Estamos tan inmersos en nuestras miserias, tan preocupados
de solucionar lo que no se puede solucionar sin establecer previamente unas
bases sólidas, son tantas las zanahorias que día a día nos hacen perseguir, que
prácticamente nos olvidamos de que hay una cantidad ingente de problemas que
nos están colando sin que nos percatemos y que cuando vengamos a darnos cuenta
no habrá vuelta atrás porque ya no existirán ni las personas ni las condiciones
mínimas para recuperarlos.
Alguien, un cerebro importante, sin duda, nos ha condenado
al fracaso permanente de las ideologías. En algún momento de la historia los
hombres han dejado de perseguir los ideales que ponían en común las
aspiraciones humanas de progreso y perfección y nos los sustituyó por
ideologías que promueven el permanente enfrentamiento, que buscan la insalvable
diferencia y el sometimiento inevitablemente rebelado por el sometido y que
impiden hacer un frente común en búsqueda de la auténtica libertad.
Nos han dividido en cojos de izquierdas y cojos de derechas,
en tuertos capitalistas y tuertos socialistas, en lisiados mentales incapaces
de encontrar un equilibrio que nos permita avanzar en los objetivos que
realmente nos son propios: un mundo libre, igualitario y fraternal. Un mundo en
el que el individuo sea el valor referencial, cosa que nunca será para una
izquierda que habla de pueblo privándolo
de identidad individual , ni para una derecha que habla de globalización y
liberalismo feroz en el que el individuo es aplastado por las máquinas de
acaparar riqueza y poder.
Yo anhelo un mundo sencillo. Un mundo de artesanos, de
profesionales, de pequeñas y cercanas industrias que permitan una mayor calidad
de vida. Anhelo un mundo en el que los ciudadanos tengan nombre y se reconozcan
su capacidad y la posibilidad de transmitir sus conocimientos a las siguientes
generaciones sin que los costes de tal trasmisión se hagan imposibles.
Anhelo un mundo en el que los gremios puedan convivir con
otro tipo de organizaciones laborales. Un mundo en el que ser maestro o patrón
no signifique ser sospechoso. Un mundo en el que coordinar, dirigir, no sea una
prebenda si no una responsabilidad. Un mundo en el que el mérito suponga un
reconocimiento y no la envidia de los mediocres. Un mundo en el que el talento
no sea objeto de comercio, sí no un recurso de todos.
Pero ese mundo no es alcanzable mediante las ideologías. Esa
Acracia triunfante que yo sueño solo puede partir de la formación, de la
educación y de la generosidad. Y ninguna de estas tres características son
objeto, en su valor real y total, de las ideologías, que lo que buscan es la
preponderancia, el enfrentamiento que una vez resuelto dará lugar a un nuevo
enfrentamiento para que el vencido reivindique su derecho a la victoria. Y así
hasta el final.
Miremos a la sociedad. Una sociedad triste, egoísta,
dominada por las minorías capaces de imponer sus criterios morales a las
mayorías y sojuzgarlas bajo el pretexto de su debilidad. Una sociedad pacata,
mísera y sometida moralmente por leyes que le impiden desarrollarse
individualmente, incapaz de pensar o de rebelarse, mediocre por formación y
vocación. Una sociedad que bajo banderas equívocas y equivocadoras impiden al
individuo expresarse libremente. Una sociedad abocada al pensamiento único. Una
sociedad reprimida hasta en el pensamiento por grupos que detentan su verdad
única y aceptable. Una sociedad cobarde hasta la ignorancia. Una sociedad que
desde su soberbia elitista y cutre impone sus vara de medir a la historia y al
pensamiento. Una sociedad cuya única capacidad reconocible es el linchamiento
del que se sale de su norma, el uso de los avances tecnológicos para la
imposición por descalificación, el aplastamiento sin juicio previo ni reflexión
sobre su comportamiento.
Pero aquí seguimos, distinguiéndonos entre rojos de mierda y
fachas irrecuperables. Riéndole las gracias a los matones de nuestro lado.
Mirando al infinito cuando los que destrozan, matan o roban son de los
“nuestros”. Inmersos es una esquizofrenia que no nos deja ni ser.
En fin. ¿Y todo esto a que mierda viene? Algo me habrá
sentado mal, seguro. Tal vez un plato de lentejas. De esas lentejas humildes y
sabrosas que un tal Jordi Cruz, chef, se permitió nombrar con gesto de
desprecio en un programa de TVE. Si ese mismo Jordi Cruz que hace poco se ha
comprado un palacete e invoca el derecho de formación, gratuita, denigrando el
sistema gremial que tanta falta nos hace.
Pues eso, por un plato de lentejas, por un atisbo de
libertad esclavizada, la sociedad, esta sociedad, se entrega y se siente
compensada. ¡Vágame el señor cuanta miseria!
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