Podría estar hablando de política, o de tendencias sociales,
pero hoy toca hablar de fútbol, de ese equipo cuajado de jugadores brillantes
que es incapaz de trasladar esa brillantez individual al ámbito de equipo.
Seguramente en un país donde todos sabemos que es lo que pasa y como
arreglaríamos cualquier problema, en un país con treinta millones de
seleccionadores, o de presidentes de gobierno o de expertos en cualquier tema
que salga, habrá treinta millones de razones para lo sucedido, pero a mí me
corresponde defender la mía basada en la observación de lo sucedido a lo largo
de la historia.
Primero el hecho final: nuestra selección se viene de vuelta
habiendo jugado cuatro partidos y no habiendo perdido ninguno. Claro que solo
ha sido capaz de ganar uno. Estos son hechos, números fríos que parecen indicar
un problema de base que ya apuntábamos de inicio. Un equipo lleno de jugadores
que triunfan en sus clubs y cuya característica común es el domino de la
técnica no ha jugado absolutamente a nada durante esos cuatro partidos.
Yo creo que el mal es antiguo, yo diría que endémico, y por
eso hablo de una España previsible, de una España encerrada en una mediocridad
directiva emanada de un clan concreto y dominante y que entrega sus esperanzas
a cualquier persona que pertenezca a ese entorno que domina los medios de
opinión y, por supuesto, los despachos propios y ajenos, suponiendo que los de
la federación española de fútbol, sea real o ficticia, en realidad no sean más
que un anexo exterior a cierto club que parece manejarla y utilizarla a su
antojo.
Curiosamente el único seleccionador que hizo una renovación
total del equipo y puso a España en el camino de lograr varios títulos del
máximo nivel, no pertenecía a esa facción. Es más, su osadía le costó una terrible
y amarga campaña incluso a nivel personal, en la que fue, en el colmo de la
vergüenza y la desfachatez, acusado de racista. Luís Aragonés configuró un
equipo campeón y lo dotó con un estilo de juego idóneo para los jugadores
elegidos. Ganó y se fue harto de la ingratitud la persecución y la inquina que
su persona despertaba simplemente entre aquellos que no admiten más color que
el que ellos veneran y al que él nunca fue afín. Ganó y se fue dejando un
equipo y un sistema de juego del que su heredero se benefició hasta que empezó
a cambiarlo y empezaron de nuevo los fracasos.
Hoy, viendo deambular al equipo español por el campo sin un
esquema capaz de desmontar el contrario a pesar de tener en el banquillo
jugadores de sobra para intentarlo, he vuelto a recordar al sublime Luís
Aragonés, a Zapatones, entrenador con curriculum, con carácter y con más
enemigos que amigos por no haber
sucumbido a la magia, a poco más escribo mafia, de los despachos de color único
y potestad absoluta.
Casi todos los seleccionadores que recuerdo han sido hombres
cuyo mayor mérito, de capacidad no hablamos dados sus logros, ha sido
pertenecer a un club que controla con mano de hierro el fútbol nacional, sus
periódicos deportivos y sus despachos anexos de la Real Federación Española de Fútbol.
Y todos han fracasado, salvo el heredero, claro. Pero me apuesto a que el
próximo tendrá un perfil, o sea curriculo, semejante.
¿Real Federación? ¿He dicho real? Será una casualidad.
Seguro.
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