Tal vez sea un problema de la
prensa, tal vez. O tal vez sea problema de una errónea concienciación respecto
a cierto tipo de cuestiones que afectan a minorías, tal vez. El caso es que
ponerse a denunciar, a describir, a comunicar, cierto tipo de comportamientos
desde una óptica diferente a la mayoritaria presupone que te van a caer desde
todas partes.
Y eso es lo que sucede cuando se
denuncia una actitud inadecuada de una minoría protegida respecto a una mayoría
pretendidamente abusiva. No importa la verdad, no importa el fraude cometido
por ese o esos integrantes de la minoría, automáticamente la maquinaria lincho
mediática se pone en marcha para escarmentar, machacar, hundir en la miseria al
osado cronista que se sale sin recato de la verdad sin paliativos.
Con esta introducción podría
estar hablando de feminismo, de refugiados, del colectivo LGTB, de la violencia
de género o de maltrato animal, y a todos ellos les cuadra la introducción
porque en todos ellos se da el comportamiento de la defensa a ultranza del
individuo que abusando de su condición minoritaria conculca las normas de
convivencia con el absoluto desprecio que su pretendida impunidad le
proporciona.
Pues, no, de ninguno de ellos. De
ninguno de esos enumerados colectivos de comportamiento coercitivo estoy
hablando.
Serían las 11 de la mañana, de
esta mañana de sábado, cuando me ponía en camino entre A Guarda y Bayona,
poblaciones ambas de Pontevedra. Veinticinco kilómetros de costa y paisaje
espectacular con un trazado, sobre todo en sus últimos tramos, de curvas
incómodas y rectas inexistentes. Un carril bici acompaña a la carretera, casi
siempre en paralelo, durante todo este trayecto. Carril bici, curiosamente, solo
utilizado por los peregrinos que eligen para llegar a Santiago la variante de
la costa del camino portugués. Peregrinos y algún padre de familia en bicicleta
con sus hijos en el mismo tipo de vehículo. ¿Y los ciclistas? Por la carretera.
Por una carretera que prácticamente no tiene arcenes, con curvas, con cuestas,
con un ancho justamente amplio para contener el carril de ida y el de vuelta y
con escasos espacios para adelantar desde Cabo Silleiro hasta Bayona.
Esta práctica, que ya ha padecido
varias víctimas sin que parezca que nadie quiera ponerle remedio, hace de esta
carretera un lugar incómodo, lento y peligroso. Una carretera cuyo paisaje
invita a una conducción relajada y de disfrute del entorno se convierte para el
conductor de coche en una búsqueda desesperada del metro y medio necesario para
sobrepasar a los ciclistas que absolutamente ajenos al problema que van creando
se adelantan, circulan en paralelo, de dos, de tres y hasta de cuatro en fondo,
con absoluto desprecio de su integridad y de los derechos de los conductores
que por ella circulan que no son, al parecer de su comportamiento, más que
estorbos al bello y lúdico deporte del pedal.
El colmo de la experiencia, el no
va más del comportamiento incívico, se nos aparece en las proximidades de la
entrada a la autopista. Un pelotón de entre cuarenta y cincuenta miembros
circula agrupado impidiendo con su volumen y comportamiento ninguna posibilidad
de adelantarlos. Los conductores que tienen la desgracia de coincidir con esta
caravana de incívicos se encuentran resignados, si o si, a hacer los últimos kilómetros
al mismo ritmo que el más lento del pelotón.
Pero lo peor aún está por llegar.
Poco antes de entrar en Bayona la carretera repica levemente y el pelotón se
estira, se fracciona, sin llegar a marcar una distancia mínima que permita
maniobrar a los vehículos. La estrechez de la carretera, su sinuosidad, el
tráfico en sentido contrario y la distancia entre ciclistas hace imposible el
adelantamiento. El velocímetro de mi coche, que marca por exceso, indica veinte
kilómetros por hora. Serán diecisiete o dieciocho. De repente algunos ciclistas
que habíamos adelantado anteriormente empiezan a adelantarme por ambos lados,
por un arcén prácticamente inexistente o sobrepasando la línea continua de mi izquierda.
Sin respetar la distancia mínima que al parecer es necesaria para sobrepasarse.
Delante de mí una grúa con un vehículo cargado toma una curva a la derecha y un
ciclista me sobrepasa y se zambulle sin pausa en el lateral de la grúa.
Imposible que quepa. Cabe y aparece por la izquierda del siguiente vehículo invadiendo
el carril contrario y obligando a los que vienen a pegarse al límite al borde
de la carretera. Para los ciclistas todo vale. Si algo sucede, si cuando me
está sobrepasando yo me veo obligado a hacer una maniobra, o tengo un
contratiempo mecánico, y lo golpeo yo seré el culpable, sin necesidad de
juicio, sin posibilidad de veracidad o de defensa. Yo seré el individuo ese que
golpeó a un ciclista.
No sé. No tengo claro si el
comportamiento de estos individuos es una temeridad, una inconciencia o la
búsqueda con ahínco de la muerte. Para mí en todo caso son tipejos que con su
forma de actuar, con su desprecio por las normas, ponen en cuestión mis derechos
y, si por desgracia se golpean contra mí, incluso mi libertad y la paz del
resto de mi vida.
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