Dicen por ahí, prácticamente todo
el mundo, que las siglas O.M.S. corresponden a la Organización Mundial de la
Salud. Lo dicen tantos que tal vez sea cierto, o tal vez solo corresponden con
el objetivo inicial de su fundación. A mí, que en realidad no soy nadie
importante, y vista la trayectoria y hechos de tan campanuda institución, me
parece que se corresponderían más con Organización de Mercadotecnia Sanitaria.
Este último y chusco episodio de
las carnes rojas y las carnes tratadas parece una huida hacia adelante por la
imposibilidad, incapacidad, contraindicación, de denunciar algo que muchos
llevamos denunciando hace ya algún tiempo: la insana manipulación de todo tipo
de alimentos que las grandes industrias de origen, tratamiento y
comercialización hacen de los productos para un mayor beneficio económico.
Meter en el mismo saco una
ganadería que alimenta miles de cabezas con piensos, que la pequeña explotación
que alimenta a sus reses con forraje son ganas de lanzar un órdago sin
sustancia. Meter en el mismo saco una salchicha envasada que una fresca, cuando
ni saben igual, ni tienen el mismo aspecto, ni tienen los mismos efectos en el
organismo es una forma de incapacidad de denunciar los extraños, extraños al
producto natural, componentes químicos que la alimentación de las ganaderías
industriales añade a la carne. Extrañeza cárnica que más tarde se ve
incrementada con los conservantes, colorantes, aditivos y saborizantes
utilizados sin mesura hasta convertirla, la carne que intentamos poner en nuestro
plato, en esa extraña sustancia que al ponerla al fuego se ¿derrite?, ¿licúa?,
¿sublima? Y que al retirarla deja una desagradable ¿telilla?, ¿jugo?, ¿poso?.
Parece ser que esta extraña
organización, extraña a los fines para los que fue ideada, no tiene más
intereses que los de los laboratorios que la manejan, financian y nutren de
miembros, y no tiene más sistemas de comunicación que el silencio culpable o la
alarma social.
Silencio culpable cuando callan
sistemáticamente ante el negocio del colesterol y las estatinas. Silencio
culpable cuando revisan protocolos que indefectiblemente favorecen al nuevo
fármaco patentado. Silencio culpable ante la carencia de medicamentos en los
países pobres. Silencio culpable, cómplice, vergonzante y vergonzoso, ante los
precios que hacen de la medicina, de los medicamentos, una trata, un comercio
inhumano de la salud solo para ricos.
Alarma social que encubre las
verdaderas razones, fines, causas, dimensiones de la denuncia hasta hacerla
increíble, impracticable, ridícula. Y las carnes no son lo primero. Recordemos
la gripe aviar, recordemos las vacas locas, recordemos… ¿Dónde están los miles
de muertos?, ¿Dónde está la pandemia?
Es raro, o a mí me lo parece, que
tan comprometida y preocupada institución, no haya denunciado aún el
envenenamiento sistemático de las frutas con productos cuya única finalidad es
darles brillo para su exhibición al consumidor, la inconveniencia de pescados,
como el panga, criados y recolectados en caladeros altamente contaminados, la
utilización de abonos, pesticidas, piensos y demás productos que hacen que
incluso nuestro ADN pueda variar. Pero de esto nada se dice.
Pocos han oído hablar de la
Epigenética y sus conclusiones. Tal vez por eso nadie, posiblemente la O.M.S.
tampoco, ha oído comentar que el material con el que estaban fabricados ciertos
envases alimenticios plásticos, los biberones entre otros, al calentarse,
producen una sustancia, el bifenol A, que puede tener una considerable
influencia en la obesidad posterior en el individuo. Tal vez por eso, porque no
lo ha oído, aún no se ha pronunciado sobre la controversia de que haya estudios
que lo denuncian, estudios que, como no podía ser de otra forma, los
laboratorios e industrias que los fabrican desmienten categóricamente y siguen
adelante con su uso.
En fin, que a mí, personalmente,
lo que diga la O.M.S. me trae al pairo porque no me creo absolutamente nada de
lo que dice. Lo más me sirve para preguntarme quién es el próximo que va a ver
sus arcas generosamente incrementadas, o quien va a seguir haciendo caja a
costa de mí salud.
Mientras tanto yo a lo mío.
Seguiré comiendo la carne que considere conveniente, el pescado que me sea
accesible con garantía, las frutas y hortalizas necesarias para mi dieta, y
pasta, y dulces, y pan, siempre
procurando un equilibrio eficaz y siguiendo unas normas básicas, clásicas,
tradicionales: procurar comer las cosas lo más cerca posible de su origen, en
la temporada adecuada y recurrir lo mínimo posible a productos exóticos o
tratados industrialmente.
Si, ya se, suena utópico, pero
aunque no se lo crean, es posible y gratificante. Descubrir nuevamente el sabor
de la fruta madurada en el campo y no en cámaras, descubrir de nuevo el sabor
de la carne correctamente alimentada y engordada, descubrir de nuevo el sabor
del pescado recién capturado o conservado con las técnicas ancestrales,
descubrir el aroma, el sabor de los guisos tradicionales y de sus componentes,
es un placer que está más al alcance de lo que creemos. Y además ganaremos en
salud, casi ná.
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