sábado, 7 de noviembre de 2020

Deterioro Constitucional

 


Es fácil ignorar aquello que no se ha vivido. Es fácil quitarle importancia a aquellas cuestiones en las que uno no ha participado. Es fácil, demasiado fácil, repetir los errores que otros cometieron argumentando que las razones que nos mueven son diferentes, que nuestra base ética es suficiente para garantizar actuaciones de ética dudosa, pero lo único que garantiza la pureza ética de una medida es que no pueda ser usada en detrimento de los derechos fundamentales y, sobre todo, que esa utilización no de opción a que sea lesiva para los ciudadanos según los tiempos y las personas.

Cinco iniciativas sospechosas de ser anticonstitucionales, tres de ellas sospechosas de ir en contra de los derechos fundamentales, son demasiadas para asistir impertérrito a las maniobras de un gobierno que parece decidido, desde su debilidad manifiesta, y desde la capacidad camaleónico-discursiva de su líder, a tomar cualquier iniciativa que asegure su permanencia en el gobierno cueste lo que cueste y le cueste a quien le cueste.

Este discurso, éste ya decididamente frentista, contra una forma de gobernar en contra de las convicciones de la mayoría de los gobernados, sería menos virulento, menos rabioso, si todo ello se produjera en un entorno normal, si no se produjera desde una situación de indefensión de la ciudadanía provocada por una enfermedad y las medidas excepcionales, en mi opinión abusivas, que desarman cualquier posibilidad de respuesta por parte del tejido ciudadano.

En cualquier otro ámbito de la vida llamaríamos a ese tipo de actuación abusiva, cobarde, intolerable. Creo que ha llegado también el momento de llamárselo en el ámbito político. Habrá quién leyendo estas palabras considere que obedecen a un posicionamiento ideológico, pero seguramente a quién considere eso habrá que considerarlo, a su vez, como cómplice necesario de un proyecto, aún proyecto, de despropósito. Como un forofo de la política incapaz de un análisis riguroso de la realidad más allá de las consignas de su manada. Sí, me posiciono definitiva y radicalmente en contra de este gobierno, como me posicionaría con la misma indignación en contra de cualquier gobierno, de cualquier color, cuyas medidas pusieran en cuestión mis derechos y libertades y dejara asomar una deriva totalitaria.

Curiosamente, o no tan curiosamente, casi todas las iniciativas de las que hablo tiene un cierto tufillo franquista, en realidad absolutista, para aquellos que hemos vivido bajo una dictadura. Todas ellas evocan tiempos y vivencias pasados. Con otras palabras, con otros argumentos, pero con las mismas consecuencias. Y, repito, los fines declarados, su diferencia con aquellos, no son sí no palabras, los medios, la realidad, son sospechosamente semejantes, preocupantemente semejantes.

-Modificación de la norma para el nombramiento del Consejo General del Poder Judicial. Modificación para facilitar el nombramiento de esos jueces mediante mayoría simple en el parlamento, lo que equivale a que el gobierno se haga un traje a medida, una injerencia aún mayor, y ya lo era intolerablemente grave desde la última modificación del PP, del poder ejecutivo en el poder judicial. Una degradación grave de la calidad democrática de un país que ha supuesto, incluso, la intervención de la Comunidad Europea.

- Solicitud de hacienda para entrar libre y sorpresivamente en domicilios y empresas aún sin ninguna sospecha o evidencia. Esta medida es de una degradación democrática tal que solo sería concebible en un universo orwelliano, en un 2020 transportado a 1984. Afrenta la presunción de inocencia, destruye la inviolabilidad del domicilio y degrada al ciudadano, cada vez menos ciudadano y más contribuyente, a su condición medieval de siervo de la gleba. Nos retrotrae a aquellos tiempos en los que el recaudador, acompañado de soldados irrumpía en los poblados, en las casas y disponía sin control, ni reconocimiento de derechos, de aquello que le conviniera.

- Reinstauración de la censura, ahora llamada, porque lo importante es el nombre y no las funciones, “Comité de la Verdad”. Ya el nombre asusta porque presupone que hay un grupo de personas que es capaz de sentenciar la Verdad e imponérsela a todos los ciudadanos que, por consiguiente, vivirían en la mentira, o fuera de la verdad oficial. Y de la mentira al delito, y sus consecuencias penales, no hay un paso, no, hay apenas un suspiro. Y ya estamos en el ámbito del delito ideológico, de la instauración del delito de opinión, del pensamiento único, en el cercenamiento de la libertad de expresión. Y ya, también, se ha puesto sobre aviso a la Comisión Europea, tal vez, en los tiempos que corren, nuestra única garante contra derivas de vocación absolutista.

-La decisión de eliminar el castellano, o español, como lengua vehicular, o sea, en palabras llanas, cooficial y predominante en cuestiones comunes, lo que supone, de facto, cesar en la obligación de conocerla por parte de todos los ciudadanos, no se puede considerar una medida de corte absolutista, sí, seguramente, anticonstitucional, aunque por tales  podrían tenerse los  métodos y sus consecuencias. Las implicaciones políticas, económicas, educativas y sociales que comportan la medida serán difíciles de percibir hasta que empiecen a pasar algunos años, pero son de tal calado, suponen un tal empobrecimiento del entramado y la solidez del estado, que seguramente merecen comentarios más extensos y más expertos que este.

Y todo esto se produce en un anormalmente largo, infructuosamente preventivo, percibiblemente deseado, estado de alarma, que rebaja, de forma peligrosa, la capacidad de control al gobierno, y recorta sin paliativos los derechos individuales de los ciudadanos mientras los somete, por la propaganda a un estado de miedo pánico que los incapacita para ningún tipo de reacción

Recuerdo aún con nitidez las mañanas de secuestro de la revista Posible, años 70, de la que mis padres eran accionistas, el por entonces mi cuñado, Manuel Saco, creo recordar que era redactor jefe, y que dirigían Heriberto Quesada y Alfonso Sobrado Palomares, ambos amigos de la familia. Recuerdo las idas y venidas, y una cierta fatalidad, por el tema económico, divertida, por el tema político, que presidía la familia en lo que se esperaba la llamada definitiva de la censura que, casi indefectiblemente, comunicaba el secuestro de la publicación por sus opiniones sobre el régimen. ¿Cómo ahora? Posiblemente como ahora, aunque no sea ahora mismo. La semilla queda plantada. Y a nada que nos descuidemos otros vivirán esas mañanas, y artículos no muy diferentes de este podrán provocar esas vivencias.

Parafraseando ese dicho popular, que reza: “cuando el dinero sale por la puerta, el amor huye por la ventana”, podríamos concluir, y ojalá no sea profeta, que cuando el absolutismo, el populismo, se asoman por la ventana, la democracia suele salir a empellones por la puerta. El tiempo, ese juez infinito, quitará y dará razones.


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