sábado, 21 de noviembre de 2020

A la octava tampoco va la vencida

Hay pocas materias en las que, a poco que alguien se interese y lo intente, la patita insidiosa del enfrentamiento ideológico no aparezca por debajo de la puerta de las leyes aprobadas, y cuando hablo de la patita insidiosa no hablo de su idoneidad o su falta de idoneidad, si no de que muchas de ellas son simplemente una apuesta por una propuesta que no va a durar más allá de la legislatura del ministro promotor.

Parece ser que a nadie le importan especialmente los perjuicios que tal proceder le ocasiona a los ciudadanos en general y ciertos cuerpos profesionales de la ley en particular. Y, legislatura tras legislatura, asistimos al empobrecimiento del país por la incapacidad de los partidos que se alternan en el poder de llegar a acuerdos de estado en los temas principales.

Ni en educación, ni en sanidad, ni en justicia, ni en  política impositiva, ni en empleo, son estos políticos de baratillo capaces de llegar a unas reglas de juego que permitan afrontar de una forma decidida y consistente los grandes problemas que realmente preocupan al ciudadano, y tener la posibilidad de profundizar en las soluciones.

Hoy se ha perpetrado el octavo fracaso con nombre, para mayor gloria actual y escarnio histórico, del ministro de turno. Hoy se ha quemado, desde la llegada de la democracia, la octava posibilidad de presentar una ley de educación consensuada y que otorgue al cuerpo docente, y los alumnos futuros, en mayor medida, y actuales, en menor medida, una posibilidad de afrontar un futuro educativo dotado de una cierta estabilidad.

No se trata, eh ahí el quiz de la cuestión, de criticar ningún aspecto concreto de la ley aprobada hoy, ni siquiera de las siete leyes anteriores, no se trata de hacer un análisis político, ideológico o de idoneidad de esta ley ni de las otras. Y no se trata de eso porque eso es lo único que escucho, lo único de lo que se habla, los únicos pros y contras que parecen tenerse en cuenta.

El país, los ciudadanos, los docentes, los educandos, los padres y madres que son tan protagonistas como los anteriores, se merecen una ley de educación que, como el anillo de Frodo Bolsón, los englobe a todos. Una ley que garantice por un periodo mayor que una legislatura, que el discurrir de un ministro, o el efímero periodo de mandato de un partido, una política educativa coherente y previsible.

Que permita a los padres planificar la educación de sus hijos sin los sobresaltos de que un cambio de ley pueda perjudicar sus decisiones. Que puedan descansar del gasto de libros y material didáctico aprovechándolos de unos hijos a otros, y no se encuentren que cada año algún político ha tenido la feliz idea, y posiblemente rentable, de hacer que los libros anteriores sean inaprovechables, e incluso de poder crear unas bolsas de libro usado que favorezcan a los que más lo necesitan.

Que permita a los educadores prepararse para enseñar lo que saben y aprender lo que aún no saben, en vez de tenerse que preocupar de aprender cómo enseñar lo que ya saben y ya habían enseñado.

Hay un cierto tufillo de soberbia en toda esta historia, un cierto afán de posteridad, un “lo importante es que hablen de mí, aunque sea mal”, que denota la mediocridad personal en un firmamento, o bancada, de absolutas mediocridades. Votadas, pero mediocridades.

Y este mismo fracaso, esta misma celebrada, por una parte, denostada, por otra igual de numerosa, aunque la castrante ley electoral española conceda una superioridad ficticia a unos sobre otros, ley la que pone de relieve una incapacidad patológica, un enfrentamiento tan buscado como ficticio a nivel de calle, una mediocridad invalidante, de los políticos que todos, T O D O S, hemos votado.

Dice la teoría que los políticos son los representantes de los votantes. Dice la parte exquisita de esa teoría que una vez elegidos deben de representar a todos, los que los han votado y los que no. No sé lo que sucederá en los mundos paralelos que no están a mi alcance. No sé lo que sucederá, o como se ve esta realidad, en la mente monocromática de los forofos. Pero lo que sí tengo claro es que los incompetentes que tenemos gobernando nuestro país no tienen otro interés que mantenerse en el poder e intentar que su nombre pase a la posteridad. ¿Y a los demás? Ah¡, ¿pero hay otros? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario