Solemos hablar de las redes
sociales únicamente para denigrarlas, la mayor parte de las veces con toda la
razón, pero la verdad es que también depende de con quién puedas mantener relación
en ellas. Si te relacionas con seres semi racionales, fanáticos, dogmáticos y
peripatéticos, lo más probable es que tu grado de frustración se corresponda
con la absoluta falta de alimento intelectual que puedes sacar de ellos. Pero
no todas las personas que pululan en la red tienen ese cariz intransigente y refractario
al pensamiento libre, no todo en la red son consignas y panfletos, si
seleccionas un poco hay amigos que te aportan una nueva vía de pensamiento cada
vez que los lees.
Y entre estos amigos, en este
caso además de amiga virtual tengo la suerte de conocerla personalmente, está
Mar Campillo. Y la menciono, tendría muchas más razones para hacerlo, porque
esta mañana ha publicado una frase de Pierre Rey, “uno es lo que no hace”, con
la que inicialmente se está en desacuerdo, pero que según va paladeándose
intelectualmente se va notando una proximidad inicialmente insospechada, de las
que obligan a pensar.
Solemos estar convencidos de que
nuestros actos hablan por nosotros, de que somos aquello que hacemos porque
hacemos solo aquello que elegimos. Incontestable verdad. Craso error.
Evidentemente nuestros actos
pasados determinan nuestro presente y por tanto condicionan nuestro futuro, y
esto es cierto, de ahí lo de incuestionable verdad, pero no es menos cierto que
no siempre elegimos lo que hacemos, unas veces por ignorancia, otras por
conveniencia, y no menos por pura obcecación, y en estos casos lo que hacemos y
lo que somos no son la misma cosa, de ahí lo de craso error.
Cada vez que tomamos una
decisión, a cada instante que pasa porque no solo son decisiones las
conscientes e importantes o reflexionadas, descartamos toda una suerte de
posibilidades que darían lugar a una vida
diferente. Yo no seré el mismo después de escribir estas palabras que si
no las hubiera escrito, mi mente ha cambiado, mi percepción de mí mismo y de lo
que me rodea ha cambiado, aunque sea sutilmente, y, me gusta pensar, y la
cosmología lo apoya, que todas esas posibilidades habrán de ser vividas por
otras realidades de mi yo.
Recuerdo como Alexander Vilenkin,
cosmólogo, explicaba a Eduardo Punset, con Andreu Buenafuente como taxista y
testigo, que los universos son infinitos, en número y extensión, pero que lo
que está dentro de ellos es finito, luego el contenido se repite con todas sus
posibilidades, infinitamente. Y ponía como ejemplo, magnífico ejemplo, de lo
que hablaban que seguramente en otro universo el taxista, Buenafuente, podría
ser un famoso presentador de televisión.
Hace ya tiempo yo mismo exploré
esta misma posibilidad configurando la vida como una serie de estancias en las
que hay un número indeterminado de puertas, entre las que tienes que elegir una
para seguir adelante. ¿Y las demás? ¿Tenemos que olvidarnos de ellas? No. Estoy
convencido de que no, de que hay tantos yos como puestas en cada estancia y que
todas son abiertas, en distinto universo, en distinto plano.
Pero no solo en distintos planos
seguimos viviendo lo que no hicimos, la memoria, ese recurso maravilloso de la
consciencia, nos permite recordar y recrear tantas cosas que en su momento
decidimos no hacer que esa rememoración acaba siendo una parte activa de
nuestro propio ser. Eso que habitualmente llamamos la experiencia no es otra
cosa que el análisis de los aciertos y errores cometidos como parte de nuestra
forma de adentrarnos en el futuro presente.
Lo primero que me llamó la
atención en la frase original es que hay muchas cosas que no se hacen, más que
las que se hacen, que ni siquiera están a nuestro alcance, que ni siquiera
llegamos a saber que se podrían, o que no se podrían, haber hecho, luego no
podemos ser lo que no se hace. No podemos ser solo lo que no se hace.
Así que, y sin que esto sea
definitivo, ya que otros yos le darán mayores, o menores, o diferentes
interpretaciones, mi yo existente hasta este momento ha llegado a la conclusión
de que, sin dejar de ser lo que hacemos, somos en gran parte lo que hemos dejado
de hacer, ya que eso pertenece a nuestro yo exterior, yo al fin y al cabo, y a
la memoria y experiencia de mi yo actual. Pero ni aun así estaríamos enteros,
ni aun así llegaríamos a cumplir todas las finitas expectativas que el infinito
requiere de nosotros, así que dando un
giro más, y reafirmándome a mí mismo, creo firmemente que somos lo que hacemos,
lo que hemos dejado de hacer, lo que nunca elegimos no hacer y lo que nunca
tuvimos la posibilidad de hacer.
Al final, sea de forma religiosa o
científica, toda idea desarrollada nos acerca a una unicidad, a una identidad única
de todo. Y cuando hablo de todo me pasa como con los hechos, hablo de lo que
existe, de lo que no existe, de lo que nunca existió, de lo que nunca existirá
e, incluso, de lo que jamás imaginaríamos que podría existir, o no existir.
Me queda solo darle las gracias a
Mar. A Mar y a todos esos amigos de las redes sociales que me obligan a pensar
más allá de lo que el día a día me exige, porque cada vez que me fuerzan a
hacerlo hacen que proliferen mis puertas y me multiplique en una suerte de explosión
polínica del pensamiento. Y darle las gracias, también, a todos mis
desconocidos yos lectores, y a los que nunca me han leído, y… “Hasta el
infinito y más allá”
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