¿Qué besos son los más importantes? ¿Los dados? ¿Los recibidos? ¿Los que nunca salieron de nuestros labios? ¿De otros labios?
Posiblemente podamos analizar
nuestra vida, nuestra personalidad, nuestra felicidad, recordando todos
aquellos besos que guarda nuestra memoria y que están ligados a momentos y
personas que fueron, o son, importantes en nuestro recorrido vital, importantes para saber quiénes somos.
En un ejercicio literario, en una
vuelta de tuerca a nuestro sentido lírico, podríamos definir los besos como los
hitos que marcan los momentos importantes en el camino de nuestra vida, los
señalizadores de aquellas huellas que otros han dejado en nosotros y que
nosotros hemos podido dejar en vidas ajenas.
Hay besos de cariño, familiares. Hay
besos de amistad, besos fraternos. Hay besos de amor, de deseo, de pasión, que
no son los mismos aunque a veces tiendan a confundirse. Como hay besos
intrascendentes y besos de traición. Y hay besos robados, besos de miel que
fueron sin ser, volátiles, apuntados, besos en la frontera de lo real imaginado.
Todos tienen rostro, sabor, memoria. Todos vienen rodeados de vivencias, casi
todos siguen removiendo algo en nuestro interior cuando acuden, a veces
inopinadamente, y se hacen presentes en nuestra imaginación. Incluso los
ajenos, aquellos que fueron dados y recibidos sin que fuéramos sujeto.
Pero no todos los besos llegaron
a ser reales, no todos encontraron la persona depositaria, o el momento
adecuado, o la posibilidad de reciprocidad que hace que un beso sea algo más
que un gesto. Y todos esos besos no dados también tienen su historia. Una
historia, en muchos casos truncada, que en el recuerdo se recrea como
hubiéramos querido que sucediera, una historia variable que visita los
distintos universos que la imaginación nos permite visitar sin otro esfuerzo,
sin otro requisito, que nuestra propia ensoñación.
Y si todos los besos tienen
sabor, aroma, intensidad y sentimiento, los besos incompletos son capaces de
tener varios sabores, varios aromas, varios sentimientos, y ahí radica su
importancia, en la posibilidad de recrear nuestra vida desde un punto que nos
marcan hasta un instante paralelo a nuestro huidizo presente, e imaginarnos
como no hemos sido, como no hemos querido ser, como no hemos sido capaces de
ser, en nuestro propio universo.
En su sentido primario, original,
en su paladeo retrospectivo, simplificando, podríamos dividirlos en dos
sentimientos de base: la frustración y la añoranza. Aunque también podríamos
convenir en que la frustración puede producir añoranza y la añoranza tiene
ribetes de frustración.
Yo diría que son de añoranza
aquellos besos soñados en momentos juveniles, en enamoramientos tiernos,
blancos, que se evocan con una sonrisa
suspirada, con un suspiro de lejanía inmediata. De añoranza son los que no se
pueden dar a personas queridas por su
lejanía o su ausencia. De añoranza son los que no hemos dado, no hemos
recibido, por cuitas y enfados a los que es difícil dar importancia. De
añoranza son los que se sueñan y no se plasman.
¿Y de frustración? Seguramente
los rechazados, los que quisieron ser y no tuvieron respuesta, los que se
quedaron en gesto, en mueca, en deseo. También los dolorosos, los que
quisiéramos que fueran nuestros pero nunca nos dieron, los que sin
pertenecernos nos marcan y se cuelan en nuestros recuerdos.
Pero si algo nos da un poso de
tristeza, si algo nos deja un resabor de dolor que no se alivia, de desazón
intemporal y recurrente, son aquellos que no llegaron ni a gesto, que ni
siquiera fueron insinuados, por cobardía, por timidez, por no hacer daño, por
tantas razones que los humanos invocamos para cubrir nuestra propia incapacidad
de mostrarnos como somos, de afrontar lo que deseamos con la libertad que, sin
embrago, invocamos como si los demás fueran nuestros dueños y nosotros los
esclavos.
No voy a hablar de los de
traición, los que vienen con monedas y prendimientos, porque me niego a que
sean memoria, aunque su enseñanza
perdure y forme parte de cómo somos, de cómo besamos, de cómo aceptamos otros
besos.
¿Y de los intrascendentes? De
esos no tengo recuerdos, apenas tengo recuerdos. Mi vida sería igual sin ellos.
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