Es difícil sustraerse a los debates
trampa permanentes que los políticos en general nos proponen para evitar que
nos interesemos sobre lo que realmente es importante. Son múltiples, variados y nos
van vaciando poco a poco de energía y de capacidad de reivindicación sobre los
temas fundamentales que como ciudadanos, ya no de pleno derecho, realmente
deberían de centrar nuestra atención.
Pero si hay un debate baldío, un
debate desesperante y lesivo para los ciudadanos es el del lenguaje, es la
perversión continua y continuada de la palabra que muchos de nuestros políticos
utilizan para evitar que pueda existir un canal fluido de comunicación. Gracias
a esta artimaña, burda, intolerable y que ataca directamente al patrimonio
fundamental de las personas, que es el lenguaje, el debate se acaba centrando
en los términos a utilizar y no en el fondo a conseguir.
Leo con pasmo, casi entre
sollozos rayanos entre la risa y la desesperación, que una “portavoza”
parlamentaria ha recriminado a otro diputado la utilización del vocablo
guardería, que ella, y puede que su grupo, considera inadecuado en vez del
mucho más correcto, insisto, para ella, de escuela infantil.
Tan soberana estupidez, se me
ocurren otros términos pero tal vez sean inadecuados, se produce porque cierto
tipo de políticos necesitan significarse y como al parecer las ideas no son ni
suficientes, ni suficientemente brillantes, hay que presentarlas de tal manera
que parecen lo que no son, importantes, trascendentes. Esto es, como el
presente no vale nada me gasto el dinero en envolverlo.
Seguramente esta señora, o
señorita (que antiguo, no?), esta “portavoza”, de lenguaje afilado y réplica
presta, no tiene tiempo, ni ocasión, ni interés, de leer el RAE, o simplemente,
le importa un pito lo que diga la Real Academia de la Lengua si no coincide con
lo que ella cree que debe de decir. Porque si se molestara en leerlo vería que
una de las acepciones del RAE dice: “Lugar donde se cuida y atiende a los niños
de corta edad”. No habla nada de guardar niños, que es lo que ella argumenta
que significa confundiendo la semántica con el significado.
Claro que no es la única
confusión, y por eso creo que no es una confusión inocente, también suelen
confundir la palabra con la carga de la palabra, su uso con su mal uso y
utilizan una regla pacata y destructiva para cambiar el lenguaje y llegar a un
punto en el que decir algo simple se acaba convirtiendo en una tarea de
titanes. Decir enano es ofensivo, hay que decir persona de talla baja. No,
decir enano es decir señor de talla baja y la ofensa puede estar en el que lo
dice o en el que lo escucha, pero jamás en la palabra misma.
Existen alrededor de veinte
enfermedades diferentes que producen enanismo, término médico que no se si
traducir, por no ofender, como “personismo de talla baja”, y cuando le llamo
enano a alguien puede suceder que se lo llame a alguien que no lo es con el
ánimo de ofenderlo, que se lo llame a alguien que lo es con ánimo de ofenderlo,
que se lo llame a alguien que lo sea y que se ofenda, o que se lo llame a alguien
que es y simplemente esté apuntando una característica física que ni pretendo
que ofenda ni ofende. Si hay ofensa la carga se le da a la palabra, no la tiene
esta por sí misma, y por tanto lo que tengo que cambiar es la educación del que
ofende o del que se ofende, no sustituir la palabra por otra, o por otro
circunloquio, que podrá acabar cargándose de igual manera.
Uno de los grandes logros del
lenguaje es la economía, es la capacidad de resumir un concepto complejo en una
palabra y lo que se pretende de unos años a esta parte es justo lo contrario en
aras de un puritanismo conceptual absolutamente interesado, sustituir la
definición por una descripción, pervertir las reglas básicas de la comunicación
acusándolas de ser portadoras de sentimientos y orientaciones. No, las palabras
solo son vehículos de comunicación, sin más carga que la que cada uno quiera
darles, al escucharlas o al pronunciarlas.
Una persona de edad avanzada es
un viejo, una persona de talla baja es un enano, una persona que comercia con
el trabajo de los demás es un explotador, no, un empresario tampoco, aunque en
ocasiones puedan coincidir las dos cosas, y una escuela infantil, donde se
enseña y educa a los niños de corta edad es una guardería.
Se ponga usted como se ponga
señora “portavoza”. Para algunos, ya sabemos, viejos, carcas, fachas, indignos
de ser mirados como iguales por ustedes, confundidos y confusos, la palabra es
un valor tan importante que no estamos dispuestos a callarnos ni debajo del
agua cuando observamos la “invención” del nuevo lenguaje. Como al poeta, nos
queda la palabra, y con ella sabemos lo que decimos, lo que queremos decir e,
incluso, lo que quieren algunos que acabemos por decir.
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