciente de que nunca es gratuita. Y
evite en su camino los bandos y las banderías que siempre exigen precio.
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