Parece ser que el fin de ciclo ha
acabado de consumarse. La renovación, y rejuvenecimiento, de la cúpula del
Partido Popular remata una tendencia que ya se había abierto con los líderes de
los demás partidos. Pablo Casado accede a la máxima responsabilidad de su
partido con menos de cuarenta años y deja a Pedro Sánchez con el dudoso honor
de ser el mayor, en edad, de los líderes de los principales partidos que ocupan
el arco parlamentario.
Solo Pedro Sánchez nació en los
postreros años de la enfermedad de Franco, aunque no creo que su memoria vital
recoja recuerdos de la dictadura. Los otros nacieron con Franco ya muerto. Y
esto, que debería de ser una suerte de bálsamo conciliador es, a la vista de
las posiciones ideológicas que parecen defender, todo lo contrario. Hasta el
punto de que tengo la sensación, la convicción, de que si en el momento de la
transición los líderes políticos hubieran sido los actuales no habríamos tenido
transición alguna.
Si Pedro Sánchez representa el
ala más izquierda del PSOE, el ala más intransigente, la posición en la que la
ideología está por encima de la percepción ciudadana, en la que el partido es
más importante que el estado, en la que el socialismo prevalece sobre la
conveniencia, Pablo Casado representa lo mismo en el Partido Popular, pero
hacia la derecha.
La mitificación de las elecciones
primarias internas para elegir al máximo responsable de los partidos políticos
puede tener algo que ver, en realidad tiene todo que ver. Este sistema, tan del
agrado de los partidos actualmente, marca la radicalización de los líderes
electos y, por tanto, de sus partidos. Radicalización que inevitablemente se
traslada posteriormente a la vida política y a la calle.
A veces es difícil expresar con
palabras lo que en ideas es evidente. Expresar en el momento actual el problema
que supone la “democrática” moda de las elecciones primarias internas en los
partidos para la democracia global, no solo es complicado, es problemático.
Inicialmente cuanto más
democráticos sean los partidos mayor será su capacidad de trasladar ese valor a
la sociedad a la que aspiran a dirigir. Inicialmente. Pero si ese acto de
apertura a la sociedad solo se lleva internamente y en un momento social en el
que el enconamiento político lleva al forofismo de las bases, el resultado son
líderes proclives al forofismo y a la radicalización.
El giro a la derecha más derecha
del Partido Popular que supone la elección de Pablo Casado no es diferente de
la misma tendencia que en Europa estamos observando, ni distinto al giro a la
izquierda más izquierda que el PSOE realizó con la elección de Pedro Sánchez.
El único consuelo que puede cabernos, al menos de momento, es que nuestra
derecha más rancia, la rancia de verdad, la de los nostálgicos y los radicales,
está de alguna forma integrada en un partido con ideales democráticos y
europeistas. De momento.
Tal vez mi mayor preocupación ahora
mismo no sea quién manda en los hasta ahora partidos mayoritarios de nuestro
país, si no en el alejamiento que sus posiciones suponen de los electores y la
radicalización que se observa en las bases militantes. El distanciamiento cada
vez mayor de lo que los partidos proponen respecto a lo que los electores
independientes quieren pinta un panorama de abstención y fragmentación que
conlleva una dificultad para crear gobiernos estables y con capacidad para
liderar a una sociedad que cada vez en mayor medida les da la espalda por no
sentirse representada por ellos.
Habrá quien hable de regresión,
de involución, en realidad no es más que el movimiento pendular que oscila de
un lado al otro periódicamente. Y periódicamente hay quienes empujan cuando el
péndulo oscila a su favor, aumentando su fuerza al volver, y quienes intentan refrenarlo
cuando va a favor del signo contrario. Pero nadie, nadie, parece interesado en
buscar el equilibrio que evite un movimiento pendular que a veces se hace
violento.
Parece fin de ciclo, esos tiempos
en los que es peligroso acercarse a los mesías, es peligroso abrazar ciegamente
las ideologías y acaba resultando peligroso incluso vivir. Solo la lealtad al
juego democrático y la cordura de los votantes no ideologizados puede ahorrarnos
repetir experiencias del pasado que aún se agitan actualmente.
Parece fin de ciclo. Cuando se fuerza la libertad, cuando se
usa sectariamente, cuando se intenta imponer un concepto de libertad a los que
tienen otro concepto sin reparar en que convivir significa acordar, la reacción
es pedir autoridad. Cuando la autoridad se excede, cuando la libertad se trunca,
cuando se intenta imponer un criterio sobre los demás, cuando se impone la
fuerza, se añora la libertad. En ambos extremos la dictadura, el pensamiento
único, la represión. En el centro del movimiento, la libertad, la tolerancia,
la convivencia para todos.
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