Estamos celebrando el cincuenta
aniversario de nuestra llegada a La Luna. Así, en plural mayestático, porque
los seres humanos somos muy de reivindicar personalmente los grandes logros y
de borrarnos de los grandes, o pequeños, fracasos. Así que usamos el
plural de marras para sentirnos representados en cualquier acontecimiento que
suponga algún hito social, deportivo, político o de cualquier otra clase. De tal
forma que igual que hemos ganado la liga sin jugar ni un minuto, descubrimos
américa, sin conocer el mar en muchos casos, o sistematizamos la penicilina sin
pisar un laboratorio, hace cincuenta años pisamos por primera vez La Luna sin
habernos levantado nunca del suelo más que los “ta y tantos” centímetros que
logramos saltar encogiendo mucho las piernas.
Es verdad que antes,
literariamente hablando, ya habían llegado algunos viajeros: el Sr. Barbicane,
de la mano de Verne, o Tintín, en su cohete arlequinado, o Cyrano de Bergerac, o
el romántico espacionauta de Melies, o Bedford y Cavor, que reivindicaron en
1901, gracias a la cavorita y a H.G. Wells, el honor de ser los primeros
hombres en La Luna. Muchos, muchos más que los mencionados, fueron, a lo largo
de la historia del hombre, aupados literariamente hasta La Luna e incluso más
allá. Pero no es hasta estos días del año 1969 que una hazaña científica y
tecnológica permite a dos seres humanos, acompañados de un tercero que no llega
a descender hasta la superficie de nuestro satélite, pisar físicamente La Luna
y a toda la humanidad acompañarlos solidaria y mayestáticamente.
Así que sí, en un aparatejo
extraño, de aspecto casi informe, lleno de tentáculos patas y protuberancias,
como una centolla, y en el que apenas cabían dos personas, llegamos a la Luna
varios millones de personas. Es más, pásmese usted Don José, por mor de la
televisión lo vimos como si nosotros mismos hubiéramos bajado la dichosa
escalerilla y desde una ventanilla exenta fuéramos testigos presenciales y privilegiados del famoso corto, pero
tan largo, paso.
“Houston”, debería de decir la
historia, “aquí estamos todos, en la Luna”. Que todos tampoco, porque entre los
que se quedaron a la luna de Valencia, que parece ser que es otra luna
diferente, y los que no se creían nada de lo que veían, y siguen sin creérselo,
pues faltaba más gente de la que en principio pudiera parecer.
Porque, parece ser que, para
cierto tipo de gente, es más fácil engañar que conseguir. Es más fácil pensar
que, como en cierto capítulo de mi añorada serie “Misión Imposible” en el que
le hacían creer a un diplomático ruso, siempre mucho más torpe que los
occidentales, donde va a parar, que iba en un tren en marcha hacia occidente y
ya podía revelar sus secretos y tal, que todo lo que se ve es una película,
tipo Guerra de las Galaxias o Star Trek, y nada tiene que ver con la realidad.
Y luego los toques complementarios, la bandera, la sombra, el reflejo… un
verdadero sin vivir, que ya hay que ser torpes con el presupuesto que tenían
cometer todos esos fallos.
Es verdad que tampoco hubiera
sido raro, dado lo que se jugaba EEUU en el embate, y que no se podían permitir
un fracaso, que la llegada a La Luna que vimos no fuera exactamente la que
vieron los astronautas y los técnicos de la NASA, pero tampoco me atrevería a
aseverar lo contrario.
Al fin y al cabo yo sí creo que
hace cincuenta años, y en un alarde técnico que ha supuesto con el tiempo una
mejora espectacular de nuestra tecnología cotidiana, los hombres pisamos por
primera vez, al menos en este ciclo histórico, La Luna, nuestro satélite. Que
hace cincuenta años alunizamos en esa
roca muerta y de frío brillo que lleva toda nuestra vida, como individuos y
como especie, colgando sobre nuestras noches, empujando nuestras mareas y
regulando ciclos vitales que aún no dominamos del todo.
Si, hace cincuenta años
alunizamos. Y si en mi caso me aplico al plural mayestático, no es solo por mi
solidaridad con la especie, sino porque yo, aquel día, una horas antes, también
había llevado a cabo mi alunizaje particular.
Serían las once de la mañana, o
algo menos, cuando en el Km. 12 de la carretera de Bayona a La Guardia,
circulaban en un Seiscientos dos personas, un adulto y un niño, que a causa de
una fuga en los conductos de la calefacción perdieron la consciencia al
respirar los gases del escape. Como consecuencia de ello chocaron con un mojón
y el menor, o sea yo, salió despedido por el parabrisas, llevándose por delante
la luna correspondiente y aterrizando de malas maneras cuatro cinco metros más
adelante. Como resultado varias brechas, algunas abrasiones, doce puntos y
quince días de hospital en Vigo. Yo alunicé primero, el mismo día, unas horas
antes y en medio de una carretera, pero primero.
Claro que, en una habitación del
Hospital Almirante Vierna de Vigo, a la hora en que la televisión asomaba a la
humanidad a los primeros movimientos humanos en La Luna, un niño con la cabeza
vendada y un brazo escayolado, que había alunizado en una carretera local unas
horas antes, no pudo ver la increíble hazaña. Lo que me lleva a pensar que a
veces, cosas de la técnica, era más peligroso recorrer 25 kilómetros en un Seiscientos
que 384.00 en un cohete en medio del vacío. Feliz aniversario, a los
astronautas, a toda la especie humana, y a los que nacimos, algunos por segunda
vez, en aquellas fechas.
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