sábado, 14 de noviembre de 2015

Nosotros y Los Otros

Hoy la sangre me corre por fuera. Hoy la sangre, mi sangre, tu sangre, nuestra sangre, no obedece a cauces y se derrama a nuestros pies como una demanda asombrada, sorprendida, casi diría que inocente, de explicación a su estancia en un lugar indebido. Hoy, conmocionado, fatalista, casi incrédulo, contemplo ese inmenso charco que la humanidad va haciendo con su sangre, con nuestra sangre, con mi sangre, a los pies de unos asesinos que nunca dan la cara. Porque los que dan la cara, aunque sea tapada, porque los que dan la cara, aunque sea con su muerte, no son los verdaderos asesinos. No, esos también son víctimas, del fanatismo, de la intolerancia, de los intereses espúreos y nunca declarados de aquellos que manejan los hilos de la humanidad con una inhumanidad que los retrata.
¿Por qué hoy? Me pregunto y la respuesta es obvia pero puramente emotiva. Hoy porque toca, hoy porque me toca, hoy porque las víctimas podrían ser yo, hoy porque, desgraciada, cínica, despiadadamente las víctimas pertenecen a mi mundo, a mi nivel de conciencia y convivencia.
Sí, es cierto, la sangre de la humanidad se derrama todos los días un poco. La sangre, la nuestra, la mía, se derrama con cada ejecución, con cada conflicto tribal, racial, territorial o religioso, se derrama con cada refugiado muerto en su lucha por huir, que hace que nos desangremos colectivamente en muertes tan inútiles como provechosas solo para intereses que ni llegamos a aprehender.
Hoy la sangre, mi sangre, nuestra sangre, brota un vez más,  y otra, y otra, y otra, intentando manchar unas manos que, protegidas con guantes de inmoralidad, con guantes económicos y prepotentes, incapaces de impregnarse de la humanidad imprescindible para percibir la mancha en sus propias carnes, sigue azuzando a los demás hacia la muerte. Porque ellos, los verdugos, los auténticos asesinos, son aquellos que proporcionan los medios, las armas, las cargas ideológicas y/o teológicas para que esas víctimas, que serán ahora llamadas verdugos, extiendan su incapacidad de comprender la vida, la suya y la de los demás, como el único bien que realmente posee el ser vivo, como el único bien al alcance de la vida.
Y mientras, mientras yo reflexiono, mientras tú te indignas, mientras él clama por la justicia, mientras nosotros nos condolemos, hoy más de lo habitual, ellos simplemente limpian el charco y ponen los medios para que la sangría no pare.

Mañana podremos ser nosotros. Mañana seremos nosotros, sin duda, los que volaremos por los aires, o zozobraremos en medio del mar y nos ahogaremos, o seremos tiroteados a la vuelta de la esquina, o mataremos, llenos de justa indignación, a otros. Mañana, insisto, podremos ser nosotros, pero el beneficio, la victoria, siempre será de los otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario