jueves, 19 de noviembre de 2015

Tiempos de Silencio

Hay tiempos de silencio, papá. Hay tiempos en los que las palabras no dicen nada de lo que nos pasa por dentro. Tus palabras, papá, mis palabras. Las tuyas escasas, extrañas, imposibles ya de entresacar significados salvo por el contexto y los gestos, cuando los haces, cuando te apetece, cuando una cierta luz consciente te acompaña. Las mías escasas, lejanas, siempre pendientes de tantas cosas que a veces las importantes se quedan aparentemente enmascaradas, en realidad clavadas en lo profundo sin capacidad de brotar a la luz de las letras.

Pero el silencio no significa ausencia, física, emocional, porque esa ausencia es imposible que se produzca ni por un solo instante. Todos a tú alrededor, todos, tú el primero, somos reos de la situación y de esa evolución que nos tiene en vilo, en una situación permanente de observación y alerta. Todos siempre pendientes de tu humor, del más leve de tus gestos, de cualquier palabra, movimiento, actitud que veamos en ti. 

Pero independientemente de los silencios, de los tiempos, de los humores captas en el entorno actitudes, gestos, palabras que hasta tu enfermedad nos eran ajenos. Aún recuerdo cuando nos comentaron del padre de unos amigos que había caído enfermo y que tenía a veces comportamientos agresivos. Con cuanta distancia, con cuanta prevención lo mirábamos entonces. Con cuanta ignorancia, papá.

Ahora, cada vez más, recibes la ayuda cómplice, inesperada, reconfortante, de algún desconocido, muchos jóvenes, y cuando vas a darle las gracias escuchas sus palabras: “Si, también mi abuelo… “ , “Mi madre también… “, y se establece una suerte de solidaridad, de fraternidad en la que insospechada, sorprendentemente te ves involucrado y participando.

Maldita enfermedad, papá, maldita y extendida enfermedad que hace que te vea en tantos rostros, que me vea en tantos acompañantes, que me refleje en tantos dolientes entornos enfermos como el nuestro.

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