domingo, 1 de noviembre de 2015

La OMS, casi na

Dicen por ahí, prácticamente todo el mundo, que las siglas O.M.S. corresponden a la Organización Mundial de la Salud. Lo dicen tantos que tal vez sea cierto, o tal vez solo corresponden con el objetivo inicial de su fundación. A mí, que en realidad no soy nadie importante, y vista la trayectoria y hechos de tan campanuda institución, me parece que se corresponderían más con Organización de Mercadotecnia Sanitaria.
Este último y chusco episodio de las carnes rojas y las carnes tratadas parece una huida hacia adelante por la imposibilidad, incapacidad, contraindicación, de denunciar algo que muchos llevamos denunciando hace ya algún tiempo: la insana manipulación de todo tipo de alimentos que las grandes industrias de origen, tratamiento y comercialización hacen de los productos para un mayor beneficio económico.
Meter en el mismo saco una ganadería que alimenta miles de cabezas con piensos, que la pequeña explotación que alimenta a sus reses con forraje son ganas de lanzar un órdago sin sustancia. Meter en el mismo saco una salchicha envasada que una fresca, cuando ni saben igual, ni tienen el mismo aspecto, ni tienen los mismos efectos en el organismo es una forma de incapacidad de denunciar los extraños, extraños al producto natural, componentes químicos que la alimentación de las ganaderías industriales añade a la carne. Extrañeza cárnica que más tarde se ve incrementada con los conservantes, colorantes, aditivos y saborizantes utilizados sin mesura hasta convertirla, la carne que intentamos poner en nuestro plato, en esa extraña sustancia que al ponerla al fuego se ¿derrite?, ¿licúa?, ¿sublima? Y que al retirarla deja una desagradable ¿telilla?, ¿jugo?, ¿poso?.
Parece ser que esta extraña organización, extraña a los fines para los que fue ideada, no tiene más intereses que los de los laboratorios que la manejan, financian y nutren de miembros, y no tiene más sistemas de comunicación que el silencio culpable o la alarma social.
Silencio culpable cuando callan sistemáticamente ante el negocio del colesterol y las estatinas. Silencio culpable cuando revisan protocolos que indefectiblemente favorecen al nuevo fármaco patentado. Silencio culpable ante la carencia de medicamentos en los países pobres. Silencio culpable, cómplice, vergonzante y vergonzoso, ante los precios que hacen de la medicina, de los medicamentos, una trata, un comercio inhumano de la salud solo para ricos.
Alarma social que encubre las verdaderas razones, fines, causas, dimensiones de la denuncia hasta hacerla increíble, impracticable, ridícula. Y las carnes no son lo primero. Recordemos la gripe aviar, recordemos las vacas locas, recordemos… ¿Dónde están los miles de muertos?, ¿Dónde está la pandemia?
Es raro, o a mí me lo parece, que tan comprometida y preocupada institución, no haya denunciado aún el envenenamiento sistemático de las frutas con productos cuya única finalidad es darles brillo para su exhibición al consumidor, la inconveniencia de pescados, como el panga, criados y recolectados en caladeros altamente contaminados, la utilización de abonos, pesticidas, piensos y demás productos que hacen que incluso nuestro ADN pueda variar. Pero de esto nada se dice.
Pocos han oído hablar de la Epigenética y sus conclusiones. Tal vez por eso nadie, posiblemente la O.M.S. tampoco, ha oído comentar que el material con el que estaban fabricados ciertos envases alimenticios plásticos, los biberones entre otros, al calentarse, producen una sustancia, el bifenol A, que puede tener una considerable influencia en la obesidad posterior en el individuo. Tal vez por eso, porque no lo ha oído, aún no se ha pronunciado sobre la controversia de que haya estudios que lo denuncian, estudios que, como no podía ser de otra forma, los laboratorios e industrias que los fabrican desmienten categóricamente y siguen adelante con su uso.
En fin, que a mí, personalmente, lo que diga la O.M.S. me trae al pairo porque no me creo absolutamente nada de lo que dice. Lo más me sirve para preguntarme quién es el próximo que va a ver sus arcas generosamente incrementadas, o quien va a seguir haciendo caja a costa de mí salud.
Mientras tanto yo a lo mío. Seguiré comiendo la carne que considere conveniente, el pescado que me sea accesible con garantía, las frutas y hortalizas necesarias para mi dieta, y pasta, y dulces, y pan,  siempre procurando un equilibrio eficaz y siguiendo unas normas básicas, clásicas, tradicionales: procurar comer las cosas lo más cerca posible de su origen, en la temporada adecuada y recurrir lo mínimo posible a productos exóticos o tratados industrialmente.

Si, ya se, suena utópico, pero aunque no se lo crean, es posible y gratificante. Descubrir nuevamente el sabor de la fruta madurada en el campo y no en cámaras, descubrir de nuevo el sabor de la carne correctamente alimentada y engordada, descubrir de nuevo el sabor del pescado recién capturado o conservado con las técnicas ancestrales, descubrir el aroma, el sabor de los guisos tradicionales y de sus componentes, es un placer que está más al alcance de lo que creemos. Y además ganaremos en salud, casi ná.

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