Hoy la sangre me corre por fuera.
Hoy la sangre, mi sangre, tu sangre, nuestra sangre, no obedece a cauces y se
derrama a nuestros pies como una demanda asombrada, sorprendida, casi diría que
inocente, de explicación a su estancia en un lugar indebido. Hoy, conmocionado,
fatalista, casi incrédulo, contemplo ese inmenso charco que la humanidad va
haciendo con su sangre, con nuestra sangre, con mi sangre, a los pies de unos
asesinos que nunca dan la cara. Porque los que dan la cara, aunque sea tapada,
porque los que dan la cara, aunque sea con su muerte, no son los verdaderos
asesinos. No, esos también son víctimas, del fanatismo, de la intolerancia, de
los intereses espúreos y nunca declarados de aquellos que manejan los hilos de
la humanidad con una inhumanidad que los retrata.
¿Por qué hoy? Me pregunto y la
respuesta es obvia pero puramente emotiva. Hoy porque toca, hoy porque me toca,
hoy porque las víctimas podrían ser yo, hoy porque, desgraciada, cínica,
despiadadamente las víctimas pertenecen a mi mundo, a mi nivel de conciencia y
convivencia.
Sí, es cierto, la sangre de la
humanidad se derrama todos los días un poco. La sangre, la nuestra, la mía, se
derrama con cada ejecución, con cada conflicto tribal, racial, territorial o
religioso, se derrama con cada refugiado muerto en su lucha por huir, que hace que nos desangremos colectivamente
en muertes tan inútiles como provechosas solo para intereses que ni llegamos a
aprehender.
Hoy la sangre, mi sangre, nuestra
sangre, brota un vez más, y otra, y
otra, y otra, intentando manchar unas manos que, protegidas con guantes de
inmoralidad, con guantes económicos y prepotentes, incapaces de impregnarse de
la humanidad imprescindible para percibir la mancha en sus propias carnes,
sigue azuzando a los demás hacia la muerte. Porque ellos, los verdugos, los
auténticos asesinos, son aquellos que proporcionan los medios, las armas, las
cargas ideológicas y/o teológicas para que esas víctimas, que serán ahora
llamadas verdugos, extiendan su incapacidad de comprender la vida, la suya y la
de los demás, como el único bien que realmente posee el ser vivo, como el único
bien al alcance de la vida.
Y mientras, mientras yo
reflexiono, mientras tú te indignas, mientras él clama por la justicia,
mientras nosotros nos condolemos, hoy más de lo habitual, ellos simplemente
limpian el charco y ponen los medios para que la sangría no pare.
Mañana podremos ser nosotros.
Mañana seremos nosotros, sin duda, los que volaremos por los aires, o
zozobraremos en medio del mar y nos ahogaremos, o seremos tiroteados a la
vuelta de la esquina, o mataremos, llenos de justa indignación, a otros.
Mañana, insisto, podremos ser nosotros, pero el beneficio, la victoria, siempre
será de los otros.
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