Me preguntabas, supongo que al
hilo de la conversación que mantuvimos sobre lo que ocurre a nuestro alrededor,
por el calificativo que mejor definiera a la sociedad que se retrata en las
redes sociales, y en el entorno público, porque parece que en privado, y cara a cara, nos desenvolvemos con
algo más de educación y tiramos algo más de ética.
Lo tengo claro, lo tengo
meridianamente claro, tan meridianamente claro que no necesito matices, ni
tiempo para pensarlo, ni siquiera hacer ningún tipo de acotaciones: la
desfachatez. La característica que retrata a nuestro entorno público, nuestra
forma de desenvolvernos en redes sociales, de relacionarnos con el entorno
menos privado de nuestra vida es la desfachatez, la capacidad de actuar sin
filtro ético, sin reservas morales, y además esperar que nos aplaudan, o, lo
que es aún más triste, jactarnos del éxito de nuestras boutades.
Dice el diccionario, al que conviene recurrir
incluso cuando no nos da la razón, al
respecto de desfachatez:
1. Actitud de la persona que obra o habla
con excesiva desvergüenza y falta de comedimiento o de respeto.
2. Dicho o hecho descarado e insolente.
Como me parece una desfachatez
invocar y exigir derechos y libertades que se usan para negarle eso mismo a los
demás, o simplemente a otros.
Una desfachatez es decir una
cosa y la contraria, públicamente, y pretender que no existe contradicción, invocando
la coherencia.
También es una desfachatez hablar
de los errores, delitos, ajenos, a sabiendas de que también son los propios, y
omitirlo a pesar de que sea del dominio público.
Es una desfachatez como una
montaña, empeñar la palabra en algo que no se tiene intención de cumplir, y
además descalificar a los que nos reclaman el empeño.
Desfachatez es desvirtuar el
lenguaje e inventar circunloquios, frases vacías, expresiones sin sentido,
palabras huecas, para que parezca que se ha dicho lo que no se ha dicho, o que
no se ha dicho lo que se ha dicho.
No es menos desfachatez
argumentar sobre lo que ha dicho otro, sin que lo haya dicho, o sobre lo que no
ha dicho, que sí ha dicho, con el único objetivo de arrebatar una razón cuando
faltan los argumentos.
También es una desfachatez, y es
de las más habituales, insultar, descalificar, ridiculizar y abrumar a
cualquier interlocutor al que no se logra convencer y es capaz de desmontar la
falta de razones con razonamientos propios.
Otra desfachatez frecuente, que
además supone una torpeza, es criticar a los demás por acciones o cuestiones en
los que uno mismo ha incurrido, con frecuencia torpeza femenina, con una
ferocidad y contundencia que acaba provocando la sospecha de un ocultamiento.
Aunque no es menor la
desfachatez de aquellos que se escudan en frases rimbombantes, en argumentarios
ajenos, en paredones dialécticos sin trasfondo, ni trastienda, para sostener
ideas que nunca les fueron propias y que recitan sin desmayo ni razón.
Todas esas, y muchas más, son
las desfachateces que día a día nos encontramos en las declaraciones de
personajes públicos que aparecen en los medios de comunicación. Que se asoman
inopinadamente a nuestra privacidad a través de las redes sociales. Que violentan
nuestra ética y nuestra razón obligándonos a compartir mentiras como si fueran
verdades, falsedades como hechos incuestionables y a asumir acciones lesivas
para nuestros derechos y libertades como si fueran necesarias para
preservarlos.
Claro que, tampoco debemos de
olvidarlo, sería una desfachatez impropia de nuestro intento de ser éticamente
solventes, suponer que nosotros somos inocentes en este estado de las cosas.
Una desfachatez y una huida hacia ninguna parte.
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