viernes, 19 de julio de 2019

Cuando el nombre no nombra


Mantener una posición equilibrada, que no equidistante ni farisea, ante ciertos problemas, es como andar por el alambre, si está pintado en el suelo uno se desenvuelve con cierta facilidad, pero si está a treinta metros de altura el simple hecho de poner el pie encima ya te desequilibra, y no podemos olvidar que además, a treinta metros de altura, puede haber algún tipo de viento, que en esas circunstancias, y por muy leve que sea, contribuye a hacer más complicado cada paso que se da.
En estas fechas que nos ocupan hay un ejercicio similar en Madrid, porque, tirando de simbolismo,  el tema LGTBI es el alambre sobre el que queremos pasar, y aunque no queramos está tan presente en todas partes que es inevitable. La altura sería el día festivo que se ha denominado, creo que con muy poca fortuna, “Día del Orgullo Gay”. Y finalmente el desafío, andar sobre ese alambre a esa altura durante un cierto recorrido y sin que te tumbe ninguno de los posibles y cambiantes vientos laterales, es escribir sobre este tema sin caerte hacia alguno de los lados.
Partamos, plataforma en el extremo del cable dios mediante, en nuestro recorrido de una primera aseveración: no entiendo el nombre, no entiendo porque se llama día del orgullo gay a una fiesta que no dura un día, no presupone, al menos en principio una superioridad moral o física, y no es solamente gay, si no LGTBI. Empezamos mal si empezamos por llamar a las cosas como no son.
Yo le llamaría Semana de la Visibilidad LGTBI, y creo que el nombre además de ser más exacto sería igual de reivindicativo, o más. Y además eso desmontaría, aunque a algunos tal desmontaje le chafara planes y risas, muchos argumentos de personas que hablan de oídas sobre la tal festividad.
Lo de llamarle semana en vez de día no pasa de ser una reivindicación un tanto tiquismiquis, lo que dura la fiesta no aporta nada al hecho reivindicativo. Llámese semana o día no variará ni su contenido ni su continente, con lo que es puramente ornamental, aunque pueda describir que es algo más que la celebración principal.
Pero en el segundo término, en lo del orgullo, creo que alguien ha metido más el subconsciente frentista que la intención reivindicativa. Dice el DRAE, máxima autoridad en estos temas, que la palabra orgullo tiene dos acepciones, y si una no se ajusta, la otra es preferible pensar que tampoco.
“Exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás.” No dudo, que entre todo el batiburrillo de personas, personajes y proyectos que los actos mueven, haya un porcentaje, y no precisamente despreciable, de partidarios de la confrontación y la soberbia, que es un sinónimo aceptable de esta acepción del orgullo. Pero es que radicales y personas que buscan tapar sus inseguridades personales aprovechando el ruido y una cierta impunidad en el número, las hay en todas las manifestaciones humanas que sobrepasan el número de tres. Seguramente esos mismos que viéndose amparados por los que les rodean y jaleados en sus actitudes de confrontación se crecen y bordean lo despreciable, serían absolutamente incapaces de mantener ni siquiera una actitud moderada en solitario. Insisto, eso se da en todos los ámbitos y podría sacar ejemplos como los campos de fútbol, los grupos  que promueven linchamientos o, en más pequeño, esas manadas de violadores que últimamente parecen haberse puesto de moda.
“Sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno que se considera meritorio.” Yo creo que esta definición tampoco se ajusta a lo que se supone que intenta esta fiesta. Porque partimos de que la sexualidad no se elige, al menos no se busca voluntariamente, sino qué, ante unos sentimientos y una percepción, se vive. Uno no se educa, se prepara o se esfuerza en una opción determinada de cómo vivir su sexualidad, si no que la vida, los deseos y sentimientos, lo van poniendo ante opciones que toma o rechaza, luego ninguna opción es meritoria, como ninguna opción debe de constituir un demérito.
En todo caso, en ambos casos, la palabra orgullo es inapropiada ya que en ningún caso existe mérito alguno en practicar el sexo en ninguna de su posibles formas, y el único mérito es vivir esa sexualidad con plenitud y sin interferencias, ni propias, ni ajenas. Y donde no hay mérito no puede haber orgullo. Salirse de lo normal, de norma o mayoría, por muy natural, de naturaleza, que sea la opción tomada nunca será un motivo de orgullo, aunque pueda ser un motivo de íntima satisfacción.
Y por último gay. Para empezar la G de gay es solo una parte del colectivo, pero es que, además, es difícil elegir peor un término, primero porque se toma del inglés algo que es de origen provenzal u occitano: gai, alegre, pícaro y que sin embargo en Inglaterra hacía referencia a la prostitución masculina. Y segundo porque es un término que se aplica únicamente a la homosexualidad masculina. Y no entiendo en un colectivo tan identificado con las cuestiones de género que se deje fuera a las lesbianas y a los transexuales. Gay, y ya no solo en Inglaterra, si le preguntas a cualquier peatón no concienciado por su equivalente en castellano no se lo va a pensar dos veces, marica. Y lo de ”Día del orgullo marica”  que al fin y al cabo es lo mismo pero en español de toda la vida, ya no resulta ni tan reivindicativo, ni siquiera invita a festividades.
En estos casos, lo mejor, al menos lo más inmediato y ajustado, es preguntarles a las personas que tienes alrededor y que pertenecen al colectivo LGTBI, y resulta que la mayoría de ellas, no me gusta decir todas, viven hoy en día con una visibilidad discreta, como la de los heterosexuales, una integración social completa, como la de los heterosexuales, y un cierto rechazo a los excesos de puesta en escena de algunos participantes en la fiesta, como el de los heterosexuales.
Es verdad que lo que han pasado no es un camino de rosas. Es verdad que no todo está conseguido. Pero no es menos cierto que el exceso de visualización, el desbarre reivindicativo de una minoría, convierten una fiesta que intenta una visibilización de un colectivo y sus problemas, en una exhibición frentista que bordea, a veces por dentro, el mal gusto y una suerte de exclusión perversa de los que no compartan sus ideas. Insisto, es una minoría, pero precisamente por eso suele ser la más ruidosa y visible.
Y entonces empiezan los insultos, los de unos y los de otros, las sinrazones, los exabruptos y las falacias que pueblan las redes, y una fiesta, que como tal debería de ser universal, como tal y por interés de los organizadores, para reivindicar una normalidad en la convivencia, se convierte en todo lo contrario, se convierte en una exhibición de la diferencia y en una reivindicación de la intolerancia, propia y ajena, aunque sea por parte de una minoría, aunque sea con la posterior condena, a veces ni siquiera, de los organizadores.
Ciertas personas, habitualmente de izquierdas, más con ánimo de sentirse ellos buenos que de defender  realmente lo que significa la fiesta, se lanzan con beligerancia hacia cualquiera que quiera denunciar lo que de negativo tienen ciertas actitudes. Yo, como no me importa ser bueno o malo, como no necesito justificarme ante mí ni ante los demás, me permito hacer una llamada de atención sobre una celebración que cada año que pasa es menos lo que dice ser y más lo que nunca quiere reconocer que está siendo. Empezando por el nombre que no nombra lo que pretende reivindicar.

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