Parece ser que la intensidad es
la característica principal de Pedro Sánchez. Todo lo que hace es tan difícil, ¡qué
digo¡ tan imposible, que ni los tiempos ni las acciones pueden medirse de forma
habitual. Hace apenas treinta días que nombró a sus minisros y ya ha consumido
los cien días de gracia que todo gobierno merece antes de ser juzgado. Esos
cien días míticos que son usados para evaluar las acciones y que se
caracterizan por la expectación, expectación ilusionada de los partidarios y
fatalista de los que no lo son.
Y ¿Por qué sé que han pasado los
cien días a pesar de que solo han transcurrido treinta de calendario? Fácil,
porque hemos pasado de la ilusión a la sospecha, de la sorpresa a la certeza
sin pruebas ciertas, pero presentidas.
Pedro Sánchez ha conseguido
convertirse en un funámbulo de la política. En esa figura situada en lo alto de
la carpa que se bambolea y que sabes que cualquier brisa, cualquier mal paso,
lo va a hacer precipitarse el vacío. Como si fuera un miembro más de la familia
Wallenda su arte en el alambre tendido para alcanzar la dirección de su
partido, y que consiguió atravesar no sin algún traspié peligroso, lo convenció
de que para él no hay desafío inalcanzable. Y con esa convicción, con esa
osadía, decidió lanzarse a retos mayores y encaramarse al alambre tendido sobre
el vacío de una moción de censura imposible por los vientos cruzados que la
azotan.
Dice el dicho que bien está lo
que bien acaba, y esto no ha hecho más que empezar. Treinta días que se han
llevado por delante los cien de gracia. Treinta días en los que los guiños de
los nombramientos de los componentes de su gobierno, las promesas que todo el
mundo quiere oír, los gestos populares sin compromiso, han dado paso a los
problemas reales, a la necesidad de bajar al fango para gobernar el día a día.
Se acabó la fase de galanteo, pasó el mes de embeleso y la realidad de los
problemas que no se solucionan con palabras se le han echado encima. El viento
que supone la intemperie ha empezado a bambolear el alambre y los pasos se
hacen más inseguros.
Hubo muchos guiños en el
nombramiento de ministros. Guiños a todos los cansados que la fatiga del
gobierno anterior había dejado. Guiños a las feministas, a los jóvenes, a los
pensionistas, a los independentistas, a los no independentistas, a los unos y a
los otros. El problema de los guiños es que si se perpetúan pasar de ser
cómplices y agradables a convertirse en un tic, en un rictus que puede resultar
preocupante porque sea síntoma de un mal oculto.
El episodio del “Aquarius” fue un
bálsamo para las conciencias de todos los que abríamos la ventana electrónica de nuestro salón y
podíamos solicitar la compasión necesaria con unos semejantes dolientes que se
asomaban a ella sin que nuestra turbación, y posterior alegría, supusieran nada
en un problema que no solo tiene como protagonistas a los seiscientos viajeros
del barco, si no a los miles y miles que día tras día arriesgan su vida en una búsqueda en la mayoría de los casos
desesperada. Hoy el problema sigue existiendo. Hemos salvado seiscientas vidas,
que no es cosa menor, pero el gesto español no ha pasado de ser un brindis al
sol respecto a la solución necesaria y que no depende de nuestro gobierno, ni
siquiera de la Unión Europea.
Y promesas. Muchas promesas que a
casi todos nos parecen bien. La sanidad universal, el fin del copago, la subida
de las pensiones, la bajada del IVA cultural… El problema es que prometer es
gratis, pero poner en marcha esas medidas no, y nadie ha explicado todavía de donde
va a salir el dinero necesario para cumplirlas. El problema es que para
aumentar el gasto solo hay dos vías, endeudar el país o subir la presión
fiscal. Bueno, hay una tercera vía, hacer las dos cosas al mismo tiempo.
Y de repente ¡zas¡ la realidad.
El gobierno anuncia una subida de casi diez céntimos sobre el diesel para
aumentar la recaudación. Y no es sobre las grandes fortunas, y no es sobre las
empresas que más ganan, no. Este aumento fiscal va directamente a las costillas
de los autónomos, de los trasportistas, de los comerciales, de los pescadores.
Se acabaron las promesas, las sonrisas, las buenas palabras. Al final, en
realidad desde el principio, ni renovación ni redistribución de la riqueza. Al
final, realmente desde el principio, lo de siempre y contra los de siempre.
Y por si lo de los impuestos no
fuera suficiente llevamos unos días con la ópera bufa de la renovación de cargos
en RTVE, que alguien ha querido vender como una regeneración. No, no es verdad.
Tal como se ha hecho no es más que un quítate tú para ponerme yo, un “deja vue”,
no por conocido menos indignante.
Y ahora nos preparamos para
acometer el más grave de los problemas actuales, el independentismo. Y si de
por sí el problema ya es grave el gobierno del señor Sánchez lo va a cometer
con la suspicacia general de que hay favores pendientes. Con la sospecha de que
el gobierno no tiene las manos libres, ni limpias.
Si, los cien días apenas han
durado treinta. Pedro Sánchez se ha lanzado al alambre para cruzar las cataratas
del Niágara sin querer mirar que tiempo se espera y el tiempo apunta malo. Lo
peor de todo es que no va solo, el país entero es la troupe que lo acompaña, y
como dé un traspié a ver quién es el guapo que se salva.
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