Aunque parezca mentira, mentir
tiene reglas y pericias. Mentir, decir mentiras, es un arte complicado de
dominar y que exige una técnica personal contrastada por la experiencia.
Porque, como bien dice el refrán, se coge antes a un mentiroso que a un cojo y
es que las mentiras tienen las patas muy cortas.
Al igual que en las matemáticas
hay diferentes caminos, en un caso para llegar a la verdad, en el otro para
llegar a la falsedad, y se debe elegir con mimo, sagacidad y profundo
conocimiento personal el camino que cada uno elige. Porque lo primero que hay
que tener en cuenta es que mentir es una actividad de mucho desgaste, por lo
que vagos e inconstantes deben de abstenerse.
Si, ya sé, estarán pensando que
el que esto escribe es un consumado mentiroso y que escribe por su propia
experiencia. Pues no, no va por ahí el
tema. Todo lo que sé sobre la mentira lo he aprendido leyendo y escuchando a
nuestros próceres.
Y he aprendido que hay dos formas
fundamentales de mentir, de mentir reclamando la veracidad, claro está. La primera,
la más habitual, la que se emplea en el cara a cara, cotidianamente, en
mítines, comparecencias rutinarias, entrevistas en medios de comunicación… la
de faena de aliño, que le podíamos llamar, es una mentira sin mentir. Es una
verdad interpretable. Es un digo diego, o digo dogo, o diego dogo. Consiste en
retorcer las palabras hasta que no significan lo que inicialmente significaban,
ni lo que aparentemente significan, ni, en realidad, acaban significando
absolutamente nada. Esta técnica se aplica sobre todo a temas en los que la
indefinición es el efecto a conseguir: economía, justicia, territorialidad…
Ya lo decía la canción que
cantaba mi abuela: “¿De lo dicho qué?, de lo dicho ná, ¿No decían qué?, decían
pero ná”. Algún ejemplo al uso: llamarle desaceleración económica a la crisis,
llamarle ajuste temporal a un recorte, llamarle subida a un 0,25% de las
pensiones, llamarle nación de naciones a un concepto que debe de ser una
federación, o no, o vaya usted a saber, porque de eso se trata, de vaya usted a
saber, llamarle bajada de impuestos a una subida de impuestos indirectos, llamarle
churras a las merinas y “meninas” a las churras. Al fin y al cabo de eso trata
de no decir nada concreto, ni inconcreto, ni circunstancial, sin callarse.
La otra, que se suele aplicar a
asuntos más complejos, o de mayor recorrido, es aún más imaginativa. Consiste
en elaborar una mentira evidente que tape las especulaciones inevitables de los
que la escuchan y que permita invocarla como reducción al absurdo de cualquier
intento de enunciar la verdad. Algo parecido a lo de la canción aquella: “Por
el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará, vamos a contar
mentiras, tralará””
Si yo tengo que dar una noticia
que va da lugar a elucubraciones sobre su veracidad, a disquisiciones sobre la
forma en que realmente se produjo, a posibles verdades alternativas, lo mejor
es que simultáneamente ponga en marcha todo un juego de disparates que permitan
ridiculizar cualquier intento de acercamiento a una alternativa plausible. Es
la famosa teoría de la conspiración.
Pongamos algún ejemplo:
· La llegada del hombre a la Luna. Teorías conspiranoides:
Nunca llegamos a la Luna. Llegamos pero hubo que cortar la emisión porque unos
extraterrestres se metieron en foco. Llegaron mucho antes y cuando lo
televisaron ya había bases en la cara oculta y desde ellas se hizo el paripé. Al parecer
hasta había un bar que regentaba un gallego…
· El atentado de las torres gemelas. Teoría
conspiranoide: Las torres las volaron desde dentro para que se colapsaran, los
aviones solo fueron los fuegos de artificio.
· Los atentados de los trenes de Madrid. Teoría conspiranoide:
El atentado lo hicieron unos musulmanes contratados, o dirigidos, o ambas cosas,
por ETA.
· Y así sucesivamente…
Es cierto que los ejemplos más
habituales, como las películas sobre el tema, son con origen en los Estados Unidos de
Norteamérica. Al fin y al cabo son el país de Maxwell Smart, el Superagente 86,
figura inigualable del “recontraespionaje”. El país de los servicios secretos,
más secretos, incluso más secretos, y secretos entre los secretos. Ellos se lo
han buscado. El caso es que si yo intento dar una explicación, seguramente la
verdad, sobre la retransmisión de la llegada, que no sobre la llegada en sí
misma, del hombre a la luna alguien asumirá inmediatamente que yo hablo sobre
alguna de las teorías cosnpiranoides ampliamente difundidas y será imposible,
por ridículo, perseverar en el planteamiento.
El gran problema de todo esto es que ya no nos creemos nada, nada de nada, nada de nada de nada. Da lo mismo lo que nos digan, que nos lo juren por la constitución o por las bragas de Mafalda. Nos han acostumbrado a dudar de todo y de todos, de lo divino, de lo humano y del más allá. Dudamos por convicción y por sistema y entre nosotros las presunciones más extendidas son la de falsedad y la de culpabilidad. A tal punto hemos llegado.
El gran problema de todo esto es que ya no nos creemos nada, nada de nada, nada de nada de nada. Da lo mismo lo que nos digan, que nos lo juren por la constitución o por las bragas de Mafalda. Nos han acostumbrado a dudar de todo y de todos, de lo divino, de lo humano y del más allá. Dudamos por convicción y por sistema y entre nosotros las presunciones más extendidas son la de falsedad y la de culpabilidad. A tal punto hemos llegado.
Pero bueno, a estas alturas lo
que no tengo claro es a que viene toda esta historia. Me puse a escribir
después de leer algo sobre Blesa y se me ha ido el santo al cielo, sin ánimo de
señalar. A veces no me entiendo ni yo mismo.
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