miércoles, 4 de mayo de 2016

En camino

Ha llegado el momento de ponerse de nuevo en el camino, de coger los trastos de andar y enfrentarse a las etapas que este año me acercarán un poco más al objetivo final que no es otro, no importa cuál sea el nombre que se le dé, que llegar. Llegar cada día al final de la etapa, como objetivo inmediato, como fin necesario para llegar un poco más lejos, para estar un poco más cerca.
De todas las experiencias que el camino proporciona, que son muchas, variadas y personales, aquella que más me enriquece es, sin duda, el simbolismo que encierra todo lo que cada momento, cada paso, cada lugar, cada día encierra. El paralelismo entre caminar y vivir, empezando por la mochila.
Hacer la mochila es el primer acto necesario, el primer acto que anuncia la salida, la puesta en marcha. Hacer la mochila es un ejercicio de experiencia y consecuencia. De consecuencia porque todo lo que necesites en el camino debe de estar en tu mochila pero ha de ser lo suficientemente ligera, manejable, para que no se convierta en tu mayor lastre. Suficiente, equilibrada y portable. Pero si el tamaño y el peso son importantes, determinantes, la experiencia de los días anteriores configura cada día el orden en que dispones su contenido en previsión de su uso.
La mochila, portarla, soportarla, es el primer elemento que separa al peregrino del caminante, al que busca en su camino del que camina avanzando, al que hace de cada paso es un logro del que sale en busca un destino final. La mochila, para mí, es el símbolo de lo experiencia, de la carga que cada día has de soportar de aquello que ya has vivido, a la necesidad de llevar sobre tus hombros la experiencia ya vivida, el conocimiento adquirido.
Nada en el peregrino es baladí. Ningún paso se da sin un fin, sin un logro, sin una consecuencia. Ni el sufrimiento, ni la belleza, ni los que te rodean te pueden ser ajenos, te pueden parecer innecesarios.
Pero bueno, es hora de dejar de reflexionar y empezar a reunir todos los enseres que creo que necesitaré. Es hora de empezar a reunir los elementos que durante los días de peregrinaje han de ser mi soporte vital, mi casa a cuestas, mi concha de caracol.
Lo primero, fundamental, el calzado. Calzado que ha de ser adecuado, ligero, resistente y ajustado para evitar los roces y las lesiones, calzado que ha de ayudarme a recorrer los veintitantos o treinta kilómetros que cada día me esperan con sus dificultades orográficas, con sus dificultades climáticas.
El calzado. ¿Cómo podría preparar el calzado y olvidarme de todos los que por el mundo recorren tanta distancia, o más, como la que yo voy a recorrer por necesidad, descalzos? ¿Podrán ellos reflexionar sobre la experiencia del camino que recorren a pesar de la sed, del hambre, de la pobreza que los acompaña? ¿Encontraran ellos el simbolismo de su falta de calzado ? ¿Se considerarán pobres o libres? ¿Oprimidos o afortunadamente olvidados?
Después el botiquín. Mejor no seguir pensando. Hay momentos en que es mejor aislarse de uno mismo, hay momentos en que el exceso de consciencia puede hacer imposible el camino, ni siquiera emprenderlo y eso me hace pensar que también en la vida, hay que elegir objetivos, no intentar que lo mejor se convierta en enemigo de lo bueno, no querer ser tan perfecto que nuestra perfección sea un obstáculo para nuestras virtudes.

Lo dicho, empezando por la mochila.

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