Los radicales han encontrado un nuevo juguete, un tema más
en el que enfrentar a la sociedad para explicarnos lo malos, los indignos, lo
inmorales que somos. Los radicales han encontrado un motivo más con el que
demostrarse a sí mismos lo superiores que son moralmente al resto de las
personas de su entorno, y de su extorno. A partir de este momento ya pueden
llamarnos fachas por ir de vacaciones.
Se suceden en lugares, noticiarios y periódicos, los relatos
sobre nuevas actuaciones intimidatorias contra elementos, servicios o entidades
afines al turismo de ciudades. Parece ser que la idea general es que el turismo
atenta contra la dignidad o los derechos de la clase obrera autóctona. Curioso
concepto de nuevo cuño que pone en duda en que fuentes ideológicas beben los
cabecitas, debería decir cabecillas pero en realidad estoy aludiendo a su
capacidad intelectual, de estos movimientos.
Si un concepto tenía claro, universalmente claro, hasta este
momento la clase obrera, y mira que me molesta hablar en estos términos de
clases, era su internacionalidad. La clase trabajadora era una en su lucha y
reivindicaciones, y van estos radicales de nuevo cuño, y le ponen puertas al
campo para hacer su finca particular; ahora la clase trabajadora es autóctona,
es decir que un trabajador de un lugar concreto tiene unas aspiraciones, unos
derechos, unos objetivos diferentes al que vive apenas a quinientos metros,
porque yo supongo, y con cierto criterio, que la clase obrera de un pueblo,
barrio o sector comercial, se considerará autóctono respecto a todos los demás,
y a freír gárgaras la tan cantada e invocada internacionalidad.
Realmente el turismo, en muchas de las facetas actuales, es
un monstruo devorador de lugares, de calidades y de valores de aquellos lugares
que se ponen de moda. La permisividad oficial con cierto tipo de actividades, y
actitudes, para atraer a turistas, bordean, bastante por fuera, los límites de
lo intolerable.
Es cierto que el turismo de costa ha arrasado zonas antes
idílicas y las ha convertido en paredes de hormigón frente al mar. Es verdad
que la nula preparación de algunos visitantes en muchos aspectos del país a
visitar empobrece la calidad de lo que existe y da lugar a la proliferación de
tópicos y de aprovechados que ofrecen los tótems de una imagen deleznable del
país. Es verdad, qué duda cabe, que cierto turismo adolescente, que se ha
fomentado de forma irresponsable en los últimos tiempos, deja, aparte de un
escaso beneficio, unas imágenes, unas actitudes, un resabor amargo, que la
población “agraciada” con su presencia difícilmente debe de tolerar.
Pero curiosamente no es contra estos tipos nocivos de
turismo contra los que los radicales se movilizan, no. Es contra el turismo en
general, contra el turismo que afecta a la clase obrera autóctona, je. Uno de
los efectos claros del turismo que aporta riqueza y, por tanto, eleva el nivel
de vida de la zona afectada. Es claro que esta subida del nivel de vida afecta
inevitablemente a aquellos cuyo poder adquisitivo es más bajo y no tienen un
beneficio directo de esa actividad. Es, efectivamente, un efecto perverso que,
como todos los efectos negativos, deben de ser solucionados por la propia
sociedad, y no por un grupito de escasa representatividad real que se arrogue
la voz de la mayoría, de la conciencia ciudadana, y de la verdad absoluta.
De todas formas, y por si me cupiera alguna duda, una vez
visto el adalid al que invocan en su lucha, el superhéroe de sus anhelos, yo
prefiero seguir viviendo las aristas negativas del turismo que las purgas
sanguinarias del camarada Stalin.
Me pregunto, una vez más, si la ley de memoria histórica
solo mira hacia un lado, si los que con tanta inquina y fervor la invocan para
el franquismo propio se olvidan de los asesinos de masas por el simple hecho de
que mataron fuera de esta país, o simplemente los consideran menos asesinos
porque mataron, torturaron y exterminaron en loor de una lucha obrera que les
sirvió para medrar personalmente. Se diría que algunos tienen una memoria
histórica selectiva, una lobotomía ideológica respecto a la historia, una doble
moral que aplicar a los asesinos.
Al final, como todo lo radical, lo que acaba aflorando en
cuanto se hace un análisis riguroso de las propuestas, si es que realmente hay
alguna detrás del ruido y las acciones coercitivas, es una inconsistencia,
cuando no contradicción, palmaria.
Hay que fomentar la presencia de refugiados, que son
extranjeros, pero hay que rechazar a los turistas, porque son extranjeros. Hay
que defender a la clase obrera, eso sí, autóctona, pero solo si pertenece al
tipo de clase obrera que ellos consideran como tal, abstenerse personal de
empresas turísticas y de industrias auxiliares del turismo, que se quedarían
sin trabajo ni recursos. Hay que prohibirles a los demás que vengan a nuestro
país levantando fronteras impenetrables, pero hay que luchar para que las
fronteras no existan en los casos que ellos defiendan. Y, por supuesto, esa
fronteras no deben de existir cuando ellos decidan coger su mochila y hacer
turismo fuera del ámbito de su clase obrera autóctona.
Parece ser, cada vez más, que una cosa es ser radical, otra
decir que se es y otra, totalmente diferente, ser mínimamente coherente. Digo
yo.
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