Hola papá. Hace tiempo que no te escribo, hace tiempo que el
tiempo, para ti y para mí, transcurre pero no pasa. Hace ya meses que vivimos
una permanente espera, una espera que se debate entre la rutina de que no pasa
nada y el permanente sobresalto de que pueda pasar algo, porque,
desgraciadamente, cualquier evolución que pueda acontecer será para peor.
Le preguntaba el otro día al neurólogo si esos chispazos
de lucidez que aparentas suponen que eres consciente de tu situación. La respuesta
supuso un doble sentimiento, el de resignación y el de alivio.
No,
papá, ya nuca podrás saber por los mecanismos comunes de leer lo que escribo
que es lo que te cuento. Ya no queda en ti ni siquiera un breve atisbo que te
permita asomarte a este mundo tal vez paralelo, tal vez tangencial, pero sin
espacio común con el que tú habitas.
Si, papá, es sin duda triste saber que lo único que podemos
aportarte es el cariño, el cuidado, la atención que podemos prestarte sin
esperar otro agradecimiento, que tampoco necesitamos, sin conseguir otro logro que hacer que te sientas
un poco mejor día a día en tu solitaria excursión de lo que te sentirías si no
los tuvieras. Pero en compensación tenemos el alivio de saber que no hay
ninguna posibilidad de que seas consciente ni por un segundo del estado en que tu enfermedad te está sumiendo. De saber que esas chispas de consciencia, de aparente consciencia, que
nosotros detectamos no son más que conexiones neuronales casuales sin ningún
trasfondo de verdadera lucidez.
Hace poco hablaba en la radio de tu problema, porque si yo
sé algo de tu enfermedad, papá, no es más que lo que aprendo al estar contigo,
al luchar con tu situación y las circunstancias que la rodean, las personas,
las instituciones. Sobre todo las instituciones papá, enredadas en una
burocracia que lastra cualquier posibilidad de funcionamiento. Confinadas en una
burocracia que las hace llegar siempre tarde, casi siempre mal y a veces nunca. Como esas ayudas que llegan
cuando el solicitante ya ha muerto, cosa que sucede más de lo que sería
conveniente. Iba a poner deseable, papá, pero lo deseable es una administración
con la determinación de ir por delante de las necesidades de sus administrados
y no siempre por detrás.
Y en esas estamos, papá, entre la desidia de lo inalterable y
el temor a la novedad. Un sin vivir, papá, o, en tu caso, un vivir sin saber
que vives. Un vivir sin vivir en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario