A mí el conflicto catalán me está
creando un conflicto personal. Es tal el desahogo de la argumentación
secesionista catalana que hay momentos en que tengo que apearme de mis
convicciones y observarlas desde lejos, con sospecha de que me están engañando,
mis convicciones, con la preocupación del que se pregunta: ¿y si estoy
equivocado?
Porque la vida me ha enseñado que
no hay nada más erróneo que una certeza absoluta. Porque a lo largo de los años
vividos he aprendido que no hay nada más irracional que la razón inamovible.
Porque, y esto también tiene un coste vital abundante, no hay nada menos
verdadero que la verdad sin paliativos.
En inevitable, ante tal avalancha
de soberbia descalificante, el sentirse a veces concernido e inseguro, porque
toda la argumentación que exhiben y vociferan es básicamente cierta, es
rigurosamente cierta, es inatacablemente cierta.
Nadie puede negar que la esencia última de la democracia es la
posibilidad de votar. Si no hay votación los ciudadanos no tienen ningún
recurso para decidir cómo quieren gobernarse y por tanto no existen las mínimas
condiciones democráticas.
Nadie puede poner en cuestión,
sería un disparate, que todo pueblo gobernado democráticamente tiene derecho a
decidir sobre su día a día. Sería imposible que todas y cada una de las
circunstancias cotidianas de un pueblo fueran reguladas fuera de su ámbito.
¿Qué eso se llama derecho a decidir? Claro, por supuesto, todo pueblo, todo
grupo humano diferenciado del resto tiene derecho a crear las circunstancias
idóneas para su progreso y bienestar.
Entonces ¿los independentistas
catalanes tienen razón?
Sí, absolutamente sí en lo que
dicen, pero NO, absolutamente no en el entorno en el que pretenden aplicarlo, y
mucho menos en el ambiente de matonismo, de amenaza, de descalificación
personal y descabezamiento democrático en el que se mueven.
Existe algo que viene de tiempos
ancestrales, algo tan antiguo como la conciencia social de cualquier especie y
que en el caso humano se puso por escrito para conocimiento de todos sus
miembros: las reglas de coexistencia, la ley.
Y es tan importante, tan decisiva
en la convivencia, cada vez más compleja, de los seres humanos, que se han
creado ámbitos legales a los que están sujetos diferentes grupos de ciudadanos.
Estos ámbitos están organizados de tal manera que cada uno sepa a cual
pertenece y sobre cual puede decidir. Y esas mismas leyes, esas mismas reglas
de las que se han ido dotando las sociedades, marcan sus propias pautas de
representación.
Los ciudadanos tienen derecho a votar.
Sí, indudablemente, absolutamente sí. Pero dado que han votado unos gobernantes
en los que han delegado su capacidad de ser representados para administrar esa
convivencia y sus reglas, a ellos les corresponde decir cuándo y qué votar.
Luego, argumentarían
inmediatamente algunos, ¿cualquier gobernante tiene capacidad para convocar una
consulta sobre cualquier tema y en cualquier momento? No. Esta posibilidad
correspondería más a una democracia asamblearia que a una democracia
parlamentaria, que es la que tenemos.
Es evidente que el alcalde de
Toledo no puede convocar una consulta que afecte al ámbito de Castilla La
Mancha, ni el de Cuenca sobre algo que afecta a Toledo, salvo que las leyes lo
permitieran.
Existen los ámbitos, existen las
lógicas competencias que en este caso son el meollo mismo de la cuestión. Por
eso existe el derecho internacional, el derecho comunitario, el derecho
nacional, el derecho autonómico y el derecho local. Y cada uno de ellos solo es
válido en su ámbito y dentro de sus competencias.
Escucho, y no salgo de mi
asombro, argumentar a ciertos políticos catalanes invocando el derecho
internacional para defender sus aspiraciones. ¿En serio? ¿No me están tomando
el pelo?
No he oido que hayan acudido a
ningún estamento internacional que haya avalado lo que pretenden, con lo que lo
único que puedo suponer es que ellos mismos se han dictado la sentencia que les
conviene para justificar su desobediencia al ámbito que realmente les
corresponde.
Yo, la próxima vez que me venga
una multa y recurra y, como habitualmente, la máquina de rechazar alegaciones
desestime mi recurso, le voy a explicar al juez que según el tribunal
constitucional, que recoge la libertad de los ciudadanos, he interpretado que
tengo razón y ya no voy a recurrir a nadie más. Y que a nadie se le ocurra
contradecirme o sancionarme porque eso solo demostrará la falta de sentido
democrático de los funcionarios y las fuerzas coercitivas que intenten
obligarme a cumplir una ley que está en contradicción con otra de mayor rango,
y que, por supuesto, yo he interpretado y sancionado. Y que dios me ampare.
Por ponerlo más fácil, es como
estar jugando al parchís que te den jaque al rey y contestar con un órdago y tiro porque me toca.
Pues eso, que a mí el conflicto
catalán me está creando un conflicto personal, pero solo cuando me levanto un
poco espeso. En cuanto me lavo la cara se me pasa.
Ah¡, y para los que aún no se han
lavado la cara, mi apoyo absoluto al derecho a decidir de cualquier grupo o,
incluso, individuo siempre que la ley lo contemple, o decidamos, de lo del
derecho a decidir, ir por libre. Pero todos y con todas las consecuencias. Como
ácrata convencido mi exclamación de “eso es la anarquía” sería de profunda satisfacción y no de
horror. Por mi parte órdago a la grande, arrastrando las palabras y con golpe
en la mesa, ¿Se me acepta el envite?
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