sábado, 7 de mayo de 2016

De un lado para otro

Escuchaba ayer con cierto asombro que la alcaldesa de Barcelona sacaba adelante sus presupuestos gracias a un pacto con la CUP entre cuyos puntos estaba la “feminización de la pobreza”. Tardé un poco en lograr que en mi archivo mental el concepto encontrara referencias. Tuve que irme, mentalmente, hasta mis tiempos de universitario, de carreras y protestas estudiantiles, para recuperar el significado de la expresión.
Resulta que la feminización de la pobreza no es que a partir de ahora cada vez que se represente la pobreza se haga con una figura femenina y andrajosa, una figura miserable con falda. No, la cosa tiene algunos años y bemoles más de lo que inicialmente parece. La feminización de la pobreza es la presunción de que la mujer que es pobre lo es por discriminación sexual.
Tantos años buscando la igualdad, tantos años luchando cotidianamente por una igualdad efectiva, afectiva e integradora y resulta que la única solución que encuentran ciertos segmentos “progresistas” es fomentar la discriminación. Eso sí, con la etiqueta de positiva. Aunque sigo sin conseguir asumir que ética, léxicamente, los términos discriminación y positivo puedan agruparse sin crear un contrasentido.
Tantos años las mujeres pelearon contra una sociedad que no les permitía usar pantalones y ahora van y le ponen falda a los semáforos. Me parece ridículo, me parece una falta de respeto a todas aquellas mujeres que en su día pelearon por la igualdad cotidiana y real.
Leí en los años cincuenta un relato, “Las Doradas Veladas de la Atlántida”, que fabulaba sobre el tema de la igualdad entre hombres y mujeres y, como, una vez alcanzada la misma, y aprovechando la inercia de la lucha, las mujeres utilizaban el sentimiento de culpabilidad de los hombres para  instaurar un feminismo feroz y castrante, permítaseme el término. Y aquello acababa mal, muy, muy, mal. Era ficción, claro, política ficción.
Es cierto que en los años setenta, años en los que nació el concepto, la mayoría de las mujeres eran dependientes de los hombres laboral y económicamente. Es cierto que la educación recibida estaba enfocada a hacer de las niñas amas de casa y madres de familia sin otra aspiración personal que la felicidad de los suyos. Es cierto, vaya si lo es, que la mayoría de hombres y mujeres que en aquel momento estábamos en proyecto no estábamos en la línea de esos planes y trabajábamos, nos esforzábamos, intentábamos vivir en nuestras relaciones, una sociedad diferente, una sociedad en las que el concepto sexo fuera un aspecto puramente físico. Con errores, muchos, con contradicciones, muchísimas, con tropiezos, todos, pero con un sentimiento y voluntad que nos dignificaban día a día y que nos permitieron alcanzar las cotas de libertad e igualdad que ahora se disfrutan, y que algunos actualmente, con una actitud prepotente de superioridad moral, pretenden ignorar miserablemente, olvidar todas las circunstancias en contra que mi generación, y las anexas, tuvimos que sortear y superar.
La feminización de la pobreza, las faldas en los semáforos, la discriminación positiva en general, no nos hacen más iguales, nos hacen más distintos por el lado contrario. Incluso, en determinadas circunstancias, trivializan y hacen antipática la reivindicación.
Los pobres lo son por fallos de la sociedad, por fallos del reparto de la riqueza. Los pobres existen  porque la sociedad ha permitido, ha tolerado, ha fomentado, la acaparación de riqueza como objetivo máximo y síntoma de triunfo. Y entre dos pobres, con el mismo nivel de pobreza, de miseria, uno no es más pobre que el otro en función de su sexo. Porque entre dos pobres con el mismo nivel de pobreza nada me permite suponer, hoy, ahora, que uno ha tenido más oportunidades que el otro por razón de su sexo. Y si fuera así, si realmente se diera el caso, lo que tengo que trabajar es por evitar que se pueda dar tal circunstancia, no por discriminar a uno considerando mayor víctima de la sociedad a la otra.
La igualdad se consigue igualando. La visibilidad, concepto a la moda, no fomenta la igualdad, ni la justicia, ni siquiera la solución de los problemas. La pobreza no se soluciona buscando a los culpables, o a los inocentes, de ese estado, si no haciendo una sociedad más justa, más igual, más comprometida consigo misma. Claro que para eso hacen falta personas que trabajen para ello y no para enriquecerse ellos mismo y a sus amigos, para medrar y sentirse poderosos e intocables. En resumen, otra sociedad.
Es verdad que a veces hay que pensar que si para algo sirve la oscuridad es para acoger la luz, es para que la luz pueda iluminarla.
Entre tanta noticia frustrante, entre tanta estulticia pública, surge la esperanza
Daba gusto oir las palabras dictadas por el sentido común, por la tolerancia y la convivencia, de una cabeza bien amueblada, de una mujer de una generación anexa a la mía con una trayectoria pública comprometida y coherente. Francisca, Paquita para casi todos los españoles, Sauquillo puso ayer en sus palabras la carga de la razón en un tema tan mal tratado como el de la memoria histórica. No se trata de destruir, de enfrentar, de ningunear, de vejar. Nuestra historia es nuestra, es patrimonio de todos y debe de huir de la instrumentalización y patrimonialización que de ella han hecho tantas personas, instituciones y partidos.
No vale condenar al olvido los hechos, a las personas, los monumentos, los nombres de una parte de la sociedad, de la maltrecha y aún sangrante sociedad española. No vale dividir la sociedad en buenos y malos como en las películas de serie B. La sociedad tiene el derecho, tiene el deber, de conocer todo lo que aconteció, de tener memoria de todas las gestas y todas las razones que en nuestro país sucedieron. Y en ambos bandos, ambos compuestos por seres humanos, se produjeron hechos abominables y posiciones solidarias y sublimes.
Expliquemos, ilustremos, asumamos de una vez nuestra historia y permitamos que toda la luz caiga sobre lo acontecido. Solo así podremos vivir en paz y convivir en armonía y dejar atrás el permanente revanchismo que el revanchismo del revanchismo acaba produciendo.

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