Cumple hoy tu cuerpo noventa y un
años, papá, noventa y un años que se fueron haciendo hielo hasta congelar tú
mente, hasta congelar tu tiempo. Ese tiempo que transcurre sin que pase el
tiempo, ese tiempo que corre solo para los que no estamos dentro de tu mente
quieta, parada en no sabemos bien que recuerdo.
El alguno de esos recuerdos que
en los que te fuiste sumiendo como la arena que cae en un profundo hueco, como
la arena que se traslada llevada por el viento, como la arena que se mueve sin
reparar en el movimiento.
Noventa y un años, papá, aunque
cuatro de ellos, los últimos, los más cernos, no tienen para almacenar su
memoria ningún posible hueco. Años de tristeza, papá, de desesperanza. Años de
aprender, de luchar, de intentar contener un deterioro sin conocimientos.
Porque nadie sabe, aunque todos hablemos, porque nadie conoce y tú el que
menos, porque nadie ve la luz ni siquiera lejos.
Cumple hoy tu cuerpo noventa y un
años, papá, noventa y un años sin futuro, noventa y un años en los que lo único
que sabemos cierto es que no estás aunque si te vemos, noventa y un años en los
que cuantos años más cumplirá es lo único incierto.
La vida no es justa, papá, y en algunos
casos, en tú caso, en el de todos los que existen sin ser, viven sin saber,
perduran sin conocer, lo es aún menos.
No puedo evitar, cada vez que te
miro, sentir esa piedad transida y lacerante que tu cuerpo quebrantado, ese
cuerpo inerme y dependiente, me transmite. No puedo contemplar la triste
existencia de un cuerpo quejumbroso, miedoso, reasumido, sin que se me rompa
algo dentro. Porque siempre queda algo que romper por mucho que pase el tiempo.
Noventa y un años, papá, y
debería, según las normas, felicitarte, pero no puedo. Primero porque no me
escuchas, segundo porque no me entiendes, tercero porque no quiero.
No, papá, no quiero felicitarte
porque la maquinaria que un día portaba a mi padre hoy sigue en funcionamiento.
¿Felicitarte? ¿Por qué? ¿Porque tu corazón late? ¿Porque tu estómago digiere? ¿Porque
tus pulmones cogen aire? ¿Por qué, papa? ¿Por qué tengo que felicitarte?
Tal vez mi reflexión parezca
cruel, tal vez lo sea, pero solo me queda una felicitación que poder desearte,
que puedas descansar, que puedas llevar tu cuerpo a donde ya descanse tu mente.
Sea el todo o la nada, seas tú, seas nadie o seas parte de algo que nos
trasciende.
Bueno papá, el tiempo empieza a
contar, en este triste universo, reducido, enfermo, inclemente, para que sean
noventa y dos los años que llegue a cumplir tu cuerpo.
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