Hablaba apenas hace dos días sobre
el diálogo de sordos que estaba desarrollando en el Congreso de los Diputados.
Y si hace apenas dos días el diálogo estaba entre sordos y besugos, ayer más
parecía entre infantes enfurruñados. Como en el patio del colegio, o cuando
jugábamos en la calle, había un dueño del balón que explicaba que o se jugaba
con sus reglas o se marchaba, con el balón por supuesto, para su casa.
El dueño del balón, figura de la infancia de muchos de aquellos
que ya tenemos una cierta edad, que provocaba las risas, las puyas y las
chanzas apenas se daba la vuelta. La propiedad del balón, que era la única
manera en la que alguien que era poco popular, en general antipático y
caprichoso, y que encima no sabía jugar al fútbol, podía reivindicar como
derecho lo que no era más que una imposición de niño caprichoso y consentido.
Porque, que fuera antipático era llevadero, que no supiera jugar al fútbol
tolerable, no había ningún Pelé en el grupo, pero esa manía de cambiar las
reglas y erigirse en árbitro porque el balón era suyo, eso era insoportable.
“Ha sido gol”, reivindicaba el dueño
del balón sobre un tiro que se había ido a las nubes, vamos que el portero ni
con escalera. “Me ha hecho falta”, reivindicaba porque le habían quitado el
balón, su balón, con absoluta limpieza. Y a continuación la salida política,
perdón, la salida de tono: “Pues como el balón es mío me marcho”, y cogía el
dichoso balón y se marchaba, el muy idiota.
Esto solía suceder después de
navidades, que si sus Majestades de Oriente hubieran sabido para que se iba a
usar el balón no se lo hubieran regalado, o sí, que a veces por muy Reyes Magos
que sean no se enteran de nada, o de algún cumpleaños, porque con el discurrir
del tiempo acababa apareciendo otro balón, o jugábamos a las chapas, que
bastaba con ir al kiosco más cercano y coger todas las que hiciera falta, y el
interfecto caprichoso se quedaba con su balón viendo como jugábamos los demás.
Y es que una cosa es ser niños y otra ser tontos.
Pues eso, que la añoranza siempre
acecha y acaba uno hablando de barcos, que ayer en el Congreso de los Diputados
el dueño del balón, después de echarle en cara a todos que no aceptaran sus
reglas, cogió su preciada propiedad y se fue para casa, que en este caso es la residencia
del Presidente del Gobierno de todos los españoles.
Como sería el despropósito para que
el Sr. Rufián, siempre tan atento a hacer honor a su nombre, lograra parecer el
bueno de la película. Como sería para que pudiera interpretar con éxito el
papel de moderado introductor de la razón en un manicomio. Que sí, que claro,
que se le veían fácilmente los recibos que pretendía pasar al cobro por su
trabajo y el bolígrafo de tinta indeleble con el que firmarlos, pero consiguió
que mucha gente mirara para otro lado, para su lado, que se olvidara de lo que
habría que pagar por su mediación.
En fin, que a día de hoy volvemos
a estar donde últimamente solemos, en la nada precursora de que alguien traiga
otro balón, unas nuevas elecciones, o que los demás jugadores agachen la cerviz
y juguemos con el balón y con las reglas que nos impongan, todos a abstenerse o
a votar sí.
Y digo yo, si el problema es el
dueño del balón, ¿No debería de cambiarse el dueño del balón? Si, ya lo sé,
este dueño del balón es un experto en resistir y acabar saliéndose con la suya,
pero ¿puede un país estar sometido a la tensión que supone esta situación sin
que nadie se plantee que un líder, un pretendido líder, que tiene el rechazo
frontal y personal de aquellos con los que tendría que llegar a un acuerdo para
que se pueda jugar, y no solo con uno, si no con casi todos los demás, lo que
tiene que hacer es ir se para casa? , pero para la suya, no para la de todos
los españoles, y llevarse su balón. Seguro que encontramos otro balón con el
que podamos jugar todos y con las reglas que a todos nos convengan, y no sería
la primera vez que un auténtico líder se aparta para permitir que la situación
se destranque, incluso en España.
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