Sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!
cantaba el observador anónimo que relata la historia de Pedro Navaja, matón de
esquina.
He tenido que esperar unos días
para poder salir de mi estupefacción. Tantas letras criticando a los políticos,
tanto quejarnos de la incapacidad de que
los españoles nos pongamos de acuerdo y resulta que va un político, o varios
que al caso es lo mismo, y promueve una norma que impide la muerte de los animales
en espectáculos públicos y no sé qué más, y consigue poner de acuerdo a todos
los españoles.
No he leído la noticia con más
detenimiento, ni con mayor interés, que el de comprobar que al fin una norma,
una intervención política, ha conseguido el milagro que parecía inalcanzable. El
acuerdo es en contra de la norma, es verdad, pero tampoco hay por qué ponerse
exquisitos. Lo importante es el poder de convocatoria, la consecución de la
unión, el hito de lo imposible.
Ha conseguido, incluso, que por una
vez, y sin que sirva de precedente, las personas se pongan de acuerdo
independientemente de las siglas políticas a las que pertenecen de toda la vida,
de que sean de izquierdas o de derechas, radicales o moderados.
Los taurinos están en contra por
aquello de que cuando veas las barbas de tu vecino cortar… y si hoy se prohíbe
la muerte del toro en festejos populares mañana podría prohibirse en la lidia.
Y eso, según los puristas, los autodenominados aficionados, sería el final del festejo.
Como en su día lo fueron los petos de los caballos de los picadores o algunos
otros cambios en los reglamentos. Y seguramente tienen razón.
Los partidarios del Toro de la
Vega, casi todos oriundos de Tordesillas, porque se consideran ninguneados, perseguidos,
atacados por personas externas al pueblo y a los que nadie ha llamado allí. Y
seguramente tienen razón. Y además porque dada la proximidad de la promulgación
con su celebración la hace especialmente oportuna y parece señalar directamente.
Y siguen teniendo razón.
Y la mayor parte de los del
maltrato animal tampoco están conformes porque lo que pretenden es evitar la
totalidad del festejo. Pero no solo de este, no nos engañemos, si no de
cualquiera que tenga relación con los animales, desde la lidia a la caza,
pasando por las carreras de caracoles o las de caballos. Cualquier actividad en
la que participe un animal, porque el objetivo último es la humanización de los
animales (como decía aquel amigo mío: “cuánto daño ha hecho Disney”), aunque
sea a costa de la deshumanización, o ninguneo, de los seres humanos. Y en
algunos aspectos, los más moderados, también tienen seguramente razón.
¿y yo? ¿Tengo opinión? Pues sí, sí
que tengo opinión. Yo también estoy en contra y posiblemente también tenga
razón.
Estoy en contra, en primer
término, porque considero que prohibir algo por norma, por decreto, no lleva
más que a la frustración, a la indignación, al encastillamiento de las
posturas. Prohibir solo sirve para imponer y para provocar la ilegalidad de los
que estén en contra, casi todos como ya hemos dicho, y convertir en
delincuentes a personas que creen defender sus derechos. Mala praxis de
políticos incapaces de conducir un tema de forma equilibrada y docente.
Pero en segundo lugar también
estoy en contra porque lo que más me perturbaba, y me va a seguir perturbando,
del dichoso festejo no era la muerte del animal. Millones de animales mueren
diariamente para servir a la cadena alimenticia de los hombres y de cualquier
otro depredador cuyo alimento sea la proteína animal, la carne, el pescado… y
el hecho de que un animal muera en un lance público o privado a mí no me va a
escandalizar de distinta forma. Si no quiero ver morir a un animal no asistiré
a una corrida de toros, que no asisto, ni a una cacería, que tampoco asisto, ni
visitaré un matadero, que tampoco lo hago. A mí lo que realmente me perturba es la
tortura, el sufrimiento innecesario, de cualquier ser vivo.
Y en esta línea del sufrimiento
innecesario lo que sí me indigna en algunos festejos populares, y lo que me
hace posicionarme en contra de esta norma que no resuelve nada, es la crueldad,
la saña, con las que ciertos individuos se conducen respecto al animal. La cobardía
que ciertas actitudes reflejan de personas que usan de un ser vivo fuera de su
ámbito natural, desubicado, para volcar
sus frustraciones, sus odios, sus miedos, y que los llevan a conducirse de una
forma absolutamente ignominiosa.
No, la muerte, con ser
importante, no es el problema, ni siquiera la muerte pública. ¿O es que una vez
acabado el festejo van a devolver el animal a la dehesa? El problema es atajar
con reglas claras y comprometidas el desarrollo del evento. El problema es
trabajar la sensibilidad de los participantes para que, si esa es la evolución
real, la fiesta desaparezca por sí misma. Esta y cualquier otra.
Eso sí, lo que esta norma
garantiza, una vez más, otra vez, es que a partir de su aplicación habremos
aumentado la cuota de delincuentes que hasta ese momento eran personas
normales, y, seguramente, el importe recaudado en concepto de sanciones. La
pela es la pela. Bueno, esto, y que los enfrentamientos, los enconamientos, la
radicalización de las posturas están garantizadas.
No quiero ponerme dramático y
prever una mayor virulencia de los enfrentamientos vividos estos años pasados.
Espero que nadie se presente en Tordesillas a celebrar a costa de los lugareños
partidarios de los festejos su victoria parcial. Espero que la puñetera e
insensible norma no nos haga lamentarnos como hasta ahora no nos habíamos
lamentado.
Claro que también llevo esperando
de los políticos algún acto de cordura, sobre este tema y casi sobre cualquier
otro, y aquí estoy, esperando sin vivir en mí.
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