jueves, 25 de mayo de 2017

Una historia, un suceso

Es difícil enfocar historias como esta, y le llamo historia y no suceso porque aunque la acción no tiene recorrido es consecuencia de un despropósito social continuado. Y lo lamentable es que pinta un futuro inclemente, incómodo, inhumano.
En un lugar cualquiera un anciano va a la farmacia a por sus medicamentos y los de su esposa, enferma de alzheimer. Camina con cierta dificultad, con ayuda de algún artilugio, y hace el mismo recorrido por el barrio que tantas otras veces. Llega a un paso de cebra, de esos en los que la ley obliga a los conductores a parar para que los peatones crucen con tranquilidad, que no con parsimonia desafiante que hacen algunos débiles mentales, ni con abstracción en el móvil desquiciante que hacen otros, con tranquilidad. De esos en los que la educación y el respeto obligan a los conductores a ceder el paso con comodidad a los que quieren cruzar y que exige a ambas partes demostrar sus valores cívicos. El caso es que el anciano llega y ejerce su derecho a utilizar con preferencia el paso. Hasta ahí la certeza.
Un coche se acerca y, seguramente a juicio del anciano, no respeta las distancias o velocidades que le permitan cruzar con tranquilidad. Seguramente el anciano se siente agredido y el joven, no sé si acompañante o conductor, ni importa, considera que había espacio de sobra para pasar y que la velocidad tampoco es cosa del viandante. El anciano tiene, su percepción de la realidad le hace tener, un cuidado acorde con sus mermadas facultades físicas. El joven tiene la soberbia, la suficiencia, la estupidez propia de su edad, edad que todos hemos tenido, todos ¿verdad?, y además va acompañado de una chica que es un factor que incrementa los inconvenientes de la edad apuntados exponencialmente. El anciano se siente agredido y recrimina. El joven siente que se le ha insultado a él o a su acompañante, se mira y se ve recubierto de una armadura sin reparar en que es de color negro. El joven y estúpido caballero, el niñato, se baja y agrede al anciano sin mediar palabra, dicen los testigos. Y se produce el drama, y se produce la fuga que agrava el drama. Algún cineasta haría una obra maestra con mucho menos.
Las consecuencias son apabullantes. Un anciano muerto. Un niñato que entrará en la cárcel siendo un imbécil y saldrá con un doctorado en delincuencia. Una ley que intentará desvirtuar los hechos hasta que consiga la menor pena posible sin importarle la verdad ni la justicia. Unos padres enfrentados, si es que su capacidad de auto análisis se lo permite, a la culpa de no haber educado a su hijo correctamente, que si tiramos de media de asumir culpas no se lo va a permitir. Una enferma de alzheimer privada de su sostén principal y cuya situación futura y presente los servicios sociales correspondientes parchearán de forma burocrática, desapegada y absolutamente insuficiente.  Un drama social. Un drama humano, o varios. Una consecuencia de la deriva en la que esta sociedad, esta llamada civilización, está metida.
¿Alguien le enseñó al joven, alguien les enseña a los jóvenes, que los ancianos tienen una precepción limitada de la realidad y que por ello se sienten inseguros? ¿Alguien les ha enseñado lo que es el respeto y la consideración? ¿Alguien les ha explicado que la juventud es una situación transitoria, y breve, muy breve, que sirve para aprender a ser mayor, y que las facultades que la adornan son transitorias, perecederas, efímeras?  ¿O pertenece a ese grupo de descerebrados, de fascistas en potencia, o en ponencia, que hablan de los putos viejos como un estorbo para un mundo esplendoroso y joven al estilo de la Fuga de Logan?
En realidad la pregunta final es ¿Alguien está educando a las nuevas generaciones en valores? ¿Alguien está interesado en los valores? No, gracias por su apunte, en ideologías no, en valores. No, gracias por su apunte, adoctrinándolos no, educándolos. No, en sistemas de intolerancia y autoritarismo no, gracias por su apunte, en librepensamiento, en respeto, en tolerancia, en caridad, en justicia, en búsqueda de la verdad interior y exterior.

Si, se lo juro, están palabras están en el DRAE y siguen en vigor, aunque ni sus padres, ni su colegio, ni su universidad se lo hayan hecho saber. Es posible, probable, válgame el cielo, que incluso ellos las ignoren.

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