Hola papá, cuanto tiempo. No te
escribo más porque el tiempo es para mí escaso y para ti, en tu percepción, no
pasa. Así que me relajo y le doy vueltas a lo que quiero decirte al tiempo que
me pongo a resguardo de los que critican que te escribo demasiado, que te
utilizo para sentirme mejor, lo cual es
en el fondo cierto aunque no como ellos pretenden decirlo.
Efectivamente papá, cuando te
escribo me siento mejor, pero no más bueno, si no más limpio, más tranquilo,
más dispuesto a seguir en las batallas cotidianas que no pertenecen a ninguna
guerra. Cada vez que acabo de escribirte me siento liberado, aunque sea
parcialmente, o subjetivamente, o anímicamente, de todo lo que ha quedado atrás
y eso me da fuerzas para pensar en acometer ese futuro incierto, imprevisible
en contenido, que nos aguarda.
Claro que para escribirte tengo
que aislarme de todo lo que en el mundo general acontece y que a ti te importa
un ardite. ¿Qué voy a contarte del gobierno? ¿Y de la oposición? ¿Qué te
importa a ti si los recortes en políticas sociales hacen cada día más
complicado atender de una forma digna a los que, como tú, vivís en otro mundo
ajeno a estas preocupaciones?
¿Y qué te importa a ti el mundo
irreal que se desarrolla más allá de los límites de tu sillón, de tu silla de
ruedas? ¿Qué te importa a ti del mundo que para los demás es real más allá de
esa paloma que se cruza en tu camino y a la que le gritas para que se aparte? Nada,
no te importa nada. Te importa que te importunen para lavarte. A veces te
importa que te obliguen a comer cuando no quieres. Te importa que te muevan sin
reparar en que es lo que tú quieres, aunque en realidad es posible que ya no
quieras nada. Que tu voluntad no vaya más allá de resistirte cuando intentan moverte
o abrir la boca y tragar cuando te dan la comida.
Vivimos en mundos tan separados
que yo no te puedo explicar por qué hacemos las cosas y a ti no te interesa lo
más mínimo, ni puedes, entender lo que te explicamos.
Lo peor es que ahora, ya
demasiado tarde, echamos de menos
aquellas historias, que nos parecían soporíferas, de tu pasado. Ahora nos damos
cuenta, demasiado tarde, de aquellos momentos de repaso compulsivo a tus
recuerdos que tenían que habernos puesto en alerta sobre lo que en tu interior
se estaba desencadenando. De aquella necesidad vehemente de contarlo todo,
continuamente, sin respiro y sin reparo.
Demasiado tarde. Ya no acuden a
ti ni siquiera los recuerdos lejanos. Y si acudieran daría lo mismo porque
tampoco acude a ti el lenguaje.
En fin, papá, otra carta. Otra
serie de palabras, de reflexiones, que en realidad me hago a mí mismo y para
sentirme mejor, más relajado.
En realidad esta carta la empecé
pensando en comunicarte que ya eres bisabuelo, desde hace más de veinte días.
Nora ha llegado a nuestras vidas y empieza a distinguir las formas y a mostrar
su carácter. Pero, desgraciadamente, nunca llegarás a reconocerla. Nunca sabrás que tienes una biznieta, y ella no
recordará que conoció a su bisabuelo. Los extremos que en esta ocasión, y en contra
del dicho, ni se tocan ni se encuentran.
¿Qué a quién se parece? Ya sabes,
hay opiniones, aunque yo no puedo evitar cuando la veo en su cochecito con su
muñeco de trapo el recordarte a ti con tu mono de juguete. La verdad es que a veces
nuestra mente tiene un poso de crueldad
que aunque sea involuntaria se siente como culpable. Pero no puedo
evitarlo, me recuerda.
En fin, papá, como bien decía antes,
otra carta. Otro monologo cuyo principal destinatario no llegará jamás a
leerlo.
Buenas tardes, papá, hasta
mañana, esté ubicado donde esté en el tiempo ese mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario