No todo el mundo pierde con el
tema catalán. Parece imposible que en semejante espiral de estupidez
generalizada, de posiciones inamovibles y negación de la esencia de la
política, el acuerdo, alguien pueda salir ganando. Y si además sale ganando con
declaraciones de intenciones que rezuman simplismo y oportunismo por todas sus
palabras la incredulidad puede alcanzar cotas de sublime incomprensión.
Pero igual que en el mundo de los
ciegos el tuerto es el rey, en el imperio de los sordos no hay más razones que
las de aquel que se atreve a decir algo. Total nadie lo va a escuchar con los
oídos de la razón…
En un panorama desolador como el
que vivía la izquierda española con un PSOE dividido, un Podemos vociferando su
vocación de formación radical y asamblearia con un regustillo a anti sistema,
el “procés” ha sido una suerte de salvavidas cuatribarrado y estelado para esa
izquierda que estaba haciendo su travesía del desierto y se ha encontrado un
atajo.
Lo que pasa es que, como cada
quien es cada cual, una parte ha cogido el atajo ofrecido mientras otra ha
decidido tirar con camellos y carga por la ruta más larga. El final del camino,
el zoco de las elecciones, dará y quitará razones, pero a pie de camino hay una
visión probable de las cosas.
Varias veces, y desmintiendo la
opinión interesada de muchos, he sostenido que el PP no había conseguido ganar
las elecciones últimas, las habían perdido sus oponentes. Y las habían perdido
por sus inconcreciones, por su falta de rigor político, por estar más empeñados
en demonizar a los adversarios, en convertirlos en enemigos, que en plantear
soluciones reales y de estado a los problemas de los ciudadanos. Algunos, aún
siguen en ello.
El desafío catalán ha servido
para que algunos políticos tomaran el rábano por las hojas y se plantearan, o
replantearan, su estrategia como estadistas dejando de lado, cuitas, rencores y
actitudes mitineras para enfrentar un problema real.
Pedro Sánchez ha dejado al
descubierto su faceta de estadista olvidando diferencias, aparentemente hasta
personales, con el presidente del gobierno y alineándose sin demasiadas fisuras
en el bloque constitucional. Si en su momento dejó la duda, planteándose el
despropósito de aquella posibilidad de liderar todas las fuerzas parlamentarias
sin importar ideología o posición respecto a la legalidad para desalojar al PP
del gobierno, con su actitud actual ha conseguido que se olviden las dudas
surgidas entonces y sumar en su bando a personas de su partido que hasta este
momento estaban muy alejadas de sus planteamientos. Sí, es cierto, lo de nación
de naciones suena a juego del palé, o batiburrillo de barra de bar sin
sustancia, pero al menos su alineamiento es inequívoco y ya está subido al
salvavidas y remando hacia una costa aún remota pero ya visible.
Sin embargo Pablo Iglesias sigue
instalado en el mitin, en la algarada, en señalar como culpable de todos los
males al gobierno sin reparar en que mezclar churras con merinas, hablar de la
corrupción como invalidante de capacidad moral para atajar una sedición, son
ganas de convencer al público paciente, en realidad ya impaciente, de que el
hecho de que Blesa sea un corrupto incapacita a Hacienda para reclamar los
impuestos a los contribuyentes. Ya nos gustaría, ya, pero no pasa de estupidez
para militantes. Para militantes cortos diría yo.
Podemos, al menos su líder
electo, juntamente con sus comunes y mareas, han hecho una palmaria
demostración de que no existe para ellos otra opción que la radicalidad, el
mensaje confuso, la incapacidad de enfrentar con una postura clara, rotunda,
inteligible, una cuestión de estado que exige de todos, dirigentes y
ciudadanos, políticos y administrados, pensantes y paseantes, una clara,
rotunda, inteligible postura respecto a un tema de una dimensión que deja a los
demás en mera cuestión administrativa. No sé si es que no han visto el
flotador, si es que se ven con fuerza suficiente para llegar a nado hasta la
costa o es que están en convencer al mar de que ahogarse es culpa del PP, pero
el caso es que no lo han cogido.
Resumiendo. El zozobrante barco
del independentismo ha lanzado flotadores cuatribarrados, estelados, por
doquier para salvamento propio, pero posiblemente el único que ha sido capaz de
subirse a uno de ellos ha sido el PSOE de Pedro Sánchez que ha encontrado en el
desafío del soberanismo un llamamiento a la unidad interna que necesitaba con
mayor urgencia que un acceso al poder.
No sé qué pasará el día 1 de
octubre, creo que nada, no de nadar si no de ausencia, y a mi pensamiento
contribuye el ver la falta de reacción del estamento económico, pero sí creo
que de cara a las próximas elecciones las posturas actuales pesarán en los
votantes. Y si no al tiempo. Nos vemos en la costa.
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