jueves, 6 de mayo de 2021

Pongamos que se habla de Madrid

Seguramente son muchas las lecturas de lo que ha sucedido en Madrid, ningún resultado como el que se ha dado está libre de perspectivas e interpretaciones, pero lo que no podamos dejar de concluir es que es sintomático. Sintomático de un bullir de descontento que el gobierno se empeña en no oír. Sintomático de un discurrir histórico que la izquierda se empeña en ignorar, o ignora de base.

Basta con echar la mirada atrás para comprobar que los resultados del cuatro de mayo en Madrid, entroncan con hechos reiterados en nuestro país. Con el Motín de Esquilache, con el dos de mayo, con la vuelta de Fernando VII, con una forma de pensar que, intelectualmente hablando, puede considerarse históricamente perjudicial, pero es emocionalmente irrenunciable. España, Madrid, puesto en la disyuntiva, apretado hasta el abismo de la elección, elige lo suyo, lo que le piden las entrañas. Y no le importa un ardite lo que ciertas personas subidas en una superioridad moral de dudosa constatabilidad, le diga, y menos si ese discurso viene trufado de insultos y descalificaciones.

Intelectualmente hablando, Madrid, y España en general, a lo largo de la historia se ha decantado por las opciones más sospechosas para su futuro, pero, también históricamente, parece constatable que las opciones que les presentaron no fuero emocionalmente bien planteadas.

Por seguir un orden:

    - Motín de Esquilache. El pueblo se amotina con la excusa del “Bando de Capas y Sombreros” y el         trasfondo real de la carestía del pan, las velas y el aceite para iluminación, todo ello debido a las             medidas de modernización que pretendía un ministro italiano de Carlos III. Posiblemente la                     intención de Esquilache fuera la modernización y saneamiento de Madrid, que vivía en una suciedad      lesiva, y que vestía unos ropajes que favorecían la delincuencia y las algaradas. Sin duda las                 intenciones del ministro eran encomiables, pero estaban en contra de la economía y del sentir del         pueblo , y ese desconocimiento, seguramente debido al origen foráneo del ministro, llevó a una             rebelión que estuvo a punto de anticipar la luego llamada revolución francesa, en unos años.

    - Dos de mayo. El pueblo de Madrid se entera de que intentan llevarse a los infantes a Francia, lo que     suponía el abandono de facto de los reyes españoles. Encorajinados salen a la calle y la intervención     represora del ejército francés eleva el levantamiento de algarada a gesta popular. Sin duda los aires        renovadores de José Bonaparte y sus intenciones suponían una mayor libertad y modernización en la     vida española, pero una vez más, estas loables iniciativas se toman de espaldas al pueblo, contra su        criterio, y el pueblo toma la decisión de elegir lo suyo por encima de lo mejor. Pulsión frente a razón.     ¿Acaso fue mejor para el país Fernando VII que José Bonaparte? Claramente no, pero las mismas        formas hicieron imposible que la iniciativa prosperara.

El planteamiento de la campaña a estas elecciones ha sido absolutamente antipopular por parte del PSOE y de Podemos. No se puede atraer a la gente, mintiendo, menospreciando, ocultando y pretendiendo decirle al pueblo lo que tiene que querer, aunque sea contrario a lo que ese pueblo siente.

No se puede hablar en nombre del pueblo, al tiempo que se le desprecia por su decisión ¿De qué pueblo hablan cuando el pueblo les da la espalda? ¿Solo es pueblo el que vota lo que los autodenominados oráculos populares desean? ¿Qué lectura democrática, del espíritu democrático, se le puede hacer a quién desprecia a la mayoría de los electores porque no han votado según sus deseos y, supongo, convicciones?

Tal vez uno de los mayores errores de la, supuesta, izquierda actual, es aquel que los lleva, desde una atalaya de superioridad moral que nadie les reconoce, a erigirse en formadores de la moral popular, olvidando que su competencia no es esa, que su competencia es administrar, es escuchar y es ejecutar lo que ese pueblo, compuesto por los votantes anónimos y no comprometidos, desea y necesita. Y todo ello desde una probidad, desde una honestidad, que no pueda ser puesta en cuestión por ínfulas personales de los representantes.

No es este el lugar, no es este el momento, para enumerar y extenderse sobre los múltiples episodios de ocultación, de toreo verbal, de falta de verdad que el elenco del gobierno, y de su partido, ha llevado a cabo desde las últimas elecciones. No se trata ahora de desglosar el sistemático ataque a las instituciones, o su uso partidista, en plena campaña electoral, por parte del gobierno central. No hace falta, tampoco, recordar los episodios de enfrentamiento, las ofertas vacías de cogobierno, la falta de respeto a los madrileños, humillados e insultados en sus representantes, las políticas propias de Poncio Pilatos frente a la pandemia, sin más respuestas que aquellas que permitieran descargar las responsabilidades en los demás, pero sin tomar ni una sola iniciativa estructural o legislativa que permitiera hacer frente a la misma. No es tampoco oportuno, aquí, ahora, desglosar los episodios de ocultamiento policial, fiscal, rozando la absoluta falta de ética, por parte de una opción que además se permite presentarse como garante del espíritu democrático y de la transparencia.

Solo hay una verdad democrática que, por dura, por incómoda, nunca aceptan de buen grado los perdedores. “Cien mil millones de moscas no pueden equivocarse, coma mierda”, y si eso vota la mayoría y esto es una pretendida democracia, toca lo que toca, comer mierda. Porque lo otro, lo de hacer votar a las moscas, lo de ser representantes de las moscas, para desde esa posición llamarles sucias, infectas, repugnantes, e intentar imponer que lo que los moscas tienen que querer es chuletón, porque ese es el concepto de una dieta correcta, aunque sea intelectualmente cierto, no es democracia, es otra cosa, tiene otro nombre, y no es bonito.

Es hora de que esta izquierda de salón y soberbia, convencida de verdades absolutas imponibles, trufada de élite intelectual, se remangue y baje a escuchar a la calle y adquiera el compromiso de pelear por los problemas reales de ese pueblo del que se llena habitualmente la boca, y al que solo tiene la pretensión de decirle lo que tiene que pensar, lo que tiene que querer, lo que tiene que votar. Ya es hora de que se comprometa a trabajar por lo que el pueblo quiere, no por lo que ellos consideran que tienen que querer. Ya es hora de que intenten servir al pueblo, que es la única justificación de su existencia, y no que se sirvan de él.

Tal vez alguien no se reconozca en lo que describo, ni en lo que digo que se necesita. Yo creo que lo que intento explicar, a quién me refiero, vale para toda persona con vocación política, con la visión política de servir a los demás, y vale para todo el mundo, para toda España. Pero hoy, en este momento, pongamos que se habla de Madrid.

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